¿Para qué Estellés hoy en día?

¿Quién cantará algún día con profundas
palabras quién quién será el poeta
de los hechos cotidianos y anónimos y los encumbrará
desde su pequeñez a los más altos vuelos?
(J. A. Goytisolo)

Vicent Andrés Estellés (foto: infofiga)

En apenas unos días se cumplen veinte años de la muerte de Vicent Andrés Estellés, uno de los poetas más grandes que nos ofreció la literatura europea del siglo XX, y si a ello le unimos que la Acadèmia Valenciana de la Llengua ha declarado el presente como “Año Estellés”, considero que no estará de más comentar ciertos aspectos de su vida y de su obra que hacen que, a día de hoy, su lectura continúe siendo fundamental para todo aquel que -como lo fue el propio poeta- se considere amante de la poesía y de su tiempo.

En primer lugar, y atendiendo a los “tiempos de penuria” actuales -si se me permite seguir manoseando un poco más a Hölderlin-, me atrevo a elucubrar que se está gestando una generación de escritores que se siente ajena a las diversas corrientes -por utilizar un término algo vago- esteticistas que han dominado, desde su calculado cripticismo, la poesía estatal de las últimas décadas. No se trata tanto de caer en las redes de una descarnada “poesía social del siglo XXI”, ni siquiera de limitarse a lo puramente experiencial, como de ser capaces de conjugar magistralmente una visión crítica y descriptiva de la realidad con la erudición y la literatura de más altos vuelos. Y en eso Estellés resulta ejemplar, como autor que bebió tanto de los clásicos y de sus coetáneos (podemos encontrar en sus poemas, de forma más o menos velada, ecos de Virgilio, Horacio, March, Vallejo, Papasseit, Lorca, o incluso de Pessoa o Hölderlin y un sinfín de autores más, bajo la identidad de los cuales a menudo se disfraza) como de -acaso por su dedicación periodística- los sucesos ordinarios o nimios de su cotidianidad. Porque fue -y quizá sea ésta la primera causa de su renovada vigencia- un enamorado del contexto en el que se insertó como humilde agente del cambio, y ni la miseria, ni la muerte, ni las persecuciones políticas como periodista e hijo de republicanos le fueron desconocidas; sucede cuando, como dijera su entrañable amigo Joan Fuster, se escribe “des del poble”, y no “de cara al poble” (“desde el pueblo”, y no “de cara al pueblo”) -siempre quiso que se le recordara como “el fill del Forner, que feia versos” (“el hijo del Hornero, que hacía versos”)-, honestidad que explica, además, que sus lectores sean cada año más numerosos y los homenajes y recitales más habituales. Pocos como él han percibido “la dignitat de ser home entre els homes / en un moment molt concret de la història” (“la dignidad de ser hombre entre los hombres / en un momento muy concreto de la historia”), y pocos han logrado hacernos la existencia más amable a fuerza de reciclar la sordidez en materia poetizable de primera calidad.

Vicent Andrés Estellés (foto: sepc.cat)

Por otra parte, a día de hoy, la crítica no ha sido capaz de atribuirle una filiación poética creíble -“he deixat que diguen de mi el que vulguen. / si volen realista o surrealista”(“he dejado que digan de mí lo que quieran, / si quieren realista o surrealista”) -, y ello se debe, con toda probabilidad, a su vocación de escritor periférico, que lo emparentaría, según Dominic Keown, con autores como Lawrence, Kafka, Beckett o Joyce: desde Burjassot, y no desde Barcelona, pudo él reforzar una expresión poética personalísima e independiente de los círculos literarios de la Ciudad Condal. Siguiendo nuevamente a Fuster,

A Barcelona, la poesía, la feien persones d’un altra mena: individus amb cara de protonotari apostòlic, catedràtics, fills de papà revoltats, oficinistes orgullosos de ser-ne. L’Estellés fa la poesía de un carrer de València, del “trenet” de València a Burjassot: un residu humà vigorós, que es debat en l’esperança de continuar vivint.

(“En Barcelona, la poesía la hacían personas de otro tipo: individuos con cara de protonotario apostólico, catedráticos, hijos de papá rebeldes, oficinistas orgullosos de serlo. Estellés hace la poesía de una calle de Valencia, del “trenecito” de Valencia a Burjassot: un residuo humano vigoroso, que se debate en la esperanza de seguir viviendo”).

A los valencianos que la conocemos, suele llamarnos la atención hasta qué punto la gigantesca producción estellesiana pasa desapercibida en el resto del dominio lingüístico catalán. No obstante, ello se explica porque, también lingüísticamente, el poeta opta deliberadamente por que sus palabras sean “frenèticament locals” (“frenéticamente locales”), por el dialecto propio de L’Horta valenciana -por no hablar de su obsesión morbosamente nostálgica por la localización geográfica de sus versos-, porque la tensión entre lo particular y lo universal no le resulta traumática ni insalvable: más bien al contrario, Estellés ensaya apasionadas pero firmes acrobacias sobre la cuerda tendida entre ambos.

Porque el último acicate para (re)visitar a Estellés -es decir, el último de los que acuden a mi mente ahora mismo- es sin duda el más socorrido, pero en su caso es incluso más palmario que en otros autores: su querencia por los temas universales y, de entre ellos, por los más descarnados y elementales. Hablo del sexo -pues como reconociera ante Montserrat Roig, el amor era, para él, esencialmente sexual-, de la muerte -omnipresente en su obra, en un constante esfuerzo por integrarla en el día a día-, el hambre -no solo metafóricamente-, el amor a la tierra -la que nos sostiene y la que nos sepulta, la que nos brinda alimento e identidad-, pero, por encima de todo, el amor a la vida, a la vida con minúscula, “no com a plenitud, cosa total, / sinó, posem per cas, com m’agrada la taula, / ara un pessic d’aquesta salsa, / oh, i aquest ravenet, aquell all tendre, / què dieu d’aquests lluç, / és sorprenent el fet d’una cirera” (“no como plenitud, cosa total, / sino, pongamos por caso, como me gusta la mesa, / ahora un pellizco de esta salsa, / oh, y este rabanito, aquel ajo tierno, / qué me decís de esta merluza, / es sorprendente el hecho de una cereza”).

Miguel Pérez

3 Comentarios

  1. No leí ninguna referencia a la canción «Les illes», de Mª. del Mar Bonet, que incluía algunos versos de Estellés.

  2. no sè si estarè equivocada pero el primer apellido del escritor es VICENTE `,comùn en navarra y tambièn, què casualidad en ESTELLA. A lo mejor estellès era su seudònimo. Los que puedan, que hagan una investigaciòn pues serìa interesante.

  3. Son muchísimos los artistas que han musicado sus versos, ello requeriría otro/s artículo/s aparte… No, Vicent era su nombre de pila y Andrés su primer apellido, aunque le conocemos más por su segundo apellido, Estellés, que es bastante común por la zona de la Huerta. Saludos.

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