Pedro Sorela: «No creo que el artista deba vivir de su arte si quiere ser libre»

Pedro Sorela (foto: Alfaguara)

Pedro Sorela me pide que le tutee mientras me cuenta que ha llegado en metro y la estación de Plaza de España le ha parecido un laberinto. Entre esta anécdota y sus primeras palabras relacionadas con su faceta profesional no hay transición. Lo tiene muy claro: ha escrito ya muchas novelas y ejercido el periodismo durante más de veinte años; experiencia suficiente para emitir con criterio un diagnóstico sobre el estado actual de nuestros medios de comunicación: “no quiero discutir sobre modelos de producción, quiero discutir sobre periodismo. Me revienta leer nuestros periódicos, lo que no me ocurre con la prensa de otros países. Me pongo enfermo cuando me gasto un euro con veinte para encontrarme sobre el papel lo que ya me han contado en el telediario de la noche anterior”.

Tal vez por eso El sol como disfraz, que acaba de publicar con Alfaguara, es la historia de una excepción.

Eso me dice con una seguridad que me apabulla minutos después de conocernos. Vuelvo a estar en El Café De Las Letras, es martes y ha parado de llover. Hace ya más de media hora que dejamos atrás el mediodía y Sorela se pide un café; yo un zumo de naranja que, horror, me sirven con pajita, un elemento capaz de destrozar en un sorbito mi maltrecha imagen de lectora seria. Y eso me molesta, porque Sorela me gusta.

Me ha gustado leer su novela y pasar los días atrapada en la redacción de La crónica del siglo, un periódico imaginario, descrito con dureza y habitado por personajes que se desviven por una profesión que, en su momento, hace ya una década, yo no llegué a comprender: no supe enamorarme de las noticias cuando tuve la oportunidad de trabajar con ellas; y ahí está la razón de que este libro se acerque tanto a mí, porque me habla de las cosas que no hice.

Ya en las primeras páginas, una corresponsal de guerra se encuentra un ejemplar de El desierto de los tártaros entre las ruinas de una ciudad sitiada por las bombas; “probablemente, de lo mejor que se ha escrito sobre el paso del tiempo”, me comenta Sorela al confirmarme que la elección de la obra de Buzzati es premeditada: el tiempo le obsesiona, no se resigna a perderlo, y es uno de los temas centrales de El sol como disfraz: todo lo que vivimos sin darnos cuenta, lo que no se ve, porque es de eso de lo que va la novela.

“Cualquier escritor que haya invertido veinte años en una profesión sabe que, más tarde o más temprano, lo reflejará en la ficción. Yo quería disparar una sola vez y este es el resultado. Tuve muchísimo miedo al escribir El sol como disfraz. Existe un antecedente, mi segunda novela, que por fortuna permanece inédita; y tres redacciones definitivas de esta última. La primera duplicaba la extensión de la que ha llegado a las librerías”.

Han sido cuatro o cinco años de trabajo, no es capaz de precisarlo muy bien. Le creo cuando explica que escribe varias cosas a la vez y, aunque no nos habíamos visto antes, escuchándole hago fuerte mi sospecha de que se oculta detrás de cada uno de sus personajes. Al preguntárselo, se ríe y toma prestadas las palabras de Flaubert: Madame Bovary soy yo. “No puedes elegir. La imaginación no existe demasiado, lo que tenemos es una capacidad extraña para manejarnos por la memoria de una forma más o menos libre. No es casual que el más delirante de los libros, Alicia en el país de las maravillas, esté escrito por un lógico”.

Carroll escribió sobre su pasión real; Sorela, que eligió ser periodista porque quería ser escritor, siempre lleva un cuaderno de notas encima, como Dimas Foz, uno de sus protagonistas.

“El periodismo no es una literatura de segunda categoría”

Ha sido teatrero, columnista en El País y redactor de miles de teletipos en Europa Press, es profesor universitario; un camino largo en el que, con El sol como disfraz, hace un punto de inflexión para poner sobre la mesa una alternativa al tratamiento actual de la información, que atraviesa una crisis y exige ser reinventado con urgencia.

Le pregunto, porque es algo que se deja ver entre las páginas del libro, donde son muchos los momentos en los que el redactor se sienta delante de la pantalla de un ordenador o con los dedos sobre el teclado de una máquina de escribir, hasta qué punto es importante quién transmite la noticia; y me responde que, a estas alturas de la película, ya sabemos que el ideal de la objetividad es bastante ingenuo. “Lo que buscamos es la honestidad del que cuenta. La sociedad del orden ha inventado la información, tal y como la conocemos, para neutralizar la realidad, para amortiguar su impacto y apagarla”.

“17 muertos en accidente de tráfico un fin de semana son 17 principios de A sangre fría”, pero preferimos condensarlos en un titular del telediario.

“Hemos inventado una fórmula para creer que estamos informados, pero no es verdad”, y aquí recupera anécdotas de Faulkner y Edison, que hablan de nuestro miedo al fuego, de nuestra necesidad de sofocar las llamas por lo que tienen de realidad hiriente, que nos asusta, a la que no nos queremos enfrentar.

“Como escritor, reivindico mi derecho a hacer lo que me la gana; como periodista, reivindico la idea de que todo se puede contar de otra manera. He estado en la literatura desde siempre, me acerqué al periodismo con la vieja superstición de que tendría una vida literaria. Grave error. El periodismo no es una literatura de segunda categoría”.

La libertad

Le gusta viajar. Es principalmente en eso en lo que gasta el dinero “extra” que obtiene de la ficción; en escaparse para escribir sus “cuentos-viaje”.

También es tajante en esto: “No creo que el artista deba vivir de su arte si quiere ser libre”. Y la utilización de la palabra artista no es casual, porque Sorela, que además de escribir dibuja, considera que lo importante es crear, sin importar el ámbito: “también se puede crear en un periódico, en una empresa”… pero eso sí, me recomienda que evite vivir exclusivamente de la literatura: “Siempre seguiré trabajando de otra cosa para gastarme en aire las cuatro perras que gano con esto. El éxito no da la independencia; es mi plaza en la universidad la que me da la seguridad necesaria para escribir lo que me apetece”.

Nunca dejó de dar clases y ahora se alegra, ya que con el despegue de su mundo literario sí que tuvo que apartarse del periodismo: “la convivencia entre el ejercicio de la profesión y la literatura resultaba intolerable”; y es curioso, porque cuando empecé a leer la novela, por su estilo, no me pareció escrita por un periodista-escritor, sino más bien por un gran lector que hubiera forjado su estilo a fuerza de adentrarse en mundos y visiones ajenas con la intención (lograda) de conseguir un refugio propio.

Hablamos de otros títulos relacionados con la prensa y dos despuntan por encima de todos: El americano impasible, de Graham Greene, y Música para camaleones, de Truman Capote; hablamos también de Aire de mar en Gador, Trampas para estrellas, Cuentos invisibles… anteriores a El sol como disfraz; de su blog, www.pedrosorela.com, con el que está viviendo en primera persona las infinitas posibilidades de la red y la tecnología digital; hablamos tanto, que a mí me entran ganas de pasar del zumo a las cañas, y se me olvida ese miedo inicial, provocado por la figura del profesor experto en entrevistas a escritores.

Espero haber superado la prueba.

Marina Sanmartín
La Fallera Cósmica

Marina Sanmartín

Marina Sanmartín (Valencia, 1977), periodista, escritora y librera, es "La fallera cósmica", premio RdL a Mejor Blog Nacional de Creación Literaria. Actualmente trabaja en su primera novela, "El principio del desierto", tras la publicación del libro de relatos "La vida después", editado por Baile del Sol.

3 Comentarios

  1. Me ha agradado la perspectiva de no esperar vivir del propio arte. Saben, hay una concepción de antítesis respecto a la vocaciòn de los escritores que intentamos serlo desde la extensión de las profesiones de las que estudiamos para sostenernos. La antítesis refiere a que desde afuera, la escritura puede representar algo tan simple como un hobby, un brevario de mínimo tiempo en el que aparentemente se nos he permitido en la apretada agenda de nuestras carreras. Sin embargo, desde la verdad de nuestra intimidad, notamos que el escribir toma una importancia mayor al de un pasatiempo, algo que sencillamente se plantea como una necesidad vital que se exige a si mismo no trabajar en las sobras o migajas cronométricas de nuestras labores profesionales. Esta lucha de vocaciones es desgastante, pero a la vez sabemos que necesita dejarse existir para que la libertad de la obra literaria se conserve. También es cierto que la profesión paralela a la escritura es como un fantasma del pasado que tarde o temprano aparece en el crear, planteando quizás una posibilidad que no ha podido darse en nuestras vivencias…Esa ficción de la que nos habla el autor

  2. Un debate interesante que pudiera añadir a la aseveración de Pedro SOlera es si el conflicto de albedrío es más fuerte en el contexto del lenguaje literario en comparación a lo que se espera en las artes visuales, musicales o plásticas. Y es que hay menos modos de evadir la «esclavitud» desde la escritura, después de todo se le entiende más en su cercanía con el propio habla. No empero, así como hay lectores en bibliotecas, hay observadores en galerías…así como hay editores y editoriales a los cuales adherirnos, también existe el proceso de curaduría y los permisos de museo-factores que queramos o no influyen en la fidelidad con que se conservan las obras-

  3. “No creo que el artista deba vivir de su arte si quiere ser libre”. Muy interesante esta conclusión, que a la misma vez es una pregunta al aire, pero al aire que respiramos. Extrapolemos esta reflexión a la investigación -en particular en la investigación de Ciencias Sociales y Humanas, pero no sólo ahí-, creo que tiene idéntica validez. Si lo pensamos bien, en la investigación el peligro de no poder gozar de una ni tan siquiera mínima independencia política es realmente enorme, colosal -sobre todo en nuestro país. Son ese tipo de cosas en las que hay que detenerse cada día antes de ponerse a trabajar. Ahí la necesidad intrínseca de libertad del arte y de la ciencia están muy cerca, es una clara pretensión de mayor pureza que en otros campos de la actividad humana, en cierto modo, pero sólo en cierto modo es una idealización de estas actividades.

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