—¡Feliz Navidad, tÃo! ¡Dios le guarde! —gritó una voz jovial. Era la voz del sobrino de Scrooge, quien habÃa llegado tan de improviso que este fue el primer indicio de su presencia.
—¡Bah! —dijo Scrooge—. ¡Paparruchas!
El sobrino de Scrooge habÃase acalorado tanto en su rápido caminar a través de la niebla y la helada que estaba sofocado. Su rostro era hermoso y rubicundo; sus ojos chispeaban; y, al respirar, salÃa de su boca una nube de vapor.
—¿Las Navidades, paparruchas? —exclamó el sobrino de Scrooge—. No habrá querido usted decir eso, ¿verdad?
Charles Dickens, Canción de Navidad
Pocas figuras literarias vinculamos con tanta fuerza a las fiestas que ahora se acercan, pocas obras consiguen hacernos creer de forma tan maravillosa en la esperanza que simbolizan estos dÃas. Porque, ¿quién puede representar mejor el espÃritu de la Navidad (su pérdida y su recuperación) que Ebenezer Scrooge, el viejo tacaño y egoÃsta al que dio vida Charles Dickens en 1843 con su relato Canción de Navidad (A Christmas Carol)?
A pesar de no ser considerada por los crÃticos una de las obras maestras del autor británico, esta novela que llama la atención sobre la dramática situación de las clases más pobres de Inglaterra (la crÃtica social es un tema recurrente en la producción literaria de Dickens) al mismo tiempo que ofrece una celebración sentimental de la época navideña, ha permanecido como una de las creaciones más populares del escritor.
Los EspÃritus de las Navidades Pasadas, Presentes y Futuras
El comienzo de Canción de Navidad nos ofrece ya la caracterización del protagonista como un hombre rico y amargado al que solo le interesa el dinero y que no es capaz de sentir ningún tipo de empatÃa por los que le rodean, tal como muestra, por ejemplo, su negativa a hacer alguna donación para una obra de caridad. Ante el “¡Feliz Navidad!†de su sobrino, reacciona con su famoso “¡Paparruchas!†(Humbug! en el original) y declina su invitación a participar en la fiesta navideña que el joven organiza todos los años.
Al volver a su casa, Scrooge recibe una inesperada visita que iniciará un cambio profundo y definitivo en él. Su antiguo socio fallecido, Jacob Marley, se le aparece y le cuenta su historia. Como castigo por su avaricia, ha sido condenado a vagar por la tierra atado con pesadas cadenas, y desea avisar a su amigo para intentar salvarlo del mismo desafortunado destino. Marley informa a Scrooge de que vendrán a visitarlo tres espÃritus en las noches sucesivas y, en efecto, asà sucede.
El primero en llegar es el EspÃritu de las Navidades Pasadas que lo lleva en un viaje en el tiempo hacia su niñez y juventud, de manera que Scrooge vuelve a sus dÃas de colegio y se emociona ante los recuerdos que se despiertan en él. Ve, asimismo, otras escenas como la ruptura con su antigua prometida Belle, que lo abandona porque la avaricia le ha corrompido. Desesperado ante las imágenes que contempla, el anciano le pide al EspÃritu que vuelvan a su casa.
El EspÃritu de las Navidades Pasadas representa, obviamente, la memoria. Este fantasma inicia el proceso de conversión de Scrooge al mostrarle momentos de su vida en los que aún poseÃa la capacidad de amar, asà como la lenta transformación que se habÃa producido en él por el deseo de acaparar más dinero llevándole a alejarse del resto de las personas.
El segundo de los espÃritus, el de las Navidades Presentes, intenta enseñarle a Scrooge la empatÃa. Lo lleva a la casa de la familia de su empleado Bob Cratchit, donde a pesar de la pobreza, reina un ambiente festivo. El fantasma advierte a nuestro protagonista de que Tim, el hijo enfermo de Bob, no sobrevivirá mucho tiempo dadas las condiciones económicas en las que viven. La Navidad, parecen decirnos estos episodios, es una época para compartir, es una fiesta solo en la medida en que uno tenga gente querida con la que disfrutarla.
El último de los espÃritus, el de las Navidades Futuras, le muestra a Scrooge su propia muerte y la reacción, a menudo de alivio, de los que le han conocido. Aterrado ante estas visiones, el viejo avaro le ruega al fantasma que impida ese futuro, prometiendo honrar las Navidades y vivir en adelante desde los presupuestos morales que le han enseñado las tres apariciones. El espÃritu, entonces, desaparece, y Scrooge se encuentra de nuevo en su cama.
El miedo a la muerte viene a reforzar las lecciones de las dos primeras visitas de ultratumba, recordándole al personaje la posibilidad de un castigo que lo llevarÃa a repetir el indeseado destino de su amigo Marley.
Un mensaje de esperanza
Agradecido por recibir una segunda oportunidad y contento de haber sido devuelto a la mañana de Navidad, Scrooge sale de su casa lleno de entusiasmo y totalmente transformado. Paga a un muchacho para que le lleve un enorme pavo a Bob Cratchit, promete una gran suma de dinero para los pobres y asiste a la fiesta de su sobrino irradiando tal felicidad que el resto de invitados apenas lo puede creer.
Con el paso del tiempo, Scrooge mantiene su palabra y conserva el espÃritu navideño todo el año. Se compromete a ayudar a los Cratchit y se convierte en un segundo padre para el pequeño Tim, que no muere tal como habÃa predicho el fantasma.
El final optimista y lleno de esperanza nos deja con la amable sensación de que es posible cambiar, de que incluso el más miserable y corrupto de los hombres puede llegar a convertirse en una persona honesta y caritativa. Los más escépticos puede que encuentren este mensaje algo ingenuo, algo infantil. Pero es precisamente este ideal, este sueño de llegar a ser mejor de lo que se es lo que simbolizan las celebraciones de Navidad y lo que hace que esta historia siga teniendo éxito y atrayendo al público. Esta visión moderna de la época navideña, que no insiste tanto en la ceremonia religiosa como en las alegres tradiciones de compartir regalos y dar muestras de generosidad y amor, permite que la obra de Dickens sea apreciada por cualquier lector, independientemente de sus creencias personales, por los valores humanos que defiende.
Natalia González de la Llana Fernández
www.unesqueletoenelescritorio.blogspot.com
*Las ilustraciones que acompañan al texto son de John Leech y pertenecen a la edición de A Christmas Carol publicada en 1843 (fuente: victorianweb.org – Philip V. Allingham).
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