Con la tranquilidad y el saber hacer de una carrera de más de cincuenta años, Rafael Azcona (1926-2008) reescribió en la última etapa de su vida tres de sus novelas, publicadas por primera vez en los años sesenta. AsÃ, las obras que componen la trilogÃa El pisito, El cochecito y ¡Los muertos no se tocan, nene!, fueron reunidas en un solo volumen y publicadas en 1999 con el tÃtulo de Estrafalario.
Azcona vio en el cine una manera factible de ganarse la vida escribiendo. Para escribir novelas, decÃa, hay que ser muy preciso: detrás de cada substantivo debe ponerse el adjetivo exacto, lo cual es muy complicado. En el cine, en cambio, es el director quien pone los adjetivos. Sin embargo, antes de unir su talento al de cineastas como Luis GarcÃa Berlanga, Marco Ferreri o José Luis Cuerda (entre otros muchos) y pasar a la historia como uno de los mejores guionistas del cine español, el riojano llevó a cabo una trayectoria de lo más fecunda como escritor. Colaboró en La Codorniz, una revista de humor gráfico donde publicó más de quinientas piezas, entre relatos, cuentos y chistes, piezas que hoy son consideradas joyas de la literatura humorÃstica. A esta etapa corresponden las novelas reunidas en Estrafalario, las cuales le abrieron las puertas al cine de la mano del italiano Marco Ferreri, que en 1958 realizó la adaptación cinematográfica de El pisito.
Se dice que lo azconiano es la carcajada que deja un regusto amargo, la sátira y lo absurdo envueltos en una permanente conversación coral. Para Azcona, el ser humano necesita el humor para hacer más llevadera la existencia, que en sà es negra. ¡Los muertos no se tocan, nene!, llevada al cine en 2011 bajo la dirección de José Luis GarcÃa Sánchez, es un buen ejemplo de esta visión del mundo.
La historia transcurre en el Logroño de los años cincuenta. Se inicia con la muerte de Don Fabián Bigaro Perle y narra lo que sucede en la casa durante los dÃas posteriores, hasta el entierro. En el velatorio, los familiares aguardan expectantes, intentando no perder las formas dado que con toda probabilidad el alcalde hará acto de presencia. Mientras tanto dan rienda suelta a su dolor: “Pobrecillo, morirse ahora que iba a cumplir los cien años y podrÃa haber salido en los periódicosâ€. Deliberan sobre la vestidura que le pondrán al difunto, conscientes de que enterrarlo con un traje bueno o demasiado nuevo serÃa un desperdicio que no se deberÃan permitir. Reciben multitud de visitas, entre las cuales destaca la de un indigente que encuentra en los velatorios una excusa infalible para pasar la noche bajo techo, guarecido del frÃo, y de paso llevarse algo a la boca.
Por otra parte, colaboradores y amigos destacan la gran capacidad de conversación de Rafael Azcona. Es ésta sin duda la faceta que más llama la atención de su universo creativo. David Trueba lo calificaba de “conversador demoledorâ€, y señalaba que, antes de escribir un guión, Azcona hablaba muchÃsimo con los directores, casi siempre en cafés, terrazas o restaurantes. Hablaban de sus problemas personales, de lo que habÃan leÃdo en el periódico, de la vida en general.
Fernando Trueba cuenta que Azcona nos enseñó a mirar a los seres humanos con compasión: «Cuando le contabas alguna anécdota real de alguien, cuanto más delirante fuera la anécdota, más disfrutaba. Y decÃa: “Ésto me reconcilia con el género humanoâ€. Y a lo mejor lo que le habÃas contado era la burrada más grande que jamás habÃas escuchado. Le divertÃa el espectáculo de las personas».
El recientemente fallecido Juan Luis Galiardo recordaba con cariño una vez en que se lamentaba de sus desdichas ante Azcona. El actor lloraba desconsolado por la pérdida de su madre y su hijo. Para animarle, Azcona le propuso un brindis: «Sabes qué te digo, que con lo tuyo Dostoievsky no habrÃa tenido ni para media página. ¡Anda y que te den por culo!».
Jordi Pacheco