Roma. Nikolái Gógol
Traducción de Selma Ancira
Minúscula (Barcelona, 2001)
HarÃa falta remontarse muy atrás en el tiempo para encontrar al primer autor que hizo de la ciudad eterna argumento de una obra literaria. Como mÃnimo, a Tito Livio, y sin contar la numerosa tradición oral que ya existÃa antes de su Ab urbe condita.
Gógol, pues, llega tarde a la cita. Pero con muy buenas excusas.
En esta novelita -que no alcanza el centenar de páginas-, Gógol narra la historia de un prÃncipe romano recién llegado a su ciudad natal después de una etapa de formación en ParÃs. Una vez allÃ, se dedica a deambular por las calles, haciendo una crónica de la cotidianidad decimonónica romana y a disertar acerca de los contrastes entre el carácter italiano y el francés. Durante el carnaval, al que asiste sin mucho entusiasmo, el joven se queda prendado de una beldad portentosa, Annunziata de Albano, con la descripción de la cual se inicia vertiginosamente el relato.
Y he ahà cuando las expectativas del lector, que ya se han empezado a fraguar, apuntan de modo unilateral hacia una historia de amor entre el protagonista y su trovadoresca donna angelicata. Aunque a las pocas lÃneas, lo que en un comienzo pintaba evidente, se precipita cual chorro de agua en una fuente de Bernini.
Creo no estar desvelando ningún secreto si afirmo que inmediatamente se descubre que la verdadera protagonista es en realidad algo más pétrea y vetusta: la ciudad de Roma, que presentada a modo de aposición a la platónica historia de Annunziata, ocupa la totalidad del relato.
Intentando descubrir la identidad de la dama que le tiene embelesado, el prÃncipe corretea por las callejuelas y plazas, que retrata con cándidos ojos de falso forastero. Un falso forastero que encuentra el mayor deleite reencontrándose, ensimismado, con la urbe que le vio nacer.
La ciudad no es en Gógol un paisaje de fondo difuminado como en un cuadro de Piero Della Francesca o de Leonardo Da Vinci, donde el retrato humano es lo esencial. Aquà Roma se sitúa en un visible primer plano y la casi alegórica Annunziata apenas se distingue, a lo lejos.
Este relato inconcluso, publicado en 1842 bajo el subtÃtulo “Fragmentoâ€, no tiene en realidad una estructura novelesca, ni el engranaje de los personajes con la trama se citan en una estructura magistral. Sin embargo, es cierto que en pocas narraciones se logra lo que Gógol consigue en Roma: que el lector se deje llevar encandilado por el fascino de las palabras, del mismo modo que, desde lo alto del Gianicolo, el prÃncipe se olvida de sà mismo, de la belleza de Annunziata, del misterioso destino de su pueblo y de todo lo que hay en el mundo. Al fin y al cabo, de eso trata más o menos la literatura.
Diana Argelich