«Si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pedirÃa un pan; sino que pedirÃa medio pan y un libro». Es conocida la frase de Federico GarcÃa Lorca, pronunciada en la inauguración de la biblioteca de Fuente Vaqueros, y que sintetiza la lucha por una vida digna que jamás separe las necesidades básicas para la supervivencia del acceso universal a la cultura. Rebecca Solnit, que cerró a través de videoconferencia el ciclo dedicado a Orwell por el CCCB, y presentada por Bel Olid, no habló de Lorca. Pero sà de aunar belleza y compromiso, combate y esperanza.
Para la escritora y activista norteamericana, quien encarna esa doble mirada sobre el compromiso polÃtico es Orwell. Por eso le ha dedicado su último libro, Las rosas de Orwell (Angle/Lumen, 2022), descubriendo una nueva mirada —más luminosa, más conectada a la naturaleza— del autor británico. De hecho, es en sus diarios donde Solnit comienza a darse cuenta de que el autor de Rebelión en la granja siempre deja espacio para el placer y el entusiasmo, y que si es cierto que en sus trabajos siempre habla de la necesidad de que todo el mundo tenga derecho al pan, también es imprescindible la alegrÃa del dÃa a dÃa, simbolizada por las rosas.
«Fuera de mi trabajo, lo que más me importa es la jardinerÃa, especialmente la horticultura», responde Orwell, en 1940, a un cuestionario. Es la vida en el campo —la observación de pájaros, árboles y frutas—, incluso cuando ha pasado por la dramática experiencia de la Guerra Civil española, lo que le devuelve una visión sobre cómo deberÃa ser un mundo libre y justo. Solnit sostiene que Orwell ha estado hablando siempre de la alegrÃa y de la belleza, pero que no hemos sido suficientemente conscientes, acercándonos a su narrativa como si únicamente fuera un ejercicio de denuncia.
Hay pan, y hay rosas, en George Orwell.
Incluso en su novela más distópica, 1984, George Orwell introduce esa brecha de luz, según Rebecca Solnit. «Todo el mundo sabe que Winston Smith es un rebelde contra el Gran Hermano. Winston conspira para derrocar al régimen, y en esto falla por completo. Pero sobre todo se rebela contra sus reglas al cultivar una vida interior, confiando en su propia memoria, buscando establecer una versión objetiva del pasado, persiguiendo una apasionada historia de amor, explorando el mundo que lo rodea, buscando y apreciando la belleza y buscando motivos para la esperanza», nos dice la norteamericana.
«El deseo es un crimen de pensamiento», leemos en la misma novela. Y ese deseo, que no es únicamente sexual, es el que activa los resortes de la imaginación. Y nos invita a relacionarnos con la complejidad del ser humano. Es importante, para Solnit, no fijarse únicamente en contra de qué estamos, también es urgente recordar qué es lo que defendemos.
«¿Cómo podemos superar las polÃticas de izquierda que tantas veces son austeras y puritanas?», se pregunta la autora de Wanderlust, que critica a aquellos que intentan reducir al ser humano a sus necesidades más básicas —comida, ropa, cobijo—, como si el resto fuera mera trivialidad y distracción.
«Pan para todos, y rosas también», ha sido un eslogan utilizado muchÃsimas veces tanto por el movimiento obrero como por el activismo feminista. Y esa misma dualidad es la que Solnit ve en Orwell, y reclama para las luchas del presente.
Debajo de las abstracciones de la retórica polÃtica, insistÃa Orwell, hay deseos que son concretos, reales, corporales, y por ello es fundamental dejar espacio a la improvisación y al juego, al placer y a la independencia.
La escritora estadounidense cree que no hay que caer en la frustración cuando a la protesta no le sigue una consecuencia inmediata. «Seguro que hemos plantado una semilla», dice.
Rebecca Solnit, para finalizar, recordó una anécdota que Orwell recoge en Homenaje a Cataluña. Durante las batallas de la Guerra Civil era normal que ambos bandos se gritaran consignas de guerra, frases de propaganda. Pero uno de los soldados antifascistas llevó esa estrategia al terreno de lo concreto, de lo singular. Incluso, desde el juego. En vez de repetir argumentario, intentaba desmoralizar a los franquistas —de una forma creativa— diciéndoles que ellos estaban mejor alimentados.
—¡Tostadas con mantequilla! —repetÃa a sus enemigos, para la admiración de Orwell.
«Cuando se trata de pan y rosas, a veces incluso de tostadas con mantequilla, Orwell está del lado de las rosas, del lado creativo, placentero, subjetivo e individual de la naturaleza humana. Y, tomando muy en serio el pan, encontró en las rosas algo sobre la naturaleza humana que vale la pena defender», concluyó Rebecca Solnit ante el público que la escuchaba desde el CCCB.