La periferia siempre ha resignificado el centro al que alude. Lo ha amplificado, lo ha connotado o lo ha puesto en cuestión. Pero es que en las últimas décadas los habitantes de esas periferias también han transformado radicalmente su mirada sobre el mundo que les rodea, y las nuevas generaciones tienen ya un vÃnculo muy diferente con el territorio al que tenÃan las generaciones anteriores.
De eso ha conversado la antropóloga Teresa Caldeira con Judit Carrera, directora del CCCB, y, también, sobre los retos que afrontan las ciudades ante la pandemia de la COVID-19. La catedrática de la Universidad de California-Berkeley ha ofrecido una mirada, desde el Sur Global, sobre el futuro de las grandes urbes, poniendo el acento especialmente en São Paulo, lugar que conoce bien, y que ha estudiado en tÃtulos como Democrà cia i murs. Noves articulacions de l’espai públic (CCCB, Breus, 2008) y Espacio, segregación y arte urbano en Brasil (Katz, 2010).
Preguntada por Carrera, Caldeira ha explicado que el término “Sur Globalâ€, en realidad, es poco preciso, pero que nace para hablar del post-desarrollo, y dejar atrás, asÃ, expresiones como “Tercer Mundoâ€. Ciudades como São Paulo, Delhi, Yakarta o Johannesburgo padecen, con sus particularidades, la herencia de un pasado colonialista y problemas severos de desigualdad. Sin embargo, no es eso lo que define su conexión. Para la antropóloga, hay tres caracterÃsticas especÃficas que explican lo que tienen en común estas ciudades. En primer lugar, que sus periferias han sido construidas “literalmente†por sus residentes. La autoconstrucción, además, se ha realizado en la mayorÃa de los casos bajo una ambigua legalidad, más allá de la proyección oficial, pero sin caer en la ilegalidad, y con una concepción urbanÃstica “transversalâ€. Por último, y a consecuencia de lo anterior, en esos barrios del Sur Global los vecinos son agentes polÃticamente muy implicados con el espacio que habitan, ya que muchas veces han levantado de la nada.
Por ello, para Teresa Caldeira, la periferia no es solo un territorio de exclusión social, sino un lugar de permanente politización. Pero el cambio en la manera de vivir allà es cada vez más evidente. “La generación que construyó las periferias, en los años setenta, se centró en el espacio que habitaban. Las nuevas generaciones, por el contrario, reclaman poder moverse con libertad por su ciudadâ€. De hecho, la antropóloga suele citar un grafiti (“La ciudad solo existe para quienes pueden moverse en ellaâ€) que muestra muy bien esa concepción de los jóvenes brasileños, que utilizan estrategias creativas como el pichação, el rap, el break dance, el skateboarding o el parkour para desplazarse y conquistar el centro que, antes, era inaccesible si no era para ir y volver del trabajo.
“En los años setenta, todo el mundo que vivÃa en la periferia era un obreroâ€, apunta Caldeira. Ahora la mayor formación, aunque no sea de una calidad excelente, y el uso de la tecnologÃa, ha permitido ampliar el abanico profesional de muchos de sus habitantes. Es especialmente significativo, explica, el papel de las mujeres, que han protagonizado una “revolución silenciosa†que les ha permitido hacer otros trabajos, más allá del doméstico, e inventar nuevas formas de convivencia. El sesenta por ciento de ellas, sostiene la antropóloga, no viven con los padres de sus hijos, y muchas familias monoparentales se han juntado para alquilar pisos juntas.
Con estos elementos en común —transitoriedad y movilidad—, la pandemia ha hecho florecer muchas otras problemáticas que padecen los barrios del Sur Global. Y es que Caldeira nos recuerda que la COVID-19 “no es la única emergencia que afrontan las periferias†ya que la situación sanitaria se suma a los gravÃsimos déficits causados por los desahucios —y para comprobarlo no hace falta ir muy lejos— o las constantes inundaciones de muchos de estos territorios. Pero el coronavirus ha enseñado a los más jóvenes la importancia de la autoorganización. En algunas de las favelas de Brasil han conseguido tener un ratio de contagio mucho menor que en otros lugares ya que, mediante el apoyo mutuo, han consolidado, sin la ayuda del Estado, sistemas alternativos de identificación y aislamiento de los casos positivos.
“La pandemia ha puesto en la agenda global el ingreso mÃnimo vitalâ€, nos recuerda Teresa Caldeira, algo que ha tenido que defender, en cierta medida, incluso Trump o Bolsonaro. Sin un sistema público de salud, y sin unos ingresos mÃnimos garantizados para subsistir, cualquier paÃs está al borde del colapso.
Del auge y la popularidad de Bolsonaro —incluso después de su negacionismo con el coronavirus— también ha hablado la antropóloga. Además de “la situación dramática del Amazonasâ€, el lÃder brasileño ha sabido aprovechar la falta de perspectivas de algunos de estos barrios —que muchos de sus habitantes tengan mejor formación no se ha traducido inmediatamente en empleos remunerados dignamente— para alimentar el machismo, la violencia, y la propagación de las noticias falsas.
Si una generación supo inventarse ciudades donde solo habÃa barro, y lo hicieron aprovechando los vacÃos legales —la autoconstrucción fue muy importante, también, en Barcelona—, los habitantes actuales del Sur Global buscan dejar su huella en una ciudad que demasiadas veces ha funcionado como motor de segregación. El espacio público siempre ha sido —y después del COVID-19 lo será más— un lugar de conflicto. En cada herida, en cada cicatriz, hay un fragmento de potencial vida en común. La antropologÃa nos ayuda a conectar esos focos de una elipse demasiadas veces oculta.