Parque nacional Biscanyie (Florida) | Foto: WikiMedia Commons

Los océanos de la cotidianidad

/
Parque nacional Biscanyie (Florida) | Foto: WikiMedia Commons

Es posible que Buckminster Fuller, grande entre los grandes, no fuera el primero en hacer la siguiente observación, pero al menos es reconocido como una de las primeras personas de genio que la hizo famosa: nuestro lenguaje coloquial es un substituto pobre para las verdades científicas. Puesto de otro modo, y muy al ejemplo más conocido en su caso, Bucky, como le llamaban sus amigos, detestaba la palabra inglesa sunrise. Nuestro equivalente, amanecer, estaba libre de su furia, pero no corrían la misma suerte el alemán Sonnenaufgang, el sueco Soluppgång o el danés Solopgang, todos ellos vocablos que dan a entender que el sol sube y cruza nuestros cielos, asunto que en términos estrictamente astronómicos no ocurre. Se trata de una mera ilusión óptica, producto de nuestra posición en apariencia estática con respecto al cosmos, una ilusión pre-copérnica que se refleja muy bien en la etimología del amanecer en diversas lenguas germanas. Es posible que ocurra lo mismo en otras tantas.

Fuller, que siempre tuvo una solución a los problemas, sugirió sustituir sunrise por sunsight, que sería algo así como visión, o vista, del sol, pero por fortuna ninguna academia de la lengua inglesa le hizo caso. Es posible imaginarle utilizando la nueva palabra en conversación con familiares y amigos. Sus razones tenía: para él, un uso ingenuo de la lengua que no estuviera respaldado por el más moderno conocimiento científico atrofiaba la intuición. Buen punto, pero al igual que otras tantas ideas sobre la intuición, difícil de probar en laboratorio.

Hermida Editores

Mircea Eliade, contemporáneo suyo al que nunca conoció, hubiera opinado que el de Fuller era el caso de un pensador que conoce mucho sobre los asuntos que hacen mover al mundo, pero que no ha sido capaz de comprender las pequeñas sutilezas. Es una sentencia que parece paradójica, pero no lo es; montañas de conocimiento no necesariamente llevan a la sabiduría. Para él, el peso que una palabra como sunrise tiene en la cultura y alma anglosajona hubiera superado en mucho a cualquier beneficio que una palabra más técnica y acertada, como sunsight, hubiera traído. Al final, las posturas de ambos, y de cualquiera de nosotros, son más reflejo de la sensibilidad propia que de verdades objetivas, pero dan buena fe del carácter de la persona que habla. Mientras que el americano se inclinó por la física y las matemáticas, el rumano se decidió por la filosofía y la historia de las religiones.

De juventud controvertida y vejez llena de rumores, la carrera de Eliade le llevó a ser un políglota con un conocimiento muy amplio en muchos saberes. Desarrolló ideas que hoy son importantes en los estudios del folclore y la religión, se codeó con algunos de los escritores, científicos y filósofos más relevantes de su día, a varios de los cuales conoció a nivel personal, y concluyó que muchos eran más bien comunes y corrientes, como cualquier otra persona. Ya en 1934, con apenas 27 años, puso algunas de estas opiniones por escrito en Oceanografía, una colección de ensayos que en 2020 aparecen por primera vez en nuestra lengua, gracias a Hermida Editores.

En su prólogo, Eliade la presenta como una colección de textos enfocados a la comprensión, no al pensamiento. Su punto bien podría ser una crítica aplicada a cierta forma de la intelectualidad enciclopédica como también al sistema educativo más tradicional al que algunos estuvimos expuestos: se acumulan datos, principios, fórmulas y números, pero el espíritu inquisitivo recibe poco cuidado y escaso cultivo. La tesis es directa: existe un peligro en la banalización de la vida como algo meramente computable, reduciéndola así a una colección de hechos, fenómenos y costumbres. Publicada por aquellos tiempos en los que grandes desarrollos en las ciencias presagiaban cambios con repercusiones importantes en la percepción de la realidad (tan solo cinco años antes la expansión del Universo había sido observada y anunciada por Edwin Hubble), estos ensayos se enfocan en cuestiones en apariencia más mundanas, carentes del brillo de los misterios naturales, pero de mucha mayor inmediatez para el individuo. «Hay a nuestro alrededor personas que entienden muchísimas cosas», escribe, «pero nunca se han preguntado por qué viven, por qué aceptan los criterios éticos de toda la sociedad, por qué huyen de la sinceridad o por qué soportan día tras día una existencia que podría ser mejor».

La selección va desde cuestiones de supuesta poca relevancia, como la incomodidad en el vestir, hasta más perenes, como la importancia de la amistad y las razones de la alegría. Aquí hay una sensación muy presente de cotidianidad que informa incluso a los ensayos de corte más trascendente. Así ocurre con De cierto sentimiento de la muerte, en el que recupera la importancia de los sentires más sencillos y populares acerca de nuestra finitud, en lugar de celebrar las perspicacias de científicos y filósofos que pregonan desde la comodidad de sus sillones. También pasa lo mismo con Del milagro y el azar, que seculariza las intervenciones de lo divino como la llana y simple suerte, buena y mala, con la que nos topamos cada día.

Intelectual como era, con su porte de profesor sabio, de pipa y gafas gruesas, con todo eso y más, Eliade tenía poca paciencia con las arrogancias de los académicos y los modelos de pensamiento grandilocuentes que intentan reducir la realidad a unas pocas palabras o principios. Los mal llamados géneros menores, o populares, de la Literatura eran de su completo agrado, como lo muestra en La novela policiaca, donde la defiende como una lectura más propia de gente honesta y sacrificada, libre de pomposidades y complicaciones psicológicas, dado que, como escribe en otro ensayo, «la psicología es a menudo la losa sepulcral del novelista». Fue amigo de Emil Cioran, con quien compartió cierto gusto por lo sombrío, pues aseguraba que la decepción y la tragedia personal, el sentimiento de frustración por las maneras del mundo, son indicadores claros de que no se ha perdido aún la fe en el triunfo de la vida. «Quiero decir que los que hablan y escriben sobre la agonía, la desesperanza y la muerte», asegura, «no han alcanzado las últimas cimas. De lo contrario, no tendrían ni fuerza ni ganas de gritar su desesperanza».

Esta última observación es la más importante en Oceanografía, o por lo menos una de las más relevantes. Los alemanes tienen una palabra, weltschmerz, con cual describir el sentimiento de total agonía por la discrepancia entre los ideales propios y las crueldades que nos rodean y contra las que somos incapaces de actuar. Tenemos weltschmerz cuando caemos en cuenta, realmente caemos en cuenta, de que hay una crisis humanitaria que los medios rebajan a unas líneas en el noticiario, o cuando gente enterrada viva por jihadistas o descabezada por narcotraficantes son espectáculos transmitidos por video que se comentan con unos cuantos tweets. No tiene traducción a nuestra lengua, pero sería algo así como “dolor/sufrir por el mundo”, y, para bien o para mal, es un sentimiento al que solo muy de vez en cuando tenemos acceso. Prueba de ello es su uso mínimo en el hablar diario de los alemanes. Pero está ahí y es imposible de negar, y aunque la postura de Eliade podría acusarse de simple optimismo joven, pues no hay que olvidar que aún no cumplía los 30 años cuando este libro se publicó, eso no niega que tenga rastros de veracidad. A todos nos ha pasado alguna vez: solo cuando comemos y dormimos con la total decepción dejamos de luchar por lo que antes nos importaba.

En las primeras páginas de Oceanografía Eliade explica las razones tras el título, haciendo referencia a un ensayo anterior con el mismo nombre: la oscura profundidad que envuelve la actividad diaria a la que damos poca nota y de la que ignoramos casi todo, prefiriendo, en cambio, actuar por medio de automatismos. Lo más curioso es que se trata de una de sus primeras publicaciones ensayísticas. Su obra futura fue más focalizada, alejada de lo cotidiano a favor de lo sacro y lo cósmico. También fue novelista de corte autobiográfico, marcado de nostalgias y epifanías. La lista de sus publicaciones es extensa, difícil de abarcar, y muchas aún sin traducir. De todas maneras, siempre es bueno tener un poco de su mente al alcance.

Aunque cada quien es libre de tomar Oceanografía como le plazca, lo más recomendable es hacerlo con tiempo. Aunque corto, no es un libro que se deba leer como cualquiera, de principio a fin durante un fin de semana. Mejor absorver uno o dos ensayos y dejar que hagan su magia antes de continuar. El catálogo de Hermida Editores es magnífico, pero este es el único título de Mircea Eliade con el que cuentan. Al menos por el momento. Puede ser que vengan más publicaciones por el camino. La traducción quedó a cargo de Joaquín Garrigos y hay que agradecerle tan buena labor. Difícil debe ser trabajar las palabras originales de una personalidad privilegiada como fue la de aquel gran rumano.

Antonio Tamez-Elizondo

J. Antonio Tamez-Elizondo (Monterrey, 1982) es arquitecto, Máster en Arquitectura Avanzada y Máster en Creación Literaria. Su libro de cuentos 'Historias naturales' ganó X Certamen Internacional de Literatura 'Sor Juana Inés de la Cruz', 2018.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Viaje a una nueva vida y a un sueño pasado

Next Story

Caldeira: «La COVID no es la única emergencia en las periferias»

Latest from Críticas

La memoria cercana

En 'La estratagema', Miguel Herráez construye una trama de intriga que une las dictaduras española y

Adiós por ahora

Eterna cadencia publica 'Sopa de ciruela', volumen que recupera los escritos personales de Katherine Mansfield