Hay toda una filosofÃa del caminar. El caminar nos descodifica, burla el autómata en el que todos, de una manera u otra, nos hemos convertido. Hay que perderse, deshacer rutas establecidas, para que la intemperie nos explique su propio relato. Parece que el invierno sea el territorio más inhóspito para ello y, sin embargo, es allà donde la Naturaleza se expresa sin adornos, disparando directamente a un lugar que habÃamos olvidado. Eso es lo que Henry David Thoreau (Massachusetts, 1817-1862), el gran “inspector de ventiscas y diluviosâ€, descubre cuando, en 1845, se refugia durante dos años en una cabaña perdida en el bosque. Nacerá de esa experiencia su libro más recordado, Walden, pero Errata Naturae recuperó dos bellos textos menos conocidos, Un paseo invernal y Caminar, que nos invitan a ese cruce en el que la literatura y agua se encuentran de nuevo.
Thoreau es, sin duda, uno de los grandes pioneros de la ética ambientalista. En su obra la ecologÃa no es una pancarta ni un emblema, sino una forma de reconexión con las esencias y, por lo tanto, con el propio lenguaje. La pregunta que nos hace es, pues, fundacional:
-¿Dónde está la literatura que da lenguaje a la Naturaleza? SerÃa obra de un poeta capaz de poner vientos y arroyos a su servicio, de hacerlos hablar para él; capaz de fijar las palabras a su sentido primitivo.
Es un lenguaje, nos dirá, capaz de excavar las palabras y de “trasplantarlas a su página con la tierra adherida aún a las raÃcesâ€, palabras verdaderas, «frescasâ€. Caminar el frÃo es caminar hacia la primavera, sobre todo espiritual, que está por llegar. La intemperie se convierte, entonces, en un lugar de búsqueda y reencuentro, donde escuchar de otro modo el latido de la existencia. El escritor y pensador considera que el ser humano es el complemento de las estaciones, y durante el invierno aloja el verano en su corazón.
-En la naturaleza hay un fuego subterráneo y somnoliento que nunca se extingue. –apunta en su ensayo.
La corriente de un rÃo, para Thoreau, es el sendero para aquellos que se buscan a sà mismos. Por eso, insistirá en que, aunque el invierno está representado en el almanaque como un anciano que arrastra su capa frente al viento y el granizo, “deberÃamos imaginarlo más bien como un alegre leñador, joven y de sangre calienteâ€.
Es la nieve y las bajas temperaturas las que, paradójicamente, nos recuerdan que también hay un refugio cálido en nuestro interior. Caminar no es fuga. Uno camina como respira. El cuerpo se hace consciente de sus pulsaciones, y la mente vuelve a convertirse en mirada. No hay destino sino distancia. No hay camino, ya nos decÃa Machado, se hace camino al andar.
Lo salvaje no es una visión utópica de lo que pudo haber sido y nunca será. Thoreau, que siempre se opuso al autoritarismo, observa otras jerarquÃas. La belleza no es un ideal impuesto, sino esa literatura del agua y la naturaleza que no necesita ni vallas ni muros de contención. El párrafo brota. La metáfora es constatación más que artificio. El jardÃn nunca podrá ser un bosque porque se nota demasiado su domesticación.
-Cuando quiero relajarme, busco el bosque más oscuro, o el pantano que, a ojos de mis conciudadanos, resulta más impenetrable y lúgubre. Camino por allà como por un lugar sagrado, un sancta sanctorum. El bosque intocado recubre el mantillo y una misma tierra es buena para el hombre y para los árboles.
Bosques y pantanos que no son un monumento, sino una invitación al diálogo propio. Thoreau sabe que detrás del frÃo hay un sol, un despertar, una luz, concluye, como la que vemos en la otra orilla del rÃo. Una palabra nuestra, de nadie, de todos. Una palabra, sin dueño, que camina el invierno.
Este artÃculo pertenece a Agua y Cultura, sección patrocinada por la Fundación Aquae.