Muchos guiones cinematográficos surgen de la adaptación de obras literarias; otros, en cambio, se constituyen en sà mismos como tales pues tanto su calidad como su técnica igualan a estas; es el caso de Un cuento chino, comedia dramática que presenta una historia de esquema aparentemente sencillo pero con un guion exquisito y muy bien articulado que, sin ser extraordinario, presenta una factura excelente y original mostrando en cada momento lo justo y necesario para seguir la trama y entender los conflictos que subyacen a los actos de los personajes, aportando pistas y detalles que se van resolviendo a medida que avanza el argumento.
Inspirado en una noticia aparecida en el diario Komsomolskaja Prawda en el 2007, el director y guionista argentino Sebastián Borensztein construye una historia tan entrañable, dura, auténtica y absurda, como disparatada resulta la crónica de los sucesos reales:
(Moscú. Reuter).- Creer o no creer. Ese fue el dilema que se les presentó a los tripulantes de una lancha patrullera rusa al rescatar a los naúfragos de un pesquero japonés: «Una vaca cayó del cielo y nos hundió el pesquero», intentaron explicar los marinos en desgracia al ser rescatados. Ante la duda, los rusos decidieron detenerlos.
La historia llegó a ser publicada en una pequeña sección de noticias insólitas e hizo reÃr a miles de moscovitas. Pero con el tiempo se descubrió que el cuento de los pobres náufragos japoneses era real.
«Miembros de las fuerzas armadas rusas robaron un par de vacas y se las llevaron en un avión. Pero durante el vuelo las vacas se descontrolaron y ante la posibilidad de un accidente aéreo la tripulación se vio forzada a tirarlas al vacÃo», dice el diario alemán citando el informe de la Embajada. «Con tanta mala suerte -continúa- que una de las vacas cayó sobre el pesquero japonés y lo mandó al fondo del mar».
Borensztein utiliza este curioso y grotesco suceso como punto de partida de su historia, si bien el barco hundido no es un pesquero japonés en altamar sino una pequeña barquita que se desliza suavemente por las cristalinas aguas de un paradisiaco lago chino en el que un joven está a punto de pedir matrimonio a su novia, la cual muere súbitamente por el absurdo impacto de una vaca caÃda del cielo antes de que el enamorado pueda ofrecerle el anillo de compromiso. Este ridÃculo y trágico hecho –un auténtico cuento chino- acaba con los sueños de Yun.
Tras el impacto, que por otro lado no logra arrancar la carcajada por el trasfondo trágico que encierra, y sin tiempo para reaccionar, el espectador asiste desconcertado a un radical cambio de ambiente en tanto que se le sitúa en una rancia y triste ferreterÃa de la ciudad de Buenos Aires donde trabaja Roberto, el segundo protagonista, y en cuya trastienda habita.
Roberto es un ser introvertido, huraño, solitario y maniático que vive sumergido en su rutina, tratando de evitar cualquier contacto con otro ser humano, especialmente aquellos que lo buscan como es el caso de Mari, enamorada de él en secreto desde hace tiempo; veterano de la guerra de las Malvinas, cuyo trauma arrastra y sobrelleva como puede, vive alejado de cualquier placer fÃsico dedicado únicamente a coleccionar de forma casi obsesiva, por un lado, figuritas de cristal que guarda cual tesoro en una vitrina y, por otro, noticias de prensa reales y extraordinarias que recorta y coloca cuidadosamente en un álbum; amante de los aviones –no gratuitamente un avión es el origen del conflicto- cada domingo abandona el barrio en su viejo automóvil para dirigirse a las inmediaciones del aeropuerto donde, al borde de la carretera, tras las vallas de protección, despliega su silla playera y observa durante horas cómo se elevan en el cielo estos pájaros de metal.
Y es durante uno de esos domingos, mientras contempla el ir y venir de los aviones, cuando divisa un taxi al otro lado de la carretera del que es arrojado –al igual que lo fueron las vacas- un chino y, tal como aconteció en el cuento también, este suceso atÃpico va a transformar su monótona existencia para siempre.
Pese a las rarezas que configuran su carácter retraÃdo y hosco Roberto es incapaz de olvidar su condición humana y abandonar a su suerte este individuo que ha llegado a su lado como caÃdo del cielo y que se halla solo en un paÃs extraño sin saber -pronto se dará cuenta de ello- ni una palabra de español; asà pues, lo recoge en su casa y trata de ayudarle a encontrar a su única familia en Argentina (un tÃo cuya dirección lleva tatuada en un brazo); no obstante, la situación supera el aguante del ferretero y en varias ocasiones trata de librarse de Yun sin éxito pues su conciencia moral y su sentido de la solidaridad hacen que le sea imposible desentenderse de él sin asegurarse de que estará bien.
El vÃnculo entre ambos se va consolidando a medida que pasan los dÃas, cada uno encuentra su lugar y se va descubriendo a sàmismo a través de la observación y el conocimiento del otro. El efecto que el intercambio genera, especialmente en Roberto, se pone de manifiesto en un episodio repleto de simbolismo: Yun, involuntariamente, hace caer la vitrina en la que se encuentran colocadas todas las figuritas de cristal y porcelana que comenzara a coleccionar la madre de Roberto y que el hijo ha ido completando con mimo y devoción, haciendo añicos el trabajo de tantos años y uno de los elementos claves que dan sentido a su vida. AsÃ, el chino es también el causante involuntario de la profunda brecha que comienza a abrirse en la ordenada, aislada y metódica vida de Roberto que se irá haciendo más y más profunda hasta romper todos sus esquemas sin ninguna posibilidad de recomposición: sus costumbres, sus relaciones, su forma de entender la vida y su visión de futuro sufren un cambio cuyo eje principal será el convencimiento de que el ser humano no está hecho para vivir en soledad sino en sociedad y que ante los vaivenes y las absurdas y difÃciles situaciones que nos ofrece la vida es mejor estar acompañado.
El periodo de convivencia de Yun y Roberto, junto al contrapunto optimista y vital de Mari, conforman una historia que bajo la aparente sencillez esconde una enorme complejidad en lo que respecta a lo que pretende trasmitir y que va más allá del manido humor que propicia el enfrentar a dos personajes de todo punto opuestos que no se entienden pero están condenados a hacerlo; el patente choque de culturas es, en fin, sólo una frase pues los protagonistas tienen mucho más en común de lo que en un principio pudiera parecer –soledad, aislamiento, incomunicación- y el temperamento oriental caracterizado por la interiorización de sentimientos es similar a la actitud del protagonista que, por circunstancias diferentes,  mantiene su mundo interior a salvo de miradas indiscretas-. Para ambos, por caprichos del destino, la vida dará un giro radical tras el incidente de la vaca.
Borensztein utiliza con maestrÃa el contraste para decir lo que quiere, sin estridencias y sin buscar la risa fácil, presentando una historia en la que se suceden situaciones complicadas en clave de humor pero en las que el espectador no deja de percibir un tono, en el fondo, trágico.
Una historia preciosa, conmovedora, sencilla y compleja al mismo tiempo, entrañable y humana, de sentimientos nobles y sabor agridulce, pero con final feliz; más importante por lo que insinúa que por lo que presenta, esconde alusiones a situaciones y conflictos de la vida y la sociedad actual.
Un cuento chino es, en fin, una fábula magnÃficamente escrita sobre la soledad, la incomunicación y el desamparo que se materializa en una cinta impecable llevada a la pantalla de forma magistral por unos actores –Ricardo DarÃn, Ignacio Huang y Muriel Santa Ana- que saben trasmitir con gestos exactos toda la profundidad, complejidad y contradicciones del alma humana.
Alejandra Crespo MartÃnez