«Un poco de azul en el paisaje», de Pierre Bergounioux

Un poco de azul en el paisaje. Pierre Bergounioux
Traducción de David Stacey
Editorial Minúscula (Barcelona, 2011)

No es la primera vez que se menciona en estas páginas la publicación en castellano de un libro de Pierre Bergounioux. No podemos más que felicitarnos por el hecho de que pequeñas editoriales independientes, Días Contados con La huella, la propia Minúscula con Una habitación en Holanda y Alfabia con B-17G, se hayan decidido a traducir y editar al francés, autor de una vasta obra narrativa de cariz inequívocamente francés por sus temas pero con indiscutible vocación de europeirad, un escritor que se resiste al encasillamiento reconocido con algunos de los premios menos mediáticos pero no por ello, o precisamente por ello, menos relevantes cuando es de la calidad literaria de lo que se trata.

Pierre Bergounioux (Foto: Éditions Verdier)

Hay escritores cuya producción literaria descansa más en lo que antiguamente, antes de los excesos sectarios de la crítica de la segunda mitad del siglo XX, se llamaba «forma» que en el «fondo»; es decir, más en la manera en que se articula su discurso que en el contenido de aquello que se cuenta. Brive-la-Gaillarde, y por extensión el departamento de la Corrèze, en la región francesa del Limousin, es el microcosmos geográfico donde Pierre Bergounioux sitúa gran parte de su producción narrativa, confiriéndole no sólo el estatuto de lugar sino incluso en el protagonista.

Un poco de azul en el paisaje (Un peu de bleu dans le paysage, 2001) es un retablo compuesto por ocho cuadros, más sugerentes, característica intrínseca de la obra del francés, que exhaustivos, en los que Bergounioux explora el territorio geográfico de la Corrèze a través de lo que la memoria ha impreso en cada lugar y la forma en que su recuerdo lleva al origen.

Se puede viajar al pasado subiéndose al carro de la nostalgia, pero no solamente la del alma sino también la del paisaje que nos hizo tal como somos mediante un lento pero irreductible proceso de modelaje, precisamente porque ese territorio físico era tal como era y nos imprimió un carácter cuyos rasgos nos acompañarán para siempre.

«La infancia es un misterio, y doblemente cuando en universo que uno descubre es aquel agrario, cerrado, milenario, que ha subsistido al margen del movimiento, del intercambio, de la modernidad hasta la mitad de este siglo y un poco más, a veces, según el lugar».

La crueldad de la tierra y la precariedad de la existencia no dejan lugar a las expansiones emocionales ni a los sentimientos:

«Me parece que mi alma, o lo que hace las veces de ella, si se me permitiera examinarla fuera, en el suelo, sobre una mesa de cocina, se parecería en más pequeño, en mucho menos extenso, consistente, duradero, a la depresión de basta arenisca, marrón ocre o blanco sucio, de una media legua de diámetro, donde fue arrojada para empezar».

El pasado irrecuperable sería pues, según Bergounioux, un territorio vedado, sólo abre sus puertas a la memoria y únicamente se puede experimentar en los sueños.

¿Dónde se halla pues ese pasado? En diversos aunque concretos lugares de la geografía física, pero también en la configuración moral del individuo, cuya composición nos revela esa arqueología del espíritu que es la escritura: en la infancia, el período de descubrimiento y exploración de los parajes recónditos, cuya magnitud sobrepasa las fronteras de la comprensión; en los territorios aislados con sus habitantes endémicos, resultado de incontables endogamias fruto del aislamiento; en el paso de la concepción del tiempo como magnitud inamovible e inmensurable a inquieta corriente que se cobra sus víctimas; en el descubrimiento del otro en esos emigrantes expulsados de su lugar de origen por conflictos cuya distancia los hace legendarios; en los amigos de la adolescencia con quienes compartir

«… la idea de que el universo era un hemisferio hueco, achatado, ocre y granuloso de un kilómetro aproximadamente de radio, cuya circunferencia agotaba toda expectativa, sustancia y posibilidad»;

en las primeras transgresiones que supone llevar a cabo esas conductas que se creía exclusivamente reservadas a los adultos; y en la pasión que representan las necrópolis sobre las que se asientan los cimientos de las casonas desoladas, testimonios de tiempos más gloriosos.

«Sólo se es una vez. No se cambia fácilmente el carácter. Hay un privilegio del origen, un sortilegio, también. La fe nueva, intacta, que uno trae al nacer confiere a las primeras cosas un definitivo ascendente. Ya podrán, más adelante, componer otros rostros, sólo uno tendrá nuestra aprobación: el que les vimos cuando llegamos».

¿Posibles vías de escape? Pocas, porque ni el empeño ni la voluntad pueden borrar las huellas del tiempo, pero siempre queda la lectura, que nos duplica en dos seres separados, el que experimenta con la vida y el que se recrea en lo que lee:

«Un libro de verdad afecta en mayor o menor grado a lo que pensamos y, por lo tanto, a lo que somos. Cambia, en cierta medida, el mundo que consiste, en parte, en la idea que tenemos de él, ya lo adorne y agrande, ya consuma su ruina […]. No conozco libro, cuando ha importado, que no haya hecho temblar el suelo de la existencia, dislocado la visión pobre, burda, que yo tomaba, antes de que la quebrantara, por la realidad».

Uno de los grandes escritores europeos disimulado por un aparentemente sencillo envoltorio, Pierre Bergounioux. No se lo pierdan. Por favor.

Joan Flores Constans
http://jediscequejensens.blogspot.com

Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

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