Una oración por los que mueren. Stewart O’Nan
Traducción de Javier Fernández Córdoba
La FactorÃa de Ideas (Madrid, 2009)
Salvo que hablemos de los clásicos de referencia, el género de terror no suele ser abordado por la crÃtica. PodrÃa entenderse como un rechazo a una literatura que ha desembocado en entretenimiento. También se podrÃa realizar un discurso peyorativo sobre la banalización de la que ha hecho alarde el cine, dañando (y mucho) el prestigio que muchos firmas dedicadas al susto y a la grima habÃan cosechado durante los ’70, dando esplendor a una maquinaria que, bien engrasada, puede resultar maravillosa. Si se repasan las emociones que puede despertar un relato, la del terror es, quizás, la más compleja de crear. Hay que tener mucho talento y gracia para hacer reir, mucha sensibilidad para hacer llorar. Mas, para hacer que no se pueda dormir por las noches y atrapar al lector hasta el punto de que no tenga claro si pasar la página o esconder el libro en un cajón por miedo a ser devorado por la historia, hay que tener mucha mala uva y, por encima de todo, conocer el mecanismo que genera el aumento de adrenalina y hacer florecer el espanto. «El horror. El horror», como decÃa aquel.
Por sus peculiares caracterÃsticas y por la escasa difusión que se les hace en los medios, resulta complejo acertar al escoger un libro de terror para leer. Pero cuando das con uno estupendo, no puedes hacer otra cosa más que recomendarlo. Una oración por los que mueren es de estos últimos. No se trata de un libro de asesinatos sanguinarios, ni de destripamientos, ni de adolescentes que pasan un fin de semana en el lago y acaban formando parte, con sus restos enterrados, del plan de conservación de la reserva natural de ICONA. El terror del que trata es espiritual, medioambiental, atmosférico.
Jacob Hansen es el protagonista del relato, ambientado a los pocos años de finalizada la guerra civil norteamericana, que bebe de las fuentes del western y de otras muchas, como veremos enseguida. Sheriff, enterrador y diácono de un pueblo, Amistad, que tiene toda la pinta de convertirse en un pueblo fantasma debido a una epidemia (difteria, según se dice al principio, no entro en detalles) que se está llevando por delante a todos sus habitantes. Y claro, Jacob debe hacer frente a la situación, intentando que no cunda el pánico y protegiendo a su familia (la adorable esposa Marta y la pequeña Amelia, su hija).
O’Nan conoce el juego como pocos, fruto de su experiencia, que le llevó a co-escribir un libro sobre beisbol junto a Stephen King y a firmar multitud de relatos (¡qué bien se lleva el género con la narración breve y cuantos escritores deberÃan ejercitarse en ello!). El plantel de retratos psicológicos son caracterÃsticos en este tipo de historias en las que el espacio fÃsico tiene tanta importancia como los personajes que en él habitan; la tensión, sutil, no decae (a eso ayuda el que el autor no se entretiene y comienza directamente con el brote asesino, sin presentaciones banales ni descripciones para situar al lector, a quien no le hace falta tanta floritura-) y el efecto es sobrecogedor: de la sencillez nace la complejidad que nos arrastra hasta las últimas páginas.
O’Nan escribe, pero también lee. Y mucho. Jacob Hansen serÃa una versión más humana (y no digo nada más) de Nick Corey, el sheriff protagonista de 1280 almas, la famosa novela de Jim Thompson, a quien tanto se le debe; Albert Camus permanece en la sombra del relato, asintiendo con la cabeza cuando rememoramos La peste; y no olvidemos al autor que podrÃa estar detrás de O’Nan chivándole algunos detalles sobre el ambiente opresivo, la represión religiosa y el efecto de ambos en los personajes: Cormac McCarthy, quien hace un camino paralelo en su obra La carretera. Ni a King, por supuesto. Nunca falta a la hora de pasar lista.
Citar referentes, en este caso, no es baladÃ, ni le quita valor a Una oración por los que mueren. Son fuentes de las que bebe O’Nan para componer la sinfonÃa del horror por la que se mueve este nuevo antihéroe, Jacob Hansen, a quien maneja su creador con maestrÃa y talento; no en vano el libro está escrito en segunda persona, para que entendamos que quien tiene el control del personaje y, por ello también, de los lectores, es él y no otro. Por eso no os extrañe veros pasar las páginas contra vuestra voluntad hasta llegar al final de la novela. Es el efecto que produce un buen narrador de historias. «El horror». Pero el de verdad.
José A. Muñoz