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Tres veranos

Periférica publica el clásico de las letras griegas de Margarita Liberaki admirado por Albert Camus | Foto: Flickr Commons

Que el verano ha ejercido una fascinación singular en el imaginario literario occidental lo constata la cantidad de grandes clásicos del siglo XX que abordan el tema. Obras como Muerte en Venecia de Thomas Mann, El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, Al faro de Virginia Woolf o En busca del tiempo perdido de Marcel Proust meditan, en parte, acerca del influjo que el verano tiene sobre nosotros. El despertar sexual, el nacimiento del amor, el estallido de la naturaleza, la porosidad entre espacios interiores y exteriores y el discurrir del tiempo son algunos de los temas recurrentes en estas novelas. Es quizá A la sombra de las muchachas en flor, la segunda parte de la heptalogía de Proust —la que transcurre en el balneario de Balbec—, la novela con la que mayor afinidad guarda Tres veranos (Periférica, 2022) de Margarita Liberaki, que ahora podemos leer en español gracias a la magnífica traducción del griego de Laura Salas Rodríguez. Al igual que el segundo tomo de En busca del tiempo perdido, Tres veranos, ese otro gran clásico del siglo XX, explora el tema de la adolescencia, los encuentros con la naturaleza y los amores de la primera juventud.

Publicada originalmente en Grecia en 1946 con el título Tres sombreros de paja, la novela tuvo un éxito inmediato de crítica y público. También en Francia, donde se publicó en 1950 tras la recomendación Albert Camus. «El sol ha desaparecido de los libros de hoy —le escribió Camus en una carta a Margarita Liberaki—. Por eso hacen daño en lugar de ayudar a vivir. Usted está entre quienes irradian ese sol. Siento una gran afinidad con Tres veranos». La narración retrata, en el arco de tres veranos, el paso de la adolescencia a la edad adulta de tres hermanas, Caterina, la menor y narradora de la historia, Infanta, una chica distante y encerrada en sí misma, y María, la más aventurera de las tres. Tres hermanas que viven una existencia bucólica, casi idílica, con su familia en una casa de campo a las afueras de Atenas antes de la Segunda Guerra Mundial. A través del recuento de su vida diaria durante esos tres veranos determinantes para su devenir, se describen, con minuciosidad puntillista, los paisajes campestres, los animales de la finca, las ilusiones de los miembros de la familia que habitan la casa, las vicisitudes que les sobrevienen, y los devaneos y desamores de las tres hermanas con un grupo de muchachos que las cortejan.

Periférica

Pero no nos dejemos engañar. Detrás de esa apariencia sutil y dócil, donde parece que nada pasa, se esconde una espléndida y compleja novela sobre la naturaleza ambivalente de las relaciones humanas y los lazos entre las personas y el mundo natural. Es cierto que estamos ante una novela de formación, pero me parece que se trata de la formación de un modo de observar el mundo. Ante nuestros ojos, se construye una mirada, la mirada de Caterina, y el mundo sobre el que se posa es, para ella, un lugar deslumbrante en el que todo está por descubrir. El flujo suave y lento de la prosa nos va reflejando esos descubrimientos —olores, sabores, sonidos, imágenes y sensaciones— donde los movimientos internos del cuerpo encuentran su correspondencia con los objetos y la naturaleza que lo rodean. La polinización de las flores, el vuelo de los pájaros, la ondulación del mar o la caída del sol al atardecer adquieren el mismo peso en sus observaciones que las tensiones sexuales entre dos cuerpos o el parto de una de sus hermanas.

«Quiero poder plasmar el esplendor del mundo cuando el sol, antes de ponerse, cae sobre la hierba, describir lo verde que es la hierba y las cosas bonitas que veo a mi alrededor, pues es una lástima que solo vivan mientras las ven mis ojos».

El paso del tiempo es un personaje tan central en el libro como las tres hermanas. Al concentrar la acción en tres veranos sucesivos, la fuerza del tiempo, la simbiosis entre presencia y ausencia escenificada en las variaciones de un verano a otro —la degradación del amor entre dos personajes o el nacimiento de los sobrinos de la narradora, por poner dos ejemplos— es el eje alrededor del cual gira la trama. Por debajo de los acontecimientos en apariencia insignificantes, como las fiestas de verano, el encuentro azaroso con una persona en un jardín o la decisión de emprender una tarea cualquiera por puro aburrimiento fluye una indagación sobre la forma en que el tiempo va entretejiendo las vidas unas con otras. La impresión que queda es que lo insignificante no existe y que solo con el correr de los años alcanzamos a percibir la dimensión decisiva que esos episodios aparentemente anodinos tuvieron en nuestras vidas.

Tres veranos reúne los atributos de un gran clásico: crea un mundo propio, con una esencia propia y propone una meditación sobre la existencia, sin llegar en ningún momento a conclusiones categóricas. Como todo gran clásico, es un libro que nace de la curiosidad y no de la imposición. Liberaki no quiere aleccionarnos sobre nada, no aspira a tener razón, simplemente se limita a observar el mundo como un acontecimiento y hacer que su prosa lo transforme en presencia. El mundo renace para nosotros como lavado por la mirada limpia de Caterina.

Sin embargo, hundida entre el tejido liviano y colorido de la vida cotidiana de la finca, a lo largo de las páginas se va perfilando una reflexión profunda sobre la libertad individual. Porque Tres veranos, como todo arte auténtico, no trata solo de los problemas de la vida, sino de la vida como problema. La vida en sí misma es un problema, parece insinuarnos Liberaki (quien, de hecho, tras su divorcio decidió cambiar su nombre de Lymberaki a Liberaki para que aludiera a la palabra «libertad»), porque se ubica en un cruce entre la libertad y la sumisión.

«Anoche, como tenía insomnio, me leí un libro entero. Estuve leyendo hasta el amanecer. El libro decía que la mujer tiene dos voluntades opuestas: una quiere liberarse; la otra, someterse (…) En mí no sé: es como si las dos siguieran luchando, como si ninguna de las dos fuera a ganar nunca. De ahí mi preocupación».

Desde el inicio de la novela, Caterina vive fascinada con la figura de su «abuela polaca», que se marchó en busca de su propia libertad con un músico itinerante, abandonando a sus dos hijas pequeñas y a su marido. Me parece que su fascinación surge del hecho que la abuela logró obedecer las leyes de su propia naturaleza y no las leyes impuestas por su sociedad. Hacia el final de la novela aparece otro personaje que despierta las fantasías de libertad de Caterina: Andreas, un espíritu libre, que también decidió vivir según las leyes de su propia naturaleza y que viaja sin rumbo por el mundo.

A medida que los veranos pasan, asistimos a la creciente duda de Caterina sobre su propio destino. ¿Cómo vivir de manera auténtica en un mundo creado por otros? ¿Debería casarse y llevar una vida ordenada y socialmente aceptable como su hermana María o seguir su fuego interior y dar la vuelta al mundo como la abuela polaca o Andreas? La respuesta a esa pregunta sobre cómo vivir según nuestra voluntad dentro de una sociedad cuyas leyes fueron creadas por otros reside en el libro que Caterina decide escribir y que, deducimos, es el que estamos leyendo. Una hermosa novela sobre tres veranos que, parafraseando lo que escribió Albert Camus, irradia el sol que ha desaparecido de tantos libros.

Laury Leite

(Ciudad de México, 1984) es escritor. Ha publicado las novelas En la soledad de un cielo muerto (Ediciones Carena, 2017) y La gran demencia (Huso Editorial, 2020). Su obra ha sido traducida el inglés y al italiano. Vive en Toronto, Canadá. https://www.lauryleite.com/

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