Sobre la longitud ideal de una lectura ya se ha escrito antes, por lo que no vale la pena recordar aquà las diferentes opiniones que muchos otros, sabios e ilusos por igual, nos han hecho escuchar durante años. Lo cierto, y hasta polÃticamente correcto, es decir que hay gustos para todo, que no hay un canon cincelado, y que todo es válido y permito en preferencias literatura. Asà como los hay quienes prefieren la novela jugosa sobre el cuento frugal, los hay como Chejov quienes afirman que la brevedad es la hermana del talento. Pero acordamos no hablar de ninguno de estos personajes.
Eso no impide, para ser medio canallas, aproximar algunas preferencias. Para algunos de nosotros hay un género en particular, ese del terror, que nos resulta más efectivo en pequeñas dosis en lugar del formato en larga duración, algunas veces extendido incluso a saga de varias entregas. Aunque es verdad que existen nombres que han logrado hacer carrera brillante extendiendo el horror a historias largas y complejas, a la mente vienen Stephen King y Clive Barker, también es verdad que un horror que se aparece y se esfuma en unas cuantas páginas trae consigo un efecto psicológico y primal difÃcil, pero no imposible, de mantener con éxito durante el grueso de una novela gruesa. Tal vez tenga que ver cona la naturaleza del miedo, corto y contundente, presente en el momento y vuelto un recuerdo extraño luego de que se desvanece. A menos que tengamos la mala fortuna de nacer en un paÃs en constante asedio por las plagas del hambre, la guerra y la muerte violenta, pocos y cortos serán los verdaderos terrores, los auténticos, a lo largo de nuestras vidas.
Hablar de terrores breves es una manera de acercarse a Ãngel Olgoso (Granada, 1961), aunque quedarnos con eso serÃa traicionar nuestra simpleza. Es lÃcito pensar sobre los asuntos del miedo cuando se habla de Olgoso, pues es una forma primeriza de clasificarlo; una forma para nada exenta de verdad, pues el catálogo de horrores que desfila por sus historias es vasto, barroco. Pero lo acertado serÃa referirse a él más como un soñador de fantasÃas, un dibujante de pequeñas grotesquerÃas, de miniaturas salidas de un libro iluminado en un medioevo entre los placeres del cielo y las miserias del infierno. Pensar en su Breviario negro (Menoscuarto ediciones 2015) como una colección de joyas crepusculares entre lo divino y lo diabólico, en lugar de una grosera antologÃa de simples espantos, serÃa una manera más acertada de entender el grueso de su trabajo como escritor.
Todo ser humano, y es posible que todo mamÃfero, sueña por las noches. Recordar los detalles de lo ocurrido durante las horas negras, es cambio, es complicado. Es un arte incluso, y hay quienes nunca en sus vidas tendrán idea de cómo son esos paÃses de la mente. Los 41 microcuentos que se encuentran en Breviario negro son parecidos a esos instantes poco después del despertar, escasos para muchos de nosotros, pero siempre valiosos, en los que una imagen de significado simbólico es lo único que queda en pie de un gran sueño, uno que a cada segundo se sumerge más en el olvido. Las de este libro son historias que vienen de un espacio amplio, un poco siniestro, con sus dramas y sus maquinaciones, en los que las acciones bien podrÃan extenderse hasta el cansancio, pero a las que Olgoso dedica tan sólo un par de páginas, algunas veces un poco más, para presentar fragmentos cargados de sugerencia.
Ricas sugerencias, pues estas postales de su imaginación son bocetos hechos al carboncillo en los que su uso docto del lenguaje nunca es pretencioso, sino una vÃa de acceso a una mente sofisticada. AsÃ, en El palacio de las Imaginaciones, se muestra de paso el plano arquitectónico de la vasta tradición literaria y cultural de Occidente; en Linajes, se ve un paisaje medieval, devastado por la peste, en el que el diablo no es más que un bufón abusador; en Las pavesas de la gloria, una batalla iniciada por los caprichos de dos nobles se transforma en una misa fúnebre; en Dramaturgia, algo que no deberÃa ser se cuela en una interpretación teatral del Doctor Faustus, de Christopher Marlowe, y en El pigmento de la creación se da hilo a un supuesto rumor criminal tras la obra del pintor Adolph Menzel, recordando asà eso que escribió Mircea Eliade en El mito del eterno retorno, eso sobre como la mitologÃa popular, el folclore alrededor de los personajes históricos, parece decir más verdades que la verdad misma.
Es difÃcil no pensar en ciertos artistas al leer estos microcuentos, en esos que optaron por otro formato para explorar los mismos lugares que Olgoso describe en letras, pues algunas de estas historias bien podrÃan ser traducciones al papel de lienzos hechos por Monsu Desiderio, Gustave Moreau, Arnold Böcklin, Brueghel el Viejo o El Bosco. No es casualidad que Breviario negro tenga su portada a cargo de Santiago Caruso, quien estuvo en dialogo directo con el propio Olgoso durante su visita a Granada en marzo de este año.
A pesar de su brevedad, y de la tentativa por disfrutarlo todo en poco más de una hora, lo mejor es tomar tiempo en la lectura de Breviario negro; un par de relatos hoy, otros tantos pasado mañana. Olgoso ha sido comparado con Borges y Calvino, pero también podrÃan mencionarse a Schwob y a Garnett en la lista de talentos. También a su contemporáneo inglés, D.F. Lewis, poco o nada conocido en nuestro hemisferio lingüÃstico, por su misma maestrÃa en el microcuento de tintes metafÃsicos, siniestros y onÃricos.
En una entrevista a secretOlivo, Olgoso mencionó como para él, y en extensión para el resto de nosotros, las desgracias de la existencia son la excusa para encontrar respuestas y salidas en el imaginario de los sueños y las palabras. «(C)reo que mi inspiración es lo que el niño deja al hombre, dice: la capacidad de maravillarse, la renovación, la apertura de nuevos caminos, esa mirada sorprendida por la dureza y la locura del mundo».
Locura sin lugar de dudas, pero una sin la cual no se tendrÃa la arcilla con la que se cuecen las buenas historias.