La isla de los muertos | Arnold Böcklin | WikiMedia Commons

Pequeñas oscuridades

/
La isla de los muertos | Arnold Böcklin | WikiMedia Commons

Sobre la longitud ideal de una lectura ya se ha escrito antes, por lo que no vale la pena recordar aquí las diferentes opiniones que muchos otros, sabios e ilusos por igual, nos han hecho escuchar durante años. Lo cierto, y hasta políticamente correcto, es decir que hay gustos para todo, que no hay un canon cincelado, y que todo es válido y permito en preferencias literatura. Así como los hay quienes prefieren la novela jugosa sobre el cuento frugal, los hay como Chejov quienes afirman que la brevedad es la hermana del talento. Pero acordamos no hablar de ninguno de estos personajes.

Eso no impide, para ser medio canallas, aproximar algunas preferencias. Para algunos de nosotros hay un género en particular, ese del terror, que nos resulta más efectivo en pequeñas dosis en lugar del formato en larga duración, algunas veces extendido incluso a saga de varias entregas. Aunque es verdad que existen nombres que han logrado hacer carrera brillante extendiendo el horror a historias largas y complejas, a la mente vienen Stephen King y Clive Barker, también es verdad que un horror que se aparece y se esfuma en unas cuantas páginas trae consigo un efecto psicológico y primal difícil, pero no imposible, de mantener con éxito durante el grueso de una novela gruesa. Tal vez tenga que ver cona la naturaleza del miedo, corto y contundente, presente en el momento y vuelto un recuerdo extraño luego de que se desvanece. A menos que tengamos la mala fortuna de nacer en un país en constante asedio por las plagas del hambre, la guerra y la muerte violenta, pocos y cortos serán los verdaderos terrores, los auténticos, a lo largo de nuestras vidas.

Menoscuarto Ediciones

Hablar de terrores breves es una manera de acercarse a Ángel Olgoso (Granada, 1961), aunque quedarnos con eso sería traicionar nuestra simpleza. Es lícito pensar sobre los asuntos del miedo cuando se habla de Olgoso, pues es una forma primeriza de clasificarlo; una forma para nada exenta de verdad, pues el catálogo de horrores que desfila por sus historias es vasto, barroco. Pero lo acertado sería referirse a él más como un soñador de fantasías, un dibujante de pequeñas grotesquerías, de miniaturas salidas de un libro iluminado en un medioevo entre los placeres del cielo y las miserias del infierno. Pensar en su Breviario negro (Menoscuarto ediciones 2015) como una colección de joyas crepusculares entre lo divino y lo diabólico, en lugar de una grosera antología de simples espantos, sería una manera más acertada de entender el grueso de su trabajo como escritor.

Todo ser humano, y es posible que todo mamífero, sueña por las noches. Recordar los detalles de lo ocurrido durante las horas negras, es cambio, es complicado. Es un arte incluso, y hay quienes nunca en sus vidas tendrán idea de cómo son esos países de la mente. Los 41 microcuentos que se encuentran en Breviario negro son parecidos a esos instantes poco después del despertar, escasos para muchos de nosotros, pero siempre valiosos, en los que una imagen de significado simbólico es lo único que queda en pie de un gran sueño, uno que a cada segundo se sumerge más en el olvido. Las de este libro son historias que vienen de un espacio amplio, un poco siniestro, con sus dramas y sus maquinaciones, en los que las acciones bien podrían extenderse hasta el cansancio, pero a las que Olgoso dedica tan sólo un par de páginas, algunas veces un poco más, para presentar fragmentos cargados de sugerencia.

Ricas sugerencias, pues estas postales de su imaginación son bocetos hechos al carboncillo en los que su uso docto del lenguaje nunca es pretencioso, sino una vía de acceso a una mente sofisticada. Así, en El palacio de las Imaginaciones, se muestra de paso el plano arquitectónico de la vasta tradición literaria y cultural de Occidente; en Linajes, se ve un paisaje medieval, devastado por la peste, en el que el diablo no es más que un bufón abusador; en Las pavesas de la gloria, una batalla iniciada por los caprichos de dos nobles se transforma en una misa fúnebre; en Dramaturgia, algo que no debería ser se cuela en una interpretación teatral del Doctor Faustus, de Christopher Marlowe, y en El pigmento de la creación se da hilo a un supuesto rumor criminal tras la obra del pintor Adolph Menzel, recordando así eso que escribió Mircea Eliade en El mito del eterno retorno, eso sobre como la mitología popular, el folclore alrededor de los personajes históricos, parece decir más verdades que la verdad misma.

Es difícil no pensar en ciertos artistas al leer estos microcuentos, en esos que optaron por otro formato para explorar los mismos lugares que Olgoso describe en letras, pues algunas de estas historias bien podrían ser traducciones al papel de lienzos hechos por Monsu Desiderio, Gustave Moreau, Arnold Böcklin, Brueghel el Viejo o El Bosco. No es casualidad que Breviario negro tenga su portada a cargo de Santiago Caruso, quien estuvo en dialogo directo con el propio Olgoso durante su visita a Granada en marzo de este año.

A pesar de su brevedad, y de la tentativa por disfrutarlo todo en poco más de una hora, lo mejor es tomar tiempo en la lectura de Breviario negro; un par de relatos hoy, otros tantos pasado mañana. Olgoso ha sido comparado con Borges y Calvino, pero también podrían mencionarse a Schwob y a Garnett en la lista de talentos. También a su contemporáneo inglés, D.F. Lewis, poco o nada conocido en nuestro hemisferio lingüístico, por su misma maestría en el microcuento de tintes metafísicos, siniestros y oníricos.

En una entrevista a secretOlivo, Olgoso mencionó como para él, y en extensión para el resto de nosotros, las desgracias de la existencia son la excusa para encontrar respuestas y salidas en el imaginario de los sueños y las palabras. «(C)reo que mi inspiración es lo que el niño deja al hombre, dice: la capacidad de maravillarse, la renovación, la apertura de nuevos caminos, esa mirada sorprendida por la dureza y la locura del mundo».

Locura sin lugar de dudas, pero una sin la cual no se tendría la arcilla con la que se cuecen las buenas historias.

Antonio Tamez-Elizondo

J. Antonio Tamez-Elizondo (Monterrey, 1982) es arquitecto, Máster en Arquitectura Avanzada y Máster en Creación Literaria. Su libro de cuentos 'Historias naturales' ganó X Certamen Internacional de Literatura 'Sor Juana Inés de la Cruz', 2018.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

El sur al desnudo

Next Story

Adulterio

Latest from Críticas

La memoria cercana

En 'La estratagema', Miguel Herráez construye una trama de intriga que une las dictaduras española y

Adiós por ahora

Eterna cadencia publica 'Sopa de ciruela', volumen que recupera los escritos personales de Katherine Mansfield