Vanessa Montfort: «Nueva York absorbe personas y expulsa personajes»

Vanessa Montfort (foto: Luismagerit - Wikipedia)

Si El ingrediente secreto logró sorprender a propios y a extraños con una potente historia que abarca buena parte del siglo XX en Madrid, Mitología de Nueva York, como la primera, publicada por Algaida, ha resultado ser la confirmación de Vanessa Montfort (Barcelona, 1975) como una de las mejores escritoras de su generación. Pasará a la historia, además, por ser la primera «chica Ateneo»: Dos novelas publicadas y, con ambas, ha logrado el reconocimiento del jurado de los Premios Ateneo de Sevilla. En el primer caso, en la categoría «Ateneo Joven» y con este thriller del que hablaremos con ella, el veterano «Ateno».

Ya tenemos aquí la novela. Y ha sido una sorpresa.

¿Recuerdas cuando en Sevilla me preguntaste si la novela era realista y yo te dije «bueeeeno»…? (risas).

Me ha gustado mucho el juego que has desarrollado con Benedict Abbott, el novelista que, además, fue el seudónimo con el que te presentaste al Premio Ateneo, con el personaje de Dan Rogers. Abbott es el protagonista que continuamente hace callar al narrador.

Salió muy deslenguado.

Es como si leyéramos un audiocomentario de la novela.

Pues es una buena metáfora, no se me había ocurrido. Quería contar una historia sobre los límites de la realidad y la fantasía. En especial en estos tiempos que vivimos, en los que tenemos auténticas tentaciones de fabricarnos nuestra propia vida, despegarnos de la realidad imaginando el personaje que queremos ser con el riesgo de que pueda devorarnos en algún momento. Es, sobre todo, la historia de Laura, la pintora. Me pregunté de qué manera podía contarla. Soy adicta a este tipo de películas como La historia interminable, que ya me produjo la herida en su momento, cuando era muy pequeña, o La rosa púrpura del Cairo (es que soy muy unamuniana también). Me encantan esos personajes que se enfrentan al autor, en teatro los hago mucho, hago que rompan la cuarta pared, que salten del escenario y se enfrenten al creador o incluso, sin molestar demasiado, a la platea. Esa pared no sé cómo la llamaríamos en un libro, se trata de que rompiera el papel, saliera y hablara con el lector. No es algo nuevo pero sí puede resultar curioso que sea en un thriller y, por otra parte, que sea un personaje el que se enfrente a su autor y que se puedan leer dos novelas en una sin que implique problemas a los lectores. Por ahora no he tenido quejas, ni siquiera con los aficionados al género, pero me siento en la obligación de advertir que no se trata de un thriller al uso. Está dentro de una novela de corte fantástico.

Además, la novela forma parte de la propia ficción, incluso, cuando se cita una página del libro, podemos comprobar que se trata del que tenemos en las manos. Y también es un lienzo.

Exacto. Y el lector también lo es, si se deja engullir (risas).

Sería lo ideal, significaría que has logrado controlarle.

Ha habido comentarios muy divertidos respecto a eso, gracias a esa relación que estoy manteniendo con los lectores a través de facebook. Ese «más allá» del libro lo estoy viviendo allí. Hay algunos que escriben casi en tiempo real lo que están viviendo y sintiendo con la lectura. Explican cosas divertidas. Una lectora de Austria que lo compró en España, estaba en casa, leyendo en pijama, y tuvo que cerrar el libro porque se sentía espiada por el personaje. O un chico que iba en el metro y coincidió en la lectura cuando Dan le dice al lector que, en ese momento, debe ir en metro. Me dijo que ya no era que estuviera asistiendo a la vida del personaje, si no que el personaje le estaba leyendo a él. Hay quien se ha sentido muy cercano y ha respirado con Dan. O quizás estoy contribuyendo gravemente al gremio de psiquiatría de este país. Son cosas muy curiosas. Se ha creado una página de Ciudad Ficción en facebook de la que ni yo ni la editorial teníamos noticia y que ya cuenta con más de trescientos vecinos. Por allí pululan algunos personajes del libro, incluso el propio Dan Rogers que, sí, debo debo decir que soy yo. De vez en cuando aparezco y jaleo al personal.

Al final has asumido al personaje. En la novela incluso es él quien firma los agradecimientos.

Vi que el personaje iba a salir y no iba a ser yo. Me lo pasé tan bien con él… Es de esos que te acaban atrapando y es un pena tenerlo que dejar, porque no tengo prevista una secuela. Cuando advertí que se estaba escribiendo sola por facebook a través de los lectores, me metí para garantizar la seguridad (risas).

Te ha absorbido Dan pero también la ciudad. Has hecho de Nueva York un personaje muy potente.

Algo que me llamaba mucho la atención cuando estudiaba literatura en el colegio era la visión que tenían los autores del ’98 al llegar a Madrid. Baroja, Galdós… se acercaban a la gran urbe y la veían desde fuera como un personaje más. Describian desde el tren esos paisajes anímicos como lo hacía Bram Stoker en Drácula, cuando narraba una tormenta y ya no era la tormenta, era Drácula. Esos escenarios que son personajes, algo que también quise hacer con Madrid en El ingrediente secreto, aunque al final no me detuve tanto en ello. Así es el Nueva York que muestro. Me ayudó el hecho de que Nueva York es una «metaciudad», está por encima de los edificios, es ese imaginario que yo veo y he intentado recrear para los lectores. En algún momento el personaje lo describe como un arácnido que intenta atraparte o una sirena que te canta tumbada en el río. Todos hemos vivido esas sensaciones en Nueva York, primero te desborda pero, si te descuidas, acabarás quedándote, aunque no sea lo que te convenga, aunque no sepas qué hacer con tu vida, es igual. Te atrapa. Es un organismo vivo que constantemente absorbe personas y expulsa personajes.

Te transforma.

Cuando estás allí te comportas de una manera distinta. El otro día, en un programa de radio, un cineasta que estudió en Nueva York me decía que no había visto otra ciudad en la que hubiera tanta gente extraña que se esforzara por parecer estrambótica. Allí tienes la licencia para convertirte en un personaje de ti mismo.

Los referentes culturales están muy presentes en la obra, sobre todo los cómics. Es la ciudad que más veces ha aparecido reflejada en cualquier disciplina artística.

Y uno se pregunta el porqué. ¿Por qué la hemos destruído y reconstruído en nuestros sueños tantas veces? ¿Por qué el cine siempre muestra sus visiones apocalípticas en Nueva York? ¿Por qué le han cantado tanto? ¿Por qué se la escribe, se la sueña, se la viaja?. Probablemente es un lugar que hemos escogido, como tantos otros lugares de peregrinación, para que vaya mutando con los años (y mucho, en los siglos XIX y XX), conteniendo el imaginario de todos. ¿La razón? No tengo ni idea, pero ha sido la escogida. Por supuesto ha influído el marketing que se le ha hecho a través de la industria cinematográfica, pero me parece muy curioso que se haya convertido en la morada de todos los superhéroes, tanto de DC como de Marvel, que crearon los judíos ortodoxos neoyorkinos y que, de alguna manera, son los habitantes de ese Olimpo contemporáneo que es Nueva York, sin olvidar a los mitos del cine, del jazz, del funk, el pop, a los del Arte. Quizás ya no sea el centro del mundo financiero, ni de la moda por aquello que dicen cada diez años de que «Nueva York ya ha pasado», pero creo que sigue siendo un referente eterno al que nos vamos a dirigir para explicar lo que fuimos. Porque contiene demasiadas cosas. Y será, en el futuro, una acrópolis cuyas ruinas visitaremos, como la famosa imagen de El planeta de los simios.

Imaginario (foto: Balancín de blancos)

¿Te costó que Nueva York no absorbiera el protagonismo de los personajes?

Es una lucha contante cuando tienes entre manos algo que te fascina tanto. Era un escenario que estaba vivo también, convivía con los personajes. Tratándose, además, de una novela con dos tramas circulando, una a modo de thriller y otra más fantástica, hay tantas cosas que resolver y hay que estar tan pendiente de la estructura de principio a fin… No es como en otras novelas que te dejas llevar por los personajes a medida que escribes. Por supuesto, es una historia de personajes, porque no sé hacer otra cosa, pero estaba muy preocupada por la trama, en cómo dosificar las pistas que debían llevar a diferentes puntos del libro a modo de revelaciones. Tenía espacio para que me sorprendieran cosas, personajes que empezaron a crecer, como Elías Weisberg, que iba a ser  muy accesorio al principio pero fue apareciendo en diferentes capítulos hasta el final, convirtiéndose en uno de los protagonistas.

Laura, la mujer que viaja a Nueva York leyendo el libro, es el gran descubrimiento.

Es el personaje que más evoluciona. Todos los demás están sujetos a un destino que más o menos yo tenía claro. Laura era un personaje satélite. Me sorprendió a mí misma que los personajes de Dan y Laura se gustaran. No contaba con esa historia de tensión amorosa, porque se parecen como un huevo a una castaña.

Quienes hemos crecido con el audiovisual, en especial con el cine, estamos muy acostumbrados a visualizar las novelas  usando técnicas cinematográficas. Algo que ya me pasó con tu primera obra, El ingrediente secreto, es el utilizar como recurso el movimiento de cámara contínuo, nunca hay un plano fijo.

Qué curioso. Quizás es porque la historia también la cuenta el entorno de los personajes, de igual manera que creo que a los personajes los definen más el cómo dicen las cosas que lo que dicen. Son esos pequeños detalles que siempre están a nuestro alrededor y que, si hiciera cine, me gustaría captar en una película. Hay una serie de sugerencias que le das al lector para que se imagine su propio mundo, pero también ayuda situarle en esa Nueva York que estás viendo y que ha sido inventada por todos. La ciudad que aparece en la novela, salvo a los ojos de Laura, no es para nada realista, es una catedral que quiero poner en pie y que está formada por todas las Artes que han hecho que Nueva York sea lo que es y que nos da esa sensación de irrealidad cuando llegamos. Para eso había que tomar muchas decisiones y construir un mundo en la Ciudad Ficción que también fuera verosímil; que tuviera unas normas que yo no me puedo saltar; que Dan Rogers viviera en un entorno rodeado de colores puros para que se sorprenda a través de lo que ve a través de Laura. El mundo de Dan es más plano, todo tiene un tono de belleza cinematográfica. El conjunto lo tengo que visualizar yo primero. Una vez lo he recreado me apetece ponerlo en la novela, escribirlo y que otro lo pueda vivir conmigo.

Siguiendo con la retahila de personajes, también me ha gustado Barry, el ascensorista.

Es el favorito de Javier Reverte.

¿Sí?

Le apetecía salir a tomar unas copas con él (risas). Barry es bueno, es como un niño grande, en ese sentido se parece a Elías. Además de su memoria prodigiosa tiene un pequeño gran plan para salvar al mundo. El hecho de que se dedique a rescatar a esos personajes que, más que superpoderes tienen supertaras, para sacarlas del arroyo y transformar su defecto en virtud, ya le hace entrañable. Fue el primer personaje que salió de la novela, después del protagonista, como gran amigo que representara con Dan el «yin y el yang».

Un aspecto importante de la novela es el concepto de «juego». El propio de la narración y el tuyo, claro, con el lector, y que llega a formar parte incluso del libro físico.

El mundo del juego vino después. Quería que la novela representara un juego para el lector. Así que pensé que debía impregnarlo de él. Al principio iba a ser una atmósfera, iba a estar implícito en la vida del protagonista, sin saber siquiera a qué iba a jugar. Podría haberse dedicado a las apuestas en las carreras de caballos. Al final fue el blackjack, cuyas reglas desconocía. Conozco el póquer, donde puedes llegar a controlar la partida. Pero el blackjack es muy diferente, es una ruleta rusa. Lo que cuenta es el riesgo. Es el más azaroso de todos los juegos de naipes. Todo depende de cuántas cartas decidas coger, de cuándo decides dejar de pedir y plantarte, como en la vida. Esto ya me parecía, para un personaje que se rebela contra un destino impuesto, un guiño morboso del autor. El mundo de las subastas también era otro juego; el que mantiene Dan Rogers con el lector es otro. Siempre está presente. Asumí el riesgo desde el principio -lo que supuso algunos jaleos con la editorial para ponernos de acuerdo, sobre todo por el follón de la numeración de las páginas al editarlo, porque esa numeración también forma parte de la novela- cuando el personaje le lanza un reto al lector diciéndole que puede ahorrarse la lectura de cuatrocientas páginas, pasando a la página X o leer lo que tiene que contarle sin caer en la tentación de irse a esa página. Dependiendo de lo se haga, se leerá una novela u otra. Hasta ahora los lectores han sido benevolentes con el personaje y han decidido esperar.

Es como en las novelas aquellas de «Escoge tu propia aventura».

Era adicta a esos libros.

El lector también debe escoger la voz que quiere seguir: la de Abbott, que es  el narrador/novelista o la de Dan, porque en base a esa selección aceptará una versión u otra de la historia.

La «historia real» está entre las dos.

Se complementan.

Claro, incluso en la página de facebook dedicada a Ciudad Ficción, como los que participan sacan sus propias conclusiones, se debate sobre las dos versiones. Así que en esa especie de secuela que estamos haciendo, Dan ya se ha rebelado y dice que ni Abbott, ni Montfort. Nadie conoce su historia. El último comentario que ha dejado es que arranquen todos la página 418 del libro porque no está de acuerdo en lo que se dice en ella (risas).

Todo esto es muy teatral.

Mucho.

Y pensando en eso y en tu experiencia como dramaturga, me ha venido la imagen del apuntador.

Es que en realidad es eso, es como si fueran «apartes» del personaje. Como en las películas de Woody Allen que, de repente, un personaje se dirige al espectador saliéndose de la historia, rompiendo la cuarta pared y explicándole directamente lo que quiere contar. Sí, mira, son los vicios de una, que van saliendo por ahí (risas).

Bueno, es una manera de demostrar que se está pendiente y que quien escribe recuerda que al otro lado de las páginas hay alguien que lee.

Y me da cancha que el personaje le hable al lector de lo que supone el propio proceso creativo de la novela, con todas las teorías que ha ido metabolizando sobre el mundo de la ficción para escapar de ella, porque en definitiva lo que quiere es brincar al otro lado. Por eso lanza mensajes en una botella y se siente atrapado. Y quien escribe aprende mucho del propio personaje. Me preguntaron si pensaba como él cuando dice que el escritor no inventa las historias sino que las descubre, y que no escribe los personajes sino que los escucha. Y tuve que responder que no, no es lo que pienso. Me reservo el derecho de no estar de acuerdo con mi propio personaje. Por eso en facebook tenemos nuestras broncas. Al final acabaré para que me aten (risas).

La ruta del NY Mitológico (foto: Balancín de blancos)

Hilvanarlo todo para acabar la novela debió ser difícil.

No te puedes imaginar. Estuve un año pensándola, dos años escribiéndola y casi otro año corrigiendo. Dejándola dormir, dejándola leer, quitando un capítulo, poniendo otro, dando más luz a un personaje, borrando mis propias huellas. Creo que nunca en la vida me ha costado tanto algo. De por sí el thriller es dificilísimo como género, es una auténtica locura embarcarse en él. Quien esté acostumbrado a escribirlo lo tendrá más fácil, pero si es la primera vez y encima lo mezclas con otro género… Cada personaje tiene que aportar una clave, se tienen que dirigir las sospechas hacia unos u otros… Comparo esta novela con un óleo de siete capas. En la primera das un color, con la segunda empiezas a dibujar, en la tercera das volumen, sacas las formas. Algo así. Acabe contenta aunque exhausta. Pero es que ni con la primera novela tuve tanto trabajo. Claro que aquí he necesitado más documentación. Fíjate que contiene referencias a ochenta películas. Vistas y vueltas a ver. Algunas aparecen como detalles pequeños y otras en el mapa, pero hay más de las que parecen a simple vista. He descartado otras películas que también he tenido que visionar. El dibujo de los personajes que, al pertenecer éstos a un mundo no realista, han de  ser más verosímiles para que a los lectores les importe lo que les sucede. Conozco a mis personajes al detalle, es algo muy manido, que se suele decir siempre, pero en este caso es así, tengo una ficha de cada uno.

Eso te servirá para facebook.

Claro, los tengo caladísimos. El tono de Dan Rogers me sale a la perfección. Pero te digo una cosa, estoy muy celosa, porque le han hecho un club de fans a él y no a mí. La gente le agrega como contacto, incluso advirtiendo en su perfil que es un personaje.

Pero esto tiene relación con algo que has dicho antes, y que me parece muy interesante, sobre el proceso de corrección: Ese borrado de tus huellas en el libro.

Sí, es que no puede quedar nada del escritor. Al menos yo lo procuro. También depende de lo que de personal tenga la novela.  En este caso, Nueva York es algo personal por circunstancias familiares y me apetecía escribir sobre la ciudad. Pero tenía claro que no iba a contener nada autobiográfico. Habrá quien prefiera dejar su «yo» en las novelas, pero creo que el mundo del escritor se parece al del actor. No sería capaz de interpretar siempre personajes que correspondieran a un determinado perfil. Precisamente lo bonito de actuar es poder vivir mundos muy diferentes y muchas vidas en una. Eso es lo que me apetece como escritora. Si escribiera siempre mi propia vida no saldría de ahí. De hecho la próxima novela será de aventuras. Mi estilo literario será que nunca se sabrá por dónde voy a salir en el siguiente libro (risas).

Pasas de escritora a personaje.

Metaficción pura y dura.

Y la próxima, dices, de aventuras.

Aventuras marítimas, con heroína protagonista. Es una mujer que viaja a bordo de un velero y debe llegar a África en siete días. Solo navega con el recuerdo de su marido, que permanece con ella físicamente. Es una historia tremenda de amor y la aventura de una persona que debe aprender a navegar sola. La historia también tiene un enigma al fondo. Va a ser una metáfora de la muerte de Europa. Está practicamente escrita, pero ahora me pasaré un tiempo repasando y reescribiendo, pero no dejaré pasar tanto tiempo como entre las dos primeras.

José A. Muñoz

José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

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