El profesor de PsicologÃa del Entretenimiento Peter Vorderer ha visitado el Centre de Cultura Contemporà nia de Barcelona para analizar la gran transformación cognitiva que ha generado la dependencia a los teléfonos inteligentes. Presentado por Núria Sara Miras Boronat, y dentro del ciclo Gameplay, El juego permanente, el investigador de la Universidad de Mannheim ha diseccionado lo que denomina POPC (Permanently Online, Permanently Connected).
Atendiendo a puntos de vista tanto tecnológicos, comunicativos como psicológicos, Vorderer considera que la participación pública ha aumentado en los últimos diez o quince años gracias a los nuevos dispositivos, pero que, a su vez, éstos generan una alerta constante ante la potencial reacción de otros usuarios, y que nos obligan a una actividad mental multitarea. Mientras hace una década tenÃamos un tiempo y un espacio determinados para leer el periódico, ver la televisión o realizar nuestro trabajo, ahora esos usos pueden hacerse simultáneamente desde cualquier lugar y a cualquier hora. Por ello, estamos permanente online, siendo observadores en streaming de la actualidad en mayúsculas, pero también estamos permanentemente conectados con nuestros cÃrculos más Ãntimos, sin intervalos para la pausa o la espera.
Estar permanentemente conectados implica que siempre estamos preocupados por algo diferente a lo que en ese instante estamos haciendo —siempre hay un input que nos interpela— y, por lo tanto, eso afecta a nuestra capacidad de concentración. El móvil siempre está a mano y, si por algún motivo no hay conexión, el nivel de ansiedad crece exponencialmente en el usuario. “El teléfono nos empodera pero también nos afectaâ€, dice el profesor.
Peter Vorderer trabaja el fenómeno del POPC desde tres perspectivas; la psicológica, la sociológica y la económica. En clave psicológica, bebe de la “teorÃa de la autodeterminación†para explicar que el ser humano necesita sentir su capacidad de autonomÃa, de competencia y de vÃnculo social (o de relación). El smartphone nos permite, aparentemente, satisfacer las tres necesidades universales e innatas: sentimos que podemos hacer casi cualquier cosa con el dispositivo —podemos abrir una cuenta bancaria, consultar nuestro historial médico, o simplemente hablar con nuestro amigo que vive a mil kilómetros de distancia—, y lo podemos hacer de forma satisfactoria con pocos conocimientos. Eso, dice Vorderer, ha hecho que parte de la ciencia se esté preocupando últimamente por aquello que funciona bien sin atender, sin embargo, aquello que no lo hace. Y la mirada cientÃfica necesita analizar con detenimiento la transformación cognitiva que supone un cambio de estas caracterÃsticas. Las carencias que ha provocado esa conexión permanente, y esa interacción infinita.
La perspectiva sociológica también nos muestra una transformación radical. Hay, según el profesor, una “individualización†de las experiencias vitales que, una vez empaquetadas en las redes sociales, son expuestas ante todos. “Hemos de ser auténticos y únicosâ€, insiste. Hoy más que nunca, considera Peter Vorderer, hay un aumento de las valoraciones. Decimos “me gusta†o “no me gusta†cada vez más rápido, y lo hacemos sobre todo tipo de cuestiones. Además mostramos, siempre y sin demasiados matices, nuestras emociones y nuestros afectos, y todo ello es capturado y absorbido por empresas que siempre nos verán como potenciales clientes de sus productos.
Por último, Vorderer nos recuerda que todas estas mutaciones sociales y cognitivas acaban en una oferta mercantil. Si en el siglo XIX, y sobre todo el siglo XX, la industria fabricaba productos en masa, ahora la industria busca personalizar su catálogo para hacernos creer que somos singulares. “Se genera asà un nuevo tipo de capital, basado en la recopilación de datosâ€, explica el investigador de Mannheim. Lo vemos cada vez que hablamos de algo en una cena Ãntima e, inmediatamente, al consultar el smartphone, recibimos una oferta estrechamente relacionada con lo que acabamos de comentar. Los grandes monopolios de internet son, ya, gigantes de la venta de información y, a través de juegos aparentemente gratuitos, o a través de aplicaciones de uso cotidiano, nos están radiografiando. Capturan nuestros deseos y nuestros anhelos.
Peter Vorderer alerta del peligro de la conexión permanente. Cuando olvidamos o perdemos el móvil, vemos con claridad hasta qué punto dependemos de esa nueva forma de relacionarnos con el mundo. El aspecto más positivo para el investigador es que tenemos acceso constante a muchÃsima información, y cada vez ese acceso está más extendido. “Internet es una máquina culturalâ€, reconoce. El aspecto negativo, paradójicamente, es que “dedicamos toda nuestra energÃa a seguir conectadosâ€. Una energÃa que tarde o temprano se acaba agotando. Y la sed de autonomÃa, de competencia, y de relación tiene que encontrar, entonces, otras maneras de recargar las pilas. O la frustración se convierte en ansiedad y fatiga.