Yo leà Amarillo. De ti, Félix Romeo, no sabÃa nada. Me enteré de que eras maño, y de que en Zaragoza habÃa mucho escritor. Leà a Ismael Grasa, a Aloma RodrÃguez, a Daniel Gascón. Me dijeron que Amarillo era verdad. Las calles de la novela y los nombres de la novela y las reminiscencias de la novela, me dijeron que todo eso era verdad. La literatura española es una fiesta, una cadena, y hay quien lo detesta, y quien arrinconado trama la venganza, y quien maldice a los nombres como argollas y cuántas veces ha pasado que por ir a aquella fiesta te salió aquel trabajo y te preguntaste por qué, de repente, era tan fácil (me decÃas). Me dijiste: habrá enemigos. Me dijiste pocas cosas. Una barra, una fiesta, mi insistencia por haber leÃdo las cosas que se te ocurrÃan. Son los tÃmidos, decÃas, el ejército de los resentidos, los que me han hecho más daño, me dijiste. Estabas acodado en la barra. Se te veÃa fuerte.
Sin saber si Félix Romeo era famoso o importante leÃmos Amarillo y luego, en un local muy cool de Barcelona, en una noche de celebrar y chocar las copas ante un pianista que parecÃa Mario Muchnik (apunto estuvimos de preguntarle) yo, profano, me acerqué a ti, zaragozano, y te di la mano y te dije: Me han dicho que eres Félix Romeo, tú has escrito Amarillo y no he leÃdo nada más tuyo. Y tú, escritor clemente, con tres novelas, chocaste la copa y me dijiste que el pianista bien parecÃa Mario Muchnik y mencionaste uno o dos bares de Zaragoza y nos dejas a los profanos convertirte en mito. Con un color.
Te conocà la noche en que se casaron Paula y Malcom, yo, invitado de rebote, borracho, contando en esa fiesta tan loca que era podólogo e intentando hacerme un hueco entre quienes han hecho más que yo. Y poco a poco vino el recuerdo de los últimos rescoldos de la fiesta y yo saliendo por la puerta y tocando los pies de la novia, y dándote a ti como a los otros un breve abrazo, y pensando de vuelta a casa en ese amigo tuyo que se mató por amarillo y en esa tortilla que dejó quemada, y pensando, como sigo pensando, si ese escritor que escribe una novela, ese escritor que quieres abrazar por una novela, si eres tú o era el que murió.
Y la rabia, Félix Romeo, yo te hablo con distancia, con la distancia de las teclas y el abrazo borracho nada más, con la distancia de haberte leÃdo solamente te digo, Félix Romeo, al otro lado de este Gibraltar que separa la vida y la muerte, que hay rabia, Félix Romeo, porque ni siquiera tenÃa por qué escribir estas palabras, y al final contra los muertos, tú lo escribiste, contra los que se van anticipadamente, contra los que se van a la francesa, sólo esta rabia y esta pena, sólo este tremendo amarillo.
Juan Soto Ivars
Muy conmovedor. Triste.