Activismo literario, por José Luis Amores

Me entero de que acaba de salir a la venta Reading for My Life: Writings, 1958-2008, un libro que reúne lo mejor de medio siglo de textos escritos por John Leonard, crítico cultural norteamericano fallecido en 2008. Supe de Leonard por una reseña suya muy loca sobre Vineland, de Thomas Pynchon, que publicó en The Nation en 1990, aunque la leí 15 años después fusilada en otro sitio (la encuentro ahora replicada aquí). Empezaba diciendo que Vineland era un semi thriller multimedia, un Star Wars de la contracultura, y que de Pynchon era lo más fácil de leer salvo por La subasta del lote 49. Y continuaba ampliando las referencias y desmenuzando la novela de tal forma que no hubo más remedio que buscar Vineland, comprarla y leerla.

Mucho después, investigando la “figura” de Dale Peck, uno de los malos del trío calavera puesto a caldo en la introducción del ensayo de Steven Moore, di con una crítica suya al libro de Peck que Moore utilizaba como sparring en su defensa de la narrativa innovadora, Hatchet Jobs, o lo que es lo mismo, Críticas feroces. El artículo de Leonard, titulado “Smash-mouth Criticism”, no tiene desperdicio. Recordemos que Peck se ciscaba en Rick Moody, James Joyce, Thomas Pynchon, William Gaddis, John Barth, Don DeLillo y John Hawkes, pero la lista era aún más larga que la citada por Moore, incluyendo a Dave Eggers, David Foster Wallace, Vladimir Nabokov, Philip Roth, Jonathan Franzen (!), Jonathan Lethem, Richard Powers, etc. —e incluso a Sven Birkerts, un crítico a quien acusaba de  ser “generoso” en sus críticas, a lo que Leonard replicaba que cómo liarse a hostias con un tipo que se ha mantenido en la pobreza durante un cuarto de siglo por dedicarse a reseñar el trabajo de otros… Lógicamente John Leonard, todo un caballero, eludía con elegancia caer en la escatología practicada por semejante individuo, pero no se conformaba con que las cosas quedaran así —al fin y al cabo estaba “criticando” el libro. Un trocito:

Esto no es crítica. Ni siquiera es espectáculo. Es propio de un matón. Sin embargo el entretenimiento en pequeñas dosis —nadie es inmune a las malas intenciones, a la envidia, al regodeo, al jadeo lascivo y a los golpes a traición— como dieta regular es peor para lectores, escritores y críticos que la masturbación; causa la clase de periodismo de encías llagadas, irascible, daltónico y duro de oído que grita “¡Míradme!”. Cae la lluvia —y salen los gusanos— y justo lo que no necesita la cultura es otro monitor, otro caza recompensas u otro guardia fronterizo de Alemania del Este.

Este párrafo tenía resonancias hispánicas, pero obviamente tuve que dejarlo correr. Ha sido ahora, al saber de la publicación de la antología de Leonard, cuando lo he recordado. Un poco más adelante se permite dar algún consejo para el ejercicio de una “crítica responsable”:

Primero, como decía Hipócrates, no hacer daño. Segundo, nunca rebajarse a criticar a un enano. Tercero, tener siempre presente que, en esta especie de simbiosis, tú eres el parásito. Cuarto, examinar con el corazón y la mente abiertos cada tipo diferente de libro en cada estado emocional, puesto que leemos mientras vivimos y podría ser que el amor saliera por la ventana o que hubiera un húsar en el tejado. Quinto, usa la teoría sólo como periscopio o trampolín, nunca como panóptico, chuleta o licencia para matar. Sexto, deja que hablen los cientos de Harolds Bloom. Pero yo, en cambio, voy a contar una historia.

Y la cuenta.

Esto enlaza con algo que leí en una entrevista que le hicieron hace poco a Adam Gopnik, quien fue el editor de la antología de mejores ensayos norteamericanos en 2008, un año después de que dicho rol lo ejerciera David Foster Wallace. Gopnik dijo que lo que distingue el ensayo de la crítica es que el propósito de aquél es comunicar un estado emocional o una alteración de un estado emocional en lugar de un argumento. Piensa que hay ciertas clases de crítica que en esencia son ensayos. Y a la pregunta de si es necesaria la presencia del “Yo” en los ensayos responde que no aunque siempre está implícito. (La entrevista está bastante bien).

Todo ello me hizo pensar en la crítica no dirigida al mundo académico —si éste aún existe o subsiste como submundo al margen del mundo— y en que sus mejores especímenes participan del sexteto de John L. y de las respuestas de Adam G.: no son depredadoras, atienden a lo mejorcito y —ojo— obvian lo objetivamente insuficiente y aun la mediocridad rampante, son implícita o explícitamente conscientes de su carácter satelital, intentan ser ecuánimes, la frialdad teórica deja paso al calor de las emociones y el yo reside en cada crítica que en realidad no es crítica sino una historia en sí misma, una historia de una o varias lecturas mientras se vive, contada en primera persona.

Creo que esto complementa suficientemente mis ideas prestadas acerca del papel de la crítica elevada en esta época de opinión industrializada y distribuida. El auténtico crítico disecciona obras y trayectorias, movimientos y escuelas literarias, realiza en definitiva autopsias que pueden llegar a convertirse en obras de arte por sí mismas, mientras que los reviewers tipo Leonard (quien no obstante llega a decir que por qué dejar la interpretación a los exégetas), Moore, Gopnik, tipo bloggers, Amazon Reviewers, Good Reads Contributors, incluso tipo editores indies (es decir, “independientes”, no casados con nadie, amantes de la literatura por sí misma y no, desde luego, por los beneficios económicos que su práctica o ejercicio procura —¡ja!—, aunque sea evidente que la edición indie, como cualquier otra actividad que implique intercambio y necesariamente pago por esfuerzo, debe estar sujeta a reglas económicas, por muy repulsivas que resulten aun en su condición minúscula y despreciable —Moore, Leonard, Gopnik, incluso el menospreciado Birkerts y el fallecido Wallace, son/fueron editores—) tan sólo transmiten sensaciones, estados de ánimo, con mayor o menor arte, con peor o mejor fortuna, pero siempre positivas en tanto que activistas —y el negativismo hay que suponérselo implícito en su escapismo…—, y siempre con un mensaje rotundo tipo: “¡Léete este libro, coño!”.

José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com

* Ilustración: deadliestfiction.wikia.com

José Luis Amores

José Luis Amores (Málaga, 1968) es Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga. Especializado en marketing, ha fundado varias compañías que después ha vendido a diversas multinacionales. En la actualidad ejerce su profesión como freelance. Ha sido colaborador de Diario Málaga y de la revista Papel Literario.

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