Es martes y estoy muy cansado. El lunes ha inaugurado con una fiesta literaria una semana demasiado rápida, acelerada hasta extremos demasiado indeseables. Me levanto, desesperado, y recuerdo que tengo una charla con Elvira Navarro, autora de una novela sólida, de esas que no se olvidan entre su técnica, que da al relato un continuo crescendo, y el contenido, válido no sólo en tiempos de crisis. Al final, de tanto etiquetar cierta narrativa con ese sambenito, quizá hemos olvidado que la perspectiva es importante, que quizá no estamos en el neorrealismo y que el tratamiento del presente puro y duro, salvo honradas excepciones, se llena en exceso de fuegos de artificio.
AquÃ, en La trabajadora, tenemos una obra que su autora ha elaborado a conciencia, con envidiable equilibrio. Quedo con ella en un punto caótico de la ciudad y nuestro paseo hacia la librerÃa +Bernat genera, poco a poco, cierto orden. Hablamos de porque en Barcelona llueven más cuchillos literarios que en Madrid y del ayer, lleno de comida y copas. Finalmente, tras saludar a la librera Montse, nos sentamos y procedemos a desgranar lo que ha motivado nuestro encuentro. Enciendo la grabadora.
Pese a que el libro es relativamente corto da la sensación de un proceso de escritura largo y complejo.
Empecé con este texto, remontándome muy lejos, en 2003 debido a una circunstancia biográfica. CompartÃa piso en Carabanchel, el euro dobló el precio de todo y me acababa de licenciar en Humanidades, lo que significaba no encontrar trabajo en empleos muy precarios, lo que era un contraste en plena de época de expansión económica española. Entonces escribà seis páginas, que han permanecido prácticamente igual. Las escribà como un texto basado en el trabajo que también tenÃa algo que ver con una compañera de piso, algo extraña, que trabajaba de teleoperadora. Me quedé en esas seis páginas.
¿Y el resto?
Más tarde encontré trabajo como colaboradora externa y estuvieron seis meses sin pagarme. TenÃa estas seis páginas, y al cabo de un tiempo retomé la idea del texto sobre la trabajadora, y veÃa a una persona cruzando la ciudad de cabo a rabo.
De casa al trabajo y del trabajo a casa.
Finalmente me puse con La trabajadora en 2009 y pensé que serÃa una nouvelle de un libro con tres más, cada una de sesenta páginas aproximadamente. El texto fue creciendo y me rompÃa el equilibrio del libro. He escrito otras cosas durante esos años. Siempre tengo procesos largos, soy lenta escribiendo y me cuesta mucho encontrar la estructura.
Y aquà es muy importante, supongo que te costó hilvanarla con la primera parte más psicoanalÃtica.
No es que me costara hilvanarla, más bien es que esta primera parte psicoanalÃtica, donde una protagonista cuenta su delirio, estaba en mitad del libro. El libro empezaba con el primer texto y llegaba un momento en que Susana empezaba a contar lo que le pasaba y ahà aparecÃa el delirio, pero ubicado en ese punto me rompÃa el tono. Era una historia que funcionaba con demasiado fuerza y se habÃa desligado de la historia fundamental.
Ahora parece muy natural en el lugar donde está.
Lo parece, pero puesta dentro la leÃa y veÃa que no podÃa estar en ese sitio, no quedaba tan natural.
La imaginas en medio y te da una sensación de corte, hubiese partido demasiado el texto.
PartÃa el texto, rompÃa el hilo. Por otro lado no querÃa sacar la historia del libro, pues era fundamental para el personaje de Susana, para acabar de definirla de la manera en que yo querÃa, borrando cualquier rastro biográfico con una historia loca. En teorÃa es un delirio, en verdad no se sabe muy bien que es. Si ponÃa la historia en principio se producÃa un salto fuerte en el libro, de la primera a la segunda parte, pero la misma obra debe asumir esos saltos.
A partir de colocar esa parte del delirio al principio da la sensación que las piezas están bien repartidas, porque justamente es lo que dices, sin el texto del principio nada sabrÃamos de Susana.
Exacto. Era el momento de su confesión. Sin decir decÃa. No podÃa sacar esa parte fuera. Situando esa parte al principio noté que cobraba fuerza, creaba el desconcierto de empezar un libro asÃ, como lectora me chocarÃa: y me apetecÃa ese choque.
Le da al inicio una agresividad muy potente.
La situación es sórdida, muy tremebunda.
Es transgresora entre la luna llena, el coño del enano, los anuncios.
Un delirio.
Y planteas esos hechos en una época de antes de internet, donde el tiempo circula más lento. Eso también te permite jugar con el personaje de Susana con relación a Elisa y al misterio de la misma Susana.
TenÃa varias funciones. Una de ellas es que reproducir un delirio es imposible en literatura. A lo mejor con una escritura esquizofrénica, muy cortada, podÃa lograrlo. Pero con el delirio del coño y la luna generaba un vÃnculo que conectaba con la locura.
Una locura cuerda, porque ella lo cuenta sin nada que podamos considerar irracional, es un relato muy cabal.
Claro, lo cuenta veinte años después, ha ordenado la historia, que ocurre en los años ochenta. De repente la escritura se me puso en modo años ochenta, con las pelis de Almodóvar y otras cosas. En ese momento se hacÃan ficciones a través de barbaridades que funcionaban. Eso lo hemos perdido. Nos hemos aburguesado. Antes ese territorio estaba mucho más vivo. Ahora debes ceñirte a un cierto buen gusto que me apetecÃa romper. No vivà los ochenta como adulta, pero me empapé de ellos como niña. No los idealizo, pero sà es cierto que la explosión creativa de aquel momento fue muy libre, y no importa su despolitización. QuerÃa volver a ese punto.
Y el bar es la metáfora del tiempo de un cambio a otro, de lo ochentero a lo polÃticamente correcto.
Una mezcla entre perro flautero y kitsch moderno.
Y el salto temporal se nota, como es lógico, en Susana, que hasta ha cambiado fÃsicamente, es otra, su cuerpo se adapta al tiempo nuevo.
SÃ, pero en realidad en la primera parte vemos que le dan risperdal, un medicamento para psicóticos que la engorda una barbaridad. Con el tiempo adelgaza pero sigue con su aspecto más bien raro, con un cuerpo grande. No es guapa, en ningún momento lo es, y sin embargo su cuerpo mantiene esa rareza…
Es un personaje que sobre todo debe sugerir a Elisa, porque esa extrañeza de Susana es un acicate.
Susana tiene una manera de vivir la patologÃa, desde el hecho de asumirla, que la hace creativa. Genera fuerza a partir de una absoluta falta de normalidad, mientras Elisa aspira a la normalidad. Mira a Susana por encima del hombro, mientras que de Susana a Elisa no hay nada. No es un juego de espejos recÃproco, es unilateral. Elisa no cree que Susana pueda conseguir nada, y de repente, lo consigue.
Hay un juego de seguridad e inseguridad. Nada parece augurar que Susana pueda triunfar, mientras Elisa cree que le espera algo genial en el horizonte.
También querÃa poner eso en tela de juicio. Elisa es una fracasada, le va todo fatal, pero cree que le irá bien porque ha dado todos los pasos correctos. Está tan en precario que ni siquiera es pretenciosa, sólo busca una salida distinta a través de cauces normales. Pone pocas cosas en cuestión. La que se sale por la tangente es la otra. QuerÃa crear el juego de la aparente cuerda y de Elisa, que está fuera.
Elisa tiene un cierto estrés de la normalidad.
Y desde su cordura, y su proyección para con la otra, es más lúcida.
Hablaba de estrés de la normalidad por querer controlar todo y sentirse maltratada: el exceso de normalidad le genera mucha ansiedad.
Más que eso son las condiciones precarias. Está en el piso trabajando todo el dÃa y con la promesa de un pago que no llega hasta que entrega libros urgentes, pero le siguen debiendo el otro material. Su manera de querer salir es agarrarse a lo que tenÃa, que ya no existe. La falta del horizonte de expectativas le genera esa ansiedad.
También juegas con ello a partir del espacio, porque ella piensa en volver al piso de Tirso, una especie de paraÃso perdido, del centro a la periferia.
Tiene esa idea. Hablo del centro como una ciudad sólida, pero digo que quizá esa solidez ya no existe. La ciudad influye mucho en Elisa y parte del hecho de concebir una novela sobre el trabajo en barrios periféricos muy poco narrados en literatura, que comete el error de pensar que los libros tienen que ser literarios, o que deben tener ese punto de vista. Lo literario ya estaba muerto, no podemos pasarnos el dÃa hablando de la Torre Eiffel.
Madrid no tiene tantos espacios emblemáticos en lo novelesco como Barcelona, donde la novela sobre la ciudad es todo un género.
Es como si los espacios que aparecen en las novelas debieran tener algo de glamour. ¿Por qué no escribir una novela sobre Albacete? La gente se horrorizarÃa, nadie lo hace, pero tendrÃa un punto transgresor. En Barcelona, más europea, quizá hay menos problemas para sacar la ciudad, mientras Madrid se identifica con lo castizo, y eso es un grave problema en la cultura española, el de no reconocer la tradición propia al vincularla con el franquismo, lo que lleva a no reconocer los espacios, punto que conduce a trasladar novelas, por ejemplo, a PekÃn o a Estados Unidos. Para mi mostrar la periferia es algo que hice con toda la intención.
Y al hablar de Madrid y su espacio mencionas pinturas.
Hablo de los cuadros de Ortega Muñoz, cuadros con los colores de Madrid, obras que parecen salidas de la meseta. En Madrid el color de los edificios parece salido de la tierra, como si se estableciera una continuidad horrorosa. También menciono la obra de Antonio López, donde solo hay ciudad, no hay habitantes, y además solo pinta la periferia. Me interesaba la multiplicación de edificios que muestra Madrid, con esas moles, esa presencia tan poderosa que centra la mirada.
La multiplicación también ofrece una sensación de vacÃo que se corresponde con el estado de ánimo de Elisa.
SÃ, exacto. Parece una ciudad monstruosa y vacÃa, hecha sin ningún orden, que se corresponde con la cabeza de Elisa, con sus pensamientos.
Ella va paseando y tiene la constancia del paseo en el que busca tranquilidad.
Después de estar todo el dÃa sentada corrigiendo necesita espacio. Sin embargo pasea por sitios raros, como la antigua cárcel de Carabanchel.
Un paseo desolador.
En el que busca libertad, sobre todo para el cuerpo. Su espacio privado es el lugar de trabajo, y eso va comiéndole el ánimo, por eso necesita salir al aire libre, aunque ese afuera también se cierne sobre ella de manera amenazante.
Está doblemente encarcelada, porque cuando sale está buscando su espacio de libertad, pero en realidad el paseo no resulta terapéutico.
Pero sin embargo sà que descubre casas allanadas, un orden subterráneo de la ciudad, como si hubiesen muchos edificios vacÃos o sin terminar de construir y que de repente mucha gente los ocupara. La posibilidad de esa otra ciudad le da mucho miedo porque no sabe lo que es.
También está muy anclada al sueño del pasado y no asume su presente.
El futuro está expulsado de la novela, no cree que las cosas vayan a ir a mejor, sabe que esa precariedad es para siempre.
A ella le corresponde un papel propio de nuestra generación, con unas expectativas que nunca se han plasmado en la realidad.
En 2003, cuando surgió la primera idea de la novela, vivÃa como te he dicho antes, en un piso compartido que era carÃsimo pese a sus paredes de papel. Ahora no vivo tan mal, pero no he salido de mi precariado. He dejado de ser clase media. Los ricos saben por lo que tienen que luchar, mientras nosotros somos un magma indefinido.
No esperamos mejorar, sólo permanecer.
Y eso es darse por vencido, porque deberÃamos cambiar las cosas de pies a cabeza.
En la novela abordas el tema sin ningún tipo de espectacularidad, algo que aleja el texto de muchas novelas de crisis.
No creo que sea una novela de crisis. Parece que hayamos heredado la necesidad de escribir la gran novela de la época, algo que me parece más propio del siglo XIX. Hay una pretensión que se nota en muchas novelas, pero se queda en la página doscientos, pierde fuelle a partir de ese instante. Creo que es interesante enfocar la literatura desde la falta de espectacularidad, de nuevo, aunque sea por una efectividad técnica. Si enfocas mucho algo deja de interesarme. Me interesa escribir desde un punto de vista que no sea común, donde nadie se haya parado a mirar.
El punto de vista, desde esta ausencia de espectacularidad, sólo puede ser cercano y por lo tanto realista.
SÃ, es muy realista. Tiene cierto juego con otros códigos. Una cuenta el delirio, aunque en ocasiones parece un relato fantástico, y la otra tiene la ansiedad, con ese momento gótico del camión, pero pese a ello su base es realista.
Mientras una pasea la otra hace collages de la ciudad. ¿Cómo querÃas hilvanar ambas cosas?
Todo lo que te estoy respondiendo son pensamientos a posteriori, mientras escribo no puedo pensar de manera tan clara sobre lo que hago, pero si me rondaba la idea que, mientras una descubre que hay una ciudad de la que no se habla, que parece deshabitada pero tiene edificios ocupados, la otra está con mapas de Madrid recortando los edificios y cambiándolos de sitio, creando otra ciudad con el mismo plano. Elisa empieza a pensar si no serán los planos de Susana lo que ella está viendo. Quizá hay un intercambio entre los collage de Susana y la mirada de Elisa, la posibilidad de una ciudad nueva desde el doble sentido del plano de Susana y la acción ciudadana de los que allanan los edificios vacÃos. QuerÃa que el lector pensara en ello como una posibilidad, en ningún momento desde ideas panfletarias.
Los dos personajes se retroalimentan y configuran nuevas personalidades, y es por su interacción.
Sobre todo Elisa, porque a Susana la descubrimos. Al principio parece muy rara, pero tiene una extraña fuerza y una extraña dignidad.
Propicia un cambio positivo en Elisa y hace ver el libro como el resultado de un proceso entre ambas.
Asà es. En realidad evolucionan juntas, pero Elisa va hacia un lugar muy concreto, quiere que los acontecimientos vayan por donde ella quiere, y como eso no suele suceder se desborda. No se salva nadie en la novela.
No, pero ella ya no tiene esperanza en ser escritora, pero la constante presencia de Susana propicia el retorno de su literatura.
Susana tira de Elisa, es un acicate, aunque sÃ, tienes razón, una tira de la otra, porque Elisa tira de Susana en la idea de exposición.
Van al centro de Madrid, van a ver galerÃas y parece que vayan a otro paÃs, una especie de expedición.
Están fuera de ese circuito y desconocen todo del mismo.
Pero no solo en ese sentido, es el juego de la periferia al centro.
Como si vinieran del pueblo, casi como en una pelÃcula de Paco MartÃnez Soria. Hay la idea de dos ciudades, la que está afuera y la que está en el centro, y en ese momento se ve muy claro, desde el deseo de vivir en el centro, ya imposible, como si la hubieran expulsado del lugar.
Marcas diferencias de espacio que también dibujan lo que pasa a nuestra generación, que nos expulsan del centro literal y metafóricamente.
De nuestra generación burguesa, una expulsión del centro hacia la periferia.
Y por edad deberÃamos ocuparlo, y curiosamente el centro está vacÃo, y lo digo desde múltiples puntos de vista, desde lo cultural hasta lo económico.
Y el libro no creo que ofrezca ningún atisbo de esperanza en ese sentido. Me gustarÃa, eso sÃ, que La trabajadora pudiera generar una mÃnima esperanza, y que se entendiera que esto no puede seguir asà .
¿Y la esperanza es la queja?
Para mi la queja nunca es esperanza, sólo recrearte en tu miseria. La cuestión es ponerse manos a la obra para que surja otra cosa. Es un libro demasiado corto para proponer, los que son capaces de hacerlo, como ocurre en Los hermanos Karamazov de Dostoievski, crean su propuesta a partir de un momento muy concreto, una vez el libro ya ha desarrollado un cierto discurso y puede permitÃrselo.
Tú reflejas lo que no queremos y a partir de ahà surge la reflexión.
Yo espero que sÃ. En caso contrario, en caso de inacción, poco podemos esperar.
Es interesante lo que has dicho en torno a la construcción y la destrucción. Estoy muy harto de esta cultura de la queja sin propuesta, del lamento que no construye.
La queja es lo más inútil del mundo, hay que hacer, de otro modo es imposible avanzar.
Joder, qué buena entrevista y qué respuestas más malas: Puro postureo de la Margarite Duras de Lavapiés.
Señor Corominas, entreviste usted a escritores y le irá mejor y se divierterá más.
Vamos a ver. O en novela apostamos poco a poco por reflejar la vida de todos, la vida de todas las clases sociales, de toda la textura que compone lo cotidiano: el lumpen, la clase obrera, la clase media, los ricos, la cleptocracia polÃtica imperante, los inmigrantes, todos! y nuestra vivencia de ese espacio o eludimos la realidad y lo que decimos es pura inverosimilitud, impostura, o sea: Mentira. No hay más queridos/as.
TenÃamos que esperar a la crisis, a que la realidad social más cruda se plantara frente a nosotros para escribir sobre la Verdad?