Albert Lladó | Foto: Meritxell Gutiérrez

Lladó: «El compromiso es luchar contra los prejuicios»

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Albert Lladó | Foto: Meritxell Gutiérrez
Albert Lladó | Foto: Meritxell Gutiérrez

Del inconforme se dice que es hostil a lo establecido en el orden político, social, moral y estético. Si de un adjetivo depende la etiqueta de una persona, ese epíteto, en el caso de Albert Lladó, no podría estar mejor escogido. Esa disposición es la que explica la incursión en diferentes géneros: crónica periodística, relato, aforismo, novela, ensayo y ahora teatro. El ethos, como él mismo explica, es, ante la constatación de que nunca agotamos lo que queremos decir, continuar escribiendo. La mancha (2015, Arola Editors) es el resultado lógico de ese camino en la resistencia a la indiferencia. Fue la obra escogida, entre un centenar, de la primera edición del Bústia d’autors del Teatre Nacional de Catalunya por “su compromiso con nuestra realidad”. Del 11 al 14 de junio los inconformes tienen butaca en el TNC.

Todo comienza con una mancha de humedad y con una determinada percepción de la realidad. Sobre este episodio, al que el inquilino intenta poner remedio, se erige la obra que relata la odisea para poder solucionar dicha mácula. En ese particular camino se relata una determinada concepción de la realidad, el conformismo y el amor, entre otros temas. ¿La mancha somos nosotros mismos?
Ésta es una obra en la que la acción surge de la palabra, y no al revés. Es por eso que los personajes llevan, efectivamente, una mancha, una herida, incorporada. No hace falta ir a buscar demasiado lejos. Está dentro. Del apartamento, del bloque, de la ciudad,… Solemos creer que, una vez apartados de las liturgias religiosas, ya no somos cristianos. Y lo somos. La culpa, la mancha, sigue allí. Si miramos hacia otro lado cuando el problema es fácilmente identificable, por indiferencia o por pereza,  la cosa crece. Así nace también, orgánicamente, la corrupción.

¿Es la realidad siempre otra?
La obra también es una pregunta sobre la mirada. Sobre los riesgos de la inercia y la resignación. Decía el comité de lectura del TNC que escogió La mancha por “su compromiso con nuestra realidad”. Y les agradezco enormemente su valentía. Sí, creo que hay que reivindicar el compromiso como experiencia ética y estética. Hemos banalizado tanto el término que ahora parece que comprometerse es firmar un panfleto, poner “me gusta” en Facebook en una página que lucha por frenar el exterminio de las focas, o ir a más manifestaciones que el vecino. Y el compromiso no es llevar la pancarta más grande ni gritar el lema más ingenioso. El compromiso es luchar, radicalmente, contra los propios prejuicios. Intentar mirar diferente. No es fácil, no es cómodo, pero me parece imprescindible.

'La mancha' | Arola
‘La mancha’ | Arola

Hay un componente de inconformismo que planea en la obra, ¿es esta disposición el motor de tu escritura?
Sin duda. Decía Patrick Modiano, en una reciente entrevista, que  nunca consigue decir lo que quiere. Si no lo consigue Modiano, ¿quién lo puede hacer? Uno escribe, y descubre. Pero básicamente se da cuenta de que no ha llegado a plasmar en el papel lo que tenía en mente. Y entonces… Sigue escribiendo. Ese inconformismo en la escritura es aplicable a la vida, supongo.

¿Cómo se conjugan en este sentido frustración y fracaso?
Como en el nihilismo, que puede ser activo o pasivo, el fracaso puede paralizarnos o ser un auténtico disparador. Parece que aceptemos, consciente o inconscientemente, que hay un destino escrito de antemano, y que somos meros ejecutores de una trayectoria ya dada. O que hayamos decidido, a los catorce años, a qué nos dedicaremos el resto de la vida. Ir frustrando esas expectativas puede ser algo maravilloso si nuestra defensa de la libertad no era una simple mueca. En ese sentido, Vila-Matas es un maestro.

La novia del inquilino en un momento asegura que «cuando uno retrocede, por miedo o por escepticismo, el otro ha de dar un paso hacia adelante. Eso también es el amor». En referencia a La agonía de eros de Han y del retrato social de La mancha, ¿es posible hoy amar?
Han habla, con acierto, del infierno de lo igual. Todo es idéntico e inmediato y eso hace que el Eros no encuentre la distancia que necesita para desear. Es por eso que el amor es aún lo más subversivo. Es un acto radical de resistencia. “Desear seguir deseando: es lo único que consigue distraernos de la angustia de la muerte”, dice Giuseppe Scaraffia en Los grandes placeres, un hermoso libro que acaba de publicar Periférica.

Sé que eres un admirador de Albert Camus, ¿qué debe La mancha a su lectura?
Albert Camus lo hizo todo, en poco tiempo, y huyendo de las tendencias, sin buscar la complacencia del lector: teatro, ensayo, narrativa, periodismo… La mancha está levantada desde el barroquismo, con monólogos imposibles, con acumulación de imágenes, con una poética del exceso y, en ese sentido, no se parece en nada al teatro de Camus. Sin embargo, sí que hay una toma de consciencia que tiene que ver mucho con El hombre rebelde. Decía Félix Grande que la poesía es la combinación de “precisión, misterio y consciencia”, y ése triángulo es el que define, también, el teatro que me interesa y me conmueve. Camus, acudiendo a Simone Weil, nos recuerda las tres formas de opresión que tradicionalmente ha utilizado el poder: el dinero, la violencia y la función social. Siguiendo esa fórmula, en La mancha hay acoso inmobiliario, hay una guerra (que el espectador deberá decidir si es simbólica o no) y los personajes están encerrados en la máscara de su carácter arquetípico. La evolución de los protagonistas pasará por estadios que, aunque parecen sinónimos, Camus nos muestra que no lo son: la resistencia, la rebeldía y la revolución.

También sé que eres admirador de Cortázar. Se acusó al escritor argentino de no ser “revolucionario”, a lo que respondió con Literatura en la revolución y revolución en la literatura. ¿Cómo se encuadra La mancha en este paradigma?
El contexto en que Cortázar se declara revolucionario es muy concreto. Sin lugar a dudas, fue un revolucionario en las formas literarias. Rayuela es una revolución en sí misma. Su compromiso político con Latinoamérica fue más allá de ciertos dogmatismos que le quieren atribuir. En 1977, por ejemplo, pidió una rectificación a El País por presentarle, en una entrevista, como militante comunista. Creo que hubiese sido muy crítico con la deriva del castrismo. Él fue uno de los primeros denunciantes del Caso Padilla.

En una de las escenas uno de los personajes afirma que «la periferia es periferia hasta que descubre su propio centro». ¿Qué importancia tiene la periferia, por ejemplo de Barcelona, en la construcción de tu ideario estético y como esto se articula con el mensaje de rebelión de la obra?
Si el establishment de Barcelona hubiese atendido mínimamente a los barrios periféricos, Barcelona en Comú no hubiese ganado las elecciones. Decimos que ya no hay clases sociales, pero el mapa de votantes es impresionante. Lo ilustra todo. Maragall fue el único político capaz de darse cuenta. Y La mancha, aunque no se sitúa en una ciudad concreta, habla de la idea de comunidad. O somos masa o somos comunidad. Y la periferia, que actúa como rizoma, suele ser más hábil, aunque sea por pura supervivencia, para construir redes.

¿Cómo ves el mapa político de Barcelona tras las elecciones? ¿Hay motivos para la esperanza?
Siempre hay motivos para la esperanza. Lo del momento histórico es un mantra que se repite constantemente. Todos son momentos históricos. Pero lo cierto es que es una buena oportunidad para ir un paso más allá en la democracia representativa. El equipo de Colau cumplirá con su compromiso si abre realmente el Ayuntamiento a los ciudadanos. Se equivocará si el personalismo, tal vez necesario para ganar las elecciones, se perpetúa. Hay que poder debatir, entre todos, los asuntos esenciales de la ciudad. Más allá de las ideologías, toca ir hacia la democracia deliberativa. El ciudadano ya no se conforma con la pasividad de quien vota cada cuatro años. Además, la política se hace desde muchos sitios. No sólo desde las instituciones. En ese sentido, me parece más interesante la idea de “partido instrumental” que encabeza Manuela Carmena, en Madrid. Hoy, con las tecnologías que tenemos a nuestro alcance, es infinitamente menos complejo ofrecer más transparencia y más participación directa. No hay excusas. Ése es el verdadero reto.

'La mancha' | TNC
‘La mancha’ | TNC

¿La referencia a los claveles es un guiño a Portugal?
Es muy posible. Pero no me he dado cuenta hasta ahora. Los claveles resisten desde dentro. Es la vida que domina a la idea, y no al revés. Ésa es, fíjate, la gran diferencia entre la resistencia (se afirma, discretamente, desde dentro), la rebelión (dice no situándose fuera) y la revolución (quiere acabar con el poder existente, pero para ejercerlo él). Los claveles son pura afirmación. Ni el humo de las fábricas podrá con ellos.

Has publicado libros de relatos, un libro de aforismos, una novela y un par de ensayos, ¿cómo se encuadra La mancha en el conjunto de tu obra? ¿Qué encuentras en el teatro cómo medio de expresión en comparación con los otros géneros?
Creo que todo forma parte de una mismo proyecto. Un proyecto de escritura sin estrategia previa. Los escritores tienen dos, tres, cuatro obsesiones. No muchas más. Y si lees un artículo mío, o un relato, es muy posible que ya encuentres algunos de los temas centrales que planteo en La mancha. Pero es cierto que en el teatro, al que he llegado relativamente tarde, he encontrado un lugar en el que puedo sintetizar prácticamente todo lo que me ha interesado hasta ahora: el pensamiento, la poesía,… Y, si llega a escena, además cumple esa misiva que ya encontramos en la Biblia: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria…”.

¿Cómo fue el proceso de creación?
Dibujé en un papel el triángulo del que hablaba Félix Grande (misterio, precisión, consciencia) y me encerré durante tres días en una celda del monasterio de Montserrat. Ahí nació un primer borrador. Luego, gracias a la generosidad de Lluïsa Cunillé, Josep Maria Miró y Laurent Gallardo, que me han asesorado durante las innumerables reescrituras, he ido puliendo el texto hasta llegar a la versión que ahora se podrá ver en el Teatre Nacional de Catalunya, y que edita Arola.

Participaste hace un par de años en un seminario de escritura para teatro en Buenos Aires. ¿Qué significó para ti?
Me sirvió muchísimo. En primer lugar, porque allí conocí a autores de todo el mundo, con propuestas muy diferentes, con recursos distintos, que estaban trabajado desde lugares que yo no había ni imaginado. Pero también porque el coordinador, el dramaturgo Alejandro Tantanian, supo ver y acentuar el teatro que a mí me interesa escribir. Y que, para bien o para mal, no es fácil encontrar.

Puestos a comparar, ¿puedes esbozar similitudes y diferencias entre el teatro en Buenos Aires y en Barcelona?
Lo que más sorprende de Buenos Aires es el público. Es una auténtica locura ver todos los días los teatros llenos. Desde el más comercial, en calle Corrientes, o los teatritos independientes de Abasto. Es sobre todo en esa zona donde aún se pueden descubrir obras muy potentes, con nombres como Rafael Spregelburd, que sigue investigando desde allí pese a su reconocimiento mundial. Pero el teatro argentino, que conocemos bien en Barcelona porque ya hay conexiones muy evidentes, corre el riesgo de todo lo que funciona: copiarse a sí mismo, repetir la receta.

¿Habrá continuidad a La mancha?
He escrito una segunda obra. Estoy editando. Precisamente por ese miedo a copiarse a uno mismo, he hecho algo totalmente diferente. Además, cuando escribí La mancha no pensé que un día llegaría a representarse. Por eso hay nueve personajes, algo dificilísimo de producir hoy en día… La nueva obra, que me parece mucho más luminosa, está pensada para únicamente dos actores. Ahora falta encontrar una compañía que, como yo, crea que la palabra ha de ser el núcleo de todo.

Diego Giménez

Diego Giménez, doctor en filosofía y pensamiento (UB) con una tesis sobre "El libro del desasosiego" de Fernando Pessoa, ha realizado diferentes actividades relacionadas con la literatura y el periodismo. Ha trabajado como redactor de LaVanguardia.com y en 2008 cofundó Revista de Letras.

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