Baroja: Reivindicación del ogro melancólico (II)

En el conjunto de estas cuatro novelas lo que se encuentra no es tanto un auténtico amor al mar como la voluntad de construir narrativamente una gran metáfora del espíritu aristocrático que Baroja encontró en Nietzsche y que, finalmente, logró esbozar en Chimista, el aventurero que consigue a la par afirmar radicalmente su autonomía y embridar su destino. “La vida –escribe Baroja en “Juventud, egolatría”- no es ni buena ni mala, es, como la naturaleza, necesaria”. Dada esta necesidad, la vida, es en el fondo –y esto es muy claro para Embil y especialmente para Chimista- un inmenso fenómeno deportivo.

Hay también, como es obvio, remarcables similitudes en estas cuatro novelas:

1.    Todas ellas evocan el mismo mar, el mar antiguo de la navegación a vela. Baroja las escribe remontando su infancia hacia un pasado aventurero que tenía por irremediablemente perdido. En un artículo de 1939, titulado “El mar en la literatura”, distinguió tres periodos en la historia del mar: (1) El fabuloso o mítico, que se habría desarrollado en el mar Mediterráneo; (2) el antiguo, caracterizado por los barcos de vela, aventuras, sublevaciones, piratas, negreros… y que estaba representado por los escandinavos, los normandos y los vascos; (3) el moderno, el mar de la técnica, la mecanización y la economía. Su conclusión es que “hoy todo hace pensar que el mar y la vida del marino han perdido elementos para la novela de aire costumbrista”. En este mar programado ya no hay lugar tampoco para los vascos. Esto es lo que explica el lamento de Shanti Andía: “Los vascos se retiran del mar.” Sospecho que don Pío no se murió por casualidad el 30 de octubre de 1956, día en que nació la televisión, sino que lo hizo adrede, con pleno conocimiento de lo que se le venía encima. Encontramos una precisa descripción de este mar antiguo en “Las inquietudes de Shanti Andía”: “Todavía en el mundo había piratas, todavía había negreros, males todos, ¿quién lo duda?, peligros que obligaban al marino a tomar ante los hechos una actitud gallarda. Todos estos riesgos exaltaban la imaginación, aumentaban el valor, daban el pensamiento de luchar contra el mal y de vencerlo.  A la gran barbarie del mar correspondía la barbarie de su servidor el marino; a la brutalidad del elemento salobre, la brutalidad humana. En aquella época, un marino volvía a su rincón con un anillo en la oreja, una pulsera en la muñeca y una cacatúa o una mona en el hombro.  Un marino, entonces, era algo extrasocial, casi extrahumano; un marino era un ser para quien la moral ofrecía otros aspectos que para los demás mortales”.

2.    En el transcurso de estas novelas se pone de manifiesto, efectivamente, que la moral es una cuestión de paralelo para todo el mundo… excepto para los vascos, porque su carácter noble no se ve alterado por los avatares de la latitud o la longitud.

3.    En las cuatro novelas los protagonistas son vascos a los que Baroja ofrece el don de un fin apacible. Chimista envejece como un lord inglés, rodeado de respeto. Galardi se hace cura y Shanti Andía apenas opone un “sin embargo” melancólico a la renuncia de sus hijos al mar.

4.    En las cuatro hallamos algo que es de mucho agradecer: Nietzsche está presente, pero camina a hurtadillas por el texto, sin necesidad de gesticular. A Baroja no le da por hablar de él como hace en otros lugares de Kant, exponiéndolo como Dios le daba a entender.

5.    Es ilustrativo recoger los verbos que Baroja asocia directamente con el mar. Su mera lectura ya nos informa sobre el sesgo de su mirada. Entre paréntesis se muestra su frecuencia:

Agitar (4), Bramar (3), Brillar (3), Contemplar (3), Extender (se) (3), Golpear (3), Hervir (3), Luchar (3), Mugir (2), Palpitar (2), Parecer (2), Resplandecer (4), Temblar (2)

La escritura de don Pío fue, a la par que su personalidad, derivando en ciaboga de la compleja luz del guipuzcoano Zuloaga, claramente perceptible en sus cuentos, a la austera luz del madrileño Solana. Nombro a estos dos pintores porque el propio Baroja confesó que «entre vascos y castellanos” le gustaría tener sus lectores, ya que “los demás españoles me interesan menos.» Pero también los nombro para resaltar su distancia con pintores claramente mediterráneos como un Sorolla o un Joaquín Mir.

A Baroja no le gustaba ni el Mar Mediterráneo ni su luz. En “Familia, infancia y juventud” transcribe esta conversación:
– A mi no me gusta nada la luz de las Vascongadas –me decía Sorolla en San Sebastián, de una manera categórica-. El verde es monótono.
– A mi tampoco me gusta nada la luz del Sur –le contesté yo-, ni en general la del Mediterráneo. (…)Me parece una luz blanca, fuerte (…). Todo tiende al blanco, al negro y al gris, es decir, a lo que no son colores.

Aunque la paleta de colores de don Pío está bien surtida, los que más usa para describir el mar son los siguientes:

Amarillo (3), Azul (9), Blanco (7), Fosforescente-Fosforescencia (4), Gris (5), Metal fundido o incandescente (4), Negro (3), Perla (4), Plata (6), Rojo (5), Rosa (3), Verde (10)

Baroja nos ofrece abundantes muestras de su rechazo de lo meridional y mediterráneo. Su estancia juvenil en Valencia no le resultó agradable. La luz del sol del levante le “producía bastante aburrimiento.” “No me gusta nada el Mediodía”, dice Shanti Andía. En “El laberinto de las sirenas” describe el Mediterráneo como “una cloaca mefítica (…) desde todos los puntos de vista”, incluido el moral. La suciedad e inmoralidad de sus hombres es constitucional y no aprendida. A Galardi –que era un vasco decidido y valiente- le molesta su “luz blanquecina y difusa” y encuentra en los pueblos mediterráneos demasiados mendigos, jorobados y mujeres gordas.

Mientras el Atlántico es para Baroja “la alta piratería, los grandes naufragios, el bergantín negrero, el marino con un anillo en la oreja y una cacatúa al hombro”, “el Mediterráneo es un mar clásico y al mismo tiempo realista; el Atlántico es un mar romántico y turbulento”; “el Mediterráneo es más constante, más parecido a sí mismo; el Atlántico es la eterna variación, el eterno cambio”; el hombre del Mediterráneo “es las fórmulas hechas; el hombre del Atlántico es el ímpetu aún sin moldearse.”

Como no ama la luz mediterránea es ciego para ver el diálogo que descubrió Josep Maria de Sagarra en sus “Cançons de rem i de vela” (escrita en 1923, el año de “El laberinto de las sirenas”) entre les “vinyes verdes vora el mar” y el “llagut i la gavina”. Y ya que nombro a Sagarra, me imagino que don Pío hubiese podido hallar en estos versos del catalán la explicación del aire mefítico del Mediterráneo:

Pixo a l’abim:
al fons la mar blava,
allà el cap de Begur,
aquí el cap de la fava.

Sería ilustrativo comparar la prosa intempestiva de Baroja con el puntillismo exacto, nada mefítico y mucho menos aburrido de un Joaquim Ruyra o de un Josep Pla, pero tampoco es cuestión de fomentar veleidades literarias.

Baroja es, desde luego, un personaje singular. Tanto que es evidente que Euskadi continúa sin saber muy  bien qué hacer con él. Una prueba casi ignominiosa de esto la encontramos en San Sebastián, que ha puesto el nombre del novelista ni más ni menos que a un polideportivo. Pero esto no es todo. En “Juventud, egolatría” confesaba retadoramente Baroja: “Yo he sido siempre un liberal radical, individualista y anarquista. Primero, enemigo de la Iglesia; después, del Estado; mientras estos dos grandes poderes estén en lucha, partidario del Estado contra la Iglesia; el día que el Estado prepondere, enemigo del Estado”. Pues bien los responsables de los transportes urbanos de San Sebastián han puesto a la línea 18 el nombre genérico de “Seminario”. Compruébenlo ustedes cuando visiten esta ciudad. La línea 18-Seminario tiene paradas en Urbieta, Arrasate, Zubieta, Miraconcha, Sanserreka y Pío Baroja.

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