Slavenka Drakulic, Luisa Etxenique y Berta Ares | Foto: Literaktum

Contra el totalitarismo, la palabra

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Luisa Etxenike, Slavenka Drakulic y Berta Ares | Foto: Literaktum

Debate contra el totalitarismo en el Koldo Mitxelena Kulturunea de la mano de las escritoras europeas Slavenka Drakulic y Luisa Etxenike. El auditorio apenas tarda unos minutos en prácticamente completar aforo, en una tarde de viernes en la que las suaves temperaturas y el ambiente alegre de las calles invitan sin embargo al paseo. Pero la palabra y el pensamiento son estos días protagonistas incuestionables de San Sebastián, que cada año por estas fechas celebra el Literaktum, festival en el que la literatura entra en diálogo con otras disciplinas para conectar con los debates de nuestro tiempo.

Arranca el debate Escritura vigilada: literatura e historia en Europa, sobre la experiencia de escribir en regímenes totalitarios, la literatura y la crónica ante el horror, la responsabilidad intelectual del escritor ante los poderes y las ideologías con una obligada invocación al legado de la pensadora política Hannah Arendt quien, tras estudiar a fondo los orígenes del totalitarismo y la experiencia humana de violencia en los campos de concentración y la shoa definió la renuncia a pensar como el origen de muchos sistemas totalitarios y del mal extremo. Contra ellos se alza el debate, el diálogo: dar la palabra y tomar la palabra.

Al igual que Arendt -quien años atrás asistiera al juicio por los crímenes del nazismo en la persona de Adolf Eichmann- también Drakulic asiste y escribe sobre los juicios contra criminales de la guerra desatada en los Balcanes, que tuvieron lugar en el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya. También ella intenta comprender el origen de la crueldad y brutalidad de personas corrientes, mediocres en su mayoría, que un día se convirtieron en asesinos y violadores haciendo posible una limpieza étnica en Bosnia. Tanto a través de sus novelas, como en el campo periodístico donde bebe del nuevo periodismo legado por Truman Capote o del periodismo de guerra y novela documental que cultivó Martha Gellhorn, Drakulic define su trabajo como:

“Aquello que me permite ir más allá del tabú, mirar a través de otros ángulos, y si esto tiene como resultado una mirada dramática o desafiante es lo que hay, yo voy al límite. A veces incluso me resulta muy difícil leerme porque efectivamente también sale a la luz mi lado oscuro. Pero tampoco es algo que me preocupe especialmente. Esto se lo dejo a los lectores y a la crítica». 

En torno a su experiencia durante la guerra en Sarajevo, Bosnia o en la Antigua Yugoslavia, señala: “Nuestro mayor tabú es el de un ser humano matando a otro ser humano, lo que todas las religiones prohíben; pero para matar a otro ser humano tienes que estar convencido y esto lo hace la propaganda. La propaganda te prepara a pensar que la otra persona es tu enemigo, que la otra persona no es ya un ser humano. El enemigo es deshumanizado, esa es la primera tarea de toda propaganda. Y eso es lo que hace que todo sea posible. Ninguna guerra comienza por que sí. La guerra comienza fabricando al enemigo, y llevando a esa categoría a todo aquel que no piensa como nosotros. Eso es lo que estamos haciendo ahora también con los refugiados. El nacionalismo siempre crea el enemigo”.

Slavenka Drakulic | Foto: Literaktum

De imprescindible lectura para quien quiera ejercer el periodismo son sus reportajes recogidos en No matarían ni a una mosca (Anagrama) sobre la guerra de Yugoslavia, en relación a los juicios que tuvieron lugar en el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya y la novela documental Como si yo no estuviera (Global Rhythm Press y recientemente en euskera en Pasazaike) donde da cuenta de las violaciones en masa cometidas contra mujeres bosnias. Un trabajo profundo y respetuoso que evidencia la enorme importancia de la mirada feminista y del enfoque de género. Para Drakulic la clave es hacer la pregunta correcta: “No creo que la palabra escrita en literatura tenga una función pero si tiene algún significado todavía hoy el ejercicio del periodismo es precisamente para que siga haciendo la pregunta adecuada. No es parte de nosotros la respuesta, sino hacer la pregunta. No es poco, pero cada vez dejamos menos espacio a las preguntas adecuadas”.  Por otro lado, para ella, la literatura, como arte “no debe tener ninguna labor, tarea u obligación. Es una expresión de libertad humana, lo que nos permite ser libres, aunque seamos castigados por ello, pero es un ejercicio último de libertad”.

Contra el alzheimer social que todo lo invade y las posturas fatalistas se alza la escritura de Etxenike. Sus propuestas buscan también los límites a través de una narrativa de estrecha inspiración renacentista en el sentido de que hay una ética del orden y de la armonía, un uso preciso de la palabra y de la técnica introspectiva, pero a la vez un juego en la disposición de los elementos nada previsible. Para Etxenike nada debe ser previsible o determinado y menos el destino de las personas, por eso apela a la posibilidad del ser humano como artista de su vida. En sus novelas, al lector se le invita no sólo a leer, sino también a mirar. El lector pasa a ser espectador y el argumento, forma.

En sus trabajos El ángulo ciego (Bruguera) y Absoluta presencia (El gallo de oro) denuncia cómo la violencia penetra en los espacios fundamentales como son las calles de su propia ciudad, San Sebastián, donde la experiencia del terror tenía lugar en un escenario de belleza en el que la sociedad, como la naturaleza, sigue su curso: “Para mí la convivencia del horror y la belleza producían un efecto doble, producían espanto en el exterior de la vida, pero en el interior de la narrativa esos son los efectos que buscas porque creo que la literatura tiene que estar para provocar conmoción. Creo que la escritura tiene que estar siempre en los límites, no sólo porque tiene que acercarse siempre a la transgresión, es decir, a los límites en cuanto introducimos lo otro, sino porque tiene que mantenernos siempre en un estado de tensión máxima para que esa conmoción se produzca. Siempre he buscado precisamente eso. Que a cada roce, a cada contacto, a cada diálogo se produjera una especie de chispazo, que me vale como definición de la literatura o el arte que me interesa”.

El sueño europeo
Para Drakulic (Croacia, 1949) hasta 1999, año en el que las repúblicas de la antigua Yugoslavia entran en la Unión Europea “cuando un europeo del Este pensaba en Europa, pensaba en Occidente, nuestros sueños de pertenencia a formar parte de Europa siempre estaban asociados a los valores de Occidente”. Pero después, tras hacer su entrada efectiva en la Unión Europea vieron que lo que había no tenía nada que ver con sus sueños: “Europa era un espacio de capitalismo cruel, lo que llamamos cowboy capitalism, empuje capitalista que además coincidía con nuestro periodo de transición a la democracia. Se crearon muchos perdedores en este sistema pero también ganadores: aquellos que ganaron con la privatización y la especulación, comprando baratas las propiedades y las fábricas y empresas que habían sido del Estado. Por tanto hay una cierta decepción con el sueño europeo”. Y también, señala “algo de amargura porque nos sentimos ciudadanos europeos de segunda categoría, y todo esto luego ha tenido consecuencias que hoy vemos en Hungría, en cuanto recibieron inmigrantes comenzaron a escribir leyes racistas”.

Luisa Etxenike | Foto: Literaktum

Por su parte, Luisa Etxenike (San Sebastián, 1957) señala no tener una idea de Europa territorial: “No vinculo la identidad con un territorio sino con la pertenencia a un sistema de valores, o comunidad de referencias culturales. Entiendo que Europa sea siempre un territorio de tensiones, tensiones positivas que nos hacen avanzar”. “Europa es para mí especialmente un mestizaje. Puedo ser vasca y española sin el menor conflicto y puedo adscribir a eso una serie de elementos muy importantes de mi identidad, pero soy también en mi estructura francesa y el inglés por ejemplo es una lengua que me parece más cercana a mi estilo literario que el francés. Y siento que hay algo que me pertenece en todos los países que visito, porque nuestra historia está hecha de esos elementos comunes. Pero yo prefiero decir mestizos que comunes. Porque mestizos significa también que está en el interior de cada uno, implica una pertenencia más cruzada. Para mí, Europa es esencialmente esto y por lo tanto no es una cuestión de límites territoriales.»

El sentimiento nacionalista
En palabras de Etxenike “el repliegue identitario me parece la negación más dramática y peligrosa”. “Creo que el mestizaje es una constatación”, señala, “Europa está hecha de relaciones. El flujo de concepciones políticas y manifestaciones culturales han sido constantes. Todo esto ha supuesto un extraordinario cruce. Si nos preguntaran qué hemos leído, dónde están las fronteras de Europa, yo les preguntaría, ¿y dónde están las fronteras del mundo? Milan Kundera reivindica el legado de Cervantes. ¿Dónde están las fronteras? Cuando hablamos una lengua estamos produciendo muchos cruces de lenguas”.

En términos similares se expresa Drakulic: “Las identidades nacionales son construcciones”, “la cuestión es que se nos vende ahora la cuestión de la identidad nacional como si fuera el color del aire, como si fuera algo incuestionable e inalterable. Se supone que hemos de tener una identidad nacional que domina nuestra identidad”. “El nacionalismo es muy peligroso porque tiene en su interior el poder de generar odio. El nacionalismo siempre implica una comparación y una competencia. Somos mejores que tú, más grandes que tú, es una imagen especular (mirror image) y dentro siempre lleva el odio con propósito”. “La Unión Europea se construyó tras dos guerras mundiales en las millones de personas fueron asesinadas, creo que no hemos aprendido nada de la historia, si hablamos en términos de nacionalismo y ante el resurgimiento del populismo. Esto es lo que más me preocupa. Esta propaganda derechista que va hablando de inseguridad, de miedo esto crea circunstancias peligrosas”, sostiene.

 Al finalizar el debate, retomará el discurso en torno a Europa, en una invocación por una armonía y política común: “No olviden que fueron Estados Unidos de América quienes pararon la guerra en Bosnia ante la división europea, incapaz de tener una política común exterior”.

Contra la manipulación y la indiferencia
Para Drakulic, “La idea de que la educación y la cultura nos hacen mejores seres humanos es un proyecto de largo plazo, pero no es lo que finalmente decide las cosas. Lo que decide las cosas está completamente relacionado con las circunstancias” y cree que aunque efectivamente las personas pueden crear las circunstancias “también pueden ser seducidos”. Para ella, manipulación siempre a través de las emociones, resignación y consentimiento, van de la mano. Como también van de la mano el populismo y el oportunismo.

Etxenike destaca que las circunstancias también pueden construirse: “Las circunstancias se crean, podemos sembrarlo y llevar las cosas en un sentido u otro”. Pueden llevarse en ambos sentidos: “en el repliegue de las identidades, que crea odio, nos hacen ver el enemigo y nos prepara para la guerra, pero también en el buen sentido. De todo esto depende algo que es fundamental: la educación, ésta nos permiten saber elegir la posición, posicionarnos frente a las manipulaciones que están creando circunstancias. Cuando nos sentimos dotados de recursos emocionales, intelectuales, de experiencia y de conocimiento”. “Cuando hablamos de los problemas de Europa solemos buscar responsables, pero creo que hay que buscar menos responsables y más causas. Y creo que lo que está sucediendo en Europa, de la vulnerabilidad de las sociedades europeas, tanto del Este como del Oeste; los discursos populistas y de odio finalmente tiene que ver con algo que se sembró en los años 80 y que fue el vaciado de contenidos educativos y la degradación de los sistemas educativos; siempre preocupados por las pedagogías y mucho menos por los contenidos”. “Cuando tienes poco hábito del diálogo intelectual, efectivamente vas a interactuar más con aspectos emocionales y viscerales. Yo creo que esa es una de las principales causas y eso se refleja también y se remedia poniéndose a ello, volviendo a dotar a la población de ciudadanos críticos, es decir, individuos libres”.

Fatalismo y entretenimiento
Para Etxenike, “tanto la manipulación como la indiferencia necesitan del otro lado una forma de pasividad que desde hace unos decenios ejercen toda una serie de poderes, no sólo el poder político, también los medios y la industria del entretenimiento”. Para ella uno de los pilares de esta pasividad es el fatalismo: “La idea de que se nos presentan muchas cosas como inevitables, cuando te dicen que las cosas son así, que la economía tiene que ser así, que el empleo tiene que ser así, llega un momento en el que la gente se lo acaba creyendo. Creo que esa especie de fatalismo se nos inocula desde hace mucho tiempo y desde muchos niveles distintos”. Y el otro pilar es el entretenimiento: “Nos hemos acostumbrado a tratar cultura con entretenimiento. Y entretener es todo lo contrario de lo que tiene que hacer la cultura. Entretener es distraer, es mantenerte fuera de aquello en lo que tienes que pensar. Claro, si estás entretenido y no confías ya en que cualquier acción tuya pueda transformar las cosas pues vas a caer en esa pasividad que es precisamente lo que necesita la manipulación y lo que significa también de algún modo la indiferencia”. Finalmente, encuentra un tercer aspecto fundamental en el fatalismo llevado al ámbito de la política, “incapaz de  resolver lo que la economía manda”. “Se nos ha olvidado exigir la actividad política y hemos aceptado ese fatalismo de que nada se puede hacer por encima de la economía”.

Para Drakulic uno de los grandes problemas es que no se enseña “a pensar, a hacer preguntas, y por supuesto puedes someter a crítica las circunstancias, cambiarlas, pero primero tienes que hacerte preguntas empezando por la básica, ¿por qué? Hay que cuestionarse las condiciones que hay alrededor, sin preguntas no hay cambios posibles. Enseñemos a preguntar por qué y romper con la importancia que se le concede al entretenimiento”.

Debate público
Para Drakulic, el hecho de proceder de una sociedad totalitaria hace que le resulte más difícil creer “en el potencial de la gente que es demócrata y en la posibilidad de realizar una elección libre de las circunstancias, que de alguna manera se oponga a la de liderazgos nacionalistas”. La escritora de origen croata muestra una postura escéptica debido a la pérdida de “espacio público” que representaban los medios de comunicación: “tenían un rol importante además de informar que era el de educar. Este aspecto educacional se ha perdido, porque los medios ya no son libres y ahora las redes se están apropiando del debate social”. A la apropiación del debate por parte de las redes,  añade además el problema que introduce el anonimato en los espacios digitales: “Lo penalizaría, porque creo que hace mucho mal y en sólo se crecen los cobardes. No puedo aceptarlo. Debería estar legislado. Siempre pasan primero los fenómenos y sólo luego llega la legislación. Y lo que está sucediendo con Internet debería estar muy controlado y legislado. Creo que tienen en sus manos algo muy poderoso”. Por ello se hace muy difícil emprender esa mejora del debate público. Sin embargo, no considera que pueda hablarse de régimen autoritario debido a las redes:

“Sé cómo funciona el totalitarismo de verdad. El totalitarismo implica que la sociedad no tiene libertad. No se te permite preguntar por qué bajo el totalitarismo. Aquí tenemos libertad pero no la usamos. ¡No hay que abandonar la idea de que tenemos que usar la libertad!”

En una postura similar, Etxenike sostiene que “Las redes sociales no pueden ser el lugar desde el que se pueda insultar, mentir e injuriar. Falta asertividad por parte de los ciudadanos y usuario. Lo que exigimos en la vida física no sé por qué no vamos a exigirlo en la vida digital”. Cree asimismo que a través de las redes se da una “disociación entre tener derechos pero sin deberes”. “Internet es el territorio donde todos tienen derechos, y el deber hacia y para con el otro ha desaparecido” por lo que habría que “sumar a los derechos humanos los deberes humanos”. En cuanto al debate público, asevera la escritora que éste ha sufrido una degradación al que hay que sumar una pérdida de exigencia intelectual incluso a nivel individual: “Hemos rebajado la exigencia intelectual y la capacidad crítica y esto lo ha degradado todo”. “Como ciudadanos deberíamos ser más exigentes, No tolerar ese uso infame del vocabulario, ese vivir a ras de suelo en términos de exigencia intelectual. Y creo que eso puede cambiar. No caer en el fatalismo. Podemos cambiar las cosas y para eso acercarnos mucho a la educación: espacios públicos que además se proyectan. Llevar el pensamiento crítico al centro de los currículos académicos. Recuperar el pedaleo”. Un mensaje con significado, teniendo en cuenta que el Koldo Mitxelena, anuncia la escritora, se convertirá tras su remodelación en una sala con debates multiplicados.

Para Drakulic es importante abordar el problema desde el capitalismo del beneficio total y la falta de ideas de la izquierda tras el colapso del comunismo.  También Etxenike destaca la falta de ideas de la socialdemocracia: “Yo no discutiría tanto las esencias de la izquierda que finalmente es no renunciar a un ideal de justicia social y libertad”. “Creo que lo que la izquierda necesita hoy es definirse políticamente frente a los poderes económicos y también frente a las definiciones identitarias. Y creo que las izquierdas han sido muy titubeantes en Europa. No han sabido ver la amenaza de la que ciertas reivindicaciones identitarias suponían a las convenciones y conquistas de las democracias”.


Puedes ver el debate a través de este enlace:
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Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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