Eric Packer (Robert Pattinson) es un joven broker (o especulador de divisas) al que le salen los billetes por las orejas, frÃvolo y frÃo más allá de lo creÃble, que decide recorrer la ciudad -en un dÃa especialmente caótico- en su limusina hipertecnológica para cortarse el pelo en la peluquerÃa del barrio pobre en el que creció, el mismo dÃa que decide invertir todo el dinero -el suyo y el de los que se lo confÃan- en una arriesgada apuesta contra el yen. El viaje dura todo el dÃa y mientras tanto va encontrándose con diferentes colaboradores, empleados, mujeres, médicos, su mujer (con la que nunca ha llegado a practicar sexo) y su guardaespaldas, que no deja de decirle que hay amenazas creÃbles contra la seguridad. Es al final, cuando Packer habla con su peluquero de toda la vida, que reconoce la existencia de sus padres, pero no sabemos mucho más de ellos. Se intuye que en realidad Packer añora ese estilo de vida que consiste en un trabajo manual, una familia y un barrio, pero ya está camino de su autodestrucción nihilista. En el fondo es como un niño, ávido de sensaciones y de protagonismo, capaz de odiar al presidente (de EE.UU.) por haber una amenaza contra su seguridad y no contra la suya.

El protagonista de Cosmópolis no es un personaje real ni lo pretende, ni en la novela original ni en la pelÃcula de Cronenberg. Su forma de hablar es el elemento más obvio. Es una metáfora y a DeLillo le importa muy poco el realismo. Packer es la imagen de la deshumanización total, no necesita de motivos o antecedentes (los tÃpicos traumas de las historias más clásicas) porque está totalmente vacÃo. DeLillo a ratos solo parece querer explicarnos en qué consiste la deshumanización, contextualizada en la era del capitalismo salvaje y a través del personaje de Eric Packer, para quien el ser humano bien podrÃa ser sustituido por máquinas y él mismo se considera un personaje más de una especie de comedia cruel en la que todo deberÃa tener sentido pero al final no lo tiene. No lo reconoce abiertamente: intenta sentir, pero ya solamente el dolor autoinfligido y el miedo a la muerte le conmueven. Ya solo le atrae lo macabro. Eso explica el aparentemente inexplicable final nihilista de Packer, porque los antecedentes que normalmente explican esas conductas prácticamente no están. Volver a sus orÃgenes de clase media-baja llega tarde y la huida en busca del peligro está forzada al máximo. Al final se encuentra con su enemigo, Benno Levin, enemigo del capitalismo más por despecho que por otra cosa, porque fue Packer quien le despidió y le expulsó del sistema. El Benno Levin del filme es vÃctima del guión de Cronenberg, obsesionado con calcar todos los diálogos y eliminar los datos contextualizantes que va aportando poco a poco el desparecido narrador. Levin llega al final y despojado de toda su importancia, pero en la novela aparece mucho antes y adelanta la suficiente información como para que nos interesemos por la suerte de Packer. En un guiño al lector, el filme le permite un cameo a Benno Levin antes de que salga a escena. Packer mira por la ventanilla de su limusina mientras Levin está frente al cajero de una sucursal bancaria. Le vemos cuando se da la vuelta y mira de reojo a la limusina. Cuando entra en escena como personaje pensamos que aquel cameo era parte de su plan, que estaba espiando a su vÃctima, pero DeLillo pensaba en otra cosa, porque Levin nos confiesa en primera persona que necesita ir de vez en cuando al cajero para saber que aún le quedan algunos dólares y que es parte del sistema. Es el mismo capÃtulo en el que DeLillo nos cuenta que Levin ha perdido la cabeza, aunque tenga razones para ello y tenga razón en algunas cosas. En el filme aparece como un mesÃas revolucionario con algún tic nervioso y, sobre todo, como caÃdo del cielo y metido con calzador. De la misma manera, Cronenberg escatima unas cuantas lÃneas y deja de tener sentido que el nuevo médico detecte un problema que el habitual no pudo descubrir aún examinando al paciente todos los dÃas. Hay muchos más ejemplos, pero no es la ocasión para enumerarlos.

Puede que la novela esté algo sobrevalorada pero no se le puede negar el don de la oportunidad. El mundo apocalÃptico que nos propone DeLillo es una versión muy cercana de nuestro mundo actual, y por eso mismo da miedo y hasta nos creemos que alguien pueda querer especular con ratas muertas. Tiene un cierto aire de conjunto de ensayos a propósito del capitalismo, que van saliendo de la boca de diferentes secundarios que podrÃan ser cualquier otro. Los personajes que aparecen por la limusina de Packer solo son necesarios en la medida en que DeLillo tiene un discurso que soltar y no puede seguir abusando de la verborrea metafÃsica de su protagonista. Algunos están mejor dibujados que otros, pero en general son intercambiables. Solamente su mujer, Elise, y su enemigo, Benno Levin, están realmente enfocados como personajes, y son precisamente los que no aparecen por su limusina. El viaje para cortarse el pelo funciona como desencadenante (y como primer ejemplo de la frivolidad de Packer), pero termina por ser el contenedor de un ensayo sobre el capitalismo, dividido en capÃtulos/personajes. PodrÃamos quitarlos y la historia seguirÃa su curso como una novela corta. La acción es lo de menos y toda esa discursividad está escrita magistralmente por DeLillo, capaz de una prosa casi poetizada que nos envuelve por completo. Y por eso mismo, casi todo depende de que nos interese lo que opina Packer, particularidad que el guión de Cronenberg acentúa calcando los diálogos, unificando voces y eliminando pequeños datos de todas partes para que la lÃnea temporal no se pare y se quede aún más encerrada en la limusina, y quitándole asà toda la intriga a la historia. En consecuencia, en el filme todo depende de que Pattinson dé la talla, pero la prosa exquisita de DeLillo en sus manos parece más bien un discurso didáctico barato y tedioso. DeLillo consigue que esperemos con ansiedad la próxima frase lapidaria de Packer, pero en boca de Pattinson todas pasan desapercibidas. Lo hace mejor de lo que podrÃamos esperar dados sus antecedentes, pero cuando se mide a Paul Giamatti (Levin) se nota mucho que es un actor muy mediocre. El conjunto acaba teniendo un aire ilógico, absurdo y aburrido que la novela no tiene en ningún momento (a pesar de la arriesgada apuesta que supone), porque además la cámara y el estilo de Cronenberg no parecen estar por casi ningún sitio. Es tal la economÃa narrativa durante buena parte del metraje que hasta podrÃamos exagerar y decir que Cronenberg deja la cámara encendida y se va a tomar un café, o que simplemente querÃa hacer una especie de documental. En suma, el resultado es francamente decepcionante, porque el material de partida, ya se considere sublime o sobrevalorado, daba para muchÃsimo más.
Jesús DÃaz de Lope
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