En un parque emblemático, entre casetas repletas de volúmenes que buscan ansiosos un dueño que les ofrezca su hogar, calentado por un sol de justicia o refugiándose a duras penas de una lluvia torrencial, el amante de la literatura pasea feliz sin rumbo fijo, olisqueando las últimas novedades, descubriendo editoriales que aún no conocÃa, recogiendo coloridos marcapáginas que acompañen sus infinitas lecturas. Es la Feria del Libro de Madrid.
Todos los libreros visten sus mejores galas literarias, muestran sus tesoros más preciados, con una sonrisa de complicidad tratan de atraer a los posibles compradores, intentan seducir a los visitantes, que, ya de antemano, desean ser seducidos hasta que la tarjeta de crédito gima lastimosamente por su pesada carga.
De pequeña con mi padre, después con mis compañeros de universidad, acogÃa gustosa la llegada de una primavera fecunda en hojas impresas llenas de historias desconocidas y fascinantes. La Feria me trae recuerdos sencillos y hermosos. Como aquella vez que me compré con catorce o quince años la biografÃa de Lord Byron novelada por André Maurois que tanto me impresionó, o cuando nos sentábamos en corrillo en el césped y nos leÃamos con la debida reverencia algún poema de los libros que acabábamos de adquirir.
Disfrutaba anticipadamente por las sorpresas que me depararÃan aquellos mostradores codiciados, deambulaba sin ningún tÃtulo concreto en la cabeza, dejándome arrastrar por el azar, o el destino, o lo que sea.
En los últimos tiempos, apenas he podido acudir a esta cita entrañable en el Retiro. Y, como los judÃos en el exilio, que sueñan con regresar a Jerusalén, yo espero igualmente poder asistir de nuevo a este acontecimiento “el próximo año, en Madridâ€.
Natalia González de la Llana Fernández
www.unesqueletoenelescritorio.blogspot.com
Imágenes: FIL
¡Hermosa evocación!