Dialogando poemas. Iván Humanes habla con Álex Chico

Dimensión de la frontera. Álex Chico
Ediciones de La Isla de Siltolá (Sevilla, 2011)

Más allá del sur, tiempo después, al final de la calle sobreviene Álex Chico. Ya va siendo hora, me digo. Y los dos caminamos hacia la calle Menorca, 114 7º 2ª buscando algo de luz para tanto espacio creado alrededor de la dimensión de la frontera. La frontera es inabarcable, un viaje, me dice. Y lía su tabaco con agilidad, se enciende el cigarrillo y conversamos de Basilio Sánchez y del verso que antecede a su reciente poemario: “Permanecer inmóvil es ahora el destino / del que ya nada oculta”. Y le pregunto por Basilio y me cuenta que es de interiores, un poeta contemplativo, y extremeño. Como tú entonces, pienso. Señala el piso deshabitado. Allí es, dice. “Sólo la memoria recupera su estado / de sitio”, escribe Álex. Y la habitación de la calle Menorca, 114 7º 2ª es oscuridad, así se lo digo: la habitación de la calle Menorca 114 es oscuridad. “Oscuridad remota del paisaje”, matiza reproduciendo uno de sus versos. Creo que ya voy anticipándome a la dimensión inabarcable de su poemario, y a la nostalgia, y a esos puentes que cruzan la orilla entre la incertidumbre y la luz. Es complicado situarse en algún lugar, en un espacio concreto, “mi lugar está aquí, / en mitad de un páramo sin ruinas, / más solitario que un callejón / plagado de gente y luz difusa”, somos una continuación del lugar, me cuenta. Y los dos ocupamos los sofás respectivos, en medio de una habitación vieja, amplia, donde sólo habitan los sofás, y una pequeña mesa entre los dos con un candil encendido, la brasa del cigarro. Porque nosotros somos mera apariencia. Sombras que están aquí pero que más tarde desocuparán el piso de la calle Menorca y habrán sido instante, tan solo un momento determinado, apenas un testimonio difuso del momento. Antes, me dice, creo que has escrito que Dimensión de la frontera es mi poemario más reciente, no, has utilizado el calificativo “reciente” antes de poemario, como si creyeras que esta crónica es un poema, pero bueno, no me molesta; como decía, has dicho que era “reciente”, ¿tú crees que algo reciente es algo que se gesta entre 2004 y 2010? ¿En seis años? Yo diría que son momentos rescatados, inscripciones de la memoria, geometría temporal. Es cierto, rectifico. Pero tampoco has estado muy desacertado, sigue Álex, es reciente porque todavía lo considero propio: el poema, cuando menos te lo esperas ya no te representa, deja de ser tuyo. En este caso hay muchos poemas que considero todavía propios, cercanos. Están “dispuestos a lo largo de esta vía, iluminan la inscripción del camino”, le digo, recortando uno de sus versos. “Cada palabra tiene su reverso, / igual que cada hogar conserva todavía / el alzado de su ruina”, dice de memoria. Es que tu poemario está sumergido en gran parte, y me intentaré explicar: en tu poemario se vislumbra el plano físico, determinado, de lugares concretos: Portugal, Barcelona, Extremadura, Central Park, un ir y venir del poeta aquí y allá, pero en verdad tus versos continúan hacia abajo, son un iceberg, visible pero invisible a la vez, y tras lo que se ve hay una enorme roca sumergida, el poema se ahonda, las palabras tiran hacia las profundidades y el lugar concreto se convierte en capas y más capas, estira hacia abajo del alma, hacia la sombra; es muy probable que eso sea consecuencia de tu particularidad, no sé si me entiendes, de estar en un lugar que no es el tuyo concreto, tú como apátrida, la transformación del errante en escritura, creo que lo dices en “El náufrago”: “Entonces, ¿qué queda? / No basta sólo con decir: un náufrago. / Es necesario mostrar la tierra / que permitió su supervivencia, / los objetos dispuestos al margen, / agotándose justo al límite”. Es posible, dice, el hombre solo es constatación eventual del lugar, y es apariencia, sólo –aunque es demasiado- somos un hombre con demasiados recuerdos, un náufrago que necesitó vencer y perder al mismo tiempo. Su condena antes de morir. Eso queda. Eso mismo has escrito en el poema del que te hablo, le digo. Es posible, me dice, no lo recuerdo bien, pero todo, amigo Iván, está en el límite, esta conversación misma: yo sé que no existe, que tú y yo jamás hemos coincidido en este lugar, en Menorca, 114 7º 2ª, que nunca se ha dado esta entrevista, pero eso no importa, porque en caso de que se hubiese dado, ¿qué hubiera cambiado?, las palabras, una más o una menos, una frase mejor dicha o no, pero tú y yo y el que nos lee seguiría en el mismo lugar, hubiéramos pasado por la calle Menorca y nos hubiéramos constituido en puro tránsito, apariencia, simples fantasmas que una vez habitaron la misma habitación y se sentaron en diferentes sofás y consumieron algo de tiempo, unos cigarrillos, pero luego nada más, trazas, porque el límite es apariencia y la frontera no tiene dimensión, y si la tiene es inabarcable, tiempo en fuga. Es que cada comienzo va perdiendo su nombre, le digo. Sí, eso sí que lo he escrito, cada comienzo es una sentencia y va perdiendo su nombre. Y le prometo no apropiarme de más palabras suyas, pero tampoco es algo que a Álex Chico le importe, Álex Chico es un excelente poeta, pero es mejor –si cabe- persona, y es consciente de la nebulosa, y de las sombras del cronista y del poeta, y así se lo pregunto: ¿eres consciente de las sombras? Es que mi Dimensión de la frontera es la crónica de las sombras, se avanza en la corriente pese a las sombras pero al fin admitimos la continua necesidad de seguir ubicándonos.

Álex Chico (foto: lasafinidadeselectivas.blogspot.com)

¡Y cuánto le debemos a Kafka, Álex! Yo al menos, me dice, mucho, precisamente la primera parte de mi poemario se abre con un extracto de Kafka, del hombre que contempla, cuando Kafka dice que el hombre no busca nada y sólo aparece ante el alféizar de la ventana como un hombre cansado, y todo lo demás. Y luego, en tu “Poema de Czeslaw Milosz a Franz Kafka” atrapas esa sensación kafkiana del hombre leyendo solo en casa sola, aislado, y de repente el temor irracional de que alguien se acerca, tres o más personas, que ellos saben cómo entrar, y que todo volverá a ser como antes. Así es, dice. Y más tarde también, en el poema que finaliza esa primera parte, cuando te preguntas si se puede vivir mirando la calle y al mismo tiempo no pensar en nada. Así es, vuelve a decir, aquí has estado bien, Iván, si bien el tono general deja alguna duda has cerrado bien al hablar de mi primera parte, mi primera parte se cierra con el hombre que contempla, tal y como se inicia, y nosotros tenemos la condena impuesta de no contemplar sin pensar en nada, continuamente todo es percepción, y eso es agotador. (Descansamos unos segundos mientras Álex mira por la ventana a la calle y hablamos del tiempo, del frío, de esos caminantes anónimos, de lo que se habla cuando se da el intermedio entre lo trascedente y lo trascendente). Continuemos, Álex. Adelante, aunque no estoy de acuerdo contigo en esto que has indicado entre paréntesis, ¿estás seguro que lo trascendente no es el frío y el caminante anónimo, que lo más trascendente no es lo que nos parece anecdótico? Es posible, le digo, “Ya va siendo hora, me digo, de interpretar / la vida con un poco más de calma.”, le leo, y la conversación continúa: en tu segunda parte del poemario tenemos una respuesta al motivo del apátrida, cuando dices en tu poema “Meditación en Barcelona” que la eterna ruina del viajero es evadirse hacia otro punto en apariencia más humano. Es que “Cada día es más difícil apreciar / el rastro de otro cuerpo frente al espejo, /su sombra, algún retazo de piel / que conquiste el tiempo de la memoria”. Y es ahí cuando indicas que no queda más remedio que avanzar en el trayecto. Sí, no queda más remedio que avanzar por necesidad, por vocación, por abandono. Sobre todo por abandono. Sí, sobre todo por abandono. Creo que es muy significativo este poema, pues condensa en buena parte ese recorrido del que te haces eco en los poemas, esa presencia sin estar, los diálogos que desaparecen, el olvido, los rincones, la luz que escasea, los “volúmenes de oscuridad”… Claro, y en el poema “En Urquinaona”, que surgió tras una conversación con una amiga común, Laia López Manrique, se personifican esas sombras inciertas, ese qué quedará de mí, y qué quedarán de estas formas inciertas que acompañan al viajero  en su estancia siempre breve. Es en este poema, Álex, cuando utilizas uno de esos versos que se recuerdan tras la lectura, cuando dices “Qué quedará de mí / en este lugar, / cuando apenas se sujeten / los últimos bancos del parque”, y que da ejemplo de lo que venimos hablando, esa inconsistencia material, donde todo puede explotar de repente y quedarse desnudo, el mundo que es despojado del cuerpo, los espacios se rebelan a la necesidad de fijarlo todo del hombre, la luz se hace transparente, la representación de lo que es más evidente se hace palpable: la ruina. Eso es, la ruina del mundo, apunta, la ruina que ahora somos. Y entre los dos ahora hay un enorme espacio. Se ha apagado el candil y apenas nos reconocemos, somos dos figuras sin perfil, extrañas. El abismo, dice Álex, y ríe. Reímos. Y es que “La verdad reside aquí, en el altiplano, en la calle Menorca, 114, 7º 2ª”, tal y como escribe en su poema “La Verneda, 1980”. La verdad reside en el espacio y en la frontera. Aunque el espacio y la frontera son indefinidos, se viven en soledad. Para el que escribe y retransmite, “La Verneda, 1980” es un poema colosal que pone fin a la tercera parte de su poemario, y, ¿por qué no?, a esta entrevista sin vista. ¿Tienes fuego?, me pregunta Álex. Y lo más correcto sería darle fuego, acercarme, iluminar la sombra que se extiende como una mancha pegajosa entre los dos, pero prefiero no hacerlo. Es mucho más cómodo quedarse en el sitio. No moverse, no sea que aquello que se alumbre sea parte de esa verdad extraña y remota que Álex Chico lleva a su Dimensión de la frontera. En el fondo, ambos buscamos una orilla cada vez más lejana, nuestro cuerpo se difumina en el espacio. Y  Menorca 114 vuelve a su estado original. Dos sofás deshabitados. La ventana. Un candil apagado encima de la mesa. Y la sombra. Apenas el eco de los poemas.

Iván Humanes Bespín
http://ivanhumanes.blogspot.com

Iván Humanes

Iván Humanes (Barcelona, 1976). Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona. En el 2005 publicó el libro "La memoria del laberinto" (Biblioteca CyH), en 2006 el ensayo "Malditos. La biblioteca olvidada" (Grafein Ed.) y en 2007 en la obra "101 coños" (Grafein Ed.). Prepara la publicación de su libro de relatos "Los caníbales" con la editorial Libros del Innombrable y la publicación de la novela "La emboscada" con la editorial coruñesa InÉditor.

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