La ausencia de lo Absoluto en la página en blanco, y la necesidad de hallar «lo no manifestado» provoca la creación. No hay lÃmites marcados. El vacÃo de la página en blanco es un abismo. Y como abismo es profundo, incomprensible. De la misma forma que MarÃa Magdalena, al acudir al sepulcro del maestro, se encontró con el vacÃo y el abismo existencial, el escritor acude a la página en blanco y en ella intenta encontrar. El vacÃo es un abismo mÃstico. El artista debe llegar a ser en primer lugar su propio predicado (ya lo refirió Nishina, filósofo de Kyoto): “el hombre debe predicarse a sà mismo, expresarse a sà mismo, debe autoconocerseâ€. Una vez en el predicado, la expansión. La escritura es un acto de autoconocimiento donde lo externo reconstruye lo interno. Primero, el conocimiento. Más tarde, la expansión.
Y la literatura también es un acto de fe. No hay mayor fe que la creencia en uno mismo. No hay mayor fe equivocada que eso mismo. El que comienza a eso de escribir necesita ganar un número cuantioso de páginas, los detalles innecesarios se multiplican, la trama es insustancial: gatea como un bebé. Si se es más o menos afortunado dirá dadá, que es el comienzo libre de todo vicio. Si es desafortunado atenderá a completar lÃneas como un taquÃgrafo de lo evidente, y a atender a cuestiones económicas, de moda o bien creará un personaje que tomará el lugar del escritor: será un muñequito conducido por los intereses externos y no por las sacudidas internas. Y el escritor actualiza su creación del mundo. El mundo es la fuente de su reajuste creativo. La representación que practica en sus inicios supone una copia insuficiente de la realidad (muchos no han renunciado a esa tarea aburrida), más aún cuando no hay una única y limitada realidad. «PreferirÃa no hacerlo», como reiteraba el escribiente Bartleby, es todo un acto de sabidurÃa. Visitar el vacÃo, comprenderlo y preferir no hacerlo. Quién sabe si ese preferir no hacerlo es el mayor acto de sabidurÃa para un escritor. Bartleby comenzó trabajando de dÃa y de noche, copiando, a la luz del dÃa y de las velas, escribiendo. Hasta que prefirió no hacerlo. Hasta que llegó a «su momento». El visionario Rimbaud dijo todo lo que tenÃa que decir por escrito a los veinte y abandonó la literatura, luego se hartó de practicar su «propio arte» en Europa, las Indias Orientales, Ãfrica. Y asÃ. Y si la literatura es un medio para lograr el conocimiento, la publicación no deja de ser un acto de vanidad, de satisfacción de la individualidad. Para bien o para mal. En la honestidad literaria y personal se encuentra ese bien.
El jardÃn de los senderos que se bifurcan revela, más allá de la ficción, que el mundo es precisamente un jardÃn donde los senderos se dividen. Como la literatura. El espÃa de la obra de Borges, Ts’ui Pen, opta por todas las alternativas, no elige sólo una de las que se le presentan, sino que las elige todas: asà los porvenires y los tiempos proliferan y se bifurcan. La mecánica cuántica apoya esa ficción que ya apuntó Borges. Precisamente, la interpretación de los universos múltiples del fÃsico Hugh Everett, intenta dar solución con esta teorÃa al problema de la medida. La relación de las matemáticas con la literatura, los fractales, la confusión y el azar ya se contenÃa en los sesenta, en el Movimiento Pánico. Los jugadores OULIPO participan del azar para hallar nuevas fórmulas. Cortázar. Duchamp. Queneau. Perec. Calvino. David Lynch es un enorme agujero negro en el camino. Tarkovsky es condensación fantástica de los múltiples caminos, de la búsqueda. La imposibilidad de contemplar todas las variantes es reflejo de la impotencia persistente del autor, del hombre. Pero la defensa de la univisión como la única representación válida es reflejo de la cerrazón mental. Y es que todo es posible. El Gato de Schrödinger, con su paradoja eterna, está vivo y muerto. La literatura, con su paradoja eterna, está viva y muerta. Las fórmulas literarias, como las artÃsticas, aspiran a la multivisión, a ese ver a la vez todas las ramas del Universo.
¿Podrá existir una literatura que se «abstraiga» de la realidad clásica? ¿Del engaño de la realidad evidente? Cortázar nos dijo: «Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto. A veces me convenzo de que la estupidez se llama triángulo, de que ocho por ocho es la locura o un perro». AsÃ: “Los lÃmites de mi lenguaje son los lÃmites de mi mundoâ€, como apuntó Wittgenstein en su Tractatus. Los lÃmites de mi literatura son los lÃmites de mi capacidad. Lo mÃstico está Ãntimamente relacionado con lo cuántico: a través de todas las posibilidades yo llego a conocerme, yo elijo el destino conscientemente, yo puedo ver todas las lÃneas de posibilidades. No desecho nada. Sólo el reduccionismo a la lÃnea recta puede cortar mi camino. En la mitologÃa china, el Ying y el Yang actúan para crear el universo. En el principio fue el Caos. A este hipotético orden le precedió el desorden, asÃ: este orden es hijo del desorden. La literatura tendrÃa que aspirar al desorden. Al inicio de los tiempos. A su esencia. En el panorama literario actual la calificación de la buena o mala literatura solo puede darse, en pureza, una vez salvado el engaño. El engaño está presente. Por interés comercial o por interés personal o de grupo, el engaño oculta el calificativo justo de una obra literaria. Como la propiedad de la única fórmula literaria válida oculta otras opciones igual de válidas. El orden se viste de libro. Pero la confusión es el motor del universo y de la literatura. Bartleby mira por la ventana y no se desespera. El escritor paciente mira a la hoja en blanco y no se desespera. La hoja es el desierto tártaro. Bartleby y el escritor saben que “su momento†llegará.
Iván Humanes BespÃn
http://ivanhumanes.blogspot.com
Imágenes: D.P.