El cronista Rubén Darío

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 Rubén Darío | Foto: Cervantes Virtual | Dominio público
Rubén Darío | Foto: Cervantes Virtual | Dominio público

Siempre me ha interesado pensar en la antigua y extraña relación entre periodismo y literatura, y acerca de cómo la obra literaria del nicaragüense Rubén Darío y de los escritores modernistas hispanoamericanos han colocado ante nuestros ojos la verdad incuestionable de que ambos oficios se han enriquecido mutuamente a lo largo de los años; pese a que, como parientes distantes, se miran a veces con reticencia o con cierta desconfianza.

Como escritor de entre-siglos era inevitable que el ejercicio intelectual más constante de Darío fuese el periodismo, que a la larga llegó a ser su modus vivendi permanente. Sucede que en literatura hay pocos escritores que logran crear nuevos lenguajes, y como se sabe Darío fue uno de ellos. Recordemos que, ejerciendo como ejerció una importante influencia sobre otros escritores de su tiempo, él fue, si no el creador, uno de los principales impulsores del lenguaje modernista.

Es obvio que, además de Darío, el modernismo contó con excelentes poetas; sin embargo el lenguaje modernista a la larga logró articularse y llegó a configurar sus principales recursos estilísticos a través de la prosa. Y ese proceso tuvo como cauce más importante el periodismo, especialmente el más versátil de sus géneros: la crónica.

La generación de escritores hispanoamericanos de entre-siglos, es decir, entre los siglos XIX y XX, fue también una importante generación de periodistas. Casi todos ellos cultivaron la prosa con la misma disposición ética y estética con que cultivaron la poesía, y desarrollaron su labor creadora y crítica principalmente en los periódicos.

Pero eso tuvo causas determinadas. A finales del XIX se había producido un proceso que los historiadores califican de profesionalización de la literatura. Como consecuencia de la expansión capitalista, los hombres de letras abandonaron, o fueron abandonados, por el tradicional mecenazgo: los nobles linajes y otras instituciones antes venerables como la iglesia perdieron predominio, y la división del trabajo obligó a los escritores a insertarse en la economía de mercado, y a empezar a ganarse la vida con su oficio.

Durante ese periodo los periódicos experimentaron un gran impulso, y se convirtieron en la puerta de entrada al mercado para muchos escritores. Era la primera etapa de modernización o de industrialización del periodismo, en la cual los escritores encontraron espacio no sólo para hacer gimnasia estilística (como llamó Darío al oficio periodístico), sino para desarrollar la prosa con grandes libertades; aunque pasando miserias debido a la falta de un mercado editorial suficientemente desarrollado.

Darío era entonces un joven intelectual hispanoamericano tratando de ingresar a la “alta modernidad” desde la periferia, igual que la mayoría de modernistas. El periodismo les permitió sobrevivir a duras penas; aunque también lo aprovecharon para tratar de impulsar el desarrollo de ese anhelado mercado literario. Pero eso fue en una primera etapa de la industria periodística, a cuyo servicio estuvieron desde un inicio los escritores; Darío entre los mejores.

Según Julio Ramos (Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX, 1989), aunque los modernistas fueron claves en el desarrollo de la crónica como género periodístico y encarnaron la transformación del lugar de la literatura en los periódicos a finales del XIX, a la larga contribuyeron a la creación de una relación de dependencia de la literatura respecto a la industria periodística, es decir, a la pérdida gradual, o en todo caso limitación, de su autonomía.

Para Ramos, el discurso literario y su noción de lo estético como representación de las nuevas realidades urbanas de Hispanoamérica durante el auge del periodismo finisecular, fueron parte de un proceso en el que la marginalidad y la crítica a la modernización de algunas formas literarias fueron incorporadas y promovidas por la industria cultural; lo cual de cierta forma podría explicar las relativas y significativas contradicciones frecuentemente señaladas en el discurso periodístico del nicaragüense.

Sin embargo, precisamente en las crónicas y gimnasias periodísticas de Darío y de los tantos modernistas hispanoamericanos que ejercieron el periodismo, puede observarse con claridad la profunda e imbricada necesidad de relación, en ambos oficios, con el ejercicio de narrar y con la voluntad constante y sistemática de observar y explicar críticamente los entornos humanos y sus complejas implicaciones.

Fue con el ejercicio del artículo, la reseña crítica, la semblanza, la entrevista y especialmente la crónica, o con la virtuosa combinación de todos ellos, que desde el tiempo de auge de los modernistas el periodismo hispanoamericano empezó a imbricar sus mejores dechados con la historia de nuestra literatura.

En La invención de la crónica (1992) la venezolana Susana Rotker recuerda que la modernidad, la industrialización y el cosmopolitismo sacudieron la conciencia de los modernistas hispanoamericanos, lo cual, en efecto, no sólo se reflejó en su poesía, sino también, y especialmente, en su prosa periodística, en sus crónicas; puesto que no solo fueron poetas: debieron ser también redactores y corresponsales de periódicos. Y como tales supieron mezclar literatura y periodismo “en la justa dosis”.

Esas notas, reseñas, entrevistas, o la mezcla de ellas en una buena crónica, que como en el caso de Darío se escribían a veces apresuradamente, con la perentoria fecha u hora de cierre acicateándoles la conciencia; resultaron ser, según Rotker, “obras fundacionales de la excelencia en la escritura periodística latinoamericana”.

No es casual que el ejercicio de la crónica, el más antiguo de los géneros periodísticos, logre vincularse por una parte con el relato y la novela, y por otra con la historia, hasta el punto en que, hoy por hoy, sea considerado el género por antonomasia del periodismo literario; incluso del actualmente llamado periodismo duro.

Por sus características la crónica adopta la superestructura del relato, al mismo tiempo que incorpora la técnica del punto de vista narrativo, y llega incluso a convertir al periodista en un narrador, con todas sus posibles variantes. Es además uno de los géneros periodísticos considerados híbridos, y quizás sea entre ellos el más sui géneris, pues comparte las características del reportaje por su necesidad de sujeción al hecho noticioso, y las del artículo por la importancia en su ejercicio del juicio y la libre interpretación personal del autor.

El desarrollo de este género lleva intrínseca una simbiosis expresiva entre los hechos y el autor; entre el qué y el cómo; entre lo acontecido y la visión personal del narrador. El buen cronista es capaz de presentar al lector una especie de quintaesencia informativa, una presentación digerida y asimilada del hecho noticioso; lo que casi nunca se logra percibir en la nota informativa diaria o cotidiana.

No es casual que en el anterior período de entre-siglos la crónica alcanzara en Hispanoamérica altísimos niveles de calidad en su ejecución. Según el académico nicaragüense Noel Rivas Bravo (a cargo de la edición crítica reciente de algunos libros en prosa de Darío), por sus características la crónica fue uno de los géneros idóneos para encauzar las colaboraciones periodísticas de los escritores modernistas, que llevados generalmente por la necesidad se convirtieron en articulistas, críticos literarios, reseñadores y cronistas:

“Periodismo y literatura –anota Rivas Bravo en su edición crítica de España contemporánea (1998)– se beneficiaron mutuamente: los escritores por medio del periodismo comenzaron a difundir las metáforas configuradoras de la nueva imaginación artística… El oficio de periodista comunicó a los escritores un sentido de la actualidad que afectó positivamente a sus creaciones”.

En efecto, la crónica imponía a los modernistas muy pocas limitaciones. Con la única obligación de partir de un acontecimiento de actualidad que interesara a los lectores de periódicos, sea una puesta en escena, la presentación de un libro, la semblanza de un personaje, el viaje a algún país remoto para ilustrarlos vivamente acerca de su cultura, costumbres, idiosincrasia o historia; el escritor-periodista desplegaba libremente las más prolijas divagaciones e impresiones acerca de asuntos de actualidad.

En ese sentido Darío fue un verdadero maestro. También lo fue en la confección y la práctica de una hábil mixtura de géneros periodísticos, principalmente la crónica, el artículo, la entrevista y la reseña crítica. La mezcla de ellos le permitía hacer semblanzas y descripciones verdaderamente magistrales y de gran profundidad.

No era para menos. Ya sabemos que ejerció el periodismo durante casi toda su vida. Empezó a publicar artículos desde que era un jovenzuelo en Nicaragua; trabajó para periódicos de Centroamérica, el resto de América Latina y España. Fue redactor, fundador y director de numerosos diarios, semanarios y revistas. Prácticamente, en lengua española no existe publicación periódica de importancia en su tiempo, donde no haya aparecido su nombre ocupando un lugar destacado.

Como uno de los más importantes escritores modernistas, redactor y director de diarios, semanarios y revistas, corresponsal de La Nación de Buenos Aires en Europa durante casi un cuarto de siglo, Darío fue sin duda un maestro del oficio; un virtuoso ejecutor de combinaciones genéricas, capaz de difuminar, no sólo las fronteras inter-genéricas del periodismo, sino también las fronteras entre el periodismo y la literatura.

Todo estudiante de periodismo, o de comunicación, debería estar claro hoy día de que, al modificar el registro de la lengua española y al desplegar sus ideas en un lenguaje transformador y engendrador de una nueva estructura prosística, Darío, y en general los modernistas, también lograron reformular literariamente la naturaleza híbrida, variada, novedosa y versátil de la crónica como género periodístico.

Cualquier intento de interpretar o reivindicar en cualquier sentido el sustrato ideológico en la prosa de Darío y los modernistas, implicaría el escudriñamiento o examen de todo un instrumental prosístico desplegado con un propósito de ruptura no sólo esencial, sino también formal y técnico. Solo la herencia periodística del nicaragüense es realmente extraordinaria, aunque hasta ahora muy poco observada, reeditada o estudiada.

Lo que en cierto momento Darío consideró sus mejores dechados del oficio periodístico, él mismo los recopiló, organizó y estructuró en más de una decena de libros en prosa: Los Raros (1896), España contemporánea, Peregrinaciones (1901), La caravana pasa (1902), Tierras solares –y Tierras de bruma– (1904), Opiniones (1906), Parisiana (1907), Viaje a Nicaragua –e Intermezzo tropical– (1909), Letras (1911), Todo al vuelo (1912), Autobiografía (1915) e Historia de mis libros (1916).

Lo demás quedó disperso en múltiples publicaciones de América y España, principalmente en las páginas del diario La Nación, de Buenos Aires.

Debo aclarar en este punto que comparto el criterio del crítico nicaragüense Leonel Delgado Aburto, quien, en Excéntricos y periféricos –Escritura autobiográfica y modernidad en Centroamérica– (2012), asume la producción periodística de Darío y su novela inconclusa El oro de Mallorca, como textos autobiográficos, pues también considero que toda obra literaria es en esencia autobiográfica. Tengo incluso el convencimiento de que sus dos autobiografías stricto sensu, y en buena medida su novela, constituyen también ejercicios de crónica.

Creo también que, en cierto modo, sus crónicas y muchos de sus artículos periodísticos están afectados por cierta reminiscencia ficcional. Como evidencia están las constantes indecisiones y dudas de quienes se han dado a la tarea de reunir y editar sus cuentos completos, entre los que se incluyen o excluyen textos que para unos son periodísticos y para otros, legítima ficción.

En los últimos años la Academia Nicaragüense de la Lengua ha publicado dos tomos con más de un centenar de textos periodísticos dispersos y relativamente desconocidos de Darío, que originalmente fueron publicados en La Nación y que él mismo excluyó de sus libros. Forman parte de más de doscientos textos rastreados, recuperados y anotados por el investigador y crítico alemán Günter Schmigalle, y publicados parcialmente bajo el título Crónicas desconocidas (2008, 2010), en cuya introducción el compilador y editor se pregunta si se impusieron en Darío razones de calidad o de temática en el proceso de discriminación.

Si estas crónicas se han quedado al margen de los más de diez volúmenes reunidos por Darío, ¿significa que se trata de textos de una calidad inferior?, se pregunta Schmigalle; a lo que él mismo responde señalando que, si bien, entre los textos que Darío dejó fuera de sus libros muchos tratan de temas no literarios, y algunos incluso de política revolucionaria (toda una serie sobre el anarquismo en Rusia y España, por ejemplo), esto no quiere decir que su interés por esos temas hubiese sido meramente ocasional, ni que se limitara a su época de juventud, sino que se mantuvo constante durante toda su vida.

Sin embargo, Schmigalle reconoce que Darío, al compilar sus libros de crónicas, se guiaba sobre todo por un criterio de calidad, y escogió las mejores. Según el crítico alemán, para Darío las mejores eran aquellas que seguían un modelo clásico de crónica; aunque mi impresión general (que sin duda es también la de Schmigalle) es que en el proceso de selección para compilar esos volúmenes hubo también un juicioso rigor temático.

Para comprender mejor ese proceso selectivo debemos recordar además que, en una época en que los periódicos y revistas llegaron a convertirse en la más palpable y reconocida representación del espacio público, Darío y los escritores modernistas tuvieron que abrirse espacios a veces con editoriales políticos, información gacetillera y hasta con anuncios. Muy pronto también tendrían que enfrentarse con un rival engendrado entre los vertiginosos cambios de las nuevas urbes, y que proporcionaba ahora a los lectores la noticia de último momento.

Al fallecer Darío en 1916, casi un año antes de cumplir los cincuenta de edad, ya había ganado campo en los periódicos del mundo la divisa norteamericana de la especialización informativa, y había nacido ya la figura del repórter, o reportero; el rastreador de noticias interesado más en lo informativo, en lo sensacionalista, que en lo ilustrativo o erudito; y ya menos concentrado en el estilo.

Ante esta nueva competencia los escritores modernistas siguieron recurriendo al género de la crónica y a sus combinaciones como un espacio que les había permitido, y hasta entonces les permitía, al mismo tiempo, informar al público y desarrollar su creatividad literaria. Sin embargo, esa función de la crónica hizo que en cierto momento de los inicios del siglo XX quedaran en relativa desventaja en su puja constante contra aquella nueva figura campeando en las salas de redacción.

Darío llegó incluso a formular una sentencia al respecto: “El repórter –dijo– no podrá nunca desarrollar un estilo”. Aunque también reconoció que:

“Hasta éstos pueden ser muy bien escritores que hagan de un asunto árido una página interesante, con cierta gracia de estilo y un buen porqué de filosofía”.

Era el inicio de una nueva etapa del periodismo que marcaría su dinámica durante casi la totalidad del siglo XX. Aunque, a finales del mismo, el oficio periodístico se obligó de nuevo a evolucionar de diversas formas frente a los retos del auge audiovisual y la tecnología; volviendo otra vez su mirada hacia la recurrencia de géneros más versátiles como la crónica.

Hoy día, en pleno albor del siglo XXI, los periodistas sabemos, por ejemplo, que resulta más bien saludable y conveniente para un reportero hacer añicos el esquema de la pirámide invertida e incorporar, incluso en una simple nota informativa, los recursos de una crónica y hasta un propio estilo literario.

En una época en que el mercado y la revolución tecnológica han modificado hasta las más legítimas y arraigadas expresiones de la cultura, y han trastocado a fondo la relación entre la literatura y los lectores, entre los medios y la sociedad; la crónica debería dejar de ser, como decía el mexicano Carlos Monsiváis, “un género apresado por la nostalgia”.

Así las cosas, me parece que no les vendría mal, a los nuevos comunicadores y estudiantes de comunicación en lengua española, asomarse a la prosa periodística de los modernistas, especialmente a la del nicaragüense Rubén Darío, y, si es el caso, exigir su estudio sistemático en los pensum académicos.

Eso les permitiría, además de enterarse de innumerables y sorprendentes trucos y procedimientos en el ejercicio de los distintos géneros; aproximarse también a una compresión de los contextos históricos que enfrentó la dinámica dialógica del pensamiento modernista.

Erick Aguirre

Erick Aguirre Aragón (Managua, 1961). Es escritor y periodista. Ha publicado poemarios, ensayos y novelas: ‘Pasado meridiano’, ‘Un sol sobre Managua’, ‘Conversación con las sombras’, ‘Con sangre de hermanos’, ‘Juez y parte’; ‘La espuma sucia del río’; ‘Subversión de la memoria’, ‘Las máscaras del texto’; ‘La vida que se ama’ (Poesía, 2011), ‘Diálogo infinito’.

1 Comentario

  1. Este personaje fue un gran poeta sin duda alguna, incluso fue uno de los representantes del modernismo en la literatura, tanto así que tiene varios legados, es decir, monumentos. Un poema que recomiendo mucho de este autor es: los cisnes

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