La modernidad fotográfica se configuró a partir de una serie de innovaciones tecnológicas y de cambios sociales que posibilitaron el desarrollo de una fotografÃa de autor, creativa, concebida como una nueva forma de “escritura personalâ€. Las vanguardias artÃsticas encontraron en la instantaneidad un camino para abordar la realidad desde una “nueva visión†que trató de trascenderla.
Pero más allá del elitismo de las corrientes del arte, la evolución de la prensa gráfica y la creciente presencia de la fotografÃa en las publicaciones, ayudaron a aumentar la producción, la configuración de una narrativa y el consumo de una actividad que, junto al cinematógrafo, puso imágenes al nacimiento y el desarrollo de un complejo mundo moderno.
Como medio y como manifestación artÃstica, se asumió la idea de que la fotografÃa tenÃa toda una serie de potencialidades propias que la convertÃan en mucho más que un simple reflejo de la realidad. Se fue concibiendo como una interpretación pensada, como una nueva manera de percibir, de expresar y de agitar.
En el perÃodo comprendido entre 1913 y 1940 la fotografÃa hallará su plenitud y madurez como herramienta narrativa e iconográfica de la modernidad, concibiéndose también como instrumento de reivindicación y lucha polÃtica y social. No es casual que en marzo de 1926, la clase obrera alemana movilizada lanzase la revista AIZ (Arbeiter Illustrierte Zeitung | Periódico Ilustrado de los Trabajadores) para proveer de imágenes de la vida cotidiana proletaria (trabajo industrial, organizaciones y actividades).
El movimiento fotográfico se extendió por toda Europa (llegando incluso a Norteamérica) pivotando especialmente entre la Unión Soviética (vanguardia polÃtica) y Alemania (paÃs puntero en industrias y tecnologÃas vinculadas a la fotografÃa).
A inicios de los treinta, la creatividad reproductiva de las vanguardias se fue desplazando hacia una fotografÃa documental que encontrará su paradigma en la Guerra Civil española. Se desarrolla, de esta manera, un fotoperiodismo comprometido e innovador que, a diferencia de la Primera Guerra Mundial, participa en la confrontación mostrando imágenes cercanas y explotando los recursos narrativos de la imagen fotográfica. La fotografÃa de prensa inicia asà sus años de gloria.
Actualmente, la fotografÃa vive una triple crisis: la económica, la del periodismo y la que desafÃa su función como modo de representación, ya que desde finales del siglo XX un conjunto de cambios tecnológicos, ecológicos, sociales, culturales y económicos, cuestionan su carácter documental.
Por un lado, la extensión de la tecnologÃa digital, al facilitar la manipulación, promueve un discurso que trastoca la veracidad del documento fotográfico y su relación con el objeto y realidad representados. Se cuestiona la credibilidad y la objetividad de la fotografÃa obviando que el engaño en fotografÃa es una posibilidad tan vieja como el propio medio y la idea de que “aunque las fotos no mientan, los mentirosos pueden hacer fotos†(Lewis Hine).
Por otro lado, desde el posmodernismo se arremete contra las cualidades de representación de la fotografÃa y su realismo documental, alejándola de los principios humanistas y comprometidos de las generaciones anteriores ya que lo que se busca son “imágenes complacientes con la ideologÃa dominante, en una sociedad nacida de una costilla de las doctrinas neoconservadoras†(Publio López Mondéjar). La fotografÃa es temida y no sin razón: como dijo James Nachtwey en 1997 “si nuestro trabajo no fuera capaz de alterar en alguna medida la marcha del mundo, no tendrÃamos tantos problemas en tomar imágenesâ€.
Sin embargo, se observa un creciente interés social en la imagen como testimonio documental: solo en Barcelona proliferan múltiples colectivos como Ruido, GroundPress, Fotomovimiento, Photographic Social Vision, se editan revistas como 7.7, Piel de Foto, se organizan eventos como Ojo de Pez Photo Meeting, las Jornadas de FotografÃa Documental de Can Basté o el ya desaparecido Trà fic y tienen éxito exposiciones fotográficas que, junto a su capacidad de proyección internacional de autores vinculados a la fotografÃa documental, convierten en Barcelona en una potente metrópoli de imágenes comprometidas.
Precisamente, una de las últimas iniciativa son las I Jornadas de FotografÃa Social que, organizadas por la Fundación Vicente Ferrer y el Institut d’Estudis Fotogrà fics de Catalunya. Se trata de un espacio de encuentro y reflexión sobre la imagen como herramienta de transformación social donde se reúnen, por primera vez, profesionales de la fotografÃa, organizaciones del Tercer Sector, de la cooperación y de la comunicación para reflexionar sobre el carácter documental de la fotografÃa.
En estos tiempos sombrÃos, por encima de las presiones e intereses de algunas empresas periodÃsticas, se ha de reivindicar la fotografÃa documental, aquella que es capaz de aportar testimonios, movilizar conciencias y comprometerse con el activismo humanitario y con la transformación de la realidad, relegando la cansina tesis de la muerte de la fotografÃa a una ficción posmoderna.