«El efecto facebook», de David Kirkpatrick

El efecto facebook. David Kirkpatrick
Traducción de Mar Vidal
Gestión 2000 (Barcelona, 2011)

Quien se haya percatado del cambio tipográfico en los periódicos del Grupo Correo que levante el ratón. Sí, efectivamente, su fuente principal es ahora la de facebook. Pensarán que así les haremos más caso, que compraremos sus publicaciones, que al menos leeremos sus titulares por encima para de esta forma demostrar a sus anunciantes que siguen vivos. Dentro de poco también los libros se maquetarán con ese tipo de letra. Por ahora los títulos se anuncian incesantemente en los muros de autores y editoriales, y el de community manager en facebook —mucho menos en Twitter, por más que se empeñen— es, por muchas razones, el puesto de trabajo estrella del futuro inmediato.

Porque no hay nada como facebook. A su lado, los fenómenos Yahoo, Google, Blogger y Youtube parecen cosa del pasado. (En la empresa donde trabaja mi hermano prohibieron las visitas a facebook. Pero la empresa tiene su propia página de fans allí. Los empleados protestaron, alegando que no podían estar al tanto de los cambios de estado y las noticias que su querida compañía colgaba en su muro. Los clientes tendrían acceso a datos que ellos ignorarían. Corrían el riesgo de quedar ante ellos como completos inútiles, o la empresa como un vulgar campo de concentración. Al final se han salido con la suya, y facebook ha vuelto a dar vida a sus portátiles corporativos). Se empieza a gastar más horas en facebook que frente a un televisor, no digamos ya delante de un libro —es evidente que el uso de facebook rivaliza con algo tan anticuado y solitario como leer—. Unos pocos estudian el fenómeno, con o sin envidia, pero la mayoría reduce su soledad frente a las fotos y comentarios de sus colegas. Coleccionar amigos virtuales se ha convertido en un deporte mundial. Mark Zuckerberg encontró la forma de traer a la realidad el famoso dicho: “Quien tiene un amigo tiene un tesoro”. A la fecha, él debe estar por los 550 ó 600 millones. De amigos.

El fenómeno me interesa tanto o más que la literatura. Por eso he leído el último de los libros que sobre él se han publicado en España: El efecto facebook, de David Kirkpatrick. No tiene pérdida, buscadlo en facebook. De más está decir que el libro es una joya. Bien escrito y traducido, actual como él solo, centrado en la empresa y no en el morbo (al contrario que la película, que debería ser una serie más larga que la laureada Lost). Dinámico, magníficamente estructurado y con una edición cuidada y lujosa. En definitiva, lo que dije hace tres frases: una joya. Leedlo y me contáis.

David Kirkpatrick (Foto: Gestión 2000)

Kirkpatrick, reputado periodista de la revista Fortune y experto en un importante puñado de asuntos y temáticas también importantes, ha diseccionado el éxito de la, en apariencia, baladí iniciativa de un pequeño grupo de universitarios estadounidenses que terminaron por abandonar los estudios. Desde la fase previa a los inicios hasta, como quien dice, hace cinco minutos, pasando por todas las etapas y analizando los factores de riesgo a que se enfrentaron, sus puntos fuertes y debilidades, los golpes de ingenio, las ayudas externas, los ambientes en que se desarrolló cada fase, los actores principales y un buen número de los secundarios, sus relaciones y un ramillete de posibles y probables implicaciones y derivas futuras. Insisto: la joya.

No cabe ninguna duda de que Zuckerberg es un genio, al mismo nivel que Steve Jobs (Apple) o Jeff Bezos (Amazon). Pero tampoco (me) caben dudas de que su genio ha florecido y seguirá floreciendo porque nació y reside en los Estados Unidos de Norteamérica. Creo que unos cuantos ejemplos bastarán para ilustrar esta afirmación. Como todos sabemos, antes de crear TheFacebook construyó, en un rato insomne, Facemash. En esta web se votaba la popularidad de los rostros de los compañeros de campus, pero sobre todo de las compañeras. Para ello robó las fotos de las webs de las hermandades donde residían. Recibió una severa amonestación, sí; en España hubiera sido brutalmente multado por infringir los preceptos de la Ley Orgánica de Protección de Datos Personales o LOPD, además de etiquetado de sexista hasta el final de sus días. Zuckerberg ha tenido inmejorables mentores y socios en su andadura: Sean Parker, fundador de Napster; Peter Thiel, de PayPal; Sheryl Sandberg, de Google; de alguna manera Steve Ballmer, de Microsoft. Aquí hubiera tenido que arrastrarse a lo largo de moquetas privadas, mármol público y gradas de estadios de fútbol para conseguir la atención de un par de self-made men del mundo de la construcción, reyes de las cuentas hechas en servilletas grasientas. A excepción del clásico Eduardo Saverin, Mark tuvo excelentes socios dentro de su círculo de amistades. El más importante de todos ellos, Dustin Horowitz, de su misma edad, no tenía idea alguna de programación. Cuando vio a su amigo agobiado por la carga de trabajo, dijo: “Eh, tío, no te preocupes, yo te echo una mano”. “Pero si tú no sabes programar”, respondió Zuckerberg. Horowitz compró el libro Perl para dummies y lo leyó en un fin de semana. Cuando el lunes le dijo a Mark que ya estaba preparado, éste contestó: “Pero si esto no está hecho en Perl, Dustin”. No importó, aprendió PHP y Javascript en un tiempo similar y llegó a convertirse en el trabajador más valioso y estratégico de facebook, aparte del propio fundador y de la incorporada desde Google Sheryl Sandberg. Andado un buen camino, introdujeron una importante mejora en la web, tan adictiva (puede que se tratara de la carga y etiquetado de fotos, no lo recuerdo) que los ya entonces cientos de miles de usuarios intensificaron el uso de la aplicación hasta hacer peligrar la capacidad de los servidores que poseía la empresa. Tampoco importó: Zuckerberg y sus amigos alquilaron rápidamente una furgoneta y fueron por todo Silicon Valley, de puerta en puerta, pidiendo servidores prestados para evitar la caída del servicio. Sin ofrecer nada a cambio, en pocas horas lograron la ayuda de todo aquel a quien le fue solicitada. Incluso Google colaboró con ellos. Y si nos adentramos en los aspectos financieros que hicieron posible el espectacular crecimiento de capacidad (calculan que cada usuario les ha costado un dólar de inversión), la distancia inter-entornos crece hasta el infinito.

No sólo estamos, pues, ante ideas brillantes. Hablamos de culturas diferentes. De capacidades incomparables. De intensidades y dedicación y no de sol y juerga y subvención. Allí un problema se derriba con ingenio y esfuerzo. Aquí se mira hacia arriba, se calcula la altura del muro a saltar y si acaso se intenta alguna triquiñuela, aunque probablemente se acabe dando media vuelta y regresando a casa. Esto es así en términos generales. Si no hubiera alguna excepción, nos moriríamos de hambre. Pero a los hechos, y a las cifras, me remito.

Con todo, las enseñanzas más importantes son esas ideas de Zuckerberg y las estrategias seguidas para ponerlas en práctica e ir adaptándolas a un entorno cambiante. Hay un capítulo que versa sobre el futuro de facebook y cómo piensan que afectará a nuestras vidas. Lo que en él se dice puede resultarles a algunos un conjunto de utopías, y a otros la peor de sus pesadillas hecha realidad. Pero lo increíble es tanto el empeño puesto como la fe ciega que tienen en que conseguirán sus objetivos. Se juguetea con el concepto de Facebook Nation, asumiendo Zuckerberg más el papel de un singular estadista que el de presidente empresarial. Los objetivos económicos están, y siempre han estado, relegados a un segundo plano en favor de una actitud de servicio —y esto es lo mejor— público. (Una caída de facebook equivale hoy a los antaño célebres apagones neoyorquinos). La empresa es consciente del poder que detenta. Buena muestra de ello es que se cobre (lo hace una de las empresas satélite que trabajan contra su plataforma) por conocer sus estadísticas de crecimiento y evolución: el Facebook Global Monitor no está abierto al público, estar abonado a sus datos tiene un precio elevado (http://www.insidefacebook.com). Continuamente analizan la información contenida en sus enormes bases de datos, buscando cómo optimizar el servicio, afinándolo y enriqueciéndolo. El libro dice que están realizando minería de datos para calcular la Felicidad Nacional y Mundial, basándose en la aparición de determinadas palabras y patrones expresivos en los comentarios que hacen los usuarios. Es posible imaginar, pues, a un gobernante hipnotizado delante de un monitor que, por medio de charts, va reflejando los estados de ánimo de los ciudadanos de su país, teniendo la posibilidad de relacionar dichas extrapolaciones con datos macroeconómicos, sociales, etc. Me temo que a la gente del Centro de Investigaciones Sociológicas les ha salido un duro e, inicialmente, imparcial competidor.

Pero deben darse prisa y seguir innovando. Una clara vía de avance social reside en explotar aún más la vanidad de sus usuarios. Ya lo hicieron, tímida pero explícitamente, con las denominadas Vanity URL, que permiten crear links directos, del tipo facebook.com/usuario, a una persona. Si, por ejemplo, permitieran realizar búsquedas de comentarios sobre usuarios concretos —siempre y cuando esos comentarios estén abiertos a todo el público o, en caso contrario, sean accesibles para la persona que busca— ahondarían más en la satisfacción de dicha vanidad, pues hoy en día esos resultados no los facilita Google ni, por mucho que digan lo contrario, el lentísimo Bing. (Y también facilitarían la ampliación de esa costumbre socialmente aceptada/padecida denominada voyeurismo que tantos beneficios les ha dado ya).

Sea como sea, todo apunta a que facebook llegó para quedarse y va a ser difícil expulsarlo o relegarlo. Sus detractores comparan su auge con el de las puntocom del 2000. Imagino que subyace la envidia por el éxito sin precedentes. Puede que porque la idea haya partido de USA. Porque además la tuviera un chaval de diecinueve años (hoy debe estar en los veinticinco o veintiséis) que ahora nada en oro sin interesarle lo más mínimo el dinero. Precisamente el Índice de Felicidad Nacional se inventó para medir la satisfacción de los ciudadanos con sus vidas y entornos, independientemente de la economía. Parece ser que el cultivo de las relaciones humanas es mucho más importante, y rentable, que esa mal llamada economía real.

José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com

José Luis Amores

José Luis Amores (Málaga, 1968) es Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga. Especializado en marketing, ha fundado varias compañías que después ha vendido a diversas multinacionales. En la actualidad ejerce su profesión como freelance. Ha sido colaborador de Diario Málaga y de la revista Papel Literario.

9 Comentarios

  1. Fantástico artículo, José Luis, no puedo estar más de acuerdo. En un país donde el objetivo final de la juventud sigue siendo currar de 9 a 14 hrs de por vida, el futuro no puede ser más sombrío…sin gobierno que lo remedie.

  2. Con que nos sorprenderán, cual será la próxima aparición, … Solo hay que hechar a volar la imaginación.
    Gracias por mantenernos informado
    Saludos

  3. «El más importante de todos ellos, Dustin Horowitz, de su misma edad,… » ¿El nombre del pana no es Dustin Moskovitz?

  4. Este libro es para mi excelente y muy interesante,tanto como de aprendizaje o bien conocer el Facebook. Saludos J. Torres

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