El fin de los días (y de las palabras): “Constatación brutal del presente”, de Javier Avilés

Constatación brutal del presente. Javier Avilés
Libros del Silencio (Barcelona, 2011)

La primera y esperada novela de Javier Avilés surge de entre las ruinas.

Desde ese lugar, atrapada entre cables y tubos, bajo el polvo y la suciedad, se alza la voz de uno de los narradores de este enigmático, perturbador y fascinante relato. Conviene estar muy atento a sus primeras intervenciones, a las tres o cuatro páginas iniciales del libro, pues en ellas se establece una declaración de principios explícita que va a ser fundamental para entender la propuesta del autor, su proyecto. Ese innominado personaje reflexiona allí sobre la imposibilidad de seguir contando, sobre la muerte de la narración. Detalla las partes que tendrá el texto, nos cuenta su argumento a grandes rasgos y nos explica el peculiar tipo de narrador ante el que nos encontraremos: se narraba desde una conciencia múltiple, no la de un narrador colectivo sino la de un único narrador con la mente y el comportamiento de un enjambre.

¿A qué se debe todo esto?

Sigamos el ejemplo de la voz. Vayamos por partes.

Constatación brutal del presente (ese es el contundente título de la novela) es una narración postapocalíptica. El Fin – eje descentrado sobre el que gravita todo el relato- ha llegado, resultado de la deriva enloquecida de un planeta consagrado a megalómanos experimentos, y la Tierra no es más que un vasto y yermo páramo. Las historias ya no tienen importancia; la construcción de sentido se revela imposible. Todo lo que nos queda son fragmentos, jirones, pecios: restos del naufragio de la civilización. Avilés asume el reto de construir su texto a base de esos únicos elementos disponibles, rompiendo con el tiempo, el espacio y la voz narrativa, que saltan constantemente de adelante atrás, de primera a tercera persona, combinando unas voces con otras y generando un narrador caleidoscópico (esta mezcla se produce incluso en el espacio reducido de dos líneas: «Desde hace cinco años, después de trece años escribía la misma historia, me veo escribiendo, máquinas y cintas y cajas, y escribe”#). Sus reflexiones sobre la imposibilidad de narrar, sobre el abandono de la escritura, conectan con la potente dimensión autoconsciente del texto -que en un momento se autodefine como “una especie de esquema. Un borrador de relato en primera persona- y con las preocupaciones de uno de los autores fundamentales para Javier Avilés: Enrique Vila-Matas, especie de padre protector que lo avala en la contra del libro, explicando sus interrelaciones virtuales. Quizá esas ideas, un tanto gastadas y que ya en Vila-Matas tienen un vuelo menor de lo pretendido, me resulten uno de los aspectos menos interesantes del conjunto; pese a ello, son consecuentes con un proyecto tan atento a sus límites, tan formalmente determinado por ellos.

Javier Avilés (Foto © Alan Smithee)

¿Y qué es lo que en esta novela se reconstruye, cuál es la esencia de lo narrado?

El texto se articula en torno a tres partes fundamentales. La primera de ellas, Sigma Fake, es a mi parecer una de las más interesantes. Imitando la forma y los recursos estilísticos de una reseña cinematográfica ficticia (no en vano el cine es uno de sus ámbitos de dominio y de los temas más tratados en su famoso blog El lamento de Portnoy, que mantiene activo desde 2004), Sigma Fake es una revisión del documental Man on wire pasado por el filtro de Capricornio Uno o, más exactamente, de Operación Luna. Si en este documental fraudulento o mockumentary se descubría la pretendida falsedad del alunizaje de 1969 (idea más que extendida entre las teorías conspiranoicas clásicas), y en la película de Peter Hyams era Marte el planeta que se fingía haber alcanzado, en Sigma Fake, dirigida de forma no casual por Allen Smithy (fraude en segundo grado: su nombre es una deformación de Alan Smithee, pseudónimo que adoptan los directores de cine cuando no quieren asumir la autoría de una de sus obras), se descubre la impostura tras uno de los acontecimientos más sorprendentes (y míticos/mitificados) de la historia reciente: el paseo de Philipe Petit, funambulista francés, por una cuerda floja tendida entre las Torres Gemelas el 7 de agosto de 1974. Esta mentira, que Smithy desacredita punto por punto, descubriendo que los implicados eran actores, reside en el relato sobre otra aún mayor, que altera algunos de los presupuestos funamentales de nuestra sociedad: la inexistencia de las torres del World Trade Center y, por tanto, del atentado contra ellas. Así pues, el icono del capitalismo contemporáneo sería una ficción, un engaño construído para legitimar el poder; su destrucción, una maniobra preparada para espolear el odio al enemigo, el necesario oponente contra el que reaccionar. Creación y destrucción como inevitable mentira; fraude completo extensible a todo el conjunto y que concuerda con las ideas expuestas en diversas notas críticas según las cuales la literatura se generaría, des del inicio, a base de narradores poco fiables; engaño que la editorial, en una nota curiosa, ha extendido incluso hasta los paratextos (el pie de foto firmado, de nuevo, por Alan Smithee; el colofón tomado de La hora del lobo de Bergman y atribuido a uno de sus personajes, al que parece dotarse de entidad real).

Las otras dos partes, Sección 9 y Constatación brutal del presente (esta última la más convencionalmente narrativa, aunque también la más dura y pesadillesca) se nutren del terror y la ciencia ficción para construir un mundo plagado de siniestras factorías de oscuros propósitos, de hospitales donde los límites entre cuidado y tortura se tornan perturbadoramente estrechos, de maléficos experimentos destinados a la dominación de las voluntades, a la destrucción del otro, que en su fracaso conducen a la humanidad al abismo. Un mundo en que tres hombres con inquietantes disfraces de animales vagan por una paisaje desolado; uno de ellos, escindido entre su propio ser y su malvado dopelgänger, arrastra un cuerpo muerto y demediado.

Avilés narra el horror desde la hibridación formal. Su novela incluye pasajes netamente reflexivos y  ensayísticos junto a fragmentos de guión, notas al pie y reseñas literarias y cinematográficas, claramente tomadas de su propio blog. En una primera lectura la autonomía de estos fragmentos puede parecer demasiado perceptible, pero el texto que nos ocupa no oculta que está construido a partir de materiales diversos: cabe poner el énfasis, no obstante, en esa construcción más que en la diversidad, pues la inclusión de todas las partes está justificada por propósitos discursivos; es el caso, incluso, de un fragmento en que el lenguaje se sale de su eje, perdiendo irremisiblemente el sentido. El libro de Avilés está increíblemente trabajado e impecablemente trabado, constituyendo casi una red, un círculo, un bucle, una madeja perfecta: los referentes, casi nunca gratuitos, surgen para reaparecer más adelante y cobrar sentido, evidenciando un gran control narrativo; las citas se entreveran, revelando una segunda capa de lectura (para iniciados, sí; irrelevante para la comprensión, también: no hay de qué preocuparse); las sentencias se repiten como ritornellos, dotando al conjunto de una gran musicalidad, de una textura muy cercana a la prosa poética y que combina la mayor de las elegancias (Si somos las cicatrices que el tiempo deja en nosotros, debo hacer inventario de mis pérdidas, de mis ausencias, enumerar las partes de mi cuerpo desgajadas por el tiempo) con una crudeza y contundencia que (es justo decirlo), si bien resultan imprescindibles, quizá también caigan en ocasiones en un exceso de tremendismo.

En la página 43 del libro leemos lo siguiente: «leo textos en los que la condescendencia, la docilidad, la fidelidad a las tradiciones, la confianza en el corporativismo (…) dan como resultado narraciones adocenadas y legibles”. Más adelante, y a raíz de una reseña del Persiles de Cervantes, uno de los narradores apunta: «Adecuarnos a lo conveniente nos mata, nos anula, invalida la narración. La realidad es inaprensible (…) Literariamente sólo es posible el suicidio ejemplar”. Está claro que el debut de Avilés no es un texto cómodo ni dócil; frente a la exigencia inalcanzable de retratar la realidad (en este caso, la destrucción) Avilés asume el riesgo (hablando de nuevo en términos vilamatianos) de enfrentarse a ese suicidio ejemplar, de constatar brutalmente el presente (literario, esto es) como única salida posible. Es esta una apuesta tan radical y valiente como (pese a algunos desajustes) acertada. Razón de más para seguir una trayectoria que promete y de la que es dable esperar grandes sorpresas.

Marc García García

Marc García García

Marc García García (Barcelona, 1986). Licenciado en Humanidades por la UPF y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la UB. Es traductor y coeditor de la web cultural "MAMAJUANA!", de próxima aparición. Colabora habitualmente en medios como "Quimera" o "Hermano Cerdo". Es el mayor experto muerto en la obra del poeta Unai Velasco.

8 Comentarios

  1. ¿Qué sentido tiene pues editar, publicar y tratar de venderle al público lector un libro que pretende ser, de manera consciente y satisfecha, ilegible?

  2. Hombre, ilegible no es…quiero pensar que en la reseña queda claro… Complejo y ambicioso sí, pero ilegible no. Reducirlo a eso es simplificar demasiado.

  3. Gracias por tu respuesta, Marc. No lo decía porque lo presente como ilegible tu reseña, que me parece bien planteada (acabo de leer el libro, además, y tu texto me parece bastante honesto), sino por las declaraciones del autor, algunos extractos y, claro, mi lectura. Hay cosas interesantes, bien escritas, junto a otras que pecan, en mi opininión, de pretenciosas y deliberadamente crípticas. En cierto modo, además, siempre existe esa «confianza en el corporativismo», sólo que ahora hablamos de otro y no del tradicional, de uno que en este caso va de la bendición de Vila-Matas a la complicidad de la blogosfera, pasando por la previsible buena recepción de publicaciones como Quimera, por ejemplo. Otro corporativismo, pero no tan distinto. Saludos.

  4. El libro es complejo, está claro. Pero hay una estructura muy trabajada, de referentes interconectados, hilos narrativos que aparecen y reaparecen para unirse permitiendo lograr acceso al sentido; a un sentido al modo contemporáneo, claro, en que ya no atan absolutamente todos los cabos (pese a que creo que la mayoría sí), en que la fragmentariedad juega un papel casi inevitable como elemento clave de la estética actual. Me parece una novela que se plantea objetivos muy ambiciosos y trata de lograr aliar forma y discurso, no sin tensiones y dificultades. Hay desequilibrios, claro: ya señalo que creo que la prosa quizá sea demasiado tremendista en algún momento, y que la parte de herencia explícitamente vilamatiana reutiliza unas ideas que me parecen un tanto gastadas y que ni siquiera eran tan complejas e interesantes como el propio Vila-Matas quería hacernos creer. Y está claro que su nombre en la contra ayuda, pero no creo que este libro necesite de su parabién para apoyarse: de hecho, personalmente me ha gustado más que ninguno de Vila-Matas, a nivel de forma, prosa y contenido. Vila-Matas se me antoja un tanto sobrevalorado, la verdad. Sospecho que en otro país lo que hace no parecería tan nuevo, y eso habla mal del nuestro… Además, su trabajo con la lengua no está a la altura; para mí Avilés es superior en ese plano. Es sólo mi opinión, claro. En Quimera la crítica es positiva, creo, y bastante lúcida, pero augura a Avilés la posibilidad de un fracaso rotundo en el futuro por no haberse planteado objetivos demasiado inalcanzables. Es cierto -se lo planteo en la entrevista- que le va a resultar difícil salir del callejón si quiere seguir por esa línea; pero recordemos que ha debutado a los 48 años, y creo que el texto le ha tomado unos 5 de escritura, por lo que me contó. No me parece que vaya a precipitarse, o quizá incluso no publique más si no está convencido del resultado. Me parece un autor exigente y valioso. Alguien hablaba de mayor radicalidad que la de «Nocilla» y estoy de acuerdo. Aunq

  5. Aunque entiendo que «Nocilla» apelare a un público más amplio, y sin duda también tiene su valor.

    (quería decir «por haberse planteado objetivos demasiado inalcanzables»)

    Gracias por tu interés y comentarios, ante todo. Es interesante recibir este tipo de feedback de los lectores, ya que una publicación de este tipo lo permite…

  6. Gracias a ti por tu trabajo y tu tiempo. Coincido contigo, aun con matices, con la sobrevaloración de Vila-Matas, aunque no con ver en este libro (meritorio, a pesar de sus defectos y excesos) de Avilés mejor literatura que en la del propio Vila-Matas o Fernández Mallo. Sea como fuere, se agradece también que de vez en cuando la crítica adquiera cierta seriedad, y que los lectores, anónimos pero no adocenados, podamos opinar, como en esta página.

  7. Claro, hay matices. Sin duda Vila-Matas ha introducido temas discursivamente valiosos en la tradición española y ha desarrollado una poética muy personal; mi crítica es a cierta repetición temática, un estilo con poco relieve y una visión (quizá sea más cosa de la crítica) de «escritor muy intelectual» cuando no me lo parece tanto. Es una figura importante que merecería un debate amplio. Pero, en todo caso, Vila-Matas no es el foco aquí. Fernández Mallo tampoco; me parece valioso, claro; quizá un poco hinchado por los medios, también. Mi preferencia por este libro ya entra en el terreno de lo personal, por temática, trabajo sobre el lenguaje, estructura… Pese a tener esos excesos y defectos que también menciono. Al fin y al cabo, es un primer libro. Cuando Avilés tenga una trayectoria más larga podremos hacer una valoración y una comparación más justas. Gracias por tus comentarios y, por supuesto, es muy valioso (para mí y para todos, creo) la posibilidad de este intercambio de ideas.

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