El rey pálido. David Foster Wallace
Traducción de Javier Calvo
Mondadori (Barcelona, 2011)
Hay que ser un verdadero genio para escribir una novela –incompleta- de seiscientas páginas sobre las exasperantes rutinas de unos trabajadores de hacienda, sobre la naderÃa, sobre el aburrimiento, en definitiva, y que dicha novela no solo no aburra sino que se lea con la intensidad y la devoción que reservamos a las obras maestras. He de reconocer que demoré mi lectura de El rey pálido en el tiempo no por dejadez ni pereza sino por la misma sensación que debe embargar a aquel que prueba por última vez el Vega Sicilia antes de practicar la abstinencia por escrupulosa prescripción médica. Es duro saber que Foster Wallace no volverá a ofrecernos nada nuevo, que su estrella se apagó definitivamente, aunque ahà quedan un puñado de libros (La broma infinita, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, La niña del pelo raro…) a los que uno siempre puede volver para ejercitarse en ese ejercicio mediúmnico que es la relectura.
Y es que el verdadero protagonista de El Rey Pálido es el aburrimiento, en sus múltiples variantes. Conversaciones intrascendentes con mujeres hermosÃsimas e insoportablemente matraquistas, descripciones exhaustivas de procedimientos fiscales, una galerÃa de personajes cuya mediocridad solo es equiparable al trabajo que despliegan y que solo la escritura de Foster Wallace es capaz de redimir para convertirlos en seres maravillosos, equiparables a superhéroes que exhiben, en lugar de superpoderes, taras fÃsicas y mentales capaces de marcar a fuego una vida y, de paso, la mente del lector. El procedimiento usado por Wallace es el usual en su obra. Digresión sobre digresión, acumulación neurótica de detalles y más detalles. Cada uno de los personajes que pueblan esta novela es dueño de una herida a través de la cual fluyen de modo incansable las palabras. Todo es intrascendente y maravilloso al mismo tiempo. Leer esta novela se parece de algún modo al paradójico encantamiento que uno experimenta ante la nieve electrónica del televisor, ante la insoportable insignificancia del ruido blanco.
Wallace pretende retratar la heroicidad contemporánea, la única que queda a disposición del hombre actual, la de la burocracia. El autor nos dice en una de las páginas de su novela: «Es la clave de la vida moderna. Si eres inmune al aburrimiento no hay literalmente nada que no puedas conseguir». No sé si en esto Wallace tiene razón, en el hecho de que la burocracia y el procesamiento de información cifren el alma del hombre contemporáneo. Al menos le resta el mérito de haber tematizado como nadie hasta ahora el aburrimiento y la heroicidad sobrevenida de quien se deja conquistar por ellos hasta el punto de convertirlos en el modo de ganarse la vida y en el prisma a través del cual contemplar la realidad. La Agencia Tributaria de Peoria se convierte asà en un hervidero de bartlebys. De algún modo Foster Wallace continúa la obra de Melville al ofrecer al lector la posibilidad de asomarse al pensamiento y a la peripecia vital del escribiente (dÃgase en ERP: Pasapáginas, Examinador…) encarnado en cada uno de los personajes de su novela.
Cierto que estamos ante una obra póstuma e incompleta, pero no es menos cierto que tras la lectura de este libro carente de trama al lector lo que menos le preocupa es saber si el resultado final habrÃa tenido ochocientas páginas o si acaso hubiese superado el guaritmo escalofriante de La broma infinita. Wallace reparte calidad en todas y cada una de sus páginas, lejos de los autores que escamotean la literatura en aras de la peripecia y el golpe de efecto. No me pareció insuficiente. Muy al contrario, tuve la impresión de que –en el buen sentido- Wallace siempre da demasiado. Terminaré diciendo que me he reÃdo muchÃsimo con ERP, como no me reÃa hace tiempo. A mà este libro me parece sobre todo un libro de humor. Un libro de humor increÃblemente serio.
Javier Moreno
http://peripatetismos2.blogspot.com
Leo ERP como un mÃstico a Juan de la Cruz. Con fervor y lentitud para que no se termine nunca.