Siempre me ha resultado muy sugerente el tÃtulo con que un autor bautiza su novela. Es la tarjeta de presentación, el portal que invita a entrar según las expectativas de cada lector. El tÃtulo contiene una orientación clara o simbólica de lo que hay tras el umbral, una información que sirve al lector para ordenar y almacenar la novela en su lista de lecturas previstas. Es además, por su valor evocador de un mundo ficticio, la clave que sirve de enganche al lector y le incita a la lectura.
Aunque los tÃtulos, como las modas, van cambiando y adaptándose a los tiempos, también influye la personalidad individual y social del escritor. Shakespeare por ejemplo se decantó por los tÃtulos breves, Hamlet, Otelo, Macbeth, del mismo modo que Lope de Vega, con tÃtulos concisos como Fuenteovejuna, El perro del hortelano, en la misma época en que Cervantes titulaba su gran novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, o Quevedo la Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños.
Los novelistas del siglo XIX acortan sistemáticamente los tÃtulos. Misericordia, Tormento, Miau, de Galdós entre otros, son tÃtulos breves y de contenido simbólico, asà como sus novelas de tesis, Doña Perfecta, portadoras de la ideologÃa de su autor.
Esta moda se extiende al siglo XX con tÃtulos como Nada de Carmen Laforet, Lolita de Nabokov o El capitán Alatriste de Pérez-Reverte, entre otros. Son tÃtulos breves, con tendencia a lo nominal y ausencia de elementos verbales. Pedro Páramo de Juan Rulfo tiene además connotaciones simbólicas (Pedro = piedra, Páramo = sequedad, dureza) en el nombre del protagonista, que son una representación de su personalidad. Lo mismo ocurre en El túnel de Ernesto Sábato, que identifica la vida del protagonista con un largo túnel, cuya oscuridad potencia simbólicamente la soledad del personaje y enfatiza la incomunicación del ser humano.
Otros tÃtulos adoptan cierta referencia intertextual, proceden de algún texto popular o literario, como Ayer no más de Trapiello que recoge un verso de Rubén DarÃo, o Arráncame la vida de Ãngeles Mastretta, tÃtulo de un bolero mexicano, que remite por un lado al hecho de que la protagonista Catalina se sienta «arrancada» de su familia e incluso de sà misma, y su única misión es, como la de un ramo de flores “arrancadasâ€, adornar a su marido, personaje público, y por otro lado da significado a cómo la vida de este marido es «arrancada», lentamente, mediante la infusión que Catalina le suministra poco a poco.
En otros casos, los autores echan mano de frases hechas, por la significación que de ellas se desprende. Son frases que definen el núcleo de la trama novelesca: Patente de corso, A sangre frÃa, El enredo de la bolsa y la vida. Incluso construyen contrastes que resultan chocantes al lector y despiertan en él cierto interés como Cuando Hitler robó el conejo rosa.
A partir de los 90, los tÃtulos, sobre todo en los best-sellers se alargan ostensiblemente. Cualquiera de los libros de Albert Espinosa son buena muestra de ello: Si tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven, Todo lo que podrÃamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo, Brújulas que buscan sonrisas perdidas, los de la trilogÃa Millenium de Stieg Larsson, muy conseguidos (Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, La reina en el palacio de las corrientes de aire), los de Katherine Pancol (Las ardillas de Central Park están tristes los lunes), Anna Gavalda (Quisiera que alguien me esperara en algún lugar), Haruki Murakami (Crónica del pájaro que da cuerda al mundo), etc.
Actualmente encontramos una variación enorme de tÃtulos, desde un sustantivo solo, Intemperie (Jesús Carrasco), a la matización de un calificativo, Maldito karma (David Safier), a la bimembración de los términos en Fiebre y lanza, Baile y sueño, y Veneno y sombra y adiós (los tres tomos de Tu rostro mañana de Javier MarÃas), o a la ampliación de significado mediante un complemento preposicional, Las lágrimas de San Lorenzo (Julio Llamazares), hasta tÃtulos largos como La ridÃcula idea de no volver a verte (Rosa Montero). Algunos incluso confunden al lector hasta el punto de parecer libros de autoayuda, que tanto proliferan en la actualidad: El abuelo que saltó por la ventana y se largó (Jonas Jonasson), tÃtulo que sorprende por la impensable rebeldÃa de un anciano. Y también hay tÃtulos, aparentemente absurdos, que atraen por su propia sugerencia: La soledad de los números primos (Paolo Giordano), El susurro de la caracola (Maxim Huerta), Palmeras en la nieve (Luz Gabas). Algunos incluyen proposiciones subordinadas de relativo, que como tales amplÃan el significado del sustantivo al que hacen referencia, por lo que hay en ellos cierto énfasis afectivo. Lugares que no quiero compartir con nadie (Elvira Lindo), La lavanda silvestre que iluminó ParÃs (Belinda Alexandra), Perros que ladran en el sótano (Olga Merino). Y otros que aparentan ser cortos, 2666 (Roberto Bolaño) pero cuya oralidad resulta fonéticamente larga y dificultosa: dos mil seiscientos sesenta y seis.
Sobre la significación del tÃtulo de su novela en particular y de los tÃtulos en general, reflexionó Umberto Eco y escribió un ensayo (Apostillas a El nombre de la rosa) en el que afirmaba:
El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habrÃa escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones? Sin embargo, uno de los principales obstáculos para respetar ese sano principio reside en el hecho mismo de que toda novela debe llevar un tÃtulo.
El afán lúdico es la primigenia motivación de Eco, quien elige el enigmático tÃtulo por el denso simbolismo que desprende la rosa que, al contener tantos significados, desorienta y confunde al lector porque, según su opinión, “el tÃtulo debe de confundir las ideas, no regimentarlasâ€.
Lo expuesto hasta aquÃ, nos conduce a un extraño y sugerente tÃtulo, El silencio de tu nombre, de la novela de Andrés Pérez DomÃnguez. No responde a las expectativas que despierta, expectativas relacionadas con lo sentimental, con la intriga, con lo que no puede nombrarse, etc. En el transcurso de la lectura, se pierde el sentido del tÃtulo, porque la trama se enreda en un vaivén de espÃas y traiciones, y casi pasa desapercibida la clave que se ofrece al comienzo de la misma.
“…Navarro comprendió, y aceptó, que habÃa llegado el momento en que no querrÃa sino pronunciar el nombre de una mujer el resto de su vida. A veces, se sorprendÃa en silencio, y esa ausencia de voces no era más que la presencia evidente, deliciosamente inevitable, de Erika. El nombre de ella presente en cada suspiro, en cada gesto insignificante. Como un sonámbulo. Como un demente. El nombre de ella en cada silencio. Sobre todo en cada silencio. Como si hubiera incubado una enfermedad misteriosa. Un abismo al que daba miedo asomarse. Un agujero en la boca del estómago. Ni por haber luchado en dos guerras o haber sido un héroe podÃa escaparse de esa sensación tan rara de encontrarse paseando con Erika cada vez que enmudecÃa, cuando iba por la calle, al levantar la cabeza de los textos que traducÃa para descansar la vista. Incluso cuando hablaba con alguien y se descubrÃa distraÃdo. Siempre pensando en ella. Su nombre en cada silencio†(pág. 58).
Se refiere a la relación entre Erika Walter, viuda de un agente secreto alemán y MartÃn Navarro, quien fue primero capitán republicano en la Guerra Civil Española, después militó en el bando soviético en la Segunda Guerra Mundial, y conoció a Erika en el BerlÃn ocupado, donde la salva de la agresión de un grupo de militares soviéticos y la protege. Navarro arriesga su vida, dejando ParÃs, donde vive, y va en busca de Erika que ha ido a Madrid con una importante documentación que implica a altos cargos nazis y que proceden de una maleta enterrada en su jardÃn por su exmarido y custodiada por ella que no conocÃa su contenido.
Aunque el riesgo de ser detenido por la policÃa o asesinado por sus antiguos camaradas es importante, la preocupación de Navarro le supera y va tras ella. En Madrid, ambos se ven implicados en una confusa trama de traiciones, detenciones, torturas, asesinos a sueldo, etc., que acercan al lector al mundo del espionaje: comunistas, nazis, y agentes de la CIA, circulan por el Madrid de la posguerra, como cazadores / cazados. Las distintas perspectivas que todos ellos aportan, van engarzando la historia y apartando sombras respecto a los antecedentes y relaciones de los personajes.
Entre tantas historias, se ofrece al lector una relación amorosa entre Navarro y Erika, carente de calor en su descripción, tal vez porque Pérez DomÃnguez la trata con escasa profundidad, sin más intensidad que la del relato de sus movimientos y de su dependencia emocional. Sufren ambos difÃciles situaciones y serias adversidades, que derivan en un final abierto, de manera que en el transcurso temporal de la novela se mantiene entre ambos una relación ajena a todo lo que suponga un compromiso explÃcito. Su pasado vivido y su futuro por vivir, confluyen en un presente complicado, pero en ningún caso puede aceptar Navarro, con resignación, que sus sentimientos puedan fácilmente arrojarse por la borda, lo que le conduce a saber con certeza que le ha llegado “el tiempo de pronunciar en silencio el nombre†de ella.
Volviendo al sentido del tÃtulo, Pérez DomÃnguez vuelve a insistir en ello con una aclaración circular al final de la novela. Y se comprende por qué el tema del espionaje aparece un poco desvaÃdo, y sus entresijos se tratan superficialmente. El mundo de los espÃas se diluye vagamente ante el relato de las experiencias, algunas fuertes, de personajes principales, además de las que viven los protagonistas, la motivación de sus movimientos y sus variadas y entrecruzadas peripecias. El personaje de Mercedes Corrientes, más poderosa que cualquiera de los demás espÃas, pieza del puzle que reúne y entrelaza a casi todos los personajes, es buena muestra de ello.
Hay pues, una continuada presencia de sentimientos entre Navarro y Erika, sentimientos que los acercan y alejan según el marco de la acción, pero que persisten más allá del tiempo. Erika se despide, en ese final abierto, de Navarro prometiendo volver, “confÃa en mÆ-le dijo. No entiende Navarro esta nueva escapada de Erika, del mismo modo que no entendió por qué habÃa dejado su vida y su trabajo en Salzburgo para viajar a Madrid. La relación entre esta hermética mujer y el hombre atormentado por los remordimientos de haber liquidado a tantos hombres, es fugaz. Es ella la que toma las decisiones de ir y venir, con cierta secreta obediencia que parece responder a exigencias del mundo de los espÃas. Navarro por su parte seguirÃa esperándola, ansiando la oportunidad de reunirse de nuevo, buscando su cara en la de “cualquier mujer que camine por la calle invocando su nombre en silencio†(pág. 423), el silencio del nombre “Erika†en boca de Navarro pero no en su corazón. El tÃtulo se dirige a ella con ese posesivo “tu†en esa declaración encubierta de amor: “el silencio de tu nombreâ€, en una novela cuyo punto de vista es en tercera persona.
Encarnación GarcÃa de León
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