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¿Cómo Llarena intentó derrotar a Aristóteles?

El magistrado instructor de la causa contra los líderes independentistas retorció el lenguaje hasta romper las reglas básicas del pacto de verosimilitud | Imagen: Wikipedia

No vamos a hablar ahora del Procés. Se ha escrito mucho. Ya hemos criticado que la estrategia y el tacticismo pasaron por encima de la necesaria deliberación colectiva. La propaganda ha inundado Cataluña durante demasiado tiempo, convirtiendo lo que podía ser un debate abierto y honesto en un cúmulo de eslóganes e hiperventilaciones multidireccionales. Tampoco es el momento de insistir en la hipocresía de aquellos que intentaron, con recursos públicos, enviar a prisión a los manifestantes pacíficos que se concentraron frente al Parlament cuando eran días de helicópteros y vuelos gallináceos. Criminalizar las protestas es una tentación que suele vivir arriba. Pero ser un hipócrita no te convierte en culpable de un delito inexistente, ni disminuye ni un milímetro tus derechos humanos.

Lo que nos interesa, aquí, es la lectura. Y los mecanismos de la ficción. Por eso nos vamos a detener en el auto de procesamiento que ha redactado Pablo Llarena, instructor de la causa especial contra los líderes independentistas. El excelentísimo magistrado ha elaborado un argumentario de 70 páginas en el que el lenguaje se retuerce hasta romper las reglas básicas del pacto de verosimilitud. No analizaremos si los supuestos delitos de desobediencia y malversación de caudales públicos se sostienen. Si, como apunta el juez, el Govern se gastó más de un millón seiscientos mil euros en el referéndum, la fiscalía lo tendrá que probar en un juicio.

De hecho, el documento mantiene un cierto rigor hasta la página 55, cuando se explican y se desarrollan los fundamentos de derecho del auto. Ahí comienza la fiesta literaria.

Como todo texto que se dirige a un lector, sea cual sea el destinatario, la literatura jurídica (que no deja de ser literatura, aunque su código sea el relato de hechos y consecuencias) ha de mantener unos parámetros mínimos de credibilidad o congruencia. La promesa de veracidad, o la falta de ella, no puede esconderse tras excusas técnicas. Un instructor debe ser claro y preciso, y su lector no tiene porqué ser un experto mundial en filosofía del derecho para, como ciudadano libre que se supone que es, dilucidar si está ante una tesis y su correspondiente demostración o ante una patraña indigerible. Saber leer es precisamente eso, no únicamente juntar letras y palabras. A no ser que creamos que los ciudadanos son analfabetos funcionales.

Llarena nos recuerda que el delito de rebelión consiste en alzarse violenta y públicamente. Pero el magistrado, acto seguido, nos regala toda una pirueta filológica para anunciarnos que en realidad no va a considerar si ha existido violencia o no, sino que se va a fijar en “el adverbio que modaliza la acción (violentamente)”, llegando a presuponer que el legislador, al utilizar esta expresión, elude (Llarena dixit) “incorporar al tipo penal el sustantivo que se sugiere”.

Como ejercicio de eiségesis esto sí que podría ser considerado violencia. Sustantivamente.

Cualquiera que tenga un diccionario de la RAE a mano (y hoy, con una austera conexión a internet, no resulta extremadamente difícil) puede leer que un adverbio generalmente modifica “el significado de varias categorías, principalmente de un verbo, de un adjetivo, de una oración o de una palabra de la misma clase”. Por lo tanto, al dejar de juzgar si se ha actuado «con violencia” y pasar a analizar únicamente si se ha procedido “violentamente”, lo que podría estar intentando Pablo Llarena es (estamos convencidos que de una manera inconsciente, si no hablaríamos de prevaricación, algo imposible de imaginar) transformar, por iniciativa propia y unilateralmente, el tipo penal con el que pretende incriminar a los acusados. No hace falta ser Montesquieu para saber que eso no le corresponde al juez.

Lo que sigue no lo ha escrito Groucho Marx. Créanme. “Actúa violentamente quien lo hace de manera violenta, lo que no presenta un contenido típico plenamente coincidente con actuar con violencia”, nos explica, para que lo entendamos bien, el magistrado del Tribunal Supremo.

Es un intento fallido. Porque los adverbios formados con el sufijo -mente suelen ser de modo. Es uno de los casos en los que, precisamente, no hay modificación del significado. Actuar con violencia (preposición+sustantivo) es lo mismo que actuar violentamente (adverbio). Ambas formas indican la manera en que se realiza la acción del verbo al que se refieren.

Si no puede demostrar que los acusados se han alzado con violencia no puede demostrar nada sobre el delito de rebelión. A no ser que su auto pretenda ser leído como un tratado para modificar, además de los tipos penales que no le encajan, la gramática española.

El juez nos dirá que la sala entiende la violencia (o violentamente, a partir de ahora son libres de utilizar el adverbio) en su naturaleza física, en su manifestación personal y en su idoneidad.

Mientras que el carácter físico implica “que el ejercicio de la violencia exija del uso de la fuerza para un daño actual y presente”, en su manifestación personal “supone que en la violencia el receptor de esa fuerza sea una persona”. En el caso de idoneidad la fuerza tiene que tener “intensidad suficiente como para ser apta a doblegar la voluntad de aquel contra quien se dirige”.

La resistencia pacífica (un elemento imprescindible en la defensa de los derechos individuales y colectivos en eso que hemos llamado democracias avanzadas) es pasiva (por lo tanto no hay uso de la fuerza), no provoca daños personales (por su propia pasividad) y no pretende doblegar la voluntad contra aquel que se dirige (porque no es ofensiva, sino defensiva). Según tales proposiciones, es más que difícil acusar de rebelión a los encausados. Lo saben ustedes y lo parece saber el juez Llarena.

Pero aquí viene el giro narrativo. Leemos que “en todo caso” (nos encantan estos conectores, tan reveladores) “los hechos que se han relatado como acaecidos el día 20 de septiembre de 2017 ante la sede de la Consejería de Economía y Hacienda reflejan todas las exigencias que se han identificado para un actuar violento y aún para la violencia”.

¿Ah, sí? ¿Seguro? ¿Exactamente cuándo y cómo?

No tengan prisa. Que esto mejora. Dice el juez que una congregación de 60.000 personas (ahora le llama “personas”, pero normalmente se refiere a los manifestantes como “muchedumbre”) se “oponían” a la presencia de las fuerzas policiales (la oposición es resistencia y, como hemos visto, no puede calificarse de violencia). Por suerte, admite (y lo pone por escrito) que “en modo alguno puede entenderse que el cerco tuviera un contenido exclusivamente intimidatorio”. A lo mejor, incluso, los ciudadanos allí concentrados estaban ejerciendo su legítimo derecho de protesta. Cosas más raras se han visto.

Pero no importa. Lo imprescindible es, en la literatura y en la vida, ir aportando giros inesperados. Y en el mismo párrafo (¿están ya preparados?), y pese a lo que ha reconocido tres centímetros atrás, afirma que hubo uso de la fuerza (¿subir a un coche, aunque pueda estar penado por daños materiales, es alzarse violentamente?). Y para demostrarlo (aquí viene la fórmula magistral) acude a una figura retórica de efectos demoledores, el símil.

El símil, como saben, se utiliza para señalar la relación de semejanza entre términos. Pablo Llarena domina el recurso, y por eso compara la manifestación de esa “muchedumbre” (en la que no hubo ni una sola agresión física) con una “toma de rehenes mediante disparos al aire”.

Aristóteles decía que el símil aporta “efecto de brillantez”. La pirotecnia de Llarena es incuestionable.

Hay más. Mucho más en el auto. Aristóteles vuelve a temblar. Hay una noción básica para el pensador griego y para cualquiera que sepa diferenciar lo que es un hecho de una suposición. El filósofo definía el movimiento como el paso de la potencia al acto. En la potencia encontramos el repertorio de posibilidades que aún no están realizadas, mientras el acto es el modo de ser que ha llegado a ser lo que es.

Pablo Llarena reconoce que no está valorando acciones que han acontecido. Asegura que, en el auto que acaba de dictar, los hechos “se evalúan no estrictamente por su contenido, sino por su capacidad de reflejar que existía un riesgo de que las movilizaciones futuras desembocaran en una violencia instrumentalizada”. La vida, y el derecho, en condicional.

Por lo tanto, vemos cómo un juez nombrado para juzgar hechos los interpreta antes de que ocurran. Si volviéramos a Aristóteles, podríamos decir que el excelentísimo magistrado imagina una potencialidad (y solo una, la que él decide subjetivamente) y la traduce como un acto consumado. El único movimiento que vemos, pues, es el paso de la violencia como sustantivo al violentamente como adverbio. Así mete a gente entre rejas por delitos que aún no han ocurrido, y así también, por fin, desbarata, en tan sólo 70 páginas, una teoría filosófica que llevaba explicándonos el mundo (erróneamente, ahora somos conscientes) más de 2.300 años.

El lógico y matemático de Estagira, como tantos de nosotros, se ha quedado sin palabras. Que no quiere decir, necesariamente, que estemos dispuestos a callarnos la boca. Nuestro silencio sería una cárcel aún más inexplicable.

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

2 Comentarios

  1. Pues se ha cubierto de gloria Llarena concluyendo que el legislador dijo «violentamente» eludiendo expresamente «con violencia». Lo que elude es precisamente lo que indica literalmente el delito de alta traición alemán. «…Wer es unternimmt, mit Gewalt oder durch Drohung mit Gewalt» . mit Gewalt = con violencia.

  2. Efectivamente, Llarena parece que ha ido mas allá de sus posibilidades intelectuales… A ver si usted llega a la parte en que Aristóteles analiza la degeneración de la democracia en demagogia. Qué pena que el estagirita no llegara a conocer la oclocracia catalana, ¿qué cree usted que hubiera opinado al respecto? Ya, ya lo sé, esa parte no interesa, esto es solo un artículo para gente que ni sabe ni le interesa la filosofía, simplemente les va bien cualquier cosa que ataque al rival, un ejercicio de erística… Pero era de esperar que se le colara algún troll peripatético, ¿no? Venga, un abrazo a la avanzada raza independentista y, háganme caso, para ser un nacionalista honesto, mejor prescindir completamente de la filosofia… Aunque la tentación, como en este caso, de omitir lo que no gusta y seleccionar solo lo que le conviene es irresistible para el rétor sin escrúpulos…

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