En la mente hay pasillos superiores a un lugar material

El arte sirve para limpiarnos los ojos, escribe Karl Kraus. Por tanto, también la escritura, de la que Enrique Vila-Matas dice que no hay actividad menos nociva. Lo afirma en un texto de su libro El viento ligero en Parma en el que se lee que escribir es corregir la existencia. No importa, según este escritor, que solo se corrija diariamente una coma. La escritura nos protege de las heridas insensatas y golpes absurdos que nos da la vida.

Escribir, dice Vila-Matas, es lo mejor que podemos hacer, por lo que deberíamos desear que lo hiciera todo el mundo. En su texto ensambla un pasaje de Italo Svevo revelador al respecto:

“Cuando todos comprendan con la claridad con que yo lo hago, todos escribirán. La vida será literaturizada. La mitad de la humanidad se dedicará a leer y a estudiar lo que la otra mitad de la humanidad habrá escrito. Y el recogimiento ocupará la mayor parte del tiempo que será así arrebatado a la horrible vida verdadera. Y si una parte de la humanidad se rebelase y se negase a leer las lucubraciones de los demás, mucho mejor. Cada uno se leería a sí mismo”.

Nada menos agresivo que bajar la vista para leer un libro que se tiene en las manos, escribe Vila-Matas. Leyendo a los otros o a nosotros mismos, poco margen ve para estallidos bélicos y mucho en cambio para respetar los derechos de los demás, y viceversa. Escribe:

“Habría que partir a la búsqueda de ese recogimiento universal. Se me dirá que se trata de una utopía, pero sólo en el futuro todo es posible”.

Próspero, protagonista de La Tempestad, de Shakespeare, buscó ese recogimiento del que habla Vila-Matas. Ejercía de duque de Milán, pero era un intelectual desinteresado del poder y sus artimañas. Su hermano Antonio aprovechó su retiro en la biblioteca para traicionarlo, destronándolo y expulsándolo del territorio junto a su hija de corta edad. Lo dejó en una barca a la deriva con la única posesión de varios de sus libros más preciados. Finalmente, Próspero arribó a una isla, logrando ampliar su sabiduría de lo oculto que le daría poderes mágicos para cambiar el destino de los personajes de La tempestad.

Después de llevar varios años en la isla, le explica a su hija Miranda, ya más crecida, el destierro:

“Enfrascado en mi retiro, por completo ocupado en enriquecer mi mente con lo que era a mis ojos muy superior al saber popular, desperté un diabólico instinto  en mi pérfido hermano. Y mi confianza, ilimitada por la consanguinidad, engendró en él una felonía proporcionada a mi buena fe, que verdaderamente no tenía límites, sin trabas”.

De este modo se convirtió su hermano Antonio en dueño de sus rentas y del poder, autoproclamándose duque de Milán con la complicidad del rey de Nápoles.

También Rainer Maria Rilke escribe en Los apuntes de Malte Laurids Brigge sobre lo bien que se está entre los libros. Malte, el protagonista, está sentado en la biblioteca leyendo a un poeta. En la sala, abarrotada,  no se oye una sola mosca. Entonces reflexiona sobre los poderes inocuos de la lectura:

“¡Ah! , qué bien se está entre hombres que leen. ¿Por qué no son siempre así? Podéis acercaros a uno y rozarle; no sentirá nada. Podéis empujar a vuestro vecino al levantaros, y si os excusáis, hará un movimiento de cabeza hacia el lado de donde viene vuestra voz, su rostro se vuelve hacia vosotros y no os ve, y sus cabellos son semejantes a los de un hombre dormido. ¡Qué bueno es esto!”.

Malte Laurids Brigge goza de su soledad dos veces, porque como escribe Pascal Quignard en El lector,

“el libro es la ausencia del mundo. A la ausencia del mundo que es el libro se suma esa ausencia del mundo que es la soledad. El lector está dos veces solo. Solo como lector, está sin el mundo: en la medida en que está con su libro. Solo «con» su libro («en la intimidad de» su libro), que es la privación del mundo”.

Es el privilegio de saberse, tal y como dice Rodrigo Fresán en La velocidad de las cosas,  más testigo que protagonista. Antes ha escrito sobre el lector como aquel que se ubica un poco afuera de todas las cosas, como si se las leyera.

Rodrigo Fresán ofrece su propia versión del recogimiento como tiempo que se le arrebata a lo que Italo Svevo llama horrible vida verdadera:

“La vida (…) rara vez imita a la literatura que uno practica y demasiadas veces a la literatura que uno desprecia”.

Esta idea se relaciona con su visión de los buenos escritores, pero también de los lectores consecuentes. Escribe con ironía que para los lectores poco entrenados el libro es un objeto incómodo, algo que necesita sostenerse y carece del mérito de poder ser enchufado a alguna pared. Añade:

“Los lectores consecuentes, por el contrario, prefieren comparar lo que están leyendo con lo que han leído, con una forma alternativa y válida de la realidad en la que el libro -no es casual que, en su aspecto formal, se mueva con el mismo bien aceitado mecanismo- es siempre una puerta”.

A esa puerta parece referirse Margaret Atwood en su libro La maldición de Eva cuando dice que si escribir o leer novelas tiene algún valor de redención social tal vez sea porque obliga a imaginar cómo es ser otra persona. Algo que -como escribe- cada vez más todos necesitamos saber.

Elisa Rodríguez Court

Ilustración: bookriot.com

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court (Canarias, 1959) es licenciada en Filosofía y profesora de alemán. Ha escrito relatos publicados en volúmenes colectivos y las novelas 'Decir noche' y 'Dime quién fui'.
Como columnista ha participado en la Cadena Ser, en revistas y en diferentes periódicos de las Islas Canarias. Actualmente colabora regularmente, desde hace años, con una columna semanal en el periódico 'La Provincia-Diario' de Las Palmas.
En 2003 ganó el accésit y al año siguiente el primer premio Mejor labor informativa de Canarias, otorgado por el Instituto Canario de la Mujer.

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