La Biennal Ciutat Oberta ha reunido en Barcelona al pianista Alfred Brendel y al sociólogo Richard Sennett, quienes, en el Palau de la Música, han conversado con Carlos Calderón Urreiztieta. El encuentro ha servido para que los invitados reflexionaran sobre cómo la creación, y en especial la música, puede ser una buena herramienta para la cooperación entre diferentes.
Alfred Brendel, que además de su larga trayectoria profesional ha publicado ensayos como Sobre la música y De la A a la Z de un pianista, ha cultivado la poesÃa desde que se bajó de los escenarios. Hay algo en el ritmo de sus textos que recuerda, según ha confesado, a las piezas que ha interpretado durante su carrera. “Siento la sonoridad de las palabrasâ€, sostiene.
Brendel nace en la antigua Checoslovaquia, pero muy pequeño se trasladará a la ciudad austrÃaca de Graz, donde pasará la Segunda Guerra Mundial. Su primera formación intelectual, y su entorno cultural, está influenciado por la presencia nazi. Es por ello que su primera experiencia con la música le permite huir de “clanes y tribusâ€, y se refugia, voluntariamente, en la libertad individual que le aporta la partitura y el piano.
“Es verdad que la música de cámara puede funcionar como un sÃmbolo de la democracia, donde unos escuchan a otros, y se confrontan las ideasâ€, ha dicho Brendel. Aunque reconoce que una orquesta ha de ser dirigida “desde arribaâ€, y que esa jerarquÃa va a favor de la calidad de la interpretación colectiva. De todos modos, ha añadido, en el pasado, cuando aún se registraban los conciertos en directo, no se exigÃa tanta “perfección técnicaâ€. “Lo inmaculado, en la música, tiene cosas positivas, pero también negativasâ€, considera el pianista.
La infancia de Richard Sennett es bien diferente. Criado en el entorno empobrecido del Chicago de los años cincuenta, el autor de obras como El artesano o La corrosión del carácter, ve en la música la manera de escapar de un ambiente precario y gris. Pero su experiencia es diametralmente opuesta a la Brendel porque para el sociólogo, que ejercerá como violonchelista hasta que una lesión le aparte de los escenarios, la música es, desde el principio, una práctica comunitaria. La cultura de Estados Unidos de sea época se forja, en parte, gracias a los refugiados europeos. Y eso la hace polÃticamente comprometida en todos los sentidos.
Para Richard Sennett la música es la manera más civilizada de cooperar porque ofrece un lenguaje no explÃcito, no directo, en el que los individuos se pueden comunicar con un solo gesto. Eso es lo que pasa durante un ensayo, epicentro de esa ceremonia de la diferencia, entre intérpretes e instrumentos.
Sennett, quien también ha escrito ficción, como la novela An Evening of Brahms, considera que su escritura ha estado marcada por el fraseo y la respiración que aprendió cuando empezó como músico. Una suerte de tentativa que se repite en el párrafo o en la nota. El escritor y el intérprete, sin embargo, funcionan de una manera distinta. “La escritura siempre fija, has de dejar el libro una vez lo has publicado. La música perdura, puedes volver a ella, una y otra vez, desde otro lugarâ€, defiende.
El sociólogo, que fue alumno de Hannah Arendt, y que de alguna manera ha seguido el legado del movimiento filosófico del pragmatismo, sostiene que la música es esencial para los niños más pobres. “La disciplina que les enseña, el tener que ensayar dos horas al dÃa, se convierte en un regalo, el regalo del ordenâ€, argumenta, en un mundo caótico en el que no hay reglas más allá de la supervivencia económica.
Richard Sennett se muestra muy crÃtico con las polÃticas culturales que se acercan al público desde la condescendencia. “Odio la palabra accesibleâ€. Desprende un buenÃsmo que, al final, lo que hace es dividir a la audiencia entre público elevado y público no elevado. Una distinción absurda, para el sociólogo.
Alfred Brendel admite que, en su cabeza, sigue trabajando las piezas que ha representado durante toda su vida. Pese a su indiscutible precisión técnica, y pese a su rigor como pianista, siempre ha querido ir más allá, sorprenderse a sà mismo, e incluso improvisar. “Hay lÃmites en la música, pero lo que han de permitirte esos lÃmites es, precisamente, la libertad creativaâ€. Una libertad de constante ensayo y tentativa. Una búsqueda, tan ciega como obstinada, de la comunicación de lo inefable.