Novelas: Sangre Sabia/Los violentos lo arrebatan.
Flannery O’ Connor
Traducción de Celia Filipetto
Lumen (Barcelona, 2011)
Dijo Harold Bloom de Flannery O’Connor que “su sensibilidad era una mezcla extraordinaria de salvajismo sureño y severo catolicismoâ€. En efecto, para Flannery O’Connor, la mayor narradora de su paÃs, el hecho de escribir de un modo soberbio no sirve para nada frente al mal puro que habitan sus páginas. La gramática en ella es secundaria, el habla se pasea como un paleto más, sin pena ni gloria; los adjetivos aquà no tienen futuro, pues el retrato feroz de sus lobos humanos pisotea nuestra estúpida idea de que la literatura nos redime por sà sola. Por lo tanto, entrar en disquisiciones sobre el uso del lenguaje y las técnicas narrativas que supuestamente emplea es un acto completamente inútil. Ante sus cuentos y sus dos únicas novelas, sólo podemos sentir pavor y conmoción. La misma que sienten los pavos reales (animal que O’Connor retrató en distintas ocasiones) poco antes de la matanza.
Lumen acaba de editar en un tomo Sangre Sabia (1952), la novela que dio fama (aunque tardÃamente) a la autora nacida en Savannah (en el estado de Georgia, villa inmortalizada por John Berendt en Medianoche en el JardÃn del bien y del mal) y Los violentos lo arrebatan (de 1960, texto traducido como Los profetas en su primera edición en castellano, también en Lumen). En esta ocasión, al contrario que sucede con la publicación de sus cuentos completos, no se acompaña a las obras de introducción alguna, salvo notas a la segunda edición (1962) de su obra más conocida, llevada al cine por un John Huston algo taciturno en 1979 (con Brad Dourif en el papel de Hazel Motes, el “predicador sin Diosâ€), quien escribió en sus memorias: “Nada me harÃa más feliz que ver que esta pelÃcula consiga aceptación popular y rinda beneficios. DemostrarÃa algo. No estoy seguro qué… pero algoâ€. La pelÃcula se ha convertido en un clásico de culto, y representa el carácter del director; es hustoniana en cada fotograma, pues habla de un tipo solo contra un mundo para el cual no es más que un chiflado cÃnico, y ante cuyas obras inquietantes la única respuesta coherente es la incertidumbre.
Es esta incertidumbre la que acompaña a la perfección la lectura de esta obra magnÃfica por la capacidad de la autora de dar rienda suelta a esos personajes fanáticos que se queman los ojos con cal viva para poder mirar mejor dentro de su ser, a quienes “les va demasiado bien creyendo en nadaâ€, ciegos guiando y siendo guiados por otros ciegos, repletos de sentido del humor negro, de tono artificial:
“—Señor Motes, yo, que no creo en Jesús, soy tan buena como muchos que sà creen en él.
—Es mejor —dijo él, inclinándose de pronto hacia delante—. Si creyera en Jesús, no serÃa tan buenaâ€.
Este último diálogo de Sangre Sabia nos recuerda el final de Un hombre bueno es difÃcil de encontrar cuando el Desequilibrado dice de la anciana que “habrÃa sido una buena mujer… si hubiera tenÃo a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vidaâ€.
Es precisamente el cruce de lo cómico y lo terrible, y lo más importante, la esquizofrénica fe de personajes como Rayber, el otro predicador increÃblemente confundido que encontramos en Los violentos lo arrebatan (un hombre sumamente obsesivo, que en este caso sorprende por su monstruosa honestidad), el rasgo que aisla y destaca a la vez a O’ Connor dentro esa “generación perdida†de la literatura norteamericana en la que se sugieren sus raÃces, y la sitúa frente a Hemingway, este último a menudo comparado con la novelista de enferma sangre, pero sangre irlandesa. El aislamiento al que estuvo sometida por su dolencia sanguÃnea no tuvo mucho que ver con el peso de la culpa en sus personajes; ni tampoco su catolicismo. Al mismo tiempo, ni una circunstancia ni otra impidió que viera a sus personajes como algo más que simples estereotipos de predicadores urbanos con los que despacharse a gusto. De hecho, hay en estas novelas mucho más que una sencilla sátira, más que un discurso moralista sobre los predicadores ambulantes del cinturón bÃblico, un patrimonio que tampoco es exclusivo de la escritora: ocurre al comienzo de Elmer Gantry, fabuloso relato de Upton Sinclair sobre un hombre que descubre el precio de hacerse pasar por un hombre de Dios para obtener prestigio, y en una obra juvenil deliciosa llamada El fabricante de lluvia, de William Camus.
En la obra de Flannery O’ Connor hay un elemento que sostiene todo lo demás: la gracia. Si la literatura no nos salva, pues lo terrible está fuera de la ficción, tampoco la gracia interviene en el proceso narrativo; lo desestabilizador de esta narradora, lo que la convierte en única, es que nos sitúa entre fuerzas que ni ella misma puede controlar. A sus personajes los obliga a vagar sin paz por los parajes norteamericanos de espacio inabarcable, coherente con la salvación por las obras de su catolicismo; a nosotros nos deja migas de pan hacia la gracia, que a veces es una nube teñida de púrpura tras unos árboles muertos, a veces es un “sol rojo y descomunalâ€. A ellos les niega el arrepentimiento y los ceba de barbaridades, a nosotros nos da la falsa calma de pensar que no somos ellos. Como dice Gustavo MartÃn Garzo en el prólogo a los cuentos completos, y esto sirve también para este volumen: “Los relatos de Flannery O’ Connor tienen el poder supremo de agitar nuestra conciencia. No es posible permanecer indiferentes ante ellos, de la misma forma que no es posible mantener la calma cuando alguien te apunta con una pistola. Tienen el poder de hacernos despertar, desvelan a ese lector cansado que somos todos, exhortándonos a una especie de pacienciaâ€.
Daniel Jándula
www.nedham.blogspot.com
Trailer de la pelÃcula Wise Blood (John Huston, 1979)