Frederic Amat, entomología de la intuición

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Frederic Amat (Barcelona, 1952) conserva una piedra blanca de su niñez. Es el trofeo que regalaba a sus alumnos su profesor, el escritor Emili Teixidor, autor de Pa negre, y entonces el jovencísimo director de una escuela pionera. Hay ahí unos versos que aún no se han borrado: “Se ha llenado de luces / Mi corazón de seda / De lirios y de abejas / Y yo me iré muy lejos”. Son palabras de Lorca (se trata de un fragmento Balada de la placeta), que cantan, también, al arroyo claro y a la rosa de sangre.

Lorca y Teixidor, dos mentores para el artista, que volverán una y otra vez en todo su proceso creativo y vital. Méntor es, no lo olvidemos, el maestro y guía de Telémaco en la Odisea, obra que acabará ilustrando Amat muchos años después. Nos encontramos con él en La Pedrera, donde, a través de la exposición Zoótropo, el creador pone en relación arquitectura, naturaleza y ciudad. ¿Qué es el paisaje para un pintor?

—Es un enigma. La naturaleza tiene algo de fantasmagoría.

Frederic Amat | Archivo

Teixidor le enseñó a leer en el sentido más amplio posible. A leer los libros que después ilustrará (Octavio Paz, Brossa, Cabrera Infante…), pero también a leer el espacio. Comienza la carrera de Arquitectura, pero pronto entiende que su mundo no está allí. Acude a una escuela, situada en un modesto piso de Barcelona, que lleva un tal Fabià Puigserver (luego, auténtico cerebro y corazón del Teatre Lliure), y es el único alumno que se matricula en Escenografía. Será su asistente a principios de los años setenta de un montaje emblemático de Yerma, que dirigió Víctor García e interpretó Núria Espert. Luego llega la siniestra etapa del servicio militar (que, de todos modos, recuerda como una posibilidad para leer en el calabozo, donde, además de conocer El laberinto dela soledad, realiza esculturas con las migas de pan), los viajes (México, siempre México, pero también Nueva York), hasta que recibe la llamada que le vuelve a reclamar. Lluís Pasqual y Fabià Puigserver, en 1986, levantan por primera vez El público de Federico García Lorca en Milán. El teatro de lo imposible, el teatro bajo la arena, ya palpita como se merece.

—Me encerré seis meses en una habitación pintando únicamente en negro, ensayando un lenguaje. Antes tenía una obra muy cromática y muy matérica. Faltaba el esqueleto, lo óseo.

Hoy sabemos que cuando Lorca se entera de que sus hasta entonces amigos, Dalí y Buñuel, están escribiendo  El perro andaluz (entiende el título como una alusión directa) se siente tan traicionado que quiere hacer su propio cortometraje. La impresión que le ha causado la visita al parque de atracciones en Coney Island le sirve como material para un guion que quedará sepultado durante sesenta años. En 1998 Frederic Amat comienza a hacer bocetos, a grabar secuencias, y vuelve a resucitar, ahora en vídeo, el mundo más onírico del poeta, el Viaje a la Luna.

Es, una vez más, la obsesión por la imagen en movimiento, por el zoótropo. La bibliografía y la biografía, de este modo, están más que unidas. No se justifican, se asocian con uniones difíciles de argumentar si no es por una razón poética. La madre de Frederic Amat murió al poco tiempo de nacer él. Sólo la verá en movimiento, gracias a una cinta casera que le llega casi por casualidad, cuando el pintor tiene más de cincuenta años. Aparece en escena, hace como si le saludara más allá del espacio/tiempo, y vuelve a desaparecer. La naturaleza, también la más íntima, se presenta otra vez como esa fantasmagoría de la que nos hablaba.

‘Lluvia de sangre’

La gota de cerámica, aunque estática, es también una sensación de movimiento en la Lluvia de sangre que idea en las escaleras del Lliure de Gràcia, en 2010. Todos queremos que no lleguen a estallar contra el suelo e, instintivamente, intentamos evitar la caída.

En sus pinturas apreciamos su caligrafía (quién sabe qué hay de Lorca en cada gesto), ofrece espacios al azar, y los trazos (con más o menos agua) nacen sin un dirección excesivamente predeterminada. ¿Qué tiene el artista de médium? ¿La obra pide paso pese al esbozo previo?

—El artista desaparece detrás de la obra.-asegura Amat

En 2016 interviene con centenares de puntos cerámicos en las rocas de La Viña de los artistas, en la Pobla de Cérvolas, lugar de nacimiento de alguno de sus antepasados. Esclat, así, supera el falso dilema que nos acompaña desde Grecia, aquel que dice que el arte o es mímesis (imitación de la naturaleza) o es diégesis (creación sin representación de la realidad).

—El paisaje se engalana, sin herirlo. Por la noche, con la cerámica, camina.

*

Uno de los aspectos más interesante de Zoótropo son los proyectos no realizados, el catálogo de croquis que conforman parecen un archivo de historia natural. Hoy creemos que las historia natural es trabajo de biólogos, geólogos o botánicos, pero el primero que estudia de verdad la diversidad del mundo natural, la Biodiversidad, es Aristóteles, un filósofo. ¿Pintar desde la multiplicidad, de lenguajes y de formas, es también pensar?

–La intuición desplaza a la razón por aguas profundas, aguas que no sabes dónde nacen.

Y cita Amat La tercera orilla del río, el cuento de João Guimarães Rosa que acaba con “esa agua que no para, de anchas orillas; y yo, río abajo, río afuera, río adentro”. Volvemos, sin buscarlo, al arroyo de Lorca.

—El río adentro es esa intuición que te supera. Por eso siempre vas con una bitácora para escuchar ese río —añade.

Las coincidencias, premoniciones y reminiscencias en Frederic Amat se dan constantemente. Todo su obra parece tejerse de una manera invisible. En 2003 realiza el proyecto Backwaters, donde construye analogías entre el agua y su trazo, rodando desde una barcaza los dibujos que le ofrecen las lagunas y los canales de agua dulce que acarician el interior de la costa de Kerala, en India. Pero todo en su poética es fractal. Su partitura, su composición, emerge como un modelo matemático capaz de describir la naturaleza sorteando las trampas del lenguaje. Por eso sorprende tanto que casi una década después, cuando le invitan a algo imposible, filmar la más que fotografiada Pedrera de Gaudí desde otra perspectiva, vuelvan a surgir esas líneas tan características de su composición en los propios balcones del edificio, como si fuesen serpientes de aguas negras, en lo que llamará Forja.

—El gran secreto es saber mirar. Intentas huir, y vuelve lo fractal. No hago nunca cirugía.

*

Suele presentarse, pese a sus múltiples proyectos en teatro, arquitectura y cine, como un pintor. Es algo más. Frederic Amat es un entomólogo. De la misma manera que Nabokov con sus mariposas, encuentra en el insecto (vean sus moscas) una reproducción del asombro de la vida, y de cómo todo se transforma. Es en 2008, en Villa Nurbs, donde convierte el techo de de una vivienda unifamiliar en una cubierta de escamas. No es raro, pues, que la instalación que da nombre a la muestra, y que se presenta por primera vez, sean imponentes crisálidas que, de una forma hermética, contiene las cápsulas de memoria.

No hay ni imitación ni negación de la naturaleza. El artista sigue y persigue el rizoma, se sumerge en él, para escarbar en las raíces, cuerdas que también van construyendo su propio dibujo. Algo de eso hay en Fosas, unas sepulturas efímeras que coloca, en 2008, frente el Museo Guggenheim de Bilbao. La memoria, individual y colectiva, crece entre la vegetación, como si el albur reclamara, también, su protagonismo. ¿Conocer no es, siempre, re-conocer?

Para superar las prisiones de lo posible, el binomio entre naturaleza y artificio, Frederic Amat hace saltar por los aires la frontera entre signo y símbolo. Las figuras que dan la bienvenida a los lectores en la imponente biblioteca del Ateneu Barcelonès, así, son a la vez representaciones de hechos concretos e ideas abstractas. Nos cuenta el artista que pensó, para levantar ese mural abierto, en los cielos del Valle de los Reyes en Tebas. En cada signo hay elementos simbólicos. Y las resonancias de lo que hemos llamado cultura vuelven a hacer resonar los tambores del instinto.

Intervenir en el espacio público no puede convertirse, entonces, en una acción aislada. Toda pieza se convierte en apelación. Eso pasa en Solc, un gran surco de metal que realiza a partir de los versos de Espriu, y que se convierte en la sombra de un obelisco que lo ha representado casi todo en la Diagonal de Barcelona. También el arte es una afirmación desde el vacío.

Cada obra es un fracaso, insiste más de una vez. Pensar y pintar son un funambulismo. Se repite a sí mismo la misma pregunta, “Sí, ¿pero?”. Nunca hay una meta de llegada. Ni una carrera. Entre la perplejidad y el conocimiento, se sitúa Frederic Amat. Su entomología de la intuición.

—Sólo el misterio nos hace vivos. Sólo el misterio —se despide, recitando a Lorca.

Biblioteca Ateneu Barcelonès

Este artículo pertenece a Agua y Cultura, sección patrocinada por la Fundación Aquae.

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

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