J. Á. González Sainz | Foto: Maria Teresa Slanzi

«Siempre he tenido una inclinación centroeuropea»

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J. Á. González Sainz | Foto: Maria Teresa Slanzi
J. A. González Sainz | Foto: Maria Teresa Slanzi

Es viernes en Barcelona y se agradecería que la ciudad adoptara el título del último libro de J.A. González Sainz, soriano y triestino a partes iguales. El viento en las hojas, editado por Anagrama, mece vidas, hace correr el reloj del tiempo, contempla la belleza desde ópticas que esconden dobleces y confirma el talento de un narrador único (Premio Herralde en 1995 por Un mundo exasperado), quizá el más infravalorado de nuestra literatura, necesitada de más contenido y menos fachada.

Por azares de la tarde empezamos a charlar poco después de la hora prevista. Nos sentamos en la sección de filosofía de La Central y mascamos silencio, como si probáramos el espacio, como si así se verificara que el sitio es idóneo y podemos empezar. Sí. Enciendo la grabadora.

¿Cuando concibes un libro de relatos lo planteas como una unidad desde el inicio o la idea surge a medida que avanzas con la escritura?
Excepto en algunas ocasiones siempre pienso la unión de relatos como libro, no soy de coleccionarlos, siempre hay una idea de totalidad y de tensión con la misma que genera un mosaico desde los varios fragmentos.

Anagrama
Anagrama

El título es El viento en las hojas, e indica muchas metáforas, desde el paso del tiempo hasta otro tema que me parece fundamental: la mirada. ¿Lo enfocabas así?
En principio el motivo del título es libre de interpretación, pero lo pensé desde algo inteligible. Todos los relatos son como un intento de conocimiento, a veces incluso humorístico o neurótico, como en el caso del hombre que ve a la mujer tras el escaparate. Ese intento de conocimiento es intensivo y premioso. Llega un momento donde ese artilugio de conocimiento, esa prosa, se queda en suspenso porque no puede ir más allá, como si en algún instante le hubiese fallado la cobertura al lenguaje.

Todos los relatos parten de elementos de la cotidianidad, pero luego con ellos ejerces una especie de metafísica, como con la mujer del escaparate, válida para crear un campo mental que trasciende lo vivido.
Sí, intento construir un artilugio del lenguaje al que llamo razón narrativa. Se edifica a partir de la trama, pero en parte también con el desarrollo de otros elementos, engranajes como el toldo o la puerta giratoria. Intento que la historia, la propia reflexión de la prosa, los engranajes y otras cosas que resuenan vayan fluyendo hacia algún sitio. El momento de suspensión es cuando aparecen las hojas, cuando te das de bruces con lo inenarrable, con lo inefable, el punto donde no puedes ir más allá, un umbral de inteligibilidad, lo impepinable de la vida humana. Lo has dicho muy bien antes: todos los relatos están jugados sobre la idea de tiempo, aunque hay varios temas, claro.

Lo del tiempo puede verse desde muchas lecturas, pero una de ellas es que los varios personajes van desde la infancia hasta la muerte.
Cada uno de los relatos aborda temas distintos: la fascinación del mal, el objeto del deseo, reflexiones sobre la libertad…La libertad según él sabe a limón.

Pero claro, desconoce el significado de la palabra, así como seguramente los adultos, nosotros, también lo ignoramos pese a tenerla siempre presente.
Sí, eso es. El relato está dedicado a Fernando Savater porque lo que me llevó a escribirlo fue la lectura de un capítulo de su libro sobre la libertad. En este sentido el relato es una lectura narrativizada de lo que él trataba de explicar en ese capítulo.

El niño siempre elige el helado de limón…
Pudiendo elegir cualquier otro.

Y el padre se exaspera porque sabe que el niño debe probar varios sabores para completar su aprendizaje, pero claro, el pequeño elige sólo uno porque eso es otra opción de la libertad.
Exactamente. La libertad es poder hacer, pero no estar obligado a hacer lo que quieras, poder hacer según lo que más te gusta o convenga. La idea de fondo es una reflexión y luego entran otros factores como el padre o la madre.

Creo que valoras mucho el tiempo lento de las cosas, que es el que permite aprender los pequeños dimes y diretes de la cotidianidad.
Difícilmente leo una página una sola vez. Me gusta leerla y volver, fijarme en párrafos y la idea de sacar cosas. La lectura tan rápida que se estila hoy saca lo que puede, poco, y en principio no soy el más indicado para dar ese tipo de alimento.

Y el alimento se tiene que digerir, como cuando te encuentras con el relato del hombre que pasea y se encuentra a un viejo que tenía delante y no había visto, esos significa que se potencia la capacidad de observación.
Es el encuentro de uno con su vejez. En principio parece lejana y de repente la tienes allí. Vuelve a jugar con el elemento temporal, se encuentra su propia vejez sin previo aviso, como nos pasa a todos.

En este relato del camino te encuentras con el hecho de ver cómo él se da cuenta del otro hombre, pero en algún momento puedes imaginar que no es él, sino otro.
Y todo esto surge de los detalles, como la mochila o la visera que desvelan claves, algo importante en los relatos por la condensación de texto e imágenes.

Condensar el mundo en pequeños episodios, algo que por ejemplo haces en el café, un lugar idóneo para este tipo de aspectos.
Dos relatos se producen en un café. Uno es el Comercial de la glorieta de Bilbao, interesante por la puerta giratoria y los espejos. El otro es en Gijón, no me acuerdo cómo se llama, está al lado del teatro Jovellanos. En otros casos los relatos suceden en una calle, en un camino y un puente en una carretera.

Espacios que logran sintetizar.
Son espacios emblemáticos, por eso se repiten.

El café sintetiza todo, sobre todo por la puerta giratoria, donde se reúnen todas las edades del hombre.
En la puerta giratoria aparecen esos niños que juegan, es un poco el tiempo heraclitiano. Los niños juegan, no les importa nada. Luego aparece la pareja de otra edad, de este modo tenemos la infancia y otra edad, de ahí las distintas reacciones.

Y luego otro personaje clave: el hombre anónimo que mira.
Claro, y que mira por una parte la belleza, el anuncio del fin, la infancia y la concentración de varios mundos en un solo espacio.

Por eso te hablaba de un tiempo más sosegado, y entramos en la contradicción de mirar en nuestro tiempo. Vivimos en una sociedad de imágenes donde cada vez la mirada está más denostada a partir de una aceleración impuesta, todo pasa demasiado deprisa.
La capacidad de atención, la atención como calidad de presencia en la vida, estar atento es fundamental, percibir.

En un café siempre pasan mil cosas, tienes infinitas posibilidades de captar la realidad.
Vidas y conversaciones que puedes observar. La pérdida de los cafés antiguos es una de las grandes pérdidas de la civilización urbana.

Por suerte aun se mantienen algunos que mantienen la tradición y enlazan con una literatura española y sobre todo europea.
El libro es un poco centroeuropeo. En España Benet, García Calvo y Ferlosio también están en esa dinámica. Siempre he tenido una inclinación más centroeuropea, algo de Kafka, esa tensión que él tiene de la idea de lo trascendente.

En tus relatos hay tensión, pero más bien hablaría de tensa calma.
Tensión de conocimiento y tensión entre opuestos. Juego mucho con eso incluso en los títulos.

Juntando todos los títulos parece que se cumpla la idea de un viaje por los cinco sentidos o por las cuatro estaciones.
No lo había pensado, pero me gusta la observación. Al fin y al cabo los buenos lectores complementan el sentido de lo escrito. Los libros y sus títulos tienen que dar que pensar.

Son títulos que juegan con el tiempo y lo corporal, donde se indica la observación y el avance de caminar.
La idea del camino es muy importante, es un gran símbolo de muchas civilizaciones. En Ojos que no ven lo trabajé desde varios sustratos que iban desde la infancia hasta la experiencia, lo árido y otros esquemas. Por otra la idea machadiana de camino también ha sido muy importante en mi formación, así como otra idea de Heidegger sobre el camino de campo, hay muchos elementos de ese camino de campo que me interesan, como la propensión hacia una serenidad melancólica que tienen las personas que siempre hacen lo mismo. A partir de repetir lo mismo en distintas estaciones comprenden el ritmo. Tienen una propensión melancólica, pero savia.

Esto me recuerda a la anécdota de Kant con la repetición de su paseo que le permitió asumir la fachada para poder penetrar sin dificultad en el interior.
De Kant me gusta que a partir de las siete de la tarde podía dejar de pensar, de darle vueltas a la cabeza.

A partir de eso de darle vueltas me viene lo que decíamos al inicio, la meditación de la unidad, la idea de relatos como un solo cuerpo.
He pensado los relatos como piezas.

¿Te lleva mucho tiempo el proceso de generar esta estructura, más que el proceso de escritura?
Las cosas se te van ocurriendo. Pueden pasar diez años, o seis o siete, elaboro con tiempo largo. Parto de una idea inicial y luego poco a poco salen los textos.

Pregunto a muchos autores sobre la estructura. Los jóvenes estructuran menos y los autores de tu generación la tienen más presente.
Cada uno tiene su método. Marías habla de perderse con brújula. Necesito tener una estructura inicial fuerte que no es nunca la que queda al final, la cambio progresivamente pero al principio la establezco, me siento seguro. También termino por establecer una tensión entre la historia y una dimensión reflexiva.

La trama es importante, pero tú metes mucho pensamiento en tus historias.
Existe la idea de una literatura que se ha desembarazado de lo patético y lo sentimental del pensamiento. Creo en lo que decía Pío Baroja de la literatura como un saco roto donde cabe todo, y en este sentido la novela creo que debe verse desde este punto de vista. Hay que tejer bien el mimbre del pensamiento, no lo puedes introducir sin más.

El relato de la mujer del escaparate cumple una función esencial en el conjunto precisamente por eso, porque ahí se articula una filosofía de la mirada.
Y como la mente es lo que nos hace ver. Lo que le enamora al protagonista es una imagen, y no importa lo que sea esa imagen.

Me acordé del final del Casanova de Fellini, con Donald Sutherland bailando con un maniquí.
Si una belleza nos sugiere no importa que sea estática o móvil. En función de la persona las imágenes determinan uno u otro grado de interés o fascinación, como las personas o los objetos.

Ya casi para terminar me gustaría preguntarse sobre Trieste, saber si influye en tu literatura.
No lo sé. Probablemente el próximo libro sea un diario de mis años de Trieste. Si quieres saber la verdad te diré que no me gusta Joyce, creo que he vuelto a leer el Ulises para detestarlo con más fuerza. He releído a Svevo y tampoco me gusta, aunque dice cosas interesantes. En general no tengo ninguna predilección por autores de la ciudad, pese a que Stuparich es excelente y mucho menos conocido que los demás. Me parece que Trieste goza de una gran literatura, pero sus autores, ni siquiera Umberto Saba, no son de mi familia.

¿Más Soria que Trieste?
Pues mira, otra de las novelas que espero poder escribir va a ser en parte en Trieste, pero a lo mejor acaba en Soria, como siempre.

Jordi Corominas i Julián

Jordi Corominas i Julián (Barcelona, 1979) ha publicado dos novelas en catalán ('Una dona que sap jugar amb els peus' y 'Colors', editadas por Abadía Editors), una biografía histórica en italiano ('Macrina la Madre', 2005) y el poemario 'Paseos simultáneos' (Ed. Vitrubio, 2010). En 2009 coeditó la antología 'Matar en Barcelona' (Alpha Decay). En 2011 publicó 'Loopoesía(s)' (Descrito Ediciones) y el cuento 'John Wayne' (Sigueleyendo). Es integrante y fundador del proyecto poético-experimental Loopoesia. Como crítico coedita 'Panfleto calidoscopio', y colabora en varios medios, entre los que destaca RNE. En 2012 ha publicado los poemarios 'El gladiador silenciado' (Versos&Reversos), 'Oceanografías' (Vitruvio) y la novela 'José García' (Barataria). En 2013 salió su poemario 'Los lotófagos' y en 2014 aparecerá su suite 'Al aire libre', versos con los que el proyecto Loopoesía cumplirá un lustro de existencia.

1 Comentario

  1. Qué buena entrevista, y cuánta razón en lo de que quizás González Sainz sea nuestro escritor más infravalorado, porque es excelente… Un saludo

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