¡Harpo habla! Harpo Marx
Prólogo de Elvira Lindo
Traducción de Paloma Villegas
Seix Barral (Barcelona, 2010)
Todo el mundo habrá leÃdo a Groucho y Karl Marx. Las bromas del que se pintaba el bigote y fumaba puros funcionaron algo mejor que las del otro. Pero ¿qué hay del mudo? Pues Harpo habla. Habla muchÃsimo. Durante toda su vida, según nos cuenta él mismo, se dedicó al exclusivo arte de escuchar. No era algo común en la época que vivió: la de los genios, la era en que Norteamérica se convirtió en la factorÃa de ingenios más rutilante, luminosa y alegre del mundo. Él escuchó y escuchó y, aunque se jacta de su absoluta falta de memoria, el libro es tan prolijo en recuerdos como lo fueron en carcajadas las pelÃculas de los Marx.
La mejor manera de recomendar este libro es leerlo en una cafeterÃa repleta de gente. Al poco tiempo, la risa del lector atraerá a algunos curiosos que pregunten si uno se ha vuelto loco. Unas cuantas lÃneas compartidas se encargarán de dispararlos a la librerÃa. Pero hay mucho más, porque todo comediante brillante es también un hombre brillante.
El mudo y el arpa
Harpo fue expulsado del colegio a los ocho años. No salió andando por la puerta, sino lanzado por la ventana. Su madre, Minnie, encargada de que los Hermanos se dedicasen a la comedia durante años de inflexible insistencia, no se preocupó. Andaba demasiado atareada en mantener a Chico fuera de las mesas de billar.
Pero ¿qué hay de su silencio? Muchos piensan que era realmente mudo. Es un error común que provocó la siguiente escena: Frenchie, el padre de los Marx, asistió a una de las primeras representaciones exitosas. El público se carcajeaba con las payasadas de Harpo, pero un señor meneaba todo el tiempo la cabeza. Frenchie preguntó qué le ocurrÃa y el hombre dijo que era denigrante tratar asà a un mudo. El padre sugirió que quizás el actor no era mudo, pero el hombre seguÃa en sus trece. Apostaron cinco dólares y el padre condujo al hombre al camerino. Harpo le dijo: es un placer conocer a un amigo de mi padre.
Su mutismo fue un arma muy poderosa en tiempos de la radio. Descubrió sus dotes de actor burlándose de los demás. Uno de sus pasatiempos favoritos, su verdadera pasión al margen del arpa, el juego y la pintura, fue despertar la risa ajena utilizando la propia: reÃrse de un incauto era su mayor placer. Dos episodios, cuando era un macaco, trazaron lÃneas de ferrocarril hasta el confÃn de su vida. Una vez se visitó de puta barata para horrorizar a unas parientes. Otra, inventó la mueca Gookie imitando a un torcedor de puros. A través del escaparate del estanco de la calle Lexington lo imitaba para enfurecerlo. Aquello convirtió al niño en payaso, y le dio su profesión sin pisar el colegio.
Pero el verdadero Harpo, confiesa él, es el que se sentaba a tocar el arpa. La curiosidad por este instrumento le vino de un viejo trasto polvoriento de su abuela. Aprendió a tocar con el hombro equivocado y jamás consiguió leer una partitura. Un dÃa, convencido de la necesidad de aprender, contrató a un músico profesional como profesor de solfeo. El maestro le pidió que tocase una pieza para ver cómo andaba de nivel. Cuando acabó, le pidió que tocase otra, que siguiera tocando. Fascinado con el talento de su alumno, el maestro fue despedido: resultó que Harpo pagó para enseñarle a él.
Ciñéndonos a su confesión, una de las escenas más nÃtidas del Harpo real está rodada en 1935, cuando a su vuelta de la URSS comprobó cómo Hitler empezaba a ensayar sus macabros números de vodevil en Europa. Pertenece a Una noche en la ópera. Después del lucimiento de Chico al piano llevando la mano derecha con un solo dedo y rodeado de niños que rÃen a carcajadas, Harpo hace el payaso y se sienta a tocar. La tapa del piano se cierra sobre las manos. El público está a punto de estallar de risa cuando Harpo se coloca al arpa y empieza a tocar. Suena la música y se produce uno de los cambios de tono más conmovedores de la historia del cine. Algunos de los niños y una anciana, sentada junto al arpa, lloran. Sabemos que, de la misma manera que estamos viendo al Harpo real, son reales las lágrimas de emoción. Nadie finge.
El veneno de la risa
Sin embargo, leyendo su vida del tirón, es imposible creer que ése era el verdadero Harpo. Con un corazón muy cálido y una adorable candidez, la vida, obra y anécdotas de Harpo encajan entre las de un cabronazo que las mata callando. Groucho siempre fue temido por su afilado ingenio capaz de jugar con el de Bill Cosby un año antes de su muerte como un gatito. Pero Harpo no le fue a la zaga. Son incontables las anécdotas descacharrantes producidas por ese cerebro escondido bajo la peluca roja y el bombÃn. Un ejemplo: Harpo hizo reÃr a la cúpula de Stalin durante su viaje a la URSS, estrechó la mano de Litvinov dejando caer de su manga un kilo de cuberterÃa. Sin embargo, entre las risotadas, hacÃa de espÃa para los Estados Unidos.
La honestidad de su inteligencia es asombrosa. En guardia contra los petulantes, de quien siempre lograba burlarse, pertenecerÃa al selecto grupo de Alexander Woollcott: la mesa redonda de Algonquin. Allà jugaba al póker con algunas de las mentes más afiladas del periodismo de los años veinte, y participaba con ellos en tremendas juergas. No entender de qué se hablaban no era un problema para él, porque todos necesitaban ser escuchados. “Una vez me quedé dormido en el sillón del dentista mientras me perforaba un molar, pero nunca me dormà en Algonquinâ€, cuenta. Y eso que se durmió en los lugares más inverosÃmiles. Durante su niñez, por ejemplo, fue despedido de unos cien trabajos. De una fábrica de pantalones lo echaron al encontrarlo dormido dentro de un saco de retales.
Pero volvamos a Algonquin. A Woollcott, uno de los columnistas más temidos del momento y vanidoso profesional, les encantaba hacerle rabiar:
Woollcott: Ah, ¿qué hay más extraño que una primera edición de Woollcott?
Frank Pierce Adams: Una segunda edición de Woollcott.
Sin embargo, la relación con este personaje, que Harpo se encarga concienzudamente de llenar de ironÃa y bromas, ha sido siempre uno de los focos del rumor de que en realidad el cómico de las bocinas era homosexual. Esto ni lo cuenta ni interesa, pero crea uno de los espacios en sombra más interesantes del libro. Porque Harpo habla, y habla mucho. Se despliegan en las páginas millones de anécdotas que hacen pensar que ocultaba, tras la catarata, alguna cueva sinuosa. Una lectura atenta del libro y cierta dosis detectivesca proveerán al lector de segundas y terceras lecturas. Comprobarán, de paso, que las bromas de Harpo no pierden ni una pizca de su gracia tras la repetición.
El humor es cruel y venenoso, ésa es la gracia del humor. Dice Miguel Noguera, un cómico de nuestros dÃas, que uno puede reÃrse de todo: de una enfermedad terminal, de un atentado terrorista. La risa sirve, como el carnaval, para drenar lo malo. Harpo, tan aficionado al timo, tan individualmente socarrón, era el ser más adorable de la tierra. En el libro es un hombre honesto, dulce e ingenuo quien demuestra que estas son las cosas necesarias para que la risa no se apague nunca.
Harpo habla: «Me he pasado una tarde en el diván con Peggy Hopkins Joyce. He enseñado a toda una plantilla de gangsters a jugar al pincha-pellizca. He jugado al cróquet con Herbert Bayard Swope mientras él tenÃa al gobernador Al Smith esperándole al teléfono. Me he sentado en el suelo con Greta Garbo, he cabalgado con el prÃncipe de Gales, he jugado al ping-pong con George Gershwin. George Bernard Shaw me ha pedido consejo. Oscar Levant ha tocado conciertos privados para mà a un dólar la tirada. He tomado el sol en la Riviera con Somerset Maugham y Elsa Maxwell. Me han echado del casino de Monte Carlo.â€
Una vida de hermanos
De todos, Harpo fue siempre el más hermano. Su biografÃa, mucho más que la de Groucho (también desternillante), es una historia de la vida de los hermanos Marx. En uno de los muchos momentos duros, cuando el fango llegaba al cuello y los chinches y las hormigas se los comÃan vivos en la cama de una pensión, tuvieron que elegir entre continuar con el espectáculo o dejar que el grupo se disolviera. “¿Qué sabÃa hacer aparte de ser un Hermano Marx?†se pregunta Harpo. “Nadaâ€.
El primer ascenso se habÃa producido tras años de paupérrima vida en los caminos. Entre 1910 y 1915 hicieron la VÃa Dura: funciones únicas en los pueblos más estúpidos e insulsos de la geografÃa norteamericana. De un lado a otro cobrando en calderilla y sin nada en el estómago. Como en El viaje a ninguna parte de Fernán Gómez, nuestro Groucho gruñón y tierno, los Marx viajaron a pie y en trenes de madera de fracaso en fracaso. La madre les acompañaba convencida de que tenÃan que representar vodevil con clase en los circuitos de tercera. Pasaron hambre y frÃo, sufrieron. Minnie se convierte, en las páginas, en una despiadada madre de niños artistas. Recuerda a las anécdotas sobre los padres de los Jackson 5, pero Minnie jugaba con ventaja: para soportar tantas penurias hay que tener un enorme sentido del humor. Los Marx se han encargado suficiente de demostrar el suyo.
Y llegó el primer triunfo. Fueron contratados por la mejor cadena de vodevil, actuaron en el Palace de New York, la meca de aquellos años, y saltaron el Atlántico. Después de viajar a Londres y arrasar en los teatros, volvieron a América y allà recibieron los jóvenes Marx la lección más importante. Tras el éxito se envalentonaron y se enfrentaron al emperador del vodevil, E. F. Albee. Éste se encargó de masacrarlos en el mundo de las variedades y los relegó de nuevo a la pobreza. Sin embargo los lanzarÃa involuntariamente a Broadway, el cine y el estrellato total. Quien rÃe el último…
Pese a las muchas miserias de la vida de este pÃcaro, el libro no deja de contar en ningún momento una historia feliz. Pocas cosas nos pueden solazar tanto como leer a un ingenuo hablar desde su punto de vista. Asistir con él a las trampas del destino y a las tomaduras de pelo de la casualidad. Ser engañado una y mil veces para devolver la broma al mundo lanzando un bocinazo o un Gookie demencial, hasta llegar al cielo: una vejez con amor de una mujer, Susan, y cuatro hijos adoptivos. Y unas memorias como éstas.
Harpo escribió el libro a los 72. Tres años después, en 1964, quedarÃa realmente mudo. Y en las páginas está su última broma: más de uno va llorar su muerte cuando acabe la lectura. Más de uno va a querer mucho a este payaso colosal.
Juan Soto Ivars
[…] Desternillante autobiografÃa de Harpo Marx, reeditada http://www.revistadeletras.net/harpo-el-marx-que-las-mataba-call… por Schwarzenegger hace 2 segundos […]
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Genial reseña.
Hace ya años ( más de doce o trece ) que leà la primera edición. Me quedó muy claro que Harpo fue el protegido del orondo Woollcott, vivÃan juntos, y, años más tarde, Harpo, alojó durante mucho tiempo en su mansión ( porque era mansión y tenÃa hasta mayordomo ) a Oscar Levant por la misma razón que Woollcott le acogió a él: se habÃan enamorado. Se casó con una chica rubia muy mona, una actriz que habÃa trabajado en una pelÃcula muy popular en su dÃa ‘ Piernas de un millón de dólares’ , Harpo comenta en esta biografÃa que no fue posible tener hijos propios … supongo que era eso mismo: imposible, no probable al menos. Se rodeó de hijos adoptados, y ella parecÃa feliz con Harpo. Pero las cosas nunca son lo que parecen. Nunca.
A mis 15 años me ha interesado mucho la vida de esta maravillosisima persona, todo empezo cuando no sabia que hacer y mi madre me dijo que viera una peli de los Marx, bueno pues ese fue el momento en el que me llamó mucho la atencion. A partir de ese momento me empezé a interesar por su vida(y por la de sus hermanos) hasta el punto en que he llorado de risa y de tristeza por saber que no tuve oportunidad de conocer a esa maravillosa persona. Me parecia impresionante que una persona asi hubiera muerto ,pero al fin y al cabo todos tenemos que morir. Nunca en la vida me olvidaré de él. LE QUIERO.
[…] Fuente: Revista de Letras […]
El gran Harpo Marx, que importa su vida privada?, fuè un mimo incomparable, talentoso y lleno de humanidad e inocencia, ya en el ocaso de su carrera en el año 1955 tuvo una excelente participaciòn en un capitulo de «Yo quiero a Lucy» que tambièn brillo junto a Harpo, los años no le quitaron talento para el humor y para hacer sonar el arpa como ninguno.
Mis respetos y admiraciòn eterna para el eterno HARPO!!.