Javier Moreno

«Reivindico el pequeño heroísmo de inventarnos»

Javier Moreno (Murcia, 1972) ha cursado estudios de Matemáticas, de Filosofía y de Teoría de la literatura y literatura comparada. Es autor de las novelas Buscando Batería (Bartleby, 1999) y La  Hermogeníada (Aladeriva, 2006) y de los poemarios Cortes publicitarios (Devenir, 2006) y Acabado en diamante (La Garúa, 2008). Ha sido incluido en las antologías La luz nueva (Berenice, 2007) y La casa del poeta (La bolsa de pipas, 2007). Es autor de la obra de teatro La balsa de Medusa (Espacio escénico DT, Madrid, 2007) y  redactor de la revista digital www.deriva.org, donde ejerce la crítica literaria. Nos presenta «Clik», su última obra de prosa, para Revista de Letras.

¿Nos podría explicar cómo surge Click?

Click surge como respuesta a la necesidad de hablar de la belleza, asumiendo un punto de vista ciertamente ‘trágico’, el de alguien que está dispuesto a acabar con su vida a través del juego de la ruleta rusa. La belleza siempre me ha parecido algo atractivo y a la vez enormemente peligroso. Supongo que le debe pasar lo mismo a esas polillas que no pueden resistir el instinto de acercarse al foco de luz, a pesar de que mueran abrasadas en el intento. ‘Senté a la belleza en mis rodillas, y la encontré amarga’, decía Rimbaud. Quisque Serezádez, mi personaje, firmaría sin duda una frase como ésa.

El libro presenta un recorrido entre fronteras (literatura, fantaciencia, lógica, filosofía, poesía…), ¿la literatura hoy sólo puede ser “fronteriza”?

Cada día se hace más difícil mantener la ‘autonomía’ de la literatura en un mundo donde se entremezclan los lenguajes (visuales, publicitarios, tecnológicos…). Me temo que la literatura (poesía o narrativa) que supere cierto grado de pureza, acabará produciendo    -al igual que ocurre con algunas drogas- la muerte del lector, algo que los editores y los escritores -por no hablar de los profesores de literatura- no deseamos que se produzca. La literatura debe hacerse mixta (siempre lo ha sido, de acuerdo, pero si cabe aún más en estos tiempos que corren), incorporar otros lenguajes, sobre todo aquellos que pretenden erigirse como los únicos portadores de la verdad (hablo, por ejemplo, de la ciencia y, aunque parezca un contrasentido, de la publicidad), con el objetivo de relativizarlos.

Usted habla de la muerte y de la búsqueda de la belleza. ¿Cómo funciona su proceso creativo?

Pienso en una ‘tabula rasa’, en una pérdida de coordenadas espacio-temporales. Me gusta imaginar el momento de la escritura como una especie de aleph en el que se congregan los espacios y los tiempos. A partir de ahí, extraigo elementos que guardan analogías a pesar de que estén separados -aparentemente- por abismos epistemológicos o temporales. Mi primera novela, ‘Buscando batería’, pretendía ser un homenaje ‘rockero’ a la tragedia griega; la segunda, ‘La hermogeníada’, no es sino una novela de ‘deformación’ bajo la forma de folletín filosófico. En mi libro de poesía ‘Cortes publicitarios’ mezclo a Píndaro con la Coca-Cola. Creo que una dosis alícuota de anacronismo y ‘absoluta modernidad’ podría ser la base de mi receta.

¿Cuáles son sus referentes?

Gombrowicz, Borges, Matsuo Basho, Anne Carson, Cortázar, Cervantes, Homero, Diderot, Ibn Arabi, Melville, Laurence Sterne, Miguel Espinosa, Rimbaud, Jim Morrison, Ibáñez (el de Mortadelo y Filemón)… La lista sería inagotable. Nunca me siento cómodo hablando de referencias. Los formalistas rusos decían que la influencia no se daba de padres a hijos sino por vía indirecta, de tíos a sobrinos. Hay quien tiene como referente a Cela y escribe como Corín Tellado. Con las referencias uno corre el peligro del entomólogo que muestra orgulloso su colección y que al final se olvida de enseñarnos el ejemplar más valioso (quizás, aparentemente, el más insignificante).

La novela habla de identidad  y narración, de hecho, el protagonista se presenta diciendo que está hecho de palabras. ¿Cómo concibe la relación “escritura”, “narración” y “crisis de sentido”?

La crisis de sentido, individual o colectiva, casi siempre procede de una imposibilidad de narrar, de narrarnos. Se ha hablado mucho de la frase de Lyotard que definía la postmodernidad como ‘el fin de los grandes relatos’. Nos hemos tomado demasiado en serio la frase, hasta el punto de desembocar -casi, casi- en la glosolalia (personal e histórica). Yo creo que hay que crear relatos, que hay que creer en ellos (a pesar de saberlos falsos) aunque sea durante un tiempo. Reivindico el pequeño heroísmo de inventarnos (lejos del cinismo y la ironía llevada al extremo, destructora) personal y colectivamente. Lo que me parece peligroso son los relatos que olvidan que lo son. El ‘capital’ es  sin duda un relato (en pleno derrumbe, por cierto), probablemente con un contenido de ficción mayor que el comunismo o que incluso la cultura maya, que creía renovar la energía del universo con la sangre de sus víctimas. Pero la gente se lo creyó (me refiero al capital), hasta confundirlo con lo real. Craso error. Bastaron un par de aviones comerciales desviados de su ruta para que la realidad se impusiese sobre lo ficticio. La muerte es el límite -y la posibilidad- de la ficción. Por eso me atraía la figura de un hombre que escribe mientras se apunta con un revólver a la sien. Quisque se cuenta a sí mismo y a los demás, como la Sherezade de ‘Las mil y una noches’, para no desaparecer, para rescatar a sus personajes del olvido.

¿Tiene nuevos proyectos en mente?

Dentro de poco aparecerá un libro de poesía: ‘Acabado en diamante’; y el año que viene otro libro más (también de poesía). Los lectores de narrativa tendrán que esperar un poco más.

Diego Giménez

Diego Giménez, doctor en filosofía y pensamiento (UB) con una tesis sobre "El libro del desasosiego" de Fernando Pessoa, ha realizado diferentes actividades relacionadas con la literatura y el periodismo. Ha trabajado como redactor de LaVanguardia.com y en 2008 cofundó Revista de Letras.

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