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'Una poética editorial' recoge los artículos y entrevistas en los que el editor Constantino Bértolo reflexiona acerca del mundo literario | Foto: Alejandro Lamas, Trama Editorial

Reunidos en un volumen los artículos y entrevistas en los que Constantino Bértolo (Lugo, 1946) reflexiona sobre su experiencia en el mundo literario, a partir del bagaje como editor, este Una poética editorial, uno concluye que el pesimismo es el estado natural del ser humano que se mueve en el mundo literario. No hablamos tanto de un pesimismo del mundo del libro como del literario, pues existe otro tipo de edición, como la de los libros de fotografía, y existe otra forma de entender ese mundo, como es la propia de los mercaderes. Da la sensación de que apenas queda nada que hacer, fuera de oponer una resistencia personal, y de que los mejores tiempos ya pasaron. La mayor ventaja es que siempre podemos volver a ellos, pues siempre podremos regresar a los autores que formarán parte de nuestra educación sentimental. Aquí está, a modo de ejemplo, una de las enumeraciones que el propio Bértolo propone en algún momento: Racine, Montaigne, Garcilaso, Valéry, Proust, Stendhal, Gil-Alberto o Juan Benet. Si alguien intenta deducir cómo entiende la literatura Bértolo, será más sencillo crear una definición autónoma a partir de pasiones como éstas. Por otra parte, no hace tanto pudimos leer Quiénes somos, esa selección de cincuenta y cinco obras españolas del siglo XX, a través de las que Bértolo intentaba explicarnos de dónde venimos.

Esta es una de las constantes de su pensamiento: indagar en el pasado para hablar de la consistencia de lo que estamos creando, para explicarnos, si es que existe explicación posible o si es que esa explicación merecerá la pena ser escrita. Al fondo de sus palabras, se encuentra, constantemente, la historia social. Y en la historia social uno se encuentra con que el “quiénes somos” debate con el “quiénes nos gustaría ser”.

Trama Editorial

El supuesto centro de interés del libro es el fundamento de la labor del editor literario. Frente al agente cultural, siempre se contraponen las leyes del mercado. El comercio y el espíritu del mercader provocan los grandes lamentos: “Editar como tarea «espiritual», cultural, humanista, erudita, técnica, estética, política. Y editar como tarea económica, comercial, empresarial. (…) Y como diría Calderón, ya es sabido que «Casa con dos puertas es difícil de guardar»”. Las circunstancias en las que Bértolo tuvo que ejercer como director literario, y posteriormente editor, posiblemente no hayan resultado las más sencillas como para regirse por criterios puramente literarios. La sociedad que describe se viene abajo a cuenta de un conservadurismo exagerado y una tiranía de producción y de los dueños de los medios de producción. En buena medida, se pueden extender sus apreciaciones a casi todos los ámbitos, no sólo los culturales. En realidad, su mejor justificación como profesional se encuentra en los márgenes, donde también es necesario escribir para completar el cuadro.

Pero los párrafos más deliciosos del volumen son aquellos que atañen a la lectura. Bértolo ha sido, y es, uno de los lectores más inteligentes de este país. Ahora bien, ¿qué es la inteligencia? Nos habla, constantemente, de erudición y sensibilidad, de inteligencia emocional, y se muestra un perseguidor tenaz contra los lugares comunes. Como hombre político defiende eso que los mismos lugares comunes que tanto odia llamar causas perdidas, tal vez utopías. Como lector se entrega a intentar extraer conclusiones acerca de cómo podemos ser mejores a través de la lectura, sin llegar a presumir de ser mejores. Y para ello sería imprescindible reconocer desde dónde leemos, encuadrar la lectura en nuestro contexto social y humano. Por norma general, se expresa con una rotundidad intelectual sin fisuras, aunque pude llegar a ser bastante sedicioso, como cuando se expresa sobre las listas de libros más vendidos:

«Como editor entiendo que estos libros tienen derecho a existir, (…) pero entiendo también y sobre todo que si una sociedad debe volcar sus recursos, siempre escasos, en fomentar la lectura, debería hacerlo fundamentalmente en apoyo de aquellos textos que mejoren la salud semántica de la sociedad, que ayuden a elevar el nivel crítico de la sociedad en que vivimos, que permitan desvelar los mecanismos de domonio y consentimiento bajo los que transcurren nuestras vidas cotidianas, y nos faciliten horizontes de convivencia justos y razonables. (…) los malos libros tienen efecto contaminante, rebajan los niveles de exigencia, nos maleducan como lectores, nos acostumbran a la molicie intelectual, a la pereza mental, a la pasividad lectora.»

Bértolo no se orienta por corrientes literarias, las que dictan la actualidad narrativa, cree que editar consiste en hacer públicos determinados textos privados y que «en cuanto quehacer se relaciona con lo material, en cuanto hacer públicos con el poder, en cuanto textos privados con la propiedad, y en cuanto a determinados con la selección o el criterio». Da por supuesto, junto a Raymond Williams, que la cultura es un sistema de actividades encaminado a cubrir algo que llama la necesidad de ser mejores, o al menos eso es a lo que se corresponde la definición de cultura burguesa. No oculta su ideología y compromete mucho la labor del crítico literario, en algunas de las páginas más interesantes de esta recopilación: «Se trataría de poner en interacción la institución literaria con el más vasto y amplio marco sociocultural done nuestras vidas se inscriben», que es algo que echa en falta. O: «lo que hoy se llama crítica no deja de ser un gran cartel de publicidad indirecta que funciona como una especie de patio de Monipodio donde editoriales, autores, reseñistas, mercaderes y mercachifles, gestores culturales, párrocos del canon, cátedros de fin de semana, arribistas, profesionales del escepticismo, conseguidores y curadores digitales, trafican con las mercancías literarias en busca de beneficios y prebendas personales sin poseer capacidad intelectual, ética o policía para asumir las responsabilidades propias de quien interviene públicamente en algo tan relevante como son las historias y las palabras colectivas». Este comentario, bien afirma él, se podría aplicar por extenso para mejorar cualquier tipo de relato, no sólo el que viene a partir de las publicaciones literarias. Bértolo vuelve a comentar y, como siempre, sus opiniones deberían pasar a formar parte del debate. No se nos ocurre mayor elogio.

Ricardo Martínez Llorca

Ricardo Martínez Llorca es autor de las novelas 'Tan alto el silencio', 'El paisaje vacío', 'El carillón de los vientos', y 'Después de la nieve'. De los libros de viajes 'Cinturón de cobre', 'Al otro lado de la luz'. Del libro de relatos 'Hijos de Caín' y el de perfiles vinculados al mundo del alpinismo 'El precio de ser pájaro'.

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