Cinema de la crueldad. Chrystian Zegarra
Hipocampo Editores (Lima, 2009)
Lejos de que pudiera pensarse al amor como único recurso para encandilar el desgastado ánimo progresista del hombre en ruinas, muchas bifurcaciones detentan un cruel andamiaje, avocarse sin remedio, a expresiones rimbombantes durante una arquitectónica del miedo, lo que por instinto explosivo, a punta de goces anÃmicos resulta ser el datzibao de la podredumbre interna, que va, paradójicamente, purificándose mientras miramos diseccionarse, no sin cosquilleante crueldad al propio y omnisciente escenificador de la cauda humana en fiebre, el ánimo discernible en escéptico indeciso.
Esto muy bien lo ha confirmado desde El otro desierto (2004) Chrystian Zegarra, poeta inmanente que hacia sus signos fijos tasajeaba ya los brÃos del guerrero interno que lucha contra la voluntad débil del espÃritu, el tÃpico inspirado. No en vano montañas de legajos se van quedando en el camino, cuyos autores, al bisturà del sinceramiento de crÃticos incisivos (cuando no indiferentes), ven lo que son sugerencias o modos de trabajo literario, como palizas, que no les dan más brÃos de volver a empezar, o si se quiere, perseverar sobre el yunque hasta vadear la forma del arma guerrera, el estado mortÃfero, de molotov a que debe llegar el instinto expresivo de los vates en estado incorruptible o salvaje, la pateadura literaria.
Que los perseverantes queden, impenetrables, durante este manto derruido y ceniciento que han forjado durante la herrumbre apocalÃptica del advenimiento de la lepra como signo de que el canibalismo hará lo propio con la masa remanente de ceros a la izquierda, esos rebaños encaminados a punta y a destajo, por un sueldillo a plazo fijo que les asegura el formateo definitivo de sus cerebros de boñiga, al dar dos que tres pasos dentro de una oficina donde, o vestir estrafalariamente o hablar de temas espinosos como el surrealismo o el talante humano en la poesÃa de Vallejo, o es un estado catatónico de amanerado reprimido, o bien ese sitio laboral es el equivocado para alguien con lo menos un par de reingresos a centros psiquiátricos.
Y para esos pocos está destinado el sitio maravilloso, de rayar lÃneas oscuras durante el trazo del mapa inconcluso de nuestros enemigos, arma aquella que nos ha dado el Observador de ánimos secretos, para no emprenderla a empellones y trompadas contra nuestros enemigos, que son la mayorÃa. Sino ejecutar nómina tras nómina de diatribas en pos mediático (iluso), vulnerable al cambio, inconsciente o no del hombre. Verás que asà se te van esos brÃos de rabia asesina, y releyéndote descubres cuán fructÃfero ha sido desgastarse en apretadas diatribas que más tienen del propio enemigo urdidor que del cuadrúpedo en mención que las ha inspirado.
La guerra del tal para cual no tiene cauce. Y es que en cada cinema hay escondido, como un seto crÃptico, el más blando enemigo, el hombre ajeno, el tercer prójimo, la bestia humana. Uno mismo se revela cuando lee la misma rabia que quedó como por homeopatÃa trazada a plantilla y desemejanza misma de un ajeno e incomprensible ser que se hacÃa llamar amigo, ¡piojo endiablado!
Apenas los procesos se cruzan, para dar con el signo ileso de las incomprensiones que en tortuosa rebeldÃa no sólo dan como resultado el descorrido telón de fondo, tras el cual, surge, enclenque, el fruto de los berridos, las instancias que develándose imprimen en ese circo desalmado de la vana mansedumbre, unos meteoros listos y fletados para degustarse en la más sincera compañÃa, la manchita de a uno, honrosa soledad en la cual se debaten entre la plenitud del exilio, estos pocos galeotes apenas conocidos en sus tierras que los parieron, aun por una manada delincuencial que acaso es la única cuerda a emular en este mundo de sanos.
Querámoslo o no, durante la más ácida brutalidad, renacen, insurgentes, esos retoños más claros que uno no se los percibÃa justamente por estar en demasÃa iluminando esa luz primordial que nos da la normalidad, ir por el camino polÃticamente correcto, datos expresivos tan crueles para el más insigne carnicero del parnaso subterráneo de la lÃrica, que de lÃrica únicamente entrevé su fantasmagorÃa surrealista, que, música de cauda, nos da la velada ironÃa de ser incandescentes en cuanto inmersos al interior de la quÃmica del vuelo, jugo acre, corrosivo, que al toser de la exegética irónica de las nuevas corrientes vanguardistas, entromete sus lenguas variantes en todas y cada una de las artes, por citar el tomo Cinema de la crueldad, nuestro pretexto escribano de esta e iluminada tarde serrana; referentes cinéfilos, como neo-estructura de soporte del objeto-libro como aporte “objetoâ€, siempre dando brújula a pequeños o extensos armatostes que se van abriendo paso en la vanguardia de las últimas, noventeras y subsiguientes hornadas de la poesÃa peruana, paradójicamente, surrealista.
Cada fleje halando la próxima pieza de la bastilla a derruir por estos cuatro gatos combatientes del dolor llevado hasta los reinos sublimes de un artificio elevado, una ironÃa tal que ya la esparciera Ulises, Trilce, 5 Metros de poemas, o, para retroceder poco menos, el mismo Enrique Peña Barrenechea, en Cinema de los sentidos puros, en los que, lejos de las variantes biliares de un Chocano insultando a Vargas Vila, legajillo que le valiera el descoronamiento de su testa de “El Cantor de Américaâ€, o a un poeta de la melancolÃa, gorrionejo del lamento en sudorosos y enfermantes cuartetos dedicados a una tal Sylvya, “que nunca volvió al nidoâ€. En lugar de esas enfermérides vemos a verdaderos mostruos que lindaron en dote expresiva (los maestros del surrealismo antes citado), entre el dolor, siempre el autoexilio para con una escisión más que fina y sugerente, sesgar los reinos más imperceptibles de lo que verdaderamente conmueve y conmoverá la naturaleza humana: romperle la madre a palabrazos.
Materia del descarnado tomo, en el que, lejos de dirigirse a un público selecto, o peor aun, darnos una dosis de moralina, Chrystian Zegarra traduce esos bodegones verdugos, que, emergidos del mismo subconsciente, trazan a calco limpio cómo es o debiera ser la naturaleza humana, sesgada o recreada desde sus mismas fuentes, fauces matarifes, matasanas, microbiólogas, que durante su espejo irreal segregando el polvo del olvido en su cara opuesta, releen su propia necropsia, saliendo vertidos de esos flujos que a dÃas posteriores exhala un cadáver en deliciosa descomposición y materias fecales remanentes, durante el Cinema de la crueldad que a diario nos persigue bajo la fingida entelequia de las cosas, que no es otra cosa que el papel de regalo que cada noche el subconsciente urde —si es que no deconstruye― en instancias fanales de una vigilia obligada a no ser el sonrosado y trabajador sin nada que contar aparte del “Qué tal tu dÃa†roñoso.
Durante la proyección de las escenas de Cinema de la crueldad, ni un quejido, no denuncia, ni una bienvenida vÃctima que durante el atrio lacónico de lo que podrÃa concentrarse un lector, esta mosca es mÃa, el velo de puntos impactados sobre la bomba en blanco de una ventana que sólo entreverá estrellas hacia el insomnio sideral de los lúcidos más cansados de quejidos, lirismos y tarjetitas rosa para eventos del más kitsch retruécano de ripios más trajinados, durante este paso en falso, continuados en pompas fúnebres por los cadáveres exquisitos, showman poetry más nefastos, plagando estos valles bicolores de pavos en desuso, en lo que a calidad literaria respecta.
Afortunadamente, los pocos malos de la historia hacen el sentido trágico de la pelÃcula movida que todos vivimos, y Cinema de la crueldad es una de esas excepciones.
Jack Farfán Cedrón
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