Foto: Espai Brossa AntÃgona 18100-7, de Aurelio Delgado,
sobre el texto de Sófocles
Intérpretes: Paula Miralles, Maribel Bravo,
Ãngel FÃgols y Ricardo López Ivars
Espacio escénico y dirección: Aurelio Delgado
VÃdeo: Ferrán Canet
Sonido: David Alarcón
Iluminación: David Durán
Ajudante de dirección: Marina DÃaz
Producción ejecutiva: Raúl Lago
Cia. Carme Teatre (Valencia)
Espai Brossa (Barcelona), hasta el 12 de diciembre
AntÃgona es una mujer de nuestro tiempo. Una saharaui que sobrevive como puede en un campo de refugiados. Una judÃa que recuerda el paisaje del trayecto en tren justo antes de enfrentarse, de cara, a la muerte. Una periodista valiente a la que esperan en la puerta de su casa para acribillarla. Un cadáver olvidado en una cuneta sucia. Una mexicana que vuelve de la fábrica por el mismo camino en el que violaron a su compañera. Una chica occidental que, desde que ha salido por la mañana, la han filmado. Su imagen es pública porque su imagen no vale nada.
La versión libre de Aurelio Delgado sobre el texto de Sófocles, que se puede ver en el Espai Brossa hasta el 12 de diciembre, es una reflexión sobre la tiranÃa, aquella fácil de identificar porque la vemos como algo pasado, y aquella que nos acompaña en nuestras rutinas, escondiéndose en esa trampa llamada “normalidadâ€. SÃ, aceptamos ya todo como algo dado, sin plantearnos que la Ley es la prima coja de la Ética. AntÃgona quiere enterrar a su hermano Polinices, pero Creonte no se lo permite. Nosotros queremos enterrar algunos secretos, Ãntimos, propios, pero, en nombre del “bien común†y la “seguridadâ€, vamos cediendo espacios de libertad. Sin quejarnos. Sin decir “no†a nuestros Creontes particulares.
AntÃgona 18100-7 tiene apellido de ficha policial. Todos estamos en ese tipo de registros, esa tragedia de extrañarse de uno mismo, de ver la realidad como algo ajeno, como si lo externo estuviese al otro lado del cristal. Estas reflexiones son los interrogantes que lanzan los actores, que aparecen entre el público y que combinan el texto clásico con la pregunta directa, logrando una naturalidad que, aunque se sabe fingida, logra alcanzar un contexto de para-teatro. Da ganas de intervenir, y gritar, y decir que esto y aquello también nos ha pasado a nosotros. Nos sentimos re-presentados.
Los cuatro actores principales consiguen su propósito, estando especialmente brillantes Maribel Bravo y Paula Miralles, que protagonizan la que es seguramente la escena más bella y trágica de la función. Desnudas, giran en la tierra húmeda que AntÃgona necesita para la sepultura de su hermano. Y es que la obra pone al espectador en tensión en diversos momentos, como cuando con un soplete se calienta el agua de una pequeña pecera, imagen tan potente como polÃticamente incorrecta para cualquier amante de los animales. ¿Pero qué diferencia hay entre hacerlo encima de un escenario o hervir una langosta viva en un restaurante de lujo? ¿Cómo mueren los animales que compramos, en forma de filete,  en los supermercados?
Poca cosa nos despista durante la función. Tal vez hay algún momento en el que el discurso, que debe de identificar conflictos y no simplificar respuestas, parece estar a punto de caer en el tópico de acusar a la técnica de todos los males de lo contemporáneo. Y la técnica sólo puede ser la aliada que permita transformar la masa en ciudadanÃa. Por su parte, la escenografÃa, culminada con un juego de telas que hará a la vez de proyector, de imágenes de una realidad que se sustenta en el chantaje del sentido común, ayuda al cambio constante de registros. Una voz, una protesta, que invita al “penser autrementâ€, alertándonos del peligro de la comodidad, tal y como hacÃa Ortega y Gasset hace ya más de setenta años.
La propuesta AntÃgona 18100-7 no busca el aplauso fácil. Se acaba la obra sin un final, con una de las actrices poniendo velas a una memoria muerta, que es cómplice porque intuye y gira la cabeza, y que tanto nos deberÃa sonar en España. El mito, mito es, y es actual por la crudeza de ver reflejados los mismos engaños de siempre, a los que poco hay que ovacionar. Tan sólo nos queda el elogio, callado pero sincero, a la compañÃa Carme Teatre por la posibilidad que nos brinda al vivir una experiencia teatral como ésta. Con todos los riesgos e interrogantes. Siempre abiertos, como una herida.
Las cámaras, escondidas por todas partes, nos miran ¿Y nosotros, mientras, qué miramos?
Albert Lladó
www.albertllado.com
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