El paÃs del miedo. Isaac Rosa
Seix Barral / Booket (Barcelona, 2008, 2009)
En su dÃa leà esta novela de Isaac Rosa esperando una evolución, o al menos una continuación, una especie de mantenimiento, de la deriva formal apreciable en El vano ayer y en la remasterización de La malamemoria. No fue asÃ, y lo que acabé consumiendo, con bastante rapidez, fue un ensayo amenizado de ficción sobre el catálogo de miedos contemporáneos que asedian al ciudadano de clase media. Un ensayo en cierto modo psicológico; digo esto seguramente condicionado por haber leÃdo que Rosa se reconocÃa a su vez influenciado por sus lecturas del psicólogo Carlos Castilla del Pino. Después me dediqué a ratos a reflexionar sobre el andamiaje y objetivos de El vano ayer, y me olvidé de El paÃs del miedo. Incluso llegué a convencerme de que esa novela no me habÃa gustado, de que debido a su extrema sencillez, facilidad de lectura y propósito diáfano no tenÃa nada nuevo que enseñarme. Al fin y al cabo me siento una persona completamente consciente de los miedos evidentes, tanto de los que lo son más como de los que lo son menos, que asolan a las clases menos pobres de esta sociedad. Me parecÃa fuera de lugar, en mi caso, que tuviera que venir un escritor a describÃrmelos y analizármelos, y que yo me prestara a ello con tal docilidad.
Por supuesto mi lectura fue impura, contaminada por unas altas expectativas literarias en un sentido muy diferente al giro temático y, por supuesto, estructural que el autor le habÃa dado a su manera de hacer las cosas. Llegué a pensar que Isaac Rosa pretendÃa con esta nueva novela llegar a un público más amplio que el alcanzado con la anterior, por un mero deseo de mayores fama y dinero: aun tratándose de una novela asÃ, se venderÃa bien a sus anteriores lectores por el simple hecho de que la habÃa escrito Isaac Rosa; y cuando fueran apareciendo las primeras opiniones del establishment crÃtico, el más maleable por el establishment editorial, el que más miedos y reticencias tiene siempre a la hora de condenar o ningunear, la masa de lectores más devota de una sencillez previamente masticada acudirÃa rápidamente a la tienda para adquirir su ejemplar; Rosa siempre estarÃa a tiempo, en proyectos posteriores, de enmendar la plana ante la posible perplejidad del público culto y leÃdo, pero para entonces la base de su audiencia se habrÃa ensanchado y los ecos de su nombre resonarÃan en un un sector más amplio de la caverna.
No era la primera vez ni la última que sucedÃa algo asÃ. Unos iniciales y acertados niveles de exigencia y puridad que otorgaban tal, esta vez sÃ, merecido reconocimiento daban derecho a un lugar privilegiado en las mesas de novedades que parecÃa estúpido desperdiciar. Hubiera sido como si Rafa Nadal no aprovechase su éxito deportivo para asociar una o dos decenas de productos con su imagen y asà rentabilizarla de la manera más óptima. Rosa era muy visible y su anterior obra excelente; con la reedición ironizada de su primera novela que era ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! se habÃa ganado además una reputación literaria fuera de lo común para un escritor de su edad y su escasa producción; y para colmo la literatura habÃa entrado ya de lleno en el siglo XXI, asentándose la consideración hipermercantilizada de la narrativa como producto fungible en el mercado de las ideas subyacentes a ella; era lógico el intento de sintonizar con el lector, además de en la temática, en la forma, entregándosela lo más light que se pudiera sin caer en niveles tópicos.
Pensaba todo eso y en parte sigo aún pensándolo, quizá para seguir acertando en algo pero también para no dejar de equivocarme en todo. Ahora pienso distinto, o mejor serÃa decir que he dado rienda a ese pensar de una forma diferente.
Tener una mente dispuesta a la permeabilidad propicia estas paradojas. Una opinión puede fosilizarse, pero también consumirse e incluso romperse en pedazos por la irrupción de motivos, o motivaciones externas, más poderosos y afilados. Aun si me encerrara solo en una cabaña en medio de una montaña solitaria, el simple hecho de manosear pensamientos acabarÃa erosionándolos y, tras su desaparición, su lugar serÃa ocupado por otros nuevos, no necesariamente derivaciones de las migajas de aquéllos.
Uno de esos pensamientos que he chupado a conciencia tiene que ver con la desaparición del concepto miedo. Miedo como manifestación autoinducida del rechazo a lo desconocido, intuido o imaginado, dañino fÃsica o moralmente; o a lo conocido indeseado por las mismas razones. QuedarÃa, eso sÃ, el horror como forma evolucionada del miedo. Porque en realidad éste habrÃa ido mutando en lugar de disolverse: la asistencia espectacular, a diario, a las causas del miedo, a todo aquello temido, experimentadas por otros acaba por transformar el temor en dolencia propia; sólo faltarÃa recibir en carne las mismas humillaciones narradas, todas las torturas denunciadas; ser despojado de cualquiera que sea mi estatus, de mis bienes, de cualquiera que sea mi libertad, de mi inteligencia y hasta de mi memoria; ser reducido a nada y procurar que por siempre recordase aquel estado pretérito semilibre y superpoblado de miedos y a salvo de la mayorÃa de padecimientos; saber que esa nueva situación serÃa irreversible y por tanto perpetua; erradicar con ello el concepto de esperanza, imposibilitando, además, toda posibilidad de venganza. Entonces, con el conocimiento de primera mano, quizá apareciera un nuevo y auténtico miedo por el padecimiento del otro, seres queridos o no, que sà seguirÃan experimentando esos otros miedos básicos, enraizados en la amÃgdala o fijados, mediante aprendizaje y sugestión, en el córtex.
Estos pensamientos provienen en parte de la lectura de aquellos miedos en su mayorÃa absurdos y evolucionados desde una comodidad instaurada legal e ilegÃtimamente. Miedos contemporáneos, coetáneos, miedos de clase. Esa manualización de miedos construÃda por Isaac Rosa es una forma de constatación narrativa de la infecundidad del devenir social. Su acierto en la composición del catálogo es de algún modo metáfora de hasta qué punto está conforme la sociedad con su propio grado de estupidez. Gente temerosa de circunstancias y factores de una nimiedad insoportable comparadas con el continuo fluir de noticias sobre desgracias humanas. Los filtros humorÃsticos, deportivos y erótico-festivos ofrecidos por la sociedad del espectáculo no pueden ser suficientes para ocultar el horror que deberÃa erradicar de una vez por todas esos miedos, transmutarlos en horror y finalmente en padecimiento compartido. La verdadera barrera, quizá imposible de derribar, es la estupidez. A un tonto vacunado de espanto se le asusta fácilmente con un ratón o con historias de fantasmas, pero no es fácil hacerle sentir horror y, con él, verdadera empatÃa por quienes lo protagonizan. Y es tan fácil fabricar tontos en serie; tan sencillo propagar el virus de la estupidez; tan necesarios, además, para el mantenimiento de los niveles de audiencia…
Probablemente fuera éste el objetivo último de aquella novela de Rosa: mostrar a lectores cada vez más tontos, más sistemáticamente estupidizados, cuáles son sus miedos de tontos y que un dÃa, a fuerza de recapacitar en lo sencilla y tontamente que estaba escrita, establecieran por fin, cada uno por su lado, un baremo más ajustado que los descalificase como miedos auténticos. Quienes lo hayan comprendido entrarÃan entonces en la segunda fase, la del horror.
José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com