La libertad de un genio, por Iván Humanes

El arte es el nieto de la naturaleza y está relacionado con Dios. Alguien versado en Rembrandt reconocería estas frases como suyas. Quizás objetaría que él no dijo arte, que dijo pintura, que la pintura es la nieta de la naturaleza, etc. Vale, ahí estaríamos de acuerdo. Pero podríamos ampliar la relación parental. Y los menos creyentes dudarán de tanta rotundidad deífica. Los más creyentes encontrarán osado que se relacione lo que hace el hombre con la divinidad misma. Pero es muy probable que unos y otros hayan sentido el arte, que hayan experimentado la sacudida que provoca el arte, el golpe de cien leñadores en el labio. Ciertas obras colocan al que las siente allí, unos pasitos más adelante de lo que era antes de verla y experimentarla. Lo importante es que el arte sacude. Y cuando sacude con fuerza es como un golpe de puño en pleno rostro. Provoca el despertar. Y también es camino hacia la autorrealización. Una buena obra de arte siempre añade algo al individuo. El arte suma. Más allá de la espinosa cuestión entre el buen y el mal arte.

"Huyendo de la crítica" (Pere Borrell del Caso, 1874 / wikipedia)

Como creador, lo artístico y su objeto hacen que me formule preguntas, que sirva como detonante de la interrogación. Como espectador, el arte me propone las respuestas que otros han hallado. Aunque a veces sea al revés. Aunque a veces lo más complicado no sea lograr la respuesta, sino hallar la buena pregunta y ése último sea el leitmotiv del creador. Para el artista la creación puede representar un extrañamiento, la abstracción del objeto o del acto concreto que va a representar para retomarlo con garantías artísticas, personalísimas, y mostrar lo que no suele verse. Un apartarse para regresar. Un elevarse para profundizar. Traer de ese lugar poco transitado la esencia del objeto o del acto cotidiano. Y luego transmitirlo. Y es que el arte es la libertad del genio, como ya dijo el austriaco Adolf Loos. Libertad para crear. Libertad para inquietar, espolear conciencias, estados anímicos, intelecto. Libertad para iluminar con sus hallazgos el camino del hombre. Buñuel ilumina. David Lynch ilumina. El Bosco ilumina. La pregunta que se hacen los creadores es iluminación para el receptor. Para el espectador que recibe la obra es una invitación a ese lugar indescifrable. En más de una ocasión –más aún en los abstractos y los artistas del inconsciente- es una invitación a un mundo escurridizo, que se supone tras el hombre, que sólo el artista puede hacernos llegar, porque en su trance artístico se acerca a la deidad. Pero atención, no a una divinidad estandarizada, sino que es un acercarse al centro de la rueda, al motivo que actúa de motor, al enigma que se esconde tras la vida, al hombre, a la causa de las matemáticas, a la confusión, al sueño, al azar. La serie de las pinturas negras de Francisco de Goya, por ejemplo, son plasmación de esa libertad total del artista, de un escarbar sin solución en lo terrible, retrato personalísimo de un mundo con fecha de caducidad. Las esculturas surrealistas de Man Ray son la torcedura de lo escultórico en la búsqueda de la libertad, un cavar en el inconsciente colectivo. Los dos buscan el revés de la persona. Pollock decía que la pintura tenía vida propia y él dejaba que aflorase esa vida, como lo dijo Botero, Munch o Rothko. Éste último habló, precisamente, de la pintura como experiencia: la pintura es una experiencia.

"El espectador toma la obra. Absorbe la experiencia. La hace suya. La finaliza" (ilustración D.P.)

Y es que el arte es una experiencia con vida propia. Para el que recibe la obra. Para el que crea. En más de una ocasión es una experiencia incluso autónoma al creador, ajena a él, porque él es un simple mediador (¡casi nada!). Precisamente, es la imposibilidad de encontrar la causa de esta experiencia donde puede hallarse su relación con lo místico. Para el creador el éxtasis artístico sobreviene. El artista busca. En más de una ocasión lo consigue de una forma involuntaria, sin pretenderlo. Y llega a la desintegración de la realidad para dar respuesta artística a la pregunta. Rasga el “Velo de Maya” y logra, por fin, ver lo que puede intuirse. El artista alcanza la experiencia a través de sus manos y sus medios (*) y el espectador la recibe. Toma la obra. Absorbe la experiencia. La hace suya. La finaliza. El espectador es partícipe de la obra y visita el lugar al que ha llegado el artista. Se formula las preguntas del artista a través de su respuesta. Y es que el arte se completa, precisamente, con el espectador. Con ese ponerse en el lugar de. Con la sensación universal que se ha logrado. Con la impresión personal de ello. Ahí la obra alcanza su totalidad. Se ha construido a sí misma. Ha traído del otro lugar su esencia y ha calado en el sujeto que se ha expuesto a ella. Ha encontrado su motivo. La libertad del artista ha encontrado su motivo: la impresión en el espectador, el golpe de leñador en el rostro. La libertad del receptor. Y es que, parafraseando a Georges Braque, si el arte no inquieta, si no atraviesa la piel y remueve por dentro, ¿eso es acaso un buen arte?

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(*) También sucede en los escritores, obvio. Si utilizamos un ejemplo gráfico: no pueden ser entendibles de otra forma los escritos con caligrafía microscópica de Robert Walser, sólo leída por lentes de aumento, o el gusto de muchos autores a escribir a mano, al ser la forma más directa de comunicar el pensamiento y la escritura, vinculándose esa reflexión con la filosofía Zen. Más allá del goce arrebatado de la escritura de por sí independientemente del medio.

Iván Humanes Bespín
http://ivanhumanes.blogspot.com

Iván Humanes

Iván Humanes (Barcelona, 1976). Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona. En el 2005 publicó el libro "La memoria del laberinto" (Biblioteca CyH), en 2006 el ensayo "Malditos. La biblioteca olvidada" (Grafein Ed.) y en 2007 en la obra "101 coños" (Grafein Ed.). Prepara la publicación de su libro de relatos "Los caníbales" con la editorial Libros del Innombrable y la publicación de la novela "La emboscada" con la editorial coruñesa InÉditor.

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