La literatura antes de Quimera 322, por José Luis Amores

El número doble de la revista Quimera de Julio/Agosto de 2010 fue grande. Desde la portada gráfica, que ya insinúa la dialéctica bifocal que el lector encontrará en su interior, pasando por las diversas secciones, entrevistas, críticas —una de ellas un aportaje sobre el interior de lo último de Óscar Gual—, conclusiones sociológico-literarias…, casi todo este issue es fantástico, lo que suele ser habitual, e incluso perversamente profético: «Uno puede alcanzar cierto grado de verdad mintiendo», E. L. Doctorow, pág 13, Quimera 320/321.

Sin embargo hay una sección que chirriaría entre el conjunto si no fuera porque creo detectar cierta ironía en la presentación que hace el propio director de la revista, llamada Mayúsculas, minúsculas y Facebook para hacer notar mediante titulares la intención genérica del número: dar cuenta de un debate sobre la dicotomía alta-baja C/cultura, principalmente mediante la vía conversacional entre José Luis Pardo y Eloy Fernández Porta y de forma anexa o satelital a través de la crítica a la novela de Gual, el análisis del final de Lost o la inclusión de un experimento social-literario basado en Facebook. Como no es mi objetivo desmenuzar la revista más allá de las pinceladas expuestas, voy a centrarme en uno de los gadgets, el resultado del experimento, que el director califica como «prueba de laboratorio», es de suponer que por la inestabilidad de los compuestos obtenidos.

Este experimento nace del interés de Quimera por saber qué se cuece en realidad en la red social Facebook desde un punto de vista literario: qué «se traen entre manos los seres que la habitan». Hicieron una convocatoria y recibieron 212 relatos (como el perfume de Carolina Herrera) de los que seleccionaron cinco. De este dato cabe ya extraer la conclusión primeriza de que tal cantidad, pues la convocatoria fue hecha por una revista, no nos engañemos, minoritaria por su temática y enfoque (no es ni Lecturas ni Hola ni Muy Interesante), revela una gran actividad y, por lo tanto, entre todos esos escritos algo bueno o medianamente potable debe de haber, ¿no? Pero hete aquí que el acceso estaba restringido a autores menores de 30 años. ¡Aaaah…!, entonces la cosa varía o toma otro sesgo y de nuevo cabe concluir algo más, en principio, positivo: cuántos escritores jóvenes ansiosos de tomar algún relevo, u ocupar puestos huérfanos, hay pululando por entre los riachuelos del XHTML y del Javascript. Pero sigamos.

Compramos la revista (7 €, no olvidemos que se trata de un número doble; el sencillo vale 5 €) y comenzamos a leer. Todo bien, todo genial, como siempre; la inversión bien vale el disfrute obtenido. Y llegamos a los relatos seleccionados «vía Facebook». El primero, Mundo muerto, es el mejor escrito, pero aun así no estamos ante un buen relato. La temática es onírica. Se narra un sueño o pesadilla en segunda persona. El protagonista está ante un estrado y ofrece una charla a un auditorio incierto. Hay un fraseo de química orgánica que deviene exposición anatómica y acaba introduciéndose en la entomología. Estos insertos crudamente biológicos dan a la narración un ambiente de naturaleza muerta en el sentido literal y no pictórico, lo que la estira pero no la favorece y como metáfora, desde luego, no resulta convincente. Vemos además que cae en el error de utilizar recursos sintácticos manidos que no logran el impacto deseado y empobrecen el resultado. El lector no logra discernir el objetivo del relato, que termina siendo fallido aunque, insisto, sea el mejor de los cinco.

El segundo, Diario de niebla, es extracto de un diario con entradas cortas y anotaciones de analistas en un momento posterior al incendio de una casa. Hay un ente indeterminado que se desarrolla desde las tripas de un electrodoméstico marca Philips. Las anotaciones a las entradas son repetitivas y tediosas. El relato es gramaticalmente incorrecto, con muchos errores. La continua reiteración en las notas al pie invita a la sospecha: ¿se trata de relleno para alcanzar cierta envergadura o superar determinado número de palabras? Y el tercer relato, Tarde de supermercado, es el peor del conjunto. Una pareja que se separa debido a la apatía. Ya está. Mal escrito, con numerosas faltas de ortografía y, lo que aún es peor, dotado de una gran, enorme inanidad. Llegamos al cuarto relato: Exploradores. Narración a base de imágenes y símiles. Padre e hijo en una distopía social. Un secuestro a lo Bret Easton Ellis. Incomunicación y bestialidad. Nuevamente mal escrito, con fallos sintácticos flagrantes aunque esto debiera ser lo de menos con un buen editor detrás, alguien que lo reescribiera. Pero entonces ya no sería ese relato, sino otro totalmente distinto.

Llegamos al final. Último relato, Líquido®. La mejor idea de los cinco ofrecidos vía Facebook. Pero mal ejecutada. Fallos y más fallos, como en los otros. Así se hace muy pesado leer, aunque la temática sea original. Trata de una droga supuestamente legal que llega a los hogares de Barcelona a través de canalizaciones urbanas. Es la última moda reclamada por los adolescentes y usada o consumida también por los padres, que literalmente se enganchan a ella, con lo que se extiende a gran velocidad, tal y como en su día sucediera con Canal+ o las líneas ADSL, pues su consumo se realiza en casa y mediante suscripciones a diversas tarifas acomodadas a cada tipología familiar.

La conclusión no es buena. No se trata de una cuestión de gustos sino puramente literaria. No me gusta la literatura de, por ejemplo, Safran Foer, pero no le niego su calidad y fuerza. En estos relatos no hay tensión narrativa salvo en el primero. Son descuidados sin poder decirse que, como en el caso de, pongamos, Carver, y con estas muestras, estemos ante potenciales autores cualificados. Supongo que el tiempo hará de tamiz y nos dirá si fue posible la enmienda o no.

Bueno, ¿y qué? ¿Es tan grave encontrar mala literatura en el mercado? ¿Hay que rasgarse por ello las vestiduras y gastar tiempo en la redacción de un texto que no ayuda en absoluto a los autores —aun así no nombrados— y que además parece demeritar el criterio de los editores de Quimera? No a todas las preguntas menos a dos. A la segunda: no es grave, más bien se trata de algo habitual. A la primera parte de la tercera: no está el precio de la ropa como para ir destrozándola por tales motivos. A la segunda de esa tercera: sí, creo necesario gastar este rato por lo que digo a partir del siguiente párrafo. A la última de la última: no, creo que los editores se han visto atrapados en su propia trampa: hicieron una convocatoria, prometieron una selección y una suscripción por un año a la revista para los ganadores, recibieron los relatos y se encontraron con un resultado que han dado en denominar, claro, prueba de laboratorio; y no los han editado para así ofrecer la materia en bruto; que los lectores descubran; que sean ellos quienes opinen.

A la primera de todas las preguntas (¿y qué?).

Ser joven no es ningún pecado, ni un demérito ni tampoco una suerte. Ser joven es tener una edad indeterminada por debajo de otra también por determinar. Pero cuando es necesario objetivarla, hay que concretar una fecha límite de nacimiento. Granta dijo 1975. Quimera superó el envite y la estableció en 1980. Ahora Alpha Decay ha hecho suyo el corte quimérico y convoca a nuevos talentos para ampliar su nómina de autores. No recuerdo otra época igual. Hasta hace nada se publicaba lo que a un editor le parecía —o le hacían parecer— publicable. Una excesiva juventud hacía sospechar a los consumidores de literatura, por supuesto. Pero nadie se llamaba a engaños: joven o viejo, si la obra era buena, el mercado terminaba aceptándola; teniendo en cuenta que hay muchos nichos en ese mercado y que los niveles de aceptación se miden de forma diferente en cada uno de ellos.

Pero parece que los, así llamados, jóvenes publicables están todos casados, como los buenos partidos. El pescado está vendido y hay que navegar otros océanos para encontrar más. Amortizar la literatura que hacen aquellos autores por encima de determinada edad (en esto podríamos estar de acuerdo, siquiera para limpiar en algo las estanterías), 35, 30 años, lo mismo da, y rellenar los huecos con nuevas voces: frescas, irreverentes, arriesgadas, rompedoras… Esta especie de draft basado en la fecha de nacimiento ha llegado a la escritura cuando sin embargo ésta ha demostrado con creces no tener edades.

Con todos mis respetos, como estrategia es una equivocación, aunque consiga arrancar éxitos medianos basados en el tirón de multitudes seguidoras de una determinada figura juvenil. No me cabe duda de que conseguirá extraer algunos buenos escritores que sin entrar en el juego hubieran logrado igualmente sus propósitos (como Juan-Cantavella, Carrión, Otero, Gual, Caracciolo, Gutiérrez…, por nombrar a jóvenes actuales según los actuales cánones temporales). Pero se hallarán montones de mediocridad, al limitarse absurdamente las posibilidades de elección. Y sobre todo porque, aunque lo que voy a decir sea un tópico, a menor edad, menores experiencias lectoras (criterio) y vitales (materia), menores autocrítica y técnica, menor personalidad, etc. Lo que, si se ceja en el empeño, devuelve, por regla general, mediocridad temprana y acaba quemando a esos autores y, por supuesto, a los lectores.

¿Y entonces?

Ahora escribe mucha gente, y bastante menos lee. Paradójicamente, muchos de esos que escriben leen poco o casi nada, e incluso de entre quienes sí leen se nota que un elevado porcentaje lo hacen mal, quizá porque el objetivo que persigan con esas lecturas difiera de los comúnmente buscados entre las páginas de un libro. La perversión del mercado editorial se ha infiltrado entre los autores, jóvenes o no, que hacen de su capa un sayo y se prestan a todo tipo de manipulaciones basadas en motivos espurios que pivotan sobre meros intereses comerciales. El objetivo ya no es la literatura per se, ahora se trata de publicar a toda costa y se acepta cualquier taxonomía disparatada que facilite el camino hacia el ISBN propio. Ya lo dije hace unos meses: tu nombre en el lomo de un libro, la hostia.

Frente a semejante falta de criterio, no se me ocurre otra que ser explícito. Pues aunque, como digo al principio, detecto ironía en la forma en que Quimera presenta el resultado del experimento, diversos comentarios y acciones editoriales posteriores revelan que o los lectores no se han percatado del tono, o quizá esté yo equivocado en mi interpretación de las verdaderas intenciones.

Como señalé en la primera parte de este aportaje (ver El Dorado), la Verdad no es Una y ni siquiera Trina, sino variada e incluso nula. Es decir, no existe y sólo nos ha sido dada la duda, para jugar con ella e ir extrayendo conclusiones por iteración, quizá nunca exactas pero algunas veces aproximadas. Esa duda es El Dorado. No hace falta seguir buscando.

Anexo: Relato (mínimo) sobre la vida en Animal Crossing.

Tengo 28 años y soy madre de dos hijos, niña y niño. Los llevo al colegio. Voy al trabajo. Los recojo. Hago la compra y la comida. Limpio la casa. Les ayudo a hacer los deberes. Los baño y después de acostarlos miro el jardín. Al día siguiente decido plantar árboles. Para que me den sombra.

Anónimo (10 años).

José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com

José Luis Amores

José Luis Amores (Málaga, 1968) es Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga. Especializado en marketing, ha fundado varias compañías que después ha vendido a diversas multinacionales. En la actualidad ejerce su profesión como freelance. Ha sido colaborador de Diario Málaga y de la revista Papel Literario.

3 Comentarios

  1. El ardor editorial y publicista por los (y de los) «jóvenes» es un hecho. La longevidad avanza y los viejos no dejan paso, caramba. Pero lo de jóvenes es relativo, se llega a viejo muy pronto. Considerando que los nativos virtuales van a tomar pronto las riendas, casi mejor, pues, que las listas empiecen su recorrido por los autores menores de veinte años, que están experimentando y viviendo el idioma y las distintas formas de narrar de maneras bien distintas. Y así hasta llegar a las criaturas de cinco años, que ya dijo Herr Freud que a esa edad la personalidad está formada… No pasa nada si no saben leer, nos ha de bastar su saber manipular los resortes tecnológicos que, bien mirado, también dominan, y muy bien, los jóvenes-ya-viejos actuales de 35-40 años, especializados en hacerse presente constantemente: una se pregunta cuándo y cómo escriben, aunque si los lee comprende rápido que poco hay de verdaderamente escrito en tanto de lo que publican, hasta el punto de hacer olvidar lo bueno que han publicado. Confiemos por tanto en las criaturas de cinco años, de cuya inocencia es todavía posible esperar obras «jóvenes».

  2. No sé, la verdad es que dudar está bien, pero creo que sería fantástico poder estar seguro, por ejemplo, de que es imposible que una novela escrita por una chica o un chico que no ha cumplido los 33 años no merece la pena leerla. Son estas certezas las que hacen la vida algo emocionante, ¿no? El poder equivocarte. ¿Qué sentido tiene comprar un libro sin fijarte en la edad del que lo ha escrito? Yo siempre me fijo en la edad. Cervantes pasaba de los 60 cuando escribió la segunda parte del Quijote. Proust pasaba de los 40 cuando se puso a escribir en serio. No sé por qué ahora habría que esperar que alguien con menos de 30 años pudiera escribir una gran novela. Y si nos equivocamos pues nos equivocamos.

    Por otro lado, un chico de 30 años de hoy no tiene la educación de un hombre de 30 de hace un siglo. Creo que hay un desfase de unos diez años cada ciento cincuenta años, de tal modo que para poder llegar en la actualidad a escribir una obra como la de Proust el escritor tendrá que pasar holgadamente de los cincuenta.

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