Vivo enamorado, desde la crÃtica al espÃritu de la época, del presente y me fascina el pasado, un duende que da mucho que hablar sin abrir su verdadera boca. En España vive atenazado por las contradicciones propias de una sociedad hipócrita. Salvo gaviotas y obispos, nadie duda de la necesidad de una mejor ley de la memoria histórica, pero en escuelas y universidades se enseña poco y mal el perÃodo que pudo catapultar a Iberia y la hundió en una miseria de cuatro décadas. AnsÃa de justicia, ignorancia compartida. Fantástico.
Asimismo, somos un paÃs donde simulamos dar mucha importancia a la tercera edad. Aprobamos leyes de dependencia inaplicables por ausencia de dinero y nos regodeamos de polÃticas sociales para los más desfavorecidos. El presente ignora a los ancianos. Los vemos en la calle acompañados de otra gente desfavorecida, sudamericanos que para ganar cuatro duros acompañan a nuestros mayores en paseos de supervivencia y despedida.
Otra vertiente de la contradicción hispánica pierde fuelle con el paso de los años. El freakismo tuvo su punto álgido con Crónicas marcianas y los hallazgos de Javier Cárdenas, proezas televisivas de escaso valor, pues presentaban figuras excepcionales desde una vertiente equivocada. Creyendo crear esperpento posmoderno, los reporteros basura denigraron a seres humanos normales que, perdidos en su marasmo vital, aceptaban los quince minutos de gloria sin ningún tipo de amor propio.
La calle rebosa de gente desdichada, despojos del olvido, figuras ausentes por su autenticidad. Pasead por cualquier ciudad del mundo y los encontraréis. Están entre vosotros, son de carne y hueso. Han pasado miedo y peores cosas. Algunos dementes, una buena porción del pastel social, no los entienden porqué no conocen su calibre, la importancia de tener más de sesenta años y circular por el asfalto urbano con la ilusión de caminar cuando el futuro sólo ofrece una puerta cerrada.
Estos seres humanos son la verdadera voz del pasado. Sus experiencias no saldrán en libros de historia y, sin embargo, pueden ayudar a entender cómo hemos evolucionado desde una óptica cotidiana a través de perspectivas con tiempo lento, cuando el tren era el medio de locomoción hegemónico y el teléfono se usaba en casa.
Empecé a tomar conciencia de estos nobles marginados un domingo de San ValentÃn. Entré en un bar. Un viejito calvo, bajito y sin dentadura bebÃa vino de Gandesa. De vez en cuando se giraba, cerraba su mano derecha, alzaba el brazo y entonaba su mantra: toma Castaña. Era muy gracioso. Me hice una foto con él y mi memoria depositó la anécdota. Cuando volvà a encontrarme con Domingo Blanco observé que a su alrededor se generaba un jolgorio colectivo de caracterÃsticas insanas. Domingo nació en Zamora el 14 de julio de 1930 y no ha visto mundo. Sus recuerdos de infancia transcurren entre campos de zarzas y largas caminatas por la montaña para satisfacer a su madre. Un dÃa, como muchos, cogió un tren y llegó a Barcelona, donde se casó, tuvo una hija y enviudó. Trabajó de paleta durante más de medio siglo, hasta que un resfriado a la edad de 76 años lo apartó de arreglos y noches. La noche y toma castaña. Anda que no. Ay que niña más guapa. Que salao. Un traje negro, camisa blanca y un clavel rojo, para ir elegante.
Hablé varias noches con él sin la presencia de los burlones, de la juventud inconsecuente con el pobre hombre que por rechazo adoptaba la máscara del desfasado sin fin. Domingo bailaba con chicas guapas. Le seguÃan el juego. Los hombres lo miraban como un vestigio sacado de una chistera marca Paco MartÃnez Soria. La miseria se expresa desde múltiples formas y una de ellas es la voluntad de desconocimiento. Quédate con lo externo. No preguntes.
Ahora Domingo ya no sale de fiesta. Su última enfermedad se complicó al no querer ver ni en pintura al médico de cabecera. Perdió 11 quilos y sale, solo y sólo, por las mañanas a tomar el sol de la plaza del Diamante. Aún asà transmite una energÃa diferente, cómo ocurre con nuestro segundo homenajeado: José Luis. Nacido el dÃa de la bomba de Hiroshima, se presentó una madrugada con su extraña pronuncia rusa y elevadas dosis de histrionismo. Luego comprobé que era un método de autodefensa, la constatación de un sentimiento de no pertenencia o, demos más en el clavo, una señal de extrema lucidez al saber que en nuestra sociedad el ruido es efectivo para llamar la atención. José Luis a veces me pregunta qué es un freakie. Le digo que no piense en eso, que él es otra cosa. Lo grotesco es lo externo desde un punto de vista mediocre. Pulsando las teclas del diálogo aprendà y aprendo con José Luis vivencias que rozan el umbral de lo verosÃmil. Seis hermanos, un padre duro y una madre blanda, tres matrimonios con mujeres muy distintas entre sÃ…y vida, mucha vida, simbolizada en encuentros casuales con figuras célebres.
José Luis tiene 64 años, parece un galán setentero y se ha cruzado con toda la población de Barcelona. Lo atestiguan sus paseos en solitario, alma invisible que pisa la capital catalana para viajar por el universo. No ha salido de España y aún asà sabe más que la mayorÃa polÃglota y cosmopolita. Sus relatos son drama y alegrÃa. Es auténtico, y eso le acarrea problemas. Habla, y mi cerebro engulle peleas con Charlie Rivel vestido de paisano o una manÃa persecutoria contra una vagabunda que disturbaba la paz de un local que regentó, primer salto antes de portar maletas, reparar coches y ganar dinero con el éxito efÃmero de la arquitectura de madera.
Con José Luis, como con Domingo, aparece el temor de su desaparición. No es un viejo al uso. Sale hasta las tantas, bebe cerveza negra y fuma como un carretero. Nunca pierde la sobriedad. Es una esfinge expresiva, un don del recuerdo desde el reloj palpable.
El caso más válido en pos de realizar un análisis social del pasado es el señor Carlos. Tiene casi setenta años, viste estrambótico, a lo Julio Iglesias con chupa de cuero, y es homosexual. El sábado en que Ronaldinho fue ovacionado en ChamartÃn, tuvo un acceso de euforia etÃlica y se me declaró. Domingo estaba a mi lado y se rió desde su óptica trasnochada de condena al maricón. Rechacé su propuesta y con los meses vi que sentÃa una atroz debilidad por los veinteañeros, como si esa atracción fuera una lucha para superar el peso de no poder ir hacia atrás como las tortugas y recuperar el tiempo perdido.
Carlos sufre el mismo mal que José Luis y Toma Castaña: tiene plena conciencia de no pertenecer al momento. Por eso acentúa rasgos grotescos, simula voz gangosa y repite que nos dirá una frase que no olvidaremos en nuestra vida. Una de ellas fue que cuando las mujeres ven follar a sus hijos y son madres, se callan la boca. Otra versión de tan redundante máxima era que la experiencia del fornicio desde los ojos maternos era una delicia. Risas. Cachondeo. Y seriedad de quien tiene poco y no pide casi nada, sólo distracción y un oÃdo donde depositar su desasosiego, la imposibilidad de no volver a volar en los cielos cotidianos, algo que conoce muy bien una mujer que unÃa a la santa trinidad de este texto: Elsa, contrapunto cubano que ofrece amor a raudales, se enfada por minucias y llora en silencio después de cantar en su bar cubano. El público calla y la escucha, pero los rostros indican una dualidad de respeto y desdén. Lo primero por su chorro de voz, lo segundo por observar la decadencia de una antigua diva que, carente de Sunset Boulevard, no quiere el cierre del telón y por eso canta para cuatro parejitas y quince borrachos.
Cuando se cierran las luces nocturnas y llega el silencio, turbado sólo por clásicos ruidos metropolitanos, es un placer escuchar la voz del pasado desde la humanidad y las ansÃas de aprehender. Se descubren facetas y detalles que nadie podrá contarnos. Ningún manual puede ofrecer recuerdos de una textura tan precisa, única en su género. Estos Eleanor Rigby de 2009 son necesarios como motores válidos que el escritor tiene que asumir para trazar unas lÃneas que no sean pasto de cinco minutos. Su punto aún se vislumbra en el horizonte. Cuando desaparezca perderemos un tesoro que sólo su memoria histórica, la de todos, podrá preservar.
Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com
Qué gran sorpresa éste nuevo articulista! No sabÃa que la revista incluÃa la crónica, me parece una opción acertada. Me quedo con «Cuando se cierran las luces nocturnas y llega el silencio, turbado sólo por clásicos ruidos metropolitanos, es un placer escuchar la voz del pasado desde la humanidad y las ansÃas de aprehender.»
Es verdad, Barcelona está o estaba llena de personajes perdidos, con su personalidad, que no se resignan a hacerse invisibles sin ruido… Mi padre los conocÃa todos, siempre ha vivido y trabajado cerca de la calle, y cuando yo era pequeña contaba siempre sus historias: conocÃa los nombres de los que dormÃan en cartones, y al cura de la iglesia que hay entre verdaguer y Gracia, que les daba comida de la Cruz Roja.
En el parque de la Ciudadela habÃa un hombre mayor que nos hacÃa retratos y nos dibujaba animalitos cuando se lo pedÃamos (los animales del zoo, claro. El los debÃa ver muy a menudo…)
Pero cada vez somos menos tolerantes. Yo creo que han ido cambiando de hábitat. Mi padre vive ahora en el Raval, y su casa está muy vieja y destartalada, pero no se cambiarÃa nunca de barrio. Supongo que, ahora que vive solo, necesita por lo menos ese ecosistema callejero, irse a tomar la cerveza al bar Gallego y codearse con los que van a pedir el menú barato, que a veces es la única comida que hacen en el dÃa. (Por eso piden pechuga de pollo, porque aunque esté menos gustosa, es lo que más llena y alimenta…). En ese bar y en ese barrio, por lo menos está seguro que por más pobre que fuera, aún le seguirÃan reconociendo como hombre, y le seguirÃan tratando de tu, y le atenderÃan igual que a todo el mundo.