Luisa Etxenike | Foto cedida por la autora

Luisa Etxenike: «Somos las palabras que usamos»

La autora vasca desarrolla en 'Aves del paraíso' una intriga de amenazas e incertidumbres que envuelven al lector a través de una prosa fragmentaria

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Luisa Etxenike | Foto cedida por la autora

Luisa Etxenike (San Sebastián) acaba de publicar Aves del paraíso (Nocturna Ediciones, 2019), una novela en torno al sufrimiento que generó y aun produce el terrorismo de ETA. Miguel, su protagonista, arrastra un sentimiento de vergüenza tal que le lleva a una situación de descarriamiento y pérdida de mundo. Es la vergüenza de aquellos que, por inacción o por equivocarse como educadores, colaboraron de algún modo con la violencia y fallaron como ciudadanos y como padres. La obra está construida con esa prosa suya tan personal y cuyo estilo radica en el arte de la sugerencia mediante la palabra precisa, la claridad de exposición y la brevedad de relato. Algunos han calificado su estilo de hipnótico, y algo de cierto hay en ello porque, sin apenas percibirlo, la escritora nos conduce a la conciencia de sus personajes, a lo más íntimo de sus emociones, hasta crear un vínculo de empatía en el lector. Vínculo necesario para la creación de sentido, ya que esta creación no es unívoca sino que requiere la participación afectiva y reflexiva de quien lee.

Aves del paraíso cierra una trilogía que comenzó en 2008 con la publicación de El ángulo ciego, por la que recibiste el Premio Euskadi de Literatura, y a la que siguió en 2018 Absoluta presencia. ¿La cuestión del terrorismo en Euskadi te sigue interpelando?
Naturalmente, el terrorismo ha ocupado nuestras vidas durante prácticamente cincuenta años, y desde luego, la mía, que he crecido y me he formado como ciudadana y como autora rodeada de ese horror. Lógicamente, un asunto que ha ocupado tanto nuestras vidas y de un modo tan terrible durante tanto tiempo me provoca reflexiones e interrogaciones de todo tipo que no se agotan en una novela. El Ángulo ciego está escrita durante el terrorismo, Absoluta presencia empecé a escribirlo en la última etapa de ETA y Aves del paraíso después de su desaparición. Pero las interrogaciones continúan. De momento doy por cerrada la trilogía, pero no sé si en el futuro, con la distancia, y en función de cómo vaya evolucionando la sociedad y yo misma, retome la reflexión sobre este tema.

El libro arranca con una escena en la que vemos al protagonista en estado de descarrío y pérdida de mundo en un hogar que un día fue el suyo pero que ahora le parece ajeno. Sin embargo, la idea del libro parte de otra escena que encontraremos más adelante: ese mismo hombre ve a una mujer que entra vestida en el mar a una hora imprevista.
La novela, efectivamente, empieza con la escena de un hombre en un momento de máximo descarrilamiento debido al impacto que le produce una serie de reflexiones y emociones, que hasta entonces nunca había tenido y que le expulsan de su vida. Pero en mi concepción de la novela, la primera imagen fue la de ese mismo hombre que contempla cómo a lo lejos una mujer entra vestida en el mar, a deshoras, y piensa que quizá esté a punto de suicidarse, lo que hace que sienta el impulso de acudir a socorrerla. Este “instinto” será el motor para salir de ese descarrilamiento. Se pregunta: ¿yo también soy alguien capaz de tener ese impulso, ese instinto, de simplemente echar a correr para salvar a alguien que está en peligro? Nunca se había pensado como alguien capaz de eso. Por eso, empezar por la escena de ese hombre en tensión, en desdoblamiento y en conflicto consigo mismo me permitía ir armando una serie de pasarelas para llegar al otro lado.

De alguna manera está presente la redención, como en buena parte de tu obra.
Si tuviera que definir la visión del mundo, de la naturaleza humana, que hay en mis libros, lo haría a través de esa idea según la cual el ser humano es capaz de sobreponerse a cualquier circunstancia; hay en él una irreductibilidad. Como decía Hemingway, la naturaleza humana puede ser destruida pero no derrotada y los personajes de mis novelas no son derrotados. Comienzan en circunstancias tremendamente difíciles pero de una manera u otra van abriéndose camino. En ese sentido mi literatura, como mi propia visión es muy anti determinista. Veo en el ser humano esa capacidad para, independientemente de las circunstancias, poder escribir su propia vida, ser dueño de su propio destino.

¿Quiénes son los protagonistas de tu trilogía?
Abordo los dos primeros libros de esta trilogía desde la perspectiva de las víctimas del terrorismo. Por lo tanto, esa capacidad de escribir sus propias vidas me parecía fundamental, es decir, no dejarles en el mero papel de derrotados por el terrorismo, sino imaginar, incluso en las peores circunstancias, una posibilidad de libertad, pero también de felicidad para ellos. En cualquier caso, de dirección de su propia vida, es decir, que su vida no sea escrita o decidida por los terroristas. Eso se lo había dado a las víctimas del terrorismo, y en Aves del paraíso he desplazado la perspectiva del protagonista creando un personaje que tiene una relación íntima con un victimario. Por otro lado, yo a eso que tú llamas redención aquí lo llamaría rectificación. Esa escena en la que Miguel siente el instinto de correr hacia alguien para salvarlo, de algún modo puede orientarle hacia la posibilidad de una rectificación.

Miguel es un hombre de cultura que, sin embargo, se ve desprovisto del vocabulario para hacer frente al hecho de que quizá pudo haber contribuido a frenar la violencia y perfilar otro futuro para su hijo.
El personaje es un profesor universitario y, por tanto, le suponemos un hombre de cultura, con vocabulario, pero que, también, tiene una responsabilidad de transmisión. Además, como es padre, tiene una responsabilidad de educación y transmisión por partida doble. Pero yo no creo que seamos las palabras que sabemos, sino las palabras que usamos. Creo que podemos saber palabras que, a fuerza de no usarse, se van de nosotros. Y Miguel, a fuerza de no usarlas o de no mostrar los afectos y callar, se fue convirtiendo en un hombre sin vocabulario. Por eso su dificultad, ese descarrilamiento, es total, porque no sólo le lleva a una forma de mudez con los demás, sino que además no encuentra la manera de decirse a sí mismo lo que le está pasando. Por tanto, no tener las palabras para decirlo es como no tener acceso a las puertas para salir o a las ventanas para ver más allá. Sólo a través de una serie de imágenes y metáforas esenciales que proporcionan las aves, adquirirá el modo de explicarse y también de enfrentarse con el pasado.

¿Por qué a través de imágenes y metáforas?
Porque hemos hablado de un hombre que ha callado y también ha dejado de ver. Hay dos desatenciones, la del lenguaje y la de la mirada. Entonces, es más fácil mirar que adquirir el lenguaje; esto requiere un segundo momento para dar nuevo léxico a esa nueva vida. Pero Miguel puede empezar a mirar, a posar la mirada donde no lo había hecho antes, sobre el mundo concreto que está a su alrededor, en la ciudad y en la naturaleza también, y poco a poco, a través de esos hallazgos que la mirada le propone llega la irrupción de las aves. Las aves tienen una sabiduría vital en muchas cosas, pero en tres puntos esenciales: cuidan de sus crías, mudan aquello que les impide adaptarse a la vida en cada presente y son capaces de hacer largos viajes. Esos tres elementos, van a ser cruciales para Miguel. Pero primero viene la imagen, primero viene lo que observa, y poco a poco pasará de esa experiencia de ver a la mirada más interior que le lleva a la conciencia y ésta al lenguaje y a una reflexión íntima y profunda sobre sí mismo.

De ahí las preciosas ilustraciones de James Ellsworth.
La idea brillante de que fuera un libro ilustrado, con esos maravillosos dibujos de aves de este naturalista británico de finales del XVIII y principios del XIX fue de Nocturna Ediciones. Creo que es una convivencia muy interesante, porque estas ilustraciones de aves aportan una presencia física que acompaña el texto y al mismo tiempo subrayan ese desplazamiento de la imagen a la metáfora, como un despertar de la conciencia.

Nocturna Ediciones

«Entonces no eran vecinos a los que se denunciaba. Sólo enemigos.

Era lo que pensaban muchos en su familia y en el círculo de sus relaciones. Él también lo pensaba, y peor que ellos. Sin ni siquiera la decencia de la convicción.

Los gendarmes le devuelven el pasaporte.

—Soy el propietario de la casa —dice.

Y está a punto de añadir: «de la cara de la fotografía del pasaporte también». Pero esa clase de humor sólo suele servir para dilatar los trámites y él quiere que le dejen solo cuanto antes.»

¿El estado en el que se encuentra Miguel es un hecho aislado o quizá podemos extender su situación a la de muchas otras personas que, aun no comulgando con ETA, pudieron haber contenido la violencia o haber sido más responsables ante lo que sucedía?
Creo que, tras muchísimos años de violencia y terror, tenemos ahora en el País Vasco, afortunadamente, un momento de sosiego, de tranquilidad, es decir, un territorio que se abre a muchas reflexiones. El terrorismo ha ocupado cincuenta años de nuestra historia, de nuestra vida y de nuestra sociedad, y por lo tanto ha implicado a más de una generación. Eso es muy importante, sobre todo ahora que estamos en esa agitación de cómo vamos a contar lo que ha pasado: cómo nos lo vamos a contar a nosotros y cómo se lo vamos a contar a las nuevas generaciones. Creo que esa reflexión sobre la responsabilidad y sobre la transmisión se está dando de una manera general en la sociedad, y también en lo particular, en cada uno. Pero sí creo que la pregunta acerca de lo que pasó, de cómo fue posible que pasara y durante tanto tiempo, ha estado, está y estará en nuestras cabezas y en nuestros debates porque probablemente las nuevas generaciones lo van a exigir también. De la misma manera que se sigue reflexionando e interrogando sobre la Shoah a través de libros, documentales o películas. Creo que en Euskadi pasará lo mismo; en este sentido, el protagonista de Aves del paraíso puede ser una metáfora de personas concretas, y de un modo más amplio de la sociedad en su conjunto. Y, naturalmente, en el ámbito de las personas que estuvieron cerca de los victimarios, este tipo de interrogaciones acerca de la responsabilidad adquiere una dimensión muy especial.

¿Has realizado algún tipo de documentación o has construido el relato desde la imaginación?
Es un relato puramente ficcional, no está documentado en el sentido propio del término. No me he basado en conversaciones concretas o episodios concretos. Tiene que ver con la experiencia de la imaginación. Como dice Calvino, la memoria de la imaginación es también una memoria. Ceo que la experiencia de lo vivido pero también la experiencia de lo imaginado, de lo comprendido, de lo interrogado es una documentación valiosa para iniciar y completar un proyecto creativo. Nada de lo que pasa en mi libro pasó, pero cosas como ésas pasaron. Es una obra puramente de ficción que contiene la verdad entre comillas de muchos momentos que se vivieron en Euskadi, y esto me parece interesante, porque así la literatura puede crear su propio contexto de verdad, de credibilidad, sin tener que ajustase a hechos precisos o documentales. Esa indagación distinta sobre la verdad me parece que es la aportación que tiene que hacer el arte. Dicho esto, quienes hemos vivido en el País Vasco la mayor parte del tiempo, mientras ETA mataba, extorsionaba y amenazaba, tenemos también un bagaje de experiencias, de conversaciones, de miradas, muy valioso y que evidentemente nos ha formado como personas, como ciudadanos; y lógicamente a mí también como escritora y eso influye en mi manera de abordar la literatura sobre estos temas.

Tu libro puede ser un aviso para navegantes, para todos aquellos que, en política, están jugando con fuego.
En términos generales, mi libro habla de la responsabilidad y yo creo que no hay que jugar con fuego en nada. Esa especie de amnesia generalizada que parece que se reproduce en España pero también en otros países europeos, y que da pie a ciertos discursos y actitudes…que quienes tenemos memoria enseguida los identificamos con los momentos más terribles de la historia europea, y debemos ser muy conscientes de ello. Creo que actualmente tenemos evidencias claras de lo delicados, peligrosos y temerarios que son ciertos comportamientos y actitudes, ya sea con respecto al cambio climático, a la manipulación del lenguaje, al vaciado de contenidos en Educación o a convertir la cultura en mero entretenimiento. Ya sabemos que todo ello es una temeridad, por tanto hagamos lo posible para que las siguientes generaciones tengan la capacidad de mirar y de analizar lúcida y críticamente el mundo. En ese sentido mi libro se sitúa en esa idea de que no hay gestos inocuos. En determinadas circunstancias, todos los actos, todas las palabras pueden ser cuestión de vida o muerte, de construcción o destrucción, de convivencia respetuosa o barbarie. Hay contextos en los que no hay que frivolizar con ciertos asuntos. Hoy en día, tal y como están las cosas en España, en Europa y otras partes del mundo, estamos en uno de esos momentos en los que cada palabra y cada gesto tienen un gran peso. Es una temeridad pensar que podemos jugar con fuego.

Has traducido del francés obras muy vinculadas a la Shoah como Alguien vivo pasa, de Claude Lanzmann, director de uno de los más importantes documentales sobre este tema, o Después de los campos, la vida de Virginie Linhart. Y también Algo negro, de Jacques Roubaud, sobre la muerte de su mujer. ¿Qué ha supuesto para ti la experiencia de traducir estos textos y de qué manera han influido en tu obra narrativa?
La traducción me ha permitido acercarme a obras extremadamente difíciles en torno a esa interrogación de la que hablaba antes, esencial, sobre la naturaleza humana, sobre el eje moral que articula los momentos más tremendos, históricos o personales, y que son verdaderamente decisivos. Hay otro elemento muy importante, particularmente visible en Algo negro, de Roubaud y en la obra de Claude Lanzmann, y es la reflexión profunda sobre la forma: cómo contar de modo que el relato de lo sucedido produzca el máximo impacto en el lector o en el espectador, impidiendo que éste se convierta en un mero voyeur. Para mí estos autores han sido faros y desde luego han influido en mi manera de entender el arte y la literatura, y en el modo de leer e incluso de ser espectadora de películas. Hay detrás de sus obras una reflexión ética y estética perfectamente unidas. En este sentido son también obras “maestras” para mí. Por eso, en mis novelas siempre hay un trabajo formal que busca, por medio de la sugerencia, por medio de representaciones más indirectas, que el lector participe. Creo que el impacto tiene que venir por y con la participación del lector, que es quien verdaderamente tiene que hacer emerger todas esas imágenes que están sugeridas. Creo que hacer lo contrario, es decir, dejar a un lector o a un espectador indiferente frente al sufrimiento de los demás, frente al sufrimiento de lo que está pasando delante de sus ojos —y cuando se habla de terrorismo, naturalmente se habla de sufrimiento— como mero voyeur, supone un fracaso moral y también estético.

Esa forma favorece una ética que me remite al pensamiento de Levinas, para quien uno no nace sujeto moral sino que se constituye a través de esa alteridad, de esa relación con el otro.
Efectivamente. Cuando escribo no estoy pensando en un lector concreto, ni siquiera en los lectores como público, pero sí pienso en una instancia lectora, pienso en el lado de la recepción, que es la que cierra la composición. Esta segunda posición de lectura es extremadamente importante, al menos tanto como la otra. Por tanto, parto de un estilo que nace de omisiones y de sugerencias más que de las presentaciones frontales; y que exige la participación o activación del lector; que no tiene que ser inalcanzable, sino fluida y natural. Para mí es extremadamente importante saber medir los términos de la conversación que quieres mantener con el lector. Cuanto más participativa es no sólo resulta más eficaz sino casi diría que también más hermosa, como lo son las conversaciones equilibradas entre todas las partes.

En España hemos vivido durante décadas la lacra del Franquismo y la del terrorismo. ¿Cómo ves el trabajo de transmisión que se ha realizado hasta ahora? ¿Quizá nos hemos instalado demasiado cómodamente en la actitud de no mirar atrás que dio lugar a la Transición?
La Transición fue fruto de un consenso social que se pensó necesario y aceptable en aquel momento. Ahora estamos en un momento diferente y por tanto ese consenso requiere una actualización, también en términos de reflexión. Creo que en España se ha estudiado la Transición y el Franquismo más en el ámbito del conocimiento académico que en el de la ciudadanía. Quiero decir que hay mucha ignorancia de nuestra Historia, sobre todo en los más jóvenes, y que de ella surgen muchos de los problemas que estamos viviendo ahora. Yo creo que esta sociedad se tiene que ir actualizando en ese conocimiento, porque además esas actualizaciones, si están bien hechas, necesariamente son plurales, dialécticas, y pasan por la necesidad de nuevos debates y consensos. Dicho esto, lo más tremendo, terrible, temerario e inaceptable para mí es el vaciado de contenidos humanísticos, históricos, etc., en la enseñanza que han llevado a esa ignorancia a las nuevas generaciones. Cuando vemos que muchos por no saber no saben ni quién era Franco… Hay que remediarlo inmediatamente, devolver contenidos a la Educación. Cuando se celebró el 20 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, un estudio señalaba que la mitad de los universitarios vascos no sabían quién era, como tampoco sabían quién había puesto la bomba de Hipercor en Barcelona. Creo que hemos hecho algo terriblemente mal y es una temeridad democrática dejar a las jóvenes generaciones en esa ignorancia absoluta de lo que ha sido su pasado reciente y de más atrás. El debate político actual y el engranaje de la democracia en el día a día, y la cuestión educativa adolecen de graves problemas y de ausencia de “actualizaciones”. Creo que debemos reflexionar “”en tiempo real en torno a una serie de cuestiones fundamentales: la articulación territorial de España; los fundamentos de la calidad del debate democrático… y desde luego la Educación.  No podemos permitir (nos) que muchísimos niños, adolescentes y jóvenes no sepan nada de la historia de su país, ni siquiera sean capaces de identificar figuras determinantes. Hay, por tanto, una responsabilidad educativa y formativa irrenunciable que es para mí sinónimo de garantía democrática y diría que de esperanza democrática para el futuro.

En 2007 recibiste del gobierno francés la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras. ¿Qué significó en su momento y qué supone todavía hoy para ti?
Cuando la recibí pensé en mis padres. Nací en el franquismo y me matricularon en el Liceo Francés de San Sebastián, porque querían que me educara en libertad. De algún modo, Francia y la cultura francesa fueron esa pasarela hacia la libertad y en ese sentido la distinción supuso la culminación de ese proyecto de mis padres de que yo me educara en libertad. Lo vivo aún con una enorme emoción, pero también como una responsabilidad. Ser Caballero de la Orden de las Artes y las Letras me hace preguntarme sobre cómo me debo situar con respecto a la cultura en general, no solo a la francesa. Y lo hago tomándola muy en serio, porque, como suelo decir, la cultura no es una actividad para el tiempo libre sino lo que nos hace libre todo el tiempo, por tanto, en la medida de mis posibilidades, combato esa idea de que la cultura es entretenimiento. No es entretenimiento sino aquello que nos conduce a la libertad y al espíritu crítico. Por otro lado, soy una autora española y esta es una distinción que da el gobierno francés también a los extranjeros y eso también me parece importante verlo como un gesto europeo, en un momento en que Europa parece frágil de nuevo. Siento la distinción como un gesto europeo y me importa y me aplico por ello en reproducir en mi vida cotidiana esa idea de cosmopolitismo, de que somos identidades complejas y mestizas.

¿No te tienta reflexionar a través del ensayo?
Me tienta tanto que ya lo he iniciado. Llevo mucho tiempo tomando notas, incluso tengo el título. Es una idea que va acompañando mis otros trabajos y escrituras, y que tiene que ver con aquello que nos ha ayudado a vivir sin sucumbir, durante el terrorismo, a la desesperanza, a la desconfianza… Cómo una frase o una lectura te daban energía para seguir respirando, para seguir viviendo y cómo además, en medio de aquel horror, recibías momentos de lucidez procedentes de la lucidez de otros que leías o escuchabas… Pero también de felicidad frente a la belleza, a la generosidad, a la solidaridad, frente a la valentía… He ido recogiendo, a lo largo de muchos años, momentos clave de mis encuentros con autores y autoras, no solamente de la literatura, también del cine, de las artes plásticas, y anotando esos “encuentros a la intemperie” (ese es el título), que hacían que, por un momento, de repente escampara.

Me remite a esa imagen de Miguel que ve a la mujer entrando en el agua.
Citabas antes la cuestión de la alteridad en Levinas, y, efectivamente, creo que sin el impulso que recibe de querer salvar a esa mujer, el protagonista del libro no hubiera conocido esa luz que lleva dentro. Él está en un momento de descarrilamiento en el que piensa que en su interior sólo hay oscuridad. Y se hubiera mantenido en esa oscuridad de no ser por la visión de esa mujer, que le provoca el gesto de correr hacia ella para salvarla; lo cual quizá a ella no le sirva de nada, porque tal vez entraba en el mar por otras razones muy diferentes. Pero el gesto le sirve a él y hace que surja esa pequeña luz. Siempre necesitamos al otro, y no solamente como acto de responsabilidad mutuo sino porque el otro nos revela una parte esencial de nosotros que no veríamos si estuviéramos solos. Lo mismo en esa dialéctica entre escritura y lectura. Necesito al otro para crear un pensamiento en mí, para descubrir un pensamiento en mí, para consolidar o aliviar una emoción.

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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