Memorias de un zombie adolescente se basa en la novela R y Julie, el debut de Isaac Marion. Originalmente ambas se titulan Warm Bodies, pero los traductores tomaron caminos muy diferentes. Antes de entrar en materia literaria, una pequeña introducción cinematográfica a propósito del reciente auge de los zombis, últimamente intentando darle vueltas y más vueltas de tuerca al subgénero. Algunos ejemplos sonados: la comedia negra en Shaun of the Dead, la comedia romántica en Zombieland, la gamberrada serie b de Dance of the Dead, la crÃtica a los medios de comunicación en Dead Set o la metafÃsica postapocalÃptica en The Walking Dead. De una manera o de otra, se trata de forzar al máximo el subgénero, ya sea para parodiarlo, para usarlo como excusa con cualquier otro fin o para tomárselo demasiado en serio. El cine de zombis a secas se ha quedado como una simple antigualla; una variante del cine de terror con algo de crÃtica social implÃcita, casi siempre como extra, no como plato principal. Aun cuando sale una pelÃcula tan digna como The Crazies (el último intento de la industria del que tengo constancia) el olvido se apodera de ella con una rapidez que en otros tiempos hubiese extrañado a cualquiera.
La pelÃcula de Jonathan Levine parece que quiere estar dentro de la nueva hornada, pero le faltan muchas revoluciones como para ocupar un lugar prominente. Leyendo la novela, nos damos cuenta de que Isaac Marion ofrece, sin pasarse, las dosis necesarias de mala uva, momentos gore y parodia descarnada que cualquier historia de zombis actual necesita, más si intenta tirar hacia la comedia. La pelÃcula se queda demasiado blanda, tal vez en un intento de evitar la clasificación para adultos y, por eso mismo, consigue sus mejores momentos cuando nos olvidamos de los zombis y nos quedamos con la comedia romántica ligeramente irreverente que en realidad es, más adorable y encantadora que aguda y ácida; simpática y olvidable, sin más.
Literariamente, R y Julie está razonablemente bien escrita, es entretenida pero no tiene ningún momento memorable. La mayor aportación está en sus primera páginas, junto con sus primeros errores. El gran acierto es R, el zombi protagonista que nos habla en primera persona, que piensa y siente pero que no puede expresarse apropiadamente, que sabe que puede ser cazado en cualquier momento y que teme morir definitivamente. Los otros puntos fuertes de la novela están también en su originalidad. R se enamora de Julie al comerse el cerebro de su novio y adquirir sus recuerdos, la presencia de zombis buenos y zombis malos, de zombis que hablan y entienden la amistad y el romanticismo radical al presentar la enfermedad zombi curable gracias al amor. La referencia a Romeo y Julieta nos arranca alguna sonrisa leve, pero no es ni el primero ni el último en hacerlo. Unas cuantas páginas menos le hubieran permitido a Marion esconder sus carencias, evitar las reiteraciones y resaltar sus aciertos, que los tiene. La mala leche y el humor negro consiguen dar vida de manera más o menos equilibrada a la novela, pero en su desarrollo interno notamos el relleno convencional y previsible. El gran error también aparece nada más empezar, al decirnos cuál es el mensaje que en el fondo quiere lanzar en la novela con un párrafo didáctico totalmente innecesario. Insiste en ese estilo didáctico de manera dispersa pero machacona durante todo el libro. Se puede interpretar que siente la obligación de soltarnos directamente ese mensaje general porque no confÃa en que la historia, su desarrollo y sus diálogos, sean capaces de contárnoslo sutilmente. Queda a gusto del lector decidir si lo hace porque no confÃa en sà mismo o en nosotros.
«Reconocemos la civilización —edificios, coches, una visión general—, pero no tenemos ningún papel personal en ella. Ni historia. Simplemente estamos aquÃ. Hacemos lo que hacemos, el tiempo pasa, y nadie hace preguntas. Pero como he dicho, no está tan mal. Podemos parecer tontos, pero no lo somos. Los engranajes oxidados de la razón todavÃa giran, solo que la velocidad ha disminuido hasta que el movimiento externo apenas resulta visible. Gruñimos y gemimos, nos encogemos de hombros y asentimos, y a veces se nos escapan unas cuantas palabras. No es tan distinto respecto a antes». (p. 18) No se contiene lo más mÃnimo y no nos da ni la opción de interpretar la obvia primera parte del párrafo al rematarlo con un «no es tan distinto respecto a antes». Un par de veces hubiesen pasado, pero Isaac Marion insiste demasiado en verbalizar y explicitar lo implÃcito.
Es una pena que no le hayan dado cancha a Jonathan Levine, guionista y director del filme, porque sabe escribir diálogos mucho mejor que Isaac Marion. A él le debemos buena parte de la gracia del primer y genial monólogo interno del zombi protagonista; y haber eliminado los comentarios didácticos que pierden a Marion. Levine ya habÃa demostrado buen pulso para la comedia dramática y la irreverencia en The Wackness y para el sentimentalismo indie en la sobrevalorada 50/50. En Memorias de un zombie adolescente se nota su buen pulso en los primeros compases del metraje y luego sentimos el corsé de la producción comercial. El elenco acompaña con seguridad, aunque nadie tenga la oportunidad de destacar. Seguramente Levine sea un mandado y se haya limitado a escribir como los productores pidieron, pero adaptar la historia para todos los públicos y, muy especialmente, para adolescentes en busca de una nueva Crepúsculo, anula lo mejor de la novela y según avanzan los minutos se notan las costuras y los tijeretazos a cualquier cosa que hubiere podido oler a macabro o no muy polÃticamente correcto. También es una pena que algún genio de la mercadotecnia se haya dedicado durante meses a promocionar la pelÃcula sacando a la luz los mejores momentos, por su comicidad, con la intención de atraer al público, sin tener en cuenta que tenÃa que dejar algo para el menú principal. Con toda seguridad, la satisfacción del espectador virgen sea mucho mayor que la de aquel que ha visto esa promoción basada en recopilar casi todos los mejores momentos.
Jesús DÃaz de Lope