Salvador Gutiérrez Solís: «Siempre he buscado desacralizar la figura del escritor»

Mentir justo cuando se está en casa. Mentir también frente al espejo. Mentir a los otros y a uno mismo. Y querer escapar, a veces sin destino, antes de detenerse en seco ante el umbral caliente y cálido de lo conocido. A medio camino entre la novela tradicional y el experimento 2.0, Salvador Gutíerrez Solís (Córdoba, 1968) ha retratado en su última novela, El escalador congelado (Destino), a una generación de hombres y mujeres frente al espejo del tiempo, frente al amor que acaba, la insatisfacción doméstica o las expectativas frustradas. Premio Andalucía de la Crítica 2013, esta novela generacional sobre “los treinta y largos y los cuarenta y poco” se alimenta de un blog, una lista de Spotify y un canal de Youtube en los que se pueden encontrar las referencias culturales de unos personajes fragmentarios, a veces sutilmente rotos, como la realidad en la que les ha tocado vivir.

Salvador Gutiérrez Solís (foto cedida por el autor)
Salvador Gutiérrez Solís (foto cedida por el autor)

Supongo que, antes que nada, tenemos que darle la enhorabuena por el Premio. ¿Cómo le ha sentado?

La verdad es que me ha sentado muy bien. Cuando me notificaron en enero que mi novela había sido seleccionada pensé que de nuevo volvería a ser el eterno finalista porque algunas de mis novelas anteriores se quedaron a las puertas de otras premios. El año pasado salieron en Andalucía muy buenos libros y no esperaba que el mío fuera el elegido. Ha sido una enorme sorpresa.

El escalador congelado no es sólo una novela, el lector se nutre de contenidos adicionales a través de la muy de moda comunicación 2.0, ¿cómo surgió la idea?

Quería permitir una lectura más amplia y enriquecedora para el lector que quisiera ir más allá, que quisiera conocer las fuentes de las que se ha nutrido la historia, las imágenes que me habían servido de inspiración. Supongo que es una curiosidad muy personal porque a mí mismo me gustaría colarme en el local de ensayo de Wilco o saber qué pensaba Coppola mientras rodaba El Padrino.

¿Cómo ha resultado el experimento?

Muy bien. Muchos compañeros me han preguntado si no era demasiada implicación pero es precisamente eso lo que yo quería. Quería encontrar el feedback con el lector, saber qué siente. Siempre he buscado desacralizar la figura del escritor. A veces parecemos seres extraños que no habitamos el planeta y es todo lo contrario. Un escritor ha de tener los ojos muy abiertos, ser permeable a lo que pasa fuera. Mis referentes no son sólo literarios. Por eso este libro se planteó desde el principio como un todo. De hecho, hicimos la presentación en un bar de copas en el que se podía escuchar la música de lista, hablamos del libro pero poco, porque no quería que fuera lo más importante.

Entonces hablamos de la música como primera inspiración…

Bueno, es que yo a veces siento que estoy más contaminado por la música o el cine que por la propia literatura. La música que estoy escuchando influye no sólo en mi humor sino también en el ritmo de la narración. Supongo que tiene una capacidad sensitiva que otras artes no tienen, de hecho, es la única capaz de cambiar el estado de ánimo de una persona de ipso facto. Ya lo sabemos, hay canciones que ponen de buen rollo y otras que entristecen…

En la BSO de El escalador están Joy Division, Gabinete Caligari, Leonard Cohen o Andrés Calamaro. ¿Qué aportan músicas tan diferentes a los personajes y tramas de la historia?

Es la música que tenemos en común la generación entre los treinta y largos y los cuarenta y pocos. La de los que empezaron oyendo a Gabinete Caligari y ahora oyen a Wilco, los que tenemos a Andrés Calamaro como una especie de mirlo blanco que sirve de línea de conexión. Conocemos mucho de una persona por el tipo de música que escucha y en la novela ocurre lo mismo. Lo tengo clarísimo con cada personaje. Susana es de Cohen y Kike González, Jesús escuchaba a Alaska y ahora es de Sidonie, Luna es de Diana Ross, por supuesto…

¿Cómo te imaginas al lector de El escalador?

Quizás a simple vista pueda parecer que hay un lector prototipo entre los 35 y los 45 años pero me ha sorprendido encontrar todo lo contrario. A raíz de ese feedback con los lectores me he encontrado con mucho joven que explora las experiencias y, con ellas, la música de las generaciones anteriores, que ha empezado a explorar grupos como Los Planetas. Ellos también se detienen con la misma curiosidad ante los conflictos de los que les precedieron.

¿Y por qué una novela tan generacional?

Me interesaba reunir a una generación biológica por dos razones: Por un lado, por detenerme en la figura del Peter Pan ya que creo que somos la generación que mejor la ha definido y, por otro, porque me interesaba hablar de un grupo de edad que se enfrenta a una gran ruptura, a un gran contraste. Nos tocó crecer con las últimas bocanadas del franquismo o la Transición y hemos visto una sociedad que cambiaba muy rápido. Somos una generación que pensaba que se iba a comer el mundo; que íbamos a ser mejores que nuestros padres y alcanzar ese éxito personal y profesional que salía en la tele. Vimos pasar la tele del blanco y negro al color, nos criamos con caldo de puchero y ahora comemos sushi.

El escalador congeladoLa novela habla de esas oportunidades como una clara fuente de frustraciones…

Sí, teníamos aparentemente todas las oportunidades pero nos hemos tragado todos los fracasos: personales, profesionales, familiares, del sistema… Somos una generación que se ha quedado maniatada, congelada y esperando a que acabe el largo invierno y llegue un poco de calor. Me interesaba explorar lo frustrante que puede llegar a ser para algunas personas el ver que la juventud se acaba e intentar aferrarse a ella. Está claro que la juventud es una etapa estupenda y divertida pero hay mucho más. No se nos enseña las ventajas de cada etapa de la vida y les tenemos mucho miedo. Una cosa es madurar y otra perder el espíritu joven. Aquí la plasticidad del rock y su efervescencia lo demuestra. No importa la edad que tengas para disfrutarlo, ¿no?

En la novela exploras mucho la psique de los protagonistas, hablas de una serie de conflictos que, si fuera una mujer, bien podrían haberle etiquetado como  autor de “literatura femenina”.

(Risas) No comparto la denominación “literatura femenina” pero entiendo a qué te refieres y, de hecho, alguno hay por ahí que lo dice… “Este es un libro de mujeres”. No tengo ningún reparo en decir que los tres grandes personajes de la novela son chicas: Ana, Susana y Luna. La personalidad femenina es, por lo general, más rica. Sois más libres para expresar vuestros sentimientos e infinitamente más poliédricas. Las mujeres son capaces de relacionarse entre ellas de una manera impensable entre hombres. Quizás por las dificultades que han vivido a lo largo de los siglos, son más fuertes, se relacionan con su realidad de una manera más envolvente. Como escritor considero que son una mina literaria.

La pareja es también otro de los grandes temas de la novela.

Sí, uno de mis propósitos era reflexionar cómo funcionan. Soy muy observador, podría decirte que hasta chismoso… Soy de esas personas a las que le parece fascinante pillar según qué conversación en el autobús. Me fascina cómo los miembros de una pareja carcomida por la rutina se transforman cuando un día a la semana salen de juerga con sus colegas. Cómo ponen lo mejor de sí mismos fuera de casa y no dentro. Jesús y Mario tienen ese componente. Cada uno a su manera o no eligen a la persona adecuada o dejan de verla y, al final, cuando no hay una amistad, cuando no hay inquietudes comunes, la pareja se convierte en algo muy duro.

En El escalador congelado usas una forma de narrar contemporánea, rota, en la que el narrador deja un espacio no sólo a los diálogos sino también a ciertos flujos de pensamiento…

Siempre he sido muy explorador y me ha gustado abrir nuevos caminos narrativos. Tanto, que hay libros en los que creo que me he sobrepasado. En este, sin embargo, toda la experimentación está puesta al servicio de la narración y no al revés. De alguna manera, es cómo si hubiera estado en un gimnasio entrenando y ahora es cuando me siento con fuerzas para volcar todo ello al servicio de la trama. Al final, toda novela tiene la vigencia que el autor sea capaz de darle, Balzac y Wolfe contaron la misma historia pero de manera muy distinta. La capacidad de un escritor está en adaptar el lenguaje y la narración a los nuevo lectores, en hacerlos suyos. No se puede escribir igual que en 1800, ni siquiera como en 2001. El escritor ya no tiene que usar la narración para hacer pedagogía y describir minuciosamente la realidad porque el lector conoce los escenarios y las cosas de sobra, sólo necesita una sugerencia. Convivimos con un mundo muy rápido, muy efervescente y el escritor debe tomarlo como una alianza e involucrarse en ello. Es así como pienso que la novela no está condenada al fin sino todo lo contrario.

Al final, la lectura de El escalador congelado deja un sabor agridulce, el de un triunfo inesperado ante diversos fracasos cotidianos. ¿Lo consideras un libro de cierto final infeliz?

Bueno, supongo que, sin proponerlo, es un libro que premia a los valientes, a los que se arriesgan, en detrimento de los otros. Y los otros, desgraciadamente, son mayoría. El miedo a quedarte congelado no te puede privar de, al menos, intentarlo, no nos podemos quedar sin escalar. Me da rabia cuando oigo eso de “no somos dueños de nuestro destino”. ¿Te lo has planteado de verdad? Al final la frustración es fruto de no intentarlo y, sobre todo, de esa identificación del éxito como el reconocimiento personal y económico. Todo lo que está pasando a nuestro alrededor ya debería habernos enseñado que el triunfo tiene que ver con otra cosa: con ser auténticos, con encontrar a una persona que sea nuestro cómplice, con no traicionarse…

Fátima Vila
http://unaboquitapresta.blogspot.com

 

Fátima Vila

Fátima Vila (Cádiz, 1980) es periodista y bloguer. Desde hace diez años ha trabajado como redactora de cultura y sociedad en prensa diaria (Diario de Cádiz y La Voz) y diversas publicaciones culturales. Actualmente trabaja en comunicación institucional y gestión cultural. En 2010 publicó su primer libro de cuentos: 'La estrella invitada'.

1 Comentario

  1. Más que un libro es todo un proyecto, y muy interesante, además. Quizás se podría presentar también en edición digital para tablet o iPad, con links y elementos multimedia.

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